La música patagónica está presente no solo en la provincia y en la región sino también en todo el territorio argentino: Eduardo Paillacán ha presentado a mitad del año pasado su último trabajo discográfico: Silvestrerías.
El cantautor nació en Esquel, en la ciudad cordillerana de Chubut, y lleva ya más de 45 años en torno a la música: desde los 5 que toca la guitarra y desde 1971, a los 8 años, participa de peñas folklóricas y festivales locales. Además, desde hace casi 25 años que difunde el patrimonio del canto regional de autoría y de otros compañeros en La Trochita, el viejo expreso patagónico.
Su música, de la que vive, fue naciendo de sus padres, sus abuelos y lo que se fue encontrando a lo largo de la vida. Tiene en su haber más de cinco discos, el primero fue editado en 1991: Plegaria de la guitarra; también fundó y preside el Centro Cultural Independiente Rucaiken, junto a otros artistas y educadores locales. Eduardo articula el arte, la educación y lo poético en sus canciones y en cada presentación y entrevista que da.
“Somos tehuelches mapuches, somos mestizos en sangre”, cuenta. Enfatiza que, para él, los choques entre culturas son algo intrínseco del hombre. Actualmente se identifica con su comunidad, y confiesa: “Yo voy a lo profundo de mi corazón y a mí me duele, muchas veces, no sentirme parte de esto, de la argentinidad. Porque mientras más uno aprende de lo que hemos sido, de lo que son los abuelos, y la historia que nos envuelve, es difícil: es muy difícil”; sin embargo, tampoco reniega del país en donde vive y se expresa libremente en cada lugar que visita y explaya su música.
En sus trabajos discográficos aparecen muchos de los instrumentos típicos del cancionero patagónico: el cultrún, ñorkín guitarra, bajo eléctrico y otros músicos que lo acompañan con diversos instrumentos. Su último trabajo, Silvestrerías, lo presentó públicamente el 26 de junio, con ciertos rigores de cuidados por la pandemia en el Centro Cultural Melipal, de su Esquel natal: a la gorra virtual, con Juan Falú como músico invitado y con transmisión online por el facebook de Nacional Esquel, el perfil institucional de la Radio Nacional.
En su visión del mundo y su sentir como persona, continúa aprendiendo: “Cuando uno ve la cosmovisión mapuche, uno va aprendiendo la espiritualidad antigua y demás, todo eso es como que está más abajo, porque lo nuestro es gigante. Y a mí me falta mucho para aprender todavía”, relata.
Además agrega que al escribir sus canciones trata de ser un niño porque es ahí donde se siente bien y cómodo: “En esa pureza, yo puedo trabajar, puedo pintar, puedo dibujar, con la palabra y la música”.
La presentación cotidiana
Sus canciones, esas que relatan y nombran lo escondido, lo pequeño y lo simple como también los dolores transformados, lo histórico y lo espiritual, se oyen desde 1997 en los vagones de La Trochita: todo comenzó por una idea del entonces coordinador del expreso patagónico y fue junto a Marisa Pérez Serrano que lo comenzó. Cuenta que una de las primeras veces la gente se enojó: el porqué fue porque vendieron rápidamente los 10 cassettes y no tenían más.
Con las letras intenta transmitir una posición ante la vida que le tocó transitar, el canto como testimonio de vida. Cada vagón es un teatro totalmente distinto: cuenta que se saca el cansancio y todo lo que le ocurre a título personal para poder brillar en cada uno de ellos: la articulación con el relato histórico que hacen los y las guías, hacen que los usuarios de La Trochita comprendan aún mejor el pasado, muchas veces trágicos, de los pueblos.
Además de las presentaciones que, de a poco, van volviendo tras las restricciones sanitarias, a Eduardo Paillacán se lo puede escuchar y descargar a través de las distintas plataformas digitales; en su web se puede pagar algunos (o todos sus) trabajos discográficos como también realizar una colaboración económica como gorra virtual. La música patagónica tiene grandes representantes, y él es uno de ellos.
Licenciado en Comunicación Social. Nacido y criado en Chubut, actualmente alejado del pago. Siempre que puedo, hablo de la Patagonia. Tengo buena memoria –para cosas bastante intrascendentes, pero buena memoria en fin–. Le meto ganas a lo que hago, porque sin pasión no vale la pena.