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Historias de amor: las mujeres y el tango

Las mujeres son esenciales en la historia de la música porteña. Las primeras milongas, las primeras cancionistas, las primeras inspiraciones, el Tango respira aroma de mujer.

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Tango Mujer

Se he dicho un millón de veces que el tango es machista. En letras, la tríada prostituta-novia-madre aparece omnipresente, sólo superada por el barrio, aunque quizá el “rioba” no sea más que una metáfora del candor de la viejita. Ni hablar en las historias oficiales de la aparente poca cantidad de cantoras, y casi nula de compositoras. Y sin embargo, la primera interpretación de “Mi noche triste” en 1917 fue Manolita Poli antes que Carlos Gardel. O doce años antes se escribía el primer texto para ser cantado por una voz femenina, “La morocha”, y que fue llevado al disco en París por Flora Rodríguez de Gobbi. Esta grabación hizo estallar el tango en Europa: el poeta Nicolás Olivari recordaría que fueron las primeras palabras en castellano que escuchó de su madre italiana.  Tanta importancia tuvo esta interpretación que la aristocracia porteña abrió sus salones al ritmo arrabalero. Ni hablar que eran mujeres quienes regenteaban los lugares de “mala fama”, y las academias, donde se iba a milonguear. María La Vasca, la China Rosa y la Parda Flora fueron leyenda en la mitología tanguera, “en Paraguay 2512 estaba la suntuosa casa de la famosa Laura -contaba León Benarós- en su cuarenta y cinco años bien llevados Laurentina Monserrat era muy matrona, alta, más bien gruesa, morocha, buena moza, de negros cabellos que peinaba en bandó, de ojos oscuros y aire distinguido…culta y distinguida, no faltaba a su abono del Teatro Colón…espiaba…en alta baranda -de su casa en Palermo- la llegada de elegantes señores y mozos diablos y paseadores dispuestos a entregarse en aquel ambiente, con sibarítica gravedad, el entonces prohibido rito del tango”, en una postal de un famoso espacio democratizador donde todo estaba permitido, cruce de clases, razas, profesiones y sexos, en una sociedad que se desperezaba del aburrimiento aldeano y colonial.

Cuando los calores de “Lo de Laura” se apagaban a fines de los diez, las mujeres bonaerenses ocupaban un rol no menor en la sociedad. Ellas tenían fuertes yugos sociales y, a la vez, debía afrontar las duras condiciones de vida a la par de sus compañeros.  Muchas inmigrantes y criollas en Buenos Aires fueron prostituidas, explotadas,  y, también muchísimas, sostuvieron familias enteras en conventillos. Y, otras, fueron detrás de las luces del Centro, acomodaron sus humildes vestidos y peinados a los tiempos, y poblaron de canto el teatro y las confiterías. Los primeras cancionistas eran fabriqueras, costureras, empleadas o trabajadoras de pequeñas industrias.

En esos tiempos, pese a lo que se podía pensar cien años después, las mujeres cantan tango con la misma frecuencia, y en la misma proporción, que los hombres. Algunas son solistas, acompañadas por guitarras, otras son secundadas por orquestas. Tenemos a las que adoptan el estilo masculino, e incluso aparecen vestidas de gaucho, pero la mayoría encontrará un estilo femenino de Tango, en las cadencias propias de los bajos fondos. Otras consolidarán una vertiente romántica, entre gasas y sedas en entonaciones melodiosas, y son el epítome de la femineidad conservadora de los veinte. En una sociedad que enunciaba una cosa para los sexos, y vivía liberal, otra muy distinta.  

 

Los Veinte. Años dorados de las Cancionistas y Tangueras.

