¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónHemos escuchado hasta el hartazgo la frase “Eric Clapton, el Dios de la guitarra”. Nadie a esta altura de los acontecimientos se anima a cuestionarlo, por más que en el mundo haya al menos unos diez guitarristas con igual o más talento que el fundador de “Cream”, una gran picardía inglesamente criolla, que existe instalada social y culturalmente en el acerbo de todos los continentes. Los británicos saben que Clapton es un monstruo de la guitarra y lo ostentan constantemente, como una de sus cartas diplomáticas a la hora de divulgar sus canciones como un decisivo as del mazo de naipes cultural. En Argentina, no tenemos a la fecha realmente nada que envidiarle a los oriundos del Reino Unido, por más que el feroz desconocimiento de una parte de las nuevas generaciones todavía no se hayan acercado al majestuoso cancionero de un artista de idéntica calidad y trascendencia cultural. Nuestro país tiene un inconmensurable monstruo de la guitarra, un cantautor que además participó de muchas de las bandas claves de la historia del rock argentino, detalle trascendental en la poderosa influencia que sus obras adquirieron con el paso de las décadas. Si después los habitantes de este territorio no lo valoran como corresponde, deberán hacerse cargo de un ninguneo tan impresentable como macabro.
Tenemos la suerte de contar en Argentina, con alguien que artísticamente siempre estuvo con todas sus obras a la altura del señor Eric Clapton e incluso un poco por arriba de este, en determinadas situaciones. Las tres únicas diferencias que lo separan del músico inglés, son las respectivas cuentas bancarias, la trascendencia mundial de la carrera del británico por emerger de esa nación y la magnífica consideración que la mayoría del público del Reino Unido observa por el autor de “Layla”, mientras que aquí en Argentina, recién en los últimos siete años creció la correcta valoración de la trayectoria del autor de “Y si de algo sirve”, por un público joven absolutamente aturdido de escuchar patética chatarra sonora, que por ahora encanta hipnóticamente a las discográficas, pero que tiene gracias al destino inexorable fecha de vencimiento. Tenemos por suerte aquí en Argentina hace muchas décadas un inconmensurable maestro irrepetible de las seis cuerdas, fenomenal y sensible cantante que además diseñó decenas de composiciones que en cualquier escuela de arte deberían ser de escucha obligatoria hasta recibirse. Este país por suerte puede jactarse de decir que existe un David Lebón que revolucionó el rock con sus mejores arquitecturas musicales, un músico que si no existiese habría que generarlo de un modo genético-artístico para que esta parte del continente sea menos triste y horrible, saturado brutalmente en la oscurísima actualidad de mediocres impresentables, quienes dicen muy descarados que hacen rock y solo dan honestamente mucha vergüenza.
El destino, las coincidencias y las comparaciones juegan un insólito papel en el análisis de las circunstancias que nos tocan atravesar. Hace 30 años, Conor Clapton, pequeño hijo del histórico guitarrista inglés y la modelo Lory Del Santo, perdía la vida cayendo del piso 53 de un rascacielos en New York, un suceso que marcó la vida del músico inglés que recién al componer “Tears in heaven” (lágrimas en el cielo) pudo exorcizar ese enorme dolor que lo hería lacerante cada segundo después de aquél episodio. Hoy David Lebón entiende lo ocurrido, a pocas semanas de atestiguar la muerte de su hija Tayda, esa brillante piba que felizmente lo acompañó a fines de los ‘80s tocando la guitarra con él en el Teatro Opera, momentos de enorme felicidad cuando la primogénita del “Ruso” subió a tocar junto a su padre en la oficialización del disco “Contactos”, los dos de traje marrón, en una noche de lujuria rockera que nadie podrá borrar. Esa reciente pérdida ocurrida en New York, donde el joven residía en las últimas temporadas, fue un brutal impacto que el ánimo del maestro de las seis cuerdas no pudo disimular el último fin de semana, cuando finalmente subió al escenario del Gran Rex para ofrecer lo mejor de sí en dos conmocionantes noches ante un público que no escatimó ovaciones de pie, prolongados aplausos y frases que respaldaron al superlativo instrumentista y cantante en incontables ocasiones.
