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La última chamán selk’nam

Lola Kiepja vivió la aniquilación de su pueblo, pero pudo dejar registro de su cultura.

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La última chamán selk’nam

Tenían la mirada amigable y cautivadora, había sufrido la muerte de sus 12 hijos, pero antes le tocó ver cómo su pueblo era masacrado. Con Lola Kiepja, hace 54 años se iba la última voz de de los selk’nam en Tierra del Fuego.

Vale realizar, antes, dos aclaraciones. La primera es que era la última que vivió en carne propia el genocidio selk’nam. Había otros que sabían mucho sobre lo sucedido, pero ella había estado presente. Esto fue declarado por la etnóloga Anne Chapman, quien en 1964 pudo compartir y registrar cantos y relatos de Lola Kiepja.

La segunda: a ella se la llama "la última ona" y es muy común llamar "onas" a los selk’nam. "Ona" era la palabra con la que los yaganes se referían a los selk’nam, según el pastor Thomas Bridges.

Aunque no se tienen registros exactos, en la isla se cree que los selk’nam llegaron a ser, antes de 1880, entre 3500 y 4000. Los cálculos varían porque vivían dispersos en grupos pequeños en todo el territorio fueguino. También habitaban la isla los haush y más cerca del Canal de Beagle los yaganes que se cree que, antes de 1860, llegaron a ser unos 3000.

La llegada de los grandes estancieros y también de los buscadores de oro se encargaron de exterminar de a poco a las tribus originarias. Algunos pocos pudieron salvar su vida dado que los religiosos que arribaron a la isla convencieron a los terratenientes de no hacerlo porque los enviarían a las misiones que establecieron en distintos puntos del territorio. Algunos evitaron la muerte de esa manera, aunque el contagio de enfermedades importadas por el hombre blanco también mermó la población indígena, dado que eran afecciones que ellos no conocían y –por ende– no tenían remedio para ellas. Llegando al siglo XX, los selk’nam eran 279; diez años más tarde, ya eran menos de cien. Lola era una de ellas.

Pese a la aniquilación de su pueblo, cuenta Anne Chapman, ella no le guardaba rencor. Vivía en un toldo del lago Fagnano, en cercanías de Tolhuin, y su cuidado –aunque se basaba más que nada en la entrega de víveres– estaba a cargo del señor Luis Garibaldi, propietario de una estancia dedicada a la cría de ganado ovino. No hablaba muy bien español, pero, con paciencia, podía entenderlo.

En 1900, aproximadamente a sus 25 años –dado que la fecha de su nacimiento no está corroborada–, Lola comenzó a tener más contacto con el hombre blanco, cuando con su primer esposo –con quien tuvo siete hijos– fueron hacia la estancia Harberton de Thomas Bridges, quien había sido misionero y fue –junto con su hijo– uno de los poco colonizadores que le brindaron una mano a las tribus originarias, que trabajaban en la estancia y, en el invierno, vivían en el campo cazando guanacos y podían celebrar la ceremonia del hain (una ceremonia de iniciación masculina en la que los hombres encarnaban distintos espíritus, disfrazándose y pintándose el cuerpo entero, que era además un ritual sobre las relaciones de poder entre el hombre y la mujer).

Fue en esos años que sus tíos maternos, chamanes de la tribu, la prepararon para que ella se conviertiera en uno de ellos. En 1926, soñó que el espíritu de uno de esos familiares, que había fallecido poco antes al otro lado del Lago Fagnano, la visitaba y le transmitía su poder mediante un canto. En su sueño el espíritu volaba sobre el lago buscándola y cantando: “¿Dónde estás, hija mía?”. Ella repitió esta frase y despertó. En ese preciso instante –de acuerdo con el relato de Anne Chapman–, el espíritu de su tío la penetró “como el filo de un cuchillo”. Fue entonces que, de acuerdo con la tradición, ella adquirió poder sobrenatural. Aunque era admirada por sus poderes, los miembros de su tribu no le temían porque ella no los usaría para el mal.

Cantos

El trabajo de la investigadora Anne Chapman, además de tomar testimonio de Lola, también se basó en la recopilación y registro de distintos cantos selk’nam. Los encuentros periódicos con la última chamán selk'nam tuvieron como saldo la grabación de 47 cantos a capella en la voz de Kiepja, para conservar, a pesar de su partida, la historia, la cultura, los ritos y el vocablo del pueblo que habitó en el confín del mundo.

Fecha de Publicación: 23/09/2020

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