Aquella década que inicia y termina la presidencia Hipólito Yrigoyen, y la primera experiencia de democracia de masas argentina, brillaron las mejores cancionistas que tuvo el tango desde las tablas, Rosita Quiroga y Azucena Maizani, la Ñata Gaucha; ambas intérpretes y compositoras. Quiroga grabó su primer disco en 1922, como siempre acompañada de guitarras, y sus actuaciones en Radio Cultura y Radio Nacional culminaron en un show en el Teatro Empire,  a sala llena en 1923. Una carrera que parecía transformarla en estrella absoluta y que ella rechazó en 1930, en un caso muy similar a la misteriosa Ada Falcón, retirada en un convento en 1942 tras una estela triunfal desde los 16 años bajo el clásico “Bésame en la boca” estrenado en el Teatro Ópera.   La Maizani empezó su trayectoria en el cabaret Pigalle en la orquesta de Francisco Canaro, cuando se acercó al emblema de la Guardia Vieja con un “Maestro, yo canto” Esa misma noche Canaro la presentó como “Azabache” y cantó “El rebenque” y “La verdolaga”. La característica figura de Azucena envuelta en poncho fue su imagen en Latinoamérica, y los tangos aplaudidos de su repertorio eran de guapos y malevos. Ese mismo poncho que legó a una continuadora contemporánea, Virginia Luque.

Con su mezzo soprano, unos años después debutaría Mercedes Simone en el Café El Nacional junto a Ernesto de la Cruz. La radio, el cine y los discos difundirían “una voz linda, cálida, sentida, criollita, sencilla -aunque en verdad Simone tenía una sólida formación en canto-, sincera, sin rebusques…era tan especial, tan distinta, que a nadie le dio el cuero para imitarla”, reconocería Libertad Lamarque, quien en 1926 con sus agudos estridentes “hizo decente” el tango para las buenas familias de las clases medias. Lamarque admite sin embargo que su modelo en Rosario natal fue Maizani y que en sus comienzos cantaba los tangos de la Ñata Gaucha, “Cascabelito”, “La cabeza del italiano” y “Talán, talán”. Y que a partir de ese momento nunca más dejó de cantar tango, “¡Yo qué podría decir que al compás del tango bailé toda mi vida!”, exclamaba Lamarque, una auténtica estrella continental conocida desde México a la Argentina. Y, claro, falta en este equipo de los sueños de las cancionistas de los veinte Tita Merello, que dramatiza al tango hasta lo sublime, o la caricatura, desde 1927, “mi insolencia consiste en mi fealdad. Esa verdad tantas veces contemplada con impavidez me da la pauta de mi propio valor” señalaba en 1936 la gran Tita de Buenos Aires, que rompió con los estereotipos de las cancionistas, siendo más intérprete que cantante, en una senda que llega hoy hasta Adriana Varela.

Rosita Melo se considera la primera compositora con el vals “Desde el alma” aunque fue anterior María Luisa Carnelli, autora de “Quiero papita”, pero debió esconderse en el seudónimo de Luis Mario para evitar las malas lenguas. Hebe Bedrune vestía de frac blanco y tuvo un tremendo suceso en la novedad de una mujer dirigiendo una orquesta de hombres. Finalmente, la leyenda de la bandoneonista  Paquita Bernardo, fallecida a las 25 años, a quien la gente hacía cola para verla tocar en el café Domínguez de la calle Corrientes,  y que integró la orquesta de Osvaldo Pugliese. El maestro Pugliese fue un pionero en la incorporación de mujeres a sus conjuntos al igual que Aníbal Troilo.

El golpe de 1930 cambiaría varios aspectos de la vida social argentina. Las libertades individuales y política empezaron a cercenarse progresivamente, y las mujeres retrocedieron en la arena civil. También en el tango perdieron espacios. Pasarían casi veinte años, voto femenino y derechos sociales mediante, para que las argentinas retomaran la senda por un contexto social más igualitario.   

 

La Negra Bozán y La Gallega Blázquez. Cantar el tango como mujer.

En estas dos enormes artistas y tangueras pretendemos sintetizar la importancia de la mujer en el tango, quien en palabras de Luque le aportó “una nueva sensibilidad, una nueva expresión, ternura y comprensión. Fuerza, también, porque hubo grandes trágicas” En ellas resuenan las voces de las cantoras de todas las épocas, Anita Palmero y Dolores Solá, Nelly Omar y María Graña, Susana Rinaldi y Soledad Villamil.

