Hay días que transforman siglos. E instantes que iluminan almas. Un animado almuerzo del 2 de febrero de 1950, día de la Virgen de la Candelaria, en la finca La Isla, en las alrededores de Salta, Gustavo Marrupe, Poncho, recibía a sus amigos Eduardo Falú y Jaime Dávalos. Artistas de sangre calchaquí y española, guitarras nocheras y corazones de camalotes, que dieron un salto que aún resuena en el folklore, que unió a Andrés Chazarreta con León Gieco, a Atahualpa Yupanqui con Gustavo Santaolalla “Nació esta zamba en la tarde/ cerrando ya la oración/ cuando la luna lloraba/astillas de plata la muerte del sol”, son los versos de la inmortal “Zamba de la Candelaria” que Jaime Dávalos propagaría en peñas y fondas, incansable aventurero de las rutas y las gentes, desconfiado de las tertulias literarias y los gerentes de la cultura, y que harían boom en el nuevo cancionero de Mercedes Sosa y Armando Tejada Gómez, entre otros, en los sesenta. Al igual que el padre, el poeta mayor de Salta, Juan Carlos Dávalos, ofrendó los oídos a los arrenderos de los cerros y los jangaderos, hombres y mujeres sin rostros, “le puso palabras al silencio de su pueblo". Con Jaime tuvieron quien le escriba. No prestó Dávalos nunca la pluma y la labia a los generales, ni empresarios, que con terror escucharon en primera fila, “¡Subyace en la conciencia de los pueblos,/que la tierra jamás fue derrotada!”, una fría noche de 1980 en el Luna Park, en un acto corajudo contra la censura durante los años de plomo. Dávalos quebró en llanto mientras recitaba su “Suramérica” al descubrir a los incómodos Viola, Bussi y otros genocidas. En las alas de Jaime, Juanito Laguna, el pueblo, se salva de la inundación, y el cielo argentino se despeja.
Este notable poeta, músico, artesano, periodista y titeretero salteño es otro eslabón de la familia Dávalos, que a partir de Juan Carlos, daría artistas destacados en diversas expresiones; Julia Elena y Florencia, hijas de Jaime, folkloristas de excepción. Nacido el 29 de enero de 1921 en San Lorenzo, Salta, muy pronto empezó a recorrer los senderos olvidados de su provincia, trabajando de minero y peón de campo. De estas primeras experiencias vendrían los poemas de “Rastro Seco” (1947), que marcarían un estilo, que muchos pensaron refinado en la poesía de Pablo Neruda o Federico García Lorca, con cierta patina surrealista, pero que en verdad brotaba de largas travesías con zafreros y hacheros, o noches en el corazón del vino. De allí salieron desde “Trago de sombra” hasta “Las golondrinas”, “Veleros de la tormenta se van las nubes,/y en surcos de luz dorada se pone el sol/y como sílabas negras, las golondrinas/dicen adiós, dicen adiós”, en palabras que comparten el vuelo poético de un Homero Manzi.
Luego acontece un hiato de casi una década sin publicar, más preocupado Jaime en vivir y nombrar en las tonalidades de los paisanos, “Nombro la tierra que el trópico abraza/puente de estrellas cintura de luz./Al corazón maderero de Salta/ subo en bagualas por la noche azul”, y que rompe con los esenciales poemas y canciones de “El Nombrador” (1957) y, en 1959, los relatos autobiográficos de “Toro viene el río” y “Coplas y canciones”, “desde México a nuestra Argentina, la copla bajó por sobre el geológico espinazo cordillerano del continente atando lenguas y corazones, fijando un alma y un idioma comunes, poniéndole palabras a nuestros desmesurados silencios planetarios, donde el hombre americano, síntesis de todas las razas, convive con su madre tierra, ama y trabaja atado a un solo destino: la unión definitiva de América”, prologaba Dávalos.
Sobre el único libro en prosa del poeta andariego y trovador, opina el miembro de la Academia Argentina de Letras, Santiago Sylvester, “Jaime Dávalos tenía un oído infalible para el giro local, los modismos y las alteraciones gramaticales de pura expresividad, además de estar dotado de instinto para reproducir los datos y códigos de su región; los llevaba al papel con la suficiente solvencia como para que conservaran la gracia, sin que cayeran en exageraciones costumbristas. Supo sacar buena literatura de esa cantera general de la que tanto abrevó, que es (y sigue siendo a pesar de los embates recibidos) la cultura popular”, cierra.
