¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 29 De Marzo
Hay quienes creen que eso de ser “el uno para el otro” no existe. Pero a veces pasa, y no solo entre dos personas, o en una relación interpersonal. No creo que nos equivoquemos al afirmar que Aníbal Troilo, por ejemplo, estaba predestinado al bandoneón. De hecho, sabemos de su propia boca que él mismo lo sintió desde muy pequeño:
“Antes de ponerme el fuelle en las rodillas, me ponía la almohada de la cama. Hasta que un día fuimos a un picnic en lo que había sido el viejo Hipódromo nacional. Habían llevado a dos bandoneonistas y tres guitarras, y cuando se fueron a comer yo subí unos escalones, agarré un bandoneón y me lo puse en las rodillas. Esa fue la primera vez. Yo tendría nueve años”.
Fue su primer amor, y fue amor a primera vista también. Nació el 11 de julio de 1914 nada más ni nada menos que en pleno barrio del Abasto, y allí fue criado durante toda su infancia: de hecho, hasta los ocho años (coincidentes con la triste muerte de su padre), vivió en la calle Cabrera 2937, entre Anchorena y Laprida. Con respecto a eso, no debemos olvidar que el Congreso de la Nación Argentina declaró en 2005 la fecha de su cumpleaños como el Día Nacional del Bandoneón (mediante la ley 26.035, promulgada de hecho el 16 de junio). Los propulsores de esta ley fueron Francisco Torné, nieto de Zita Troilo, y el poeta Horacio Ferrer, amigo del músico y presidente de la Academia Nacional del Tango.
De Troilo se cuenta que, desde muy chico, cada vez que oía el bandoneón en alguno de los bares de su barrio, le encantaba detenerse a escucharlo y sentir su maravillosa tonada, tan porteña y expresiva. Cuando cumplió los diez años de edad, se comenta que no quiso una pelota, como cualquier otro niño de su edad: quiso, en cambio, un bandoneón. Su madre, que ya había quedado viuda y por eso tenía que ocuparse por su cuenta de los hermanos Troilo, al fin accedió. Se lo compró a 140 pesos de entonces, a pagar en 14 cuotas de 10 pesos. Por esas casualidades de la vida, como si el vendedor supiera en quién se convertiría el pequeño Troilo, luego de la cuarta cuota desapareció y nunca reclamó el resto.
Con ese bandoneón, Pichuco tocó casi toda su vida.
Cuando tenía 11 años, Troilo tocó por primera vez su emblemático bandoneón ante el público de un bar cercano al entonces Mercado del Abasto (que tenía un ambiente muy distinto al actual pues lejos estaba de ser el shopping que es hoy). Las calles de nuestra ciudad no dejaron jamás de inspirarlo. De hecho, se cuenta que dijo:
"De Buenos Aires tendría que decir muchas cosas... Que es mi vida, que es el tango, que es Gardel, que es la noche. Que es la mujer, el amigo. Tendría que decir muchas cosas y muchas no sabría cómo decirlas. Pero anote esto: agradezco haber nacido en Buenos Aires"
Es que Aníbal Troilo verdaderamente es un emblema de la ciudad porteña tanto como lo es de su instrumento. En la actualidad, hasta hay una calle que lleva su nombre, entre la Avenida Corrientes y Sarmiento, una de las diagonales que cruzan por allí. Desde fines de la década del 30 hasta los 80 en Maipú 359, funcionó el ex cabaret Marabú, donde Pichuco se presentó repetidas veces: hoy, ya no es el mismo lugar que era antaño, pero conserva su espíritu pues es un salón de baile de tango (entre otros ritmos). Incluso es posible visitar su tumba en el Cementerio de Chacarita, donde hay erguido en su honor un monumento que lo representa -no podía ser de otro modo- tocando el bandoneón.
Fecha de Publicación: 07/05/2018
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