¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónLa década del cuarenta es el auge del Tango en cientos de salones y clubes, miles de horas radiofónicas, millones de discos. La imagen milonguera y barrial del sentimiento bailado ciudadano termina de imprimirse en la memoria popular al ritmo de Juan D´ Arienzo y el Bandoneón Mayor de Aníbal Troilo, entre tantas Típicas que descosían los fuelles. Una de las razones también fue la eclosión de letristas excepcionales, que modernizaron las postales del 900, mediada de la cotidianeidad de los hombres y mujeres de mediados de siglo XX. Homero Manzi, el primer ministro. Uno que no le iba a la saga era Horacio Sanguinetti, que lanzó 150 composiciones notables, y con los mejores músicos, Osvaldo Pugliese, Carlos Viván y siguen las firmas. Con “Nada”, de los tangos más cantados desde entonces, hay versiones descomunales de Roberto Goyeneche y Mercedes Sosa, ya tenía la fama y buena vida asegurada. Pero el poeta mató en 1950 y el presidente Perón ayudó a que escapara a Uruguay a pedido de Manzi, D´Arienzo y Cátulo Castillo. "Y es seguro que se ha muerto al irte tú/ Todo es una cruz”, las inmortales líneas de “Nada” (1944) que Julio Sosa arrojaba como si fueran puñaladas de la vida del letrista.
Poco se sabe de este uruguayo, nacido en Montevideo el 19 de marzo de 1914, como Horacio Basterra Sanguinetti. Si hacemos una búsqueda en las redes no se encuentran fotos y, las pocas imágenes, son borrosas e improbables reproducciones de carátulas de partituras. Menos biografías, salvo las líneas pioneras de Oscar del Priore e Irene Amuchástegui. Hasta que Ignacio Corsini graba en 1939 la bella “Morocha triste”, “Morocha/ qué grande es tu pena /cómo un pájaro ciego/ que canta muy cerca/de tu corazón”, música de Enrique Maciel, poco se sabe del poeta. Lo increíble, que certifica la calidad de Sanguinetti, que opta por el apellido materno en Buenos Aires enfrentado al padre –y por el linaje de descendientes de italianos con fama en el rubro-, es que por una década no existe casi orquesta sin un tema suyo, Troilo, D'Arienzo, Carlos Di Sarli, Ángel D'Agostino, Miguel Caló, Alfredo De Angelis, Pugliese, Rodolfo Biagi, Osmar Maderna, Julio De Caro, Lucio Demare, Antonio Rodio y suman las batutas. Aún en las milongas se repiten sus estrofas mientras se hacen firuletes.
“Una de las plumas que ayudaron a prestigiar la literatura del tango, especialmente en el tramo, justificadamente famoso, que ha quedado clavado en la historia del género como La Década del Cuarenta… Volcó su inspiración en la canción popular por conducto de un lenguaje siempre pulcro y cuidado, en el cual, junto a no pocos giros auténticamente poéticos, hizo prevalecer su gran destreza de letrista. Es decir que conjugó, el arte con la artesanía. Y abordó generalmente, el gran tema del tango: el del amor, que trató con romántico vuelo en muchas situaciones diferentes” dijo Gaspar Astarita del autor que escribió un premonitorio “Me voy Buenos Aires”, que compuso en 1943 con Antonio Varela: "Me voy Buenos Aires, buscando olvidar / me voy porque quiero una pena matar" En el atemporal “Nada” (1944, música José Dames), infaltable en cualquier orquesta que se precie de tanguera, aparece una concepción moderna de la mujer, no ya la madrecita/ prostituta/ abusadora, sino una que tiene un buen motivo de romper “un pobre corazón”, o al menos parece, “Nada, nada más que tristeza y quietud/ Nadie que me diga si vives aún/ ¿Dónde estás? Para decirte/ Que hoy he vuelto arrepentido a buscar tu amor”. Era Sanguinetti una figura muy querida y respetada del ambiente pero de un plumazo el letrista de más clásicos, “Los despojos”, “Moneda de Cobre”, “Tristeza marina” y “Arlette”, desaparece en el río marrón, en una noche triste.