“Aquellos que me enseñaron a hablar callando”
“Yo me jugué todo lo que tenía a las manos de los hombres simples de la tierra. Creo en ellos. Me visto con las ropas que ellos hacen. Todas las palabras que hablo están potenciadas con el símbolo que callan los otros, aquellos que me enseñaron a hablar callando” repetía en las entrevistas, en una cercanía con los Gregorios Guanca y Marcelinos Ríos que inmortalizó, hijos de los sueños y fracasos de Cachi, Payogasta y los Valles Calchaquíes, y que hasta en sus años finales Dávalos quiso preservar y difundir en su cultura, con un proyecto de casa de artistas -inconcluso- en El Encón, cercano a la capital salteña. Ya a principios de los sesenta estaba instalado en Zárate, provincia de Buenos Aires, y empezaba su nombre a ser venerado en los prologémonos de la revolución del Nuevo Cancionero, “fue una conjunción de poetas, autores, e instrumentistas o vocalistas que marcaron un nivel incomparable en las expresiones argentinas, elaborando así una buena parte de nuestra identidad como pueblo”, reflexionaba Félix Luna, también parte de este movimiento cultural que se proponía “aplicar la conciencia nacional del pueblo, mediante nuevas y mejores obras que lo expresen”. Y Dávalos brindó el mojón innegable con la publicación de un best seller de los sesenta, que puede enmarcarse en el boom de la literatura latinoamericana con raíces ruralistas de Juan Rulfo y Jorge Amado. En 1962 se publican las "Canciones de Jaime Dávalos", con los clásicos infaltables de las guitarreadas de zambas y chacareras, “Zamba de la Candelaria”, “Zamba de un triste”, “Vidala del nombrador”, “Zamba de los mineros”, “La nochera”, “Canción del jangadero”, “Trago de sombra”, “Zamba enamorada” y “Vamos a la Zafra”, sólo una parte de una producción musical de Jaime que superaría el centenar de composiciones.
“Herida la de tu boca/Que lastima sin dolor/No tengo miedo al invierno/Con tu recuerdo lleno de sol/No tengo miedo al invierno/Con tu recuerdo lleno de sol”, en “Tonada del viejo amor”, uno de los éxitos de primeros setenta, de nuevo junto a Eduardo Falú, y cuando Dávalos había conducido dos pioneros programas de folklore en Canal 7, “El patio de Jaime Dávalos” y “Desde el Corazón de la Tierra”. Claro que el gran atractivo de estos programas en blanco y negro, además de que pasaran las nuevas voces que renovaban el género como César Isella o Daniel Toro, eran las increíbles historias de Don Jaime, inspiradas parecían en las mismas salamancas ancestrales americanas.
En 1973 en la película “Argentinísima” le dice a Julio Maharbiz "El fuego es un viejo amigo del hombre, sus brasas son mi país”, mientras Falú lo mira de frente, leña encendida y vinito de por medio, antes que las cámaras recorran los Valles Calchaquíes, y el guitarrista la descosa con “Zamba de la Candelaria””, reseñaba Cristian Vitali en el diario Página/12 al cumplirse el centenario, y anunciando las actividades que la hija Florencia Dávalos lleva por el país en memoria del autor del póstumo “Coplas del vino” (1987). Jaime Dávalos fallece el 3 de diciembre de 1981 en Buenos Aires pero siempre estará “donde nace la primavera” volviendo “desde el fondo de la vida”. Porque Jaime lo decía, era un animal que canta y sueña, en el embrujo inmemorial de sus pagos, en el grito americano de su pueblo, “No quiero endurecerme,/ay, no lo quiero,/ni ser mi padre ni tener sombrero/ Quiero ser un cantor enamorado,/andar como los bichos en la leña,/ llevar como una novia mi pobreza,/ y morirme del gusto y del capricho,/ de ser un animal que canta y sueña”.
Dicen de Jaime Dávalos
“Había satisfecho su deseo de conocer España (1973). Y un buen día, en tiempos de Franco y Lanusse, entró por Cádiz y casi se queda allí, porque se dedicó a invitar a todos los parroquianos de un boliche y se le acabó el dinero. «Quería pagar de esta forma una vieja deuda de hace cinco siglos»…Pero además de esos versos líricos y costumbristas, Jaime Dávalos nunca dejó de abordar los temas sociales y comprometidos, desde cantos de trabajo, como los del jangadero, hasta la impresionante anécdota que nos cuenta en “Temor del sábado”, con aquellos jornaleros, que pretendían robarle el vino al patrón, en aras de adquirir valentía para pedir aumento de sueldo. Dávalos era demasiado para el franquismo y para Cultura Hispánica. Por eso pasó por aquí sin pena ni gloria, aunque logró pagar la deuda de quinientos años”, Elfidio Alonso en diario El País, Madrid, diciembre de 1981.
Así escribe Jaime Dávalos - “José Hernández” en Los poetas que cantan II.
Córdoba: Comisión Municipal de Cosquín. 2001
Cuando cae la noche de la pampa
sobre las crines de los pajonales
y tejen las vigüelas la vidala,
el silencio es tu barba, José Hernández.
Cuando crece a lo lejos la tormenta
y se estremece el trébol con el aire,
galopa el trueno su malón redondo
y la luz es tu verbo, José Hernández.
No hay rumbo del silencio que no cubra
tu Martín Fierro, entre nuestro gauchaje;
donde se desenfunda una guitarra
la fecundan tus versos, José Hernández.
No hay ranchito en que no arda tu poesía
cuando se yapa el vino con la sangre
y hay que aventar la pena respirando
tu corazón de pueblo, José Hernández.
Y en la boca de cada peón de campo,
con gusto a corazón insobornable,
el grito vivirá con tus palabras
porque eres Martín Fierro, José Hernández.
Porque siempre templaste el instrumento
para expresar el alma del gauchaje
y ponerle palabras al silencio de tu pueblo,
en él vives José Hernández.
Y cuando la violencia o la injusticia
metan sus sanguijuelas insaciables,
alzará con tu voz el horizonte
un malón de guitarras populares,
y será cada criollo un Martín Fierro
y nuestra rebeldía, José Hernández
Imágenes: Télam / Municipalidad de Salta / Redes Florencia Dávalos
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.