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El padrino

Pichuco, “el Bandoneón mayor de Buenos Aires”, instituido como padrino artístico de Rubén Juarez.

En la ciudad de Buenos Aires, más precisamente cerca de la esquina de las calles Charcas (hoy Marcelo T. De Alvear, a esa altura) y Talcahuano, funcionó un famoso reducto tanguero, con el nombre de “Caño 14”. Uno de sus dueños fue el extraordinario número 10 de San Lorenzo de la década del ´40, Reynaldo Martino. Otro de ellos era mi estimado amigo Antonio Maira, cantor de tango de varias orquestas, entre las que figura la de Francisco Canaro.

En dicho local actuaba como principal atracción la orquesta de Aníbal Troilo. Paralelamente, iniciaba su carrera un joven valor, bandoneonista y cantor, que sobresalía por tener un instrumento blanco: Rubén Juarez, quien luego tendría una importante y larga trayectoria.

Juarez solicitó a la gerencia de Caño 14 que le fuera cedido un cuarto que era destinado a guardar trastos, para tener un lugar en donde poder ensayar; cosa que le fue concedida.

Un día, en pleno ensayo, oye que le golpean la puerta. Al abrir, se encuentra, sorpresivamente, con la figura del maestro Pichuco, con quien tenía reciente y muy poca vinculación. Luego de los saludos formales y una breve charla, Troilo, con su bonhomía y su desenfado, le da unos consejos respecto del manejo del bandoneón; especialmente sobre la utilización de la mano izquierda, que muchos ejecutantes no usaban correctamente.

A partir de ese momento, “el Bandoneón mayor de Buenos Aires”, como lo bautizara el poeta tanguero Julián Centella, queda instituido como padrino artístico de Rubén Juarez.

 

Un poco de “El Negro”

Conocido como "El Negro", Juárez se caracterizó por ser, quizás, el único intérprete de tangos que solía cantar acompañado por su bandoneón -recordado por su llamativo color blanco-, algo que lo llevó a erigirse en una figura importante de la historia de la música rioplatense.

Se crió en Avellaneda, en Sur del Gran Buenos Aires. Desde pequeño se vinculó con la música, tomó clases e integró una orquesta juvenil. Ya adolescente sumó el estudio de la guitarra, que de alguna manera equilibraba ese eje musical tango-rock que llevó a su vida artística más tarde. La fama le llegó de la mano del presentador  Nicolás "Pipo" Mancera que lo convocó para cantar en su famoso y muy visto ciclo televisivo Sábados Circulares de Mancera.

Algunas de sus composiciones más conocidas

 

Para “¿Qué tango hay que cantar?” hizo Juárez hizo sociedad con el popular Cacho Castaña en la letra:

Decime bandoneón, qué tango hay que cantar

No ves que estoy muriéndome de pena,

Yo sé que en tus archivos se quedó

Un tango que Gardel nunca cantó.

Permiso bandoneón, quizás Discepolín

Un verso te dejó para mi pena,

Yo sé que con tu aliento a soledad

Mi angustia y mi dolor podés calmar.

 

Qué tango hay que cantar, decime bandoneón

Yo sé que vos también llorás de amor,

Tuviste un desengaño como el mío

La noche que Malena se marchó.

Qué tango hay que cantar, querido bandoneón

Busquemos este tango entre los dos,

Tu pena con mi pena van del brazo

Qué lindo que se hicieran el amor.

 

No llores, bandoneón, tenés que perdonar

Si a todos deschavé cuál es tu pena,

El beso que Malena no te dio

La noche que amurado te dejó.

Qué tango hay que cantar, querido bandoneón

Busquemos este tango entre los dos,

Tu pena con mi pena van del brazo

Qué lindo que se hicieran el amor...

 

 

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