Si bien había concretado algunos escasos conciertos en esas pausas operacionales que las restricciones sanitarias avalaron de vez en cuando, época donde ofreció un recital afuera de Obras a principios de esta temporada de enorme brillantez, este fin de semana en esa magnífica caja acústica del Gran Rex ocurrieron los primeros shows del guitarrista con el aforo completo de un teatro inigualable para ver y escuchar música en serio. Lo ocurrido en los Estados Unidos recientemente y la vuelta a la “vieja normalidad”, por más que todo el público deba cubrirse parte del rostro por esta agresiva enfermedad generada hace dos años criminalmente en un laboratorio chino, tiñó la sensorialidad del inmaculado artista, un concierto que más allá de ofrecer pasajes agradables, quedó envuelto en un invisible luto que corporizó reacciones del músico haciéndole entender a sus fans que seguir luego de una tragedia de esas características no se concreta de manera inmediata. La presencia de Pedro Aznar en ese recital, un enorme creativo que tal vez no tenga en Argentina todos los reconocimientos que merece después de ofrendar décadas y décadas de maravillosas obras y fenomenales ejecuciones en vivo lindantes con el éxtasis más sublime, fue uno de los momentos más emotivos del primer show en la sala de la Avenida Corrientes, velada donde el anfitrión piloteó lo mejor que pudo sus sismos emocionales ante lo ocurrido, en una época donde cada pérdida desanda heridas de profundidad desgarradora.
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Los primeros rebotes noticiosos y también algunos comentarios en las redes sobre todo lo ocurrido el viernes aludían a eso, a la afectación emocional del intérprete delante del gran número de asistentes recordando su pérdida y poniéndole la mejor voluntad a sobrellevar una circunstancia así, un contexto que tornó a la primera de las dos funciones en un show más intimista y donde lo ceremonial aplacó el entusiasmo de la gente. Probablemente los que tenían tickets para el último recital en el Rex, enterados de la situación, asumieron en la sala una predisposición distinta, lo que modificó sustancialmente el clima de la segunda presentación en el Gran Rex. Bastó que terminara el tema de apertura con “Cuanto tiempo más llevará” para que la sala entera se pusiera de pie a aplaudirlo por varios minutos de un modo muy entusiasta, para que el anfitrión de ese espectáculo entendiese que su gente allí estaba para acompañarlo más que nunca. Sonriendo y dejando traslucir que no ocurriría lo acaecido en la primera noche, el notable guitarrista atinó a decir “están con mucha energía, tírenmela toda a mí que yo se las devuelvo”, mientras la gente seguía respaldándolo frente a esta particular situación. En lo estructural, el segundo show mantuvo comprensiblemente el listado del primero, pero la potencia que se percibía arriba del proscenio en la última de estas presentaciones obviamente era mucho mayor con el artista más tranquilo y apoyado.
Asistir en los últimos años a un concierto de David Lebón, es simplemente sentarse en un confortable asiento de teatro para presenciar una “masterclass” de lo que significa ser en el cruce de milenios un solista de rock. Ubicado en el centro del escenario, con una carga de paz y concentración, el músico deja claro que sus conocimientos y su forma de interpretar evolucionaron a velocidad subsónica, ubicándolo en la actualidad como un gran referente del instrumento, que sabe cuando dosificar la acción de sus dedos en el diapasón o aquél instante en que su mano izquierda adquiere una velocidad y precisión infartante. Cultor de la escuela de B.B.King, es decir aquella docencia interpretativa donde se puede transmitir mucho tocando apenas unas pocas notas, la maestría del guitarrista permite a cada segundo advertir una delicada orfebrería en esa tarea, dotando a las canciones de lo necesario, pero sin olvidar que en enérgicas piezas de rock, sus dedos parecen dos Fórmula 1 que buscan la punta de la carrera de manera enloquecida sin pifies ni malas apoyaturas. El concierto tras la apertura desnudó esas situaciones, una performance donde la garganta del cantante es por lejos una de las mejores en la historia del rock argentino, espectáculo que activó en ese arranque clásicos como “Dejá de jugar”, la contundente “Sin vos voy a estallar” o algo más reciente como “Encuentro supremo”.
El primer momento fuerte de la noche, ideal para entender lo que significa apreciar a una leyenda como Lebón, surgió apenas arrancó “Esperando Nacer”, un enorme éxito de esa inolvidable época con Serú Girán, donde se notó la vigencia de una de las canciones más significativas de aquella formación, uno de los dos grupos de rock más importantes en la historia de este país. El entretenido show luego siguió con “No llores por mí reina”, tras lo cual el protagonista de la noche advirtió la presencia en las primeras filas del cantante Kevin Johansen, a quien invitó a subir al escenario para encarar ”Parado en el medio de la vida”, un tema que ambos prefirieron cantar de manera dual sin fragmentar las líricas del mítico hit de los ‘70s. En esta segunda función, ya sin Aznar de invitado, David encaró a pocos minutos de la mitad de show el pequeño bloque acústico con dos magistrales perlas de su repertorio, como “El tiempo es veloz” y “San Francisco y el lobo”, tras lo cual tomó la programada determinación de cederle el liderazgo vocal a su guitarrista Daniel Ferrón, quien hizo una versión de “Credulidad” tan sensible como adecuada para ese momento de la presentación, donde la interpretación del violero rítmico fue muy cercana a la de Luis Alberto Spinetta en esa magistral evocación.
Luego de dos piezas tradicionales de show como “Treinta y dos macetas” y “No confíes en tu suerte”, se produjo el momento del segundo invitado en el concierto, definitivamente la situación bisagra del espectáculo. Habiéndolo acompañado en aquella época en que vivió en Mendoza, donde curiosamente contó que dejó de tomar alcohol, David introdujo a esta plataforma de espectáculo al rosarino Palmo Addario, un fantástico violero que la mayoría del público presente en el Gran Rex desconocía, uno de los fenomenales cesionistas que a poco de mudarse al interior se integró a su nueva banda en aquél tiempo. Ahora en la sala más famosa de la avenida Corrientes, su participación en dos canciones fue la clave de un drástico cambio en el semblante del concierto. Con una asombrosa naturalidad en todo su desempeño en escena, como si fuese algo ensayado muchísimas veces con anterioridad en relación a estas fechas, provocó dentro del clima anímico del espectáculo una adrenalínica subida, como si el show se hubiese tomado de golpe cuatro o cinco latas de esa conocida bebida energizante cuyo nombre es castellano es “velocidad”.
Durante esos dos temas donde actuó como invitado, el rosarino utilizó guitarras mucho más tradicionales de formato, con menos caja y más microfoneo direccionado, postura de interpretación que le insufló al recital en solo dos apariciones una brutal potencia rockera al evento, un concierto que lo venía pidiendo a gritos. La intervención del guitarrista de Santa Fe tuvo sorpresivamente un efecto especial en la performance de la banda, como si el grupo hubiese salido de una modalidad de gas natural comprimido, pasándolo a nafta en milésimas de segundo, tramo donde hasta el propio David modificó su actitud tocando de otra manera e incluso a otro volumen. En las canciones “Noche de perros” y “Mundo agradable”, hits de Serú Girán de distintas épocas, la fiesta que uno podía esperar dentro de lo aguardado alcanzó su verdadera dimensión interpretativa, con un genial invitado que sin chapa mediática, ni artificios de juguetería modernosa, vomitó un letal rock furioso a revulsiones bien dosificadas. El impacto del instrumentista conmocionó fuertemente a los espectadores, quienes no dudaron en pararse para aplaudir esas dos participaciones con un dueto de guitarristas prendidos fuego sin misericordia ni titubeos. “Es el mejor guitarrista que hay en el país, …después de mí”, ironizó el anfitrión dejando en claro su admiración por un santafesino que estuvo unos pocos minutos, provocando un maremoto eléctrico.
Dos factores tiñeron de sensaciones distintas lo que suele ser un concierto de Lebón en la actualidad. Por un lado David, tal vez todavía con las secuelas del fallecimiento de su hija Tayda, se mostró demasiado golpeado de ánimo, lo que se percibió en suaves expresiones como “los extrañé mucho, yo no sé hacer otra cosa que esto”, pero que sonó más duro algo después cuando indicó que “tengo 69 años y me va bien, cuando yo me vaya de esta tierra me los voy a llevar conmigo. Uno se amarga mucho con las tonterías, pero las tonterías de las que hablo son pelotudeces. Tomé la decisión de escribir un libro, para contar muchas de las cosas que he vivido”. El anuncio literario de una autobiografía con un escritor que jamás estuvo en los primeros años de su carrera testimoniando esa notable época, suena poco coherente para brindar correcto registro de una carrera monumental con etapas que es imprescindible haberlas testimoniado en los lugares de esos hechos. La otra nota que elevó un sentir poco feliz, fue la entrega interpretativa de cierta parte de su grupo, sector que padeció o algún cansancio del primer recital o la ausencia de una buena taza de café, porque lejos de poner lo que hay que poner en un concierto con el mejor guitarrista que hay en el país durante esta etapa del planeta, hizo lo necesario pero nada más, pudiendo darle un plus a un evento que pareció despertarse con la llegada de Addario.
