En tiempos donde muchas adolescentes o modernosas jovencitas que pasaron esa fase son muy fugaces estrellas bebotéandole histéricamente a un micrófono, mientras suena como fondo rítmico un lavarropas descompuesto, ella siga manteniendo su línea de conducta sin creerse nada y poniendo todo arriba de un escenario como si esa fuese la primera y la última vez, inocultable postura que desnuda su inagotable inquietud por crear mejor música cada vez. Consciente que la industria musical y una gran parte de los medios jamás tuvieron los testículos bien ubicados para reconocer sin titubeos su inagotable e inconmensurable talento cantando o componiendo, amén de proponer atractivos espectáculos con una fantástica sensibilidad, Fabiana Cantilo sigue siendo hasta nuevo aviso y mal que le pese a bastantes de este planeta, la gran reina del rock-pop, con muchísima cuerda para mantener su genial reinado en cada espacio de nuestro territorio. En otros lugares del planeta alguien así con su deslumbrante genialidad musical tendría el apoyo de empresas y personalidades para desarrollar su carrera, aunque aquí los verdaderos responsables de la industria musical prefieran ir al producto musical fast-food con fecha muy clara de vencimiento. Por suerte habitan sin signos de cansancio en este país, incansables artífices de la música como María Watson, Bárbara Márquez o la productora GonnaGo, quienes condujeron a la artista hasta la oficialización de su último un álbum en el Teatro Coliseo, una pieza de su discografía tan cautivante como hipnótica en su perfil estético.
“Cuna de piedra” es el último opus discográfico de la cantante, un sorprendente trabajo en donde las esencias acústicas y los etéreos climas ambientales se conjugan como fragancia sonora de alta persuasión en la seductora travesía de esos temas. Este cautivante registro que su responsable puso a consideración a finales de 2019, padeció como la mayoría de los discos lanzados por esa época, el parate de una pandemia que paralizó los conciertos o presentaciones en vivo durante muchísimos meses en el país. Paradójicamente este disco que no tuvo recitales por casi un año y medio, fermentó notable y adecuadamente con el paso de los meses ofreciendo una relectura que tal vez no asomó cuando la gran estrella lo anticipó en una delicada fiesta en el “RoxyBar”, una fantástica noche de suave campiña y delicadezas artísticas donde el público pudo llevarse los almohadones utilizados como particular escenografía de aquél evento con tono de fogón y fecunda sensibilidad creativa por aquella temporada. La introspección que ofrece su más reciente capítulo en los estudios de grabación, no tuvo apoyo ninguno del conglomerado de sellos que habitan en el país, material que apareció de manera independiente en las plataformas y que ahora sus seguidores pueden adquirir en formato de pen-drive, silueteada como una ominosa llave en el hall de sus conciertos. Lo ocurrido es también otro patético desplante de los sellos que ahora corren muy desesperados por las ridículas adolescentes con voz maquillada electrónicamente, gama de seres manipulables desde el minuto cero hasta que terminan su efímera vida.
Proponiendo buena música desde el comienzo de su carrera musical, esa que comenzó a fines de 1981 como telonera de Serú Girán casualmente en el mismo teatro escogido para su más reciente presentación porteña, Fabiana Cantilo lleva 40 años mostrando que es la mejor cantante y compositora que tiene el género “rock-pop”, sin artilugios de marketing o bochornosas tecnologías que manipulen una garganta tan inmaculada como magnífica en todas aquellas gamas que la soprano maneja con una fenomenal ductilidad. Su concierto a pocas horas que este desgastante 2021 se despida de una buena vez, estuvo dividido en su contexto estructural en dos partes muy diferenciadas. La primera fue como correspondía, una inoculación endovenosa completa y por orden de púa de su último disco, un material que tocado de esta particular forma desarrolla una ambientación totalmente despojada de sonidos cargados, generando una atmósfera medieval de gran impacto. Para completar la escena que propone el disco, varios actores completan sutiles performances escénicas allí en convivencia con los músicos, mientras el vuelo onírico del álbum levanta altura en una puesta escenográfica donde los símbolos espirituales asoman en una enorme esfera que al final de esa parte se convierte en una romántica luna llena.
El segundo bloque de impactante concierto, es naturalmente un adrenalínico sobrevuelo sobre los highlights de una discografía tan hermosa como emocionante en cada una de las facetas que su protagonista exhibe, un tramo del concierto que gana en orquestación para diferenciarse sin vacilaciones del arranque con material reciente, un show donde todas las piezas seleccionadas encastran en una película de show sin fallas milimétricas. Vestida en la primera parte con un look que mixea futurismo y medioevo en originales proporciones, para la segunda y última parte la protagonista opta por enfundarse en un ceñido conjunto de chaqueta y acotada falda roja, cuatro minutos para el obvio cambio de vestimenta que encuentra a la cantante y bailarina Marisa Mere, encarando una cuidada versión versión de “Pasajera en trance” muy prolija y pegadiza. Ya ubicada en el escenario, le bastan a Fabi esgrimir un par de sensuales coreografías con esa ropa para que la audiencia masculina recuerde que la seducción de Cantilo mejora su fragancia con el paso de las temporadas.