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Edmundo Rivero: el cantor de la voz gruesa

Edmundo Rivero fue una pieza fundamental en la historia de nuestro tango. En el aniversario de su nacimiento, lo recordamos.

Si hablamos de aquellos artistas que marcaron un antes y un después en la historia de nuestro tango, Edmundo Rivero es, sin dudas, uno de ellos. Todo lo que hacía llevaba su marca personal y supo distinguirse tanto por las particularidades de su voz como por su repertorio y su estilo.

El caso de Edmundo Rivero es uno muy singular. Su voz contenía un registro de bajo, que no era común en los cantores de tango de la década del 40, cuando se imponían los que tenían registro de tenor. Eso, sumado a un sentimiento criollo y al uso del lunfardo –jerga por la cual se sentía muy atraído– lo hicieron un artista único, aunque algo resistido por los puristas del tango de la época. Sin embargo, su carisma, su afinación y su fraseo lo convirtieron en el favorito del público, y eso es –en definitiva– lo que importa.

Talento y formación

Leonel Edmundo Rivero nació en el sur del conurbano bonaerense un 8 de junio de 1911. Luego, con su familia se mudaron a Capital, al barrio de Saavedra. Su relación con la guitarra comenzó cuando era muy pequeño y, posteriormente, estudió canto y guitarra clásica en el conservatorio nacional de música. Ese fue otro punto que lo destacaba del resto: no era un improvisado. Su formación musical sostenía su talento, en una combinación que resultaba infalible.

Su debut profesional fue a dúo con su hermana Eva en Radio Cultura. Allí fue contratado luego para formar parte del conjunto que acompañaba a las figuras que hacían su presentación en la emisora. Sin embargo, fue en Radio Splendid donde cantó por primera vez de manera profesional, casi por casualidad, cuando le tocó reemplazar al artista que debía actuar y al cual él debía acompañar.

Luego, su carrera siguió creciendo de la mano de varios grandes del tango. José De Caro lo contrató para su orquesta, lo que le permitió entablar relación con Julio De Caro, quien le propuso ser su cantor en los tradicionales carnavales del Teatro Pueyrredón de Flores. Posteriormente, trabajó en la orquesta de Emilio Orlando y, a comienzos de los 40, en la de Humberto Canaro.

Pero Edmundo Rivero terminó de llegar definitivamente a la fama cuando fue convocado por Aníbal Troilo para formar parte de su gran orquesta. Durante los tres años que participó en ella, dejó más de una veintena de grabaciones. Se convirtió en sinónimo de tangos como “El último organito”, “La viajera perdida”, “Yo te bendigo” y “Sur”.

 

 

Un artista versátil

En 1950, comienza su etapa como solista, acompañado por un conjunto de guitarras que estaba integrado por Armando Pagés, Rosendo Pesoa, Adolfo Carné, Achával y Milton. En ocasiones, también fue acompañado por la orquesta de Victor Buchino.

Fue compositor y autor de muchos temas: “No mi amor”, “Malón de ausencia”, “A Buenos Aires”, “Falsía”, “Quién sino tu”, “Arigato Japón” y “El jubilado” son algunos de ellos. Además, un artista versátil como Edmundo Rivero no podía prescindir de su aparición en la pantalla grande. Participó en varias películas: El cielo en las manos, Al compás de tu mentira, La Diosa Impura y Pelota de cuero, entre otras. También incursionó en el arte de la escritura a través de dos libros: Una luz de almacén y Las voces, Gardel y el tango.

Como si todo esto fuera poco, en 1969 se convirtió en anfitrión. Inauguró su propia casa de tango, El Viejo Almacén. Por allí pasaron innumerables figuras nacionales e internacionales. También tuvieron lugar momentos únicos: escuchar a Rivero acompañado por la orquesta de Osvaldo Pugliese o encontrarse entre la gente a Joan Manuel Serrat, un gran admirador del cantor.

Por todo esto y mucho más, Edmundo Rivero es uno de los artistas de tango más reconocidos del país. Para él, nuestro homenaje.

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