David Lebón cuenta desde los años ‘80s con un armamento rítmico devastador, se llama Daniel Columbres y sigue siendo uno de los tres bateristas claves en la historia del rock argentino sin dudas. Le basta bajar su demoledor brazo izquierdo sobre el tambor para que la Panamericana viva un sismo de escala 8.6 Richter por varios minutos, ejecutante que además de hacer fáciles las cosas difíciles de tocar, le pone una muy inconfundible potencia al maestro Yoda de la guitarra con blancos cabellos. Su contundencia sumado a un sincronismo inaudito para convertir cualquier partitura en vivo a una réplica de algo creado sin fallas, es sencillamente desmoralizador para cualquier alumno del instrumento, uno de los grandes responsables para que la brillante música de David tenga un voltaje de contundencia rítmica letal y una coloratura interpretativa subyugante. Sin Columbres en el arco musical del memorable guitarrista, la música del astro rockero no hubiese sido lo mismo en estas últimas cuatro décadas, un batero que suena como un superlativo Blu-Ray con audio Dolby 8.1 en cada impacto de sus piernas o brazos.
Daniel Ferrón pone una voz muy buena en los coros y una guitarra responsable donde corresponde. El suave problema que Lebón vivenció en estas fechas, inconveniente que no ocurría desde antes de la pandemia, es que sus laderos andan de mala racha. Mientras Roberto Seitz mantiene un desempeño equilibrado en el bajo, asoman las desdibujadas performances de Leandro Bulacio y Gustavo Lozano en los teclados, las que fueron un subliminal calvario para quienes recuerdan a todo momento los brillantes pianistas que el “Ruso” ha tenido en su carrera. Es patético y ridículo que quienes deben acompañar a una leyenda del rock, salgan a un escenario así con ese bochornoso teclado “Nord”, un instrumento falto de octavas para tocar y con sonidos más apropiados para la cumbia holográfica que para rememorar situaciones de blues-rock o pop que necesitan a cada instante de una particular gama de preseteos, que este cachivache tan millennial no ofrece en ninguno de sus modelos. Ambos tuvieron un discreto desempeño, noches donde Bulacio abusó de los porrazos sobre el sonido de órgano, mientras que Lozano cuando dejó sus teclas tampoco lució demasiado con una guitarra símil SG a la que el clavijero le jugó varios momentos de afinación dudosa. Para mal de males, el anfitrión le permitió a su pianista principal tocar un tema solo en escena, un desacertado momento que quebró el clima de un show ascendiendo en temperatura, varios minutos donde toda la banda y una buena parte del público se fueron a expulsar toxinas a los inodoros.
Ambos recitales, a diferencia del último lustro de conciertos que el artista brindó, no se clausuraron con el clásico “Seminare”, que sonó ubicado en penúltimo lugar de una fantástica celebración interpretativa, sino con “Nos veremos otra vez”, uno los hits del músico en el álbum “Serú ‘92”, una forma de cerrar dos jornadas espectaculares con canciones que se inscriben en el cancionero más indispensable de cualquier amante de la buena música. Ver a este David Lebón, haciendo pleno ejercicio de una plenitud personal y profesional donde todas sus apariciones son situación garantizada de excelencia artística no es casualidad y los responsables tienen nombre y apellido. Ejerciendo un superlativo trabajo como una productora más cercana a lo que sería un jefe de logística de la NASA para el despegue de un transbordador espacial, Patricia Oviedo es la persona clave en el cambio mental, social y musical de un monumental hombre volcado sin cabildeos a su arte, coordinando todo lo necesario para brindarle a quien también es su pareja, una infraestructura profesional que le tributó al guitarrista esa cuota de comprensión que otras personas no disponen. Siendo la persona apropiada en el momento más necesario, Oviedo es un puntal de la perceptible reconfiguración de un artista descuidado por la sociedad en un creativo imprescindible de la música, a la que entrega en cada acto una honestidad tan devastadoramente pura como perfecta.
Detrás de ellos, la productora “Booking & Management” que maneja al artista, comandada por dos notables referentes como Hernán Gutiérrez y Adrián Canedo (baterista de Los Cafres), dos personas que aman hasta lo indecible lo que hacen, asoma sin dudas como la plataforma esencial para que la prestancia del músico sobre los proscenios del país tenga una estructura sin descuidos y con una certera excelencia operativa. David Lebón cerró con estas dos funciones en el Gran Rex la temporada 2021, por más que tenga pendiente una breve aparición en un evento cultural en las escalinatas de la Facultad de Derecho el próximo fin de semana, veladas en las que agradeció a su sello Sony Music el haberlo incluido en su estructura editorial, una muestra de indudable reconocimiento a quienes según él, le permitieron tener una compañía editora en una edad donde ningún banco