Sofía "La Negra" Bozán (1904 - 1958) hizo que el tango supiera reírse. Dueña de un escena increíble, adelanta a su época, La Negra podía detener a la orquesta después de frasear media estrofa y arremeter con monólogos soberbios sobre las cuestiones mundanas, y no tanto. Todo se iluminaba con la sonrisa de esa morocha y en sus labios el tango dejó de ser un lamento quejumbroso, o una historia patética de un amor perdido, y pasó a una travesura de una vida que debería gozarse sin preocupaciones ni lamentos. En el recuerdo de Luis César Amadori, “como intérprete de tango fue insustituible en su género. Con su temperamento juguetón y pícaro  imprimía a sus canciones un personalidad inimitable, hacer reír, con la música lánguida y perezosa de nuestro cancionero no es fácil, sin embargo Sofía consiguió desterrar la tristeza y melancolía de su repertorio tanguero. Y cuando se ponía seria, también lo sabía hacer; la noche que estrenó “Yira, Yira” de Discépolo tuvo que repetirlo tres veces. Sofía era artista, era buena, era noble y sentimental. Sofía era el Tango”, concluía Amadori, el director de cine que fue empresario del Teatro Maipo, y que tuvo contratada “de palabra” a La Negra durante veintiún años.

Hacía la década de los sesenta, el tango vivía uno de sus periodos más difíciles, alejado de los gustos populares por el boom del folklore y la música juvenil. Y fueron las mujeres, Rinaldi, Nelly Vázquez, Amelita Baltar, Susy Leiva y Eladia Blázquez, entre varias, quienes apuntalaron al género mayor de Buenos Aires. Blázquez (1931-2005), quien venía de la canción española y el folklore, a partir de 1968 se vuelca al tango con el apoyo de Homero Expósito,  Cátulo Castillo y Julián Centeya “Ella, Eladia, es Buenos Aires”, decía Centeya “Sueño de barrilete” o “El corazón al sur” son dos clásicos tangueros contemporáneos de Blázquez, quién además se destacaría con potentes baladas de la calidad de “Honrar la vida” Analizando en 1994 el lugar de la mujer en el tango, la música y compositora aseguraba que “tenía que ver con el papel triste que se le asignaba a la mujer. Y ese lugar era así por el origen prostibulario del tango, de abajo hacia arriba, marginal. Este punto de vista se va modificando a través de extraordinarios letristas como Alfredo Le Pera, quien queda opacado por la sombra de Gardel”, reconocía la autora del profundo tango “A un semejante” y en unas palabras proféticas, anticipando la revolución feminista del siglo XXI, “yo escribí un tema para un programa de televisión, De fulanas y menganas (1987-1989. ATC), donde dije lo que quería decir…“En este mundo ciego y vil del misil/deberá recomponer la mujer/porque ayer y hoy por hoy/ser mujer tiene que ver con el amor”…la mujer es una esperanza muy grande, abierta hacia el futuro, porque además tiene que pensar en sostener el mundo de afuera, y el de adentro”, concluía Blázquez para quien “la vida se parece tanto al tango. Cuando la gente vive, siempre descubre una frase de tango que le hace recordar algo, le dibuja un momento”

Eladia es autora de dos libros, “Mi ciudad y mi gente” y “Buenos Aires cotidiana”, y en éste último escribe en 1983, una de nuestras cronistas más agudas, más finas, “el país está en crisis. Lo mismo el mundo al cual pertenece. Igual que el hombre. La economía y la tecnocracia van cambiando las condiciones de vida aceleradamente. Los porteños (agregamos, argentinos) venimos sufriendo encontronazos y echándole la culpa a la falta de identidad…¿Y  si al final resulta que nuestra verdadera identidad…es no tener ninguna…?” Argentinos, a las cosas.  

 

Fuentes: Blázquez, E. Buenos Aires cotidiana. Buenos Aires: Editorial Fraterna. 1983; Ferrer, H. El tango. Su historia y evolución. Buenos Aires: Editorial Peña Lillo. 1960; Especial Buenos Aires. Revista Todo es Historia. Nro. 333 Abril de 1995. Buenos Aires; Homenaje al Tango. Revista La Maga. Nro. 4 Agosto 1994. Buenos Aires.

Fecha de Publicación: 21/12/2020

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