En Amiga (1947), con Viván: "Que me importa de la muerte /si te llevo en el adiós", Sanguinetti otra vez oteaba el futuro. En 1950 la hermana fallece de tuberculosis, aparentemente. Según la reconstrucción de Amuchástegui y del Priore estaba casada con un militar que la sometía a constantes golpizas y humillaciones. Sanguinetti había intentado hablar con el violento cuñado pero todos los esfuerzos resultaron nulos hasta el trágico desenlace, ayudado por el estado lamentable de la mujer. El poeta fue armado al velorio, en “Por unos ojos negros” (1945) de Sanguinetti, también en sociedad con Dames: "Cuando clavaste tus ojos en mí / un misterio fatal presentí!". Furioso con la actitud del golpeador, empezó una discusión, que acabó con un disparo mortal del agresor de género. En medio de un velorio atestado de familiares. En el relato de Amuchástegui y del Priore, reproducido por Marcos Mayer, un desesperado Sanguinetti corre al “Chantecler” y espera que D´ Arienzo ejecute el último tema, y los danzarines abandonen el salón, para contar el dramón. Luego llaman a Cátulo Castillo, Manzi, el abogado de SADAIC, Sociedad de Autores y Compositores, Carlos Benica, y traman la escapatoria, en el refinado cabaret de Corrientes y Lavalle, a las tres de la mañana. Deciden ayudar a un querido amigo yendo a las cuatro de la mañana con el único que podría otorgar unas horas de inmunidad, el presidente Perón.
“La segunda secuencia fue en Álvarez Thomas 1477, Villa Ortúzar, donde vivíamos. Recuerdo que Horacio llegó en forma desesperada, con las manos vendadas, tenía un traje azul, dramáticamente desesperado. Estábamos en el vestíbulo y le decía a mi papá que había matado a su cuñado, por la mala vida que le daba a su hermana... Hablaban de que él se tenía que ir del país.... Mi viejo lo apoyó en todo, diciéndole: "Horacio, quedate tranquilo, que vas a poder irte..., no te desesperes", palmeándole el hombro. Él se aferraba a mi papá y también a mi mamá, repitiéndole: "Cholita, ¡lo maté!", reiteradamente. "Prácticamente mató a mi hermana... era un militar salvaje...”.Sé que a través de Cátulo Castillo, mi viejo y no sé quiénes más, hicieron que se trasladara hasta el Tigre y ahí tomaba una lancha para el Uruguay. Lo acompañaron hasta el final, lamentando en casa y recordando siempre que era una excelente persona, amigo y poeta. A mi papá le pegó fuerte el hecho. Es todo lo que recuerdo y no te puedo agregar nada más”, recordaba la hija de Osvaldo Pugliese, Beba, al periodista José María Otero. El presidente Perón finalmente en la Residencia de Olivos recibió a sus amigos poetas, Manzi y Castillo, y ordenó que la policía detenga un día la búsqueda del asesino. El líder justicialista tenía antecedentes de socorrer artistas que quebraron la ley y unos meses antes había indultado al humorista Rafael Buono, estrella radial de los treinta, preso por el femicidio de la esposa. El poeta Sanguinetti huye por San Fernando hacia Carmelo, y se pierde en el polvo de la historia, en Montevideo. Parece que regenteó un local nocturno, firmaba esporádicos tangos como Horacio Basterra del otro lado del charco, y fallece el 19 de diciembre de 1957. Solo y olvidado.
"Sanguinetti cruza el río de la Plata, se va a Montevideo y desaparece. Cuando se pierde, estuve investigando, pero no se sabe a qué se dedicó. Mi familia siempre se ha hablado de ése episodio. Estuve investigando y se pierde, alguna vez voy a viajar a Uruguay a ver si existe la tumba. Él tenía 46 años cuando murió en 1957, ni siquiera sé la causa de la muerte" manifestó el escritor Juan María Basterra, un sobrino nieto, a Sergio Schneider de Radio Facundo Quiroga. En “Barro” (1951), compuesto con Osvaldo Pugliese: "Solamente un milagro de amor / me haría resucitar, / si a mi alma que sus puertas cerró /pudiera un alma llamar. / Si a la nieve de mis penas / dos manos buenas / la borraran de mí. / Sino será / mejor morir".
Fuentes: Del Priore, O. Amuchástegui, I. A mí se me hace cuento. Historias ocultas del tango. Buenos Aires: Alfaguara. 2010; Mayer, M. Artistas criminales. Historias de genios sin ley. Buenos Aires: El Ateneo. 2012; Astarita, G. Todotango.com
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Fecha de Publicación: 07/01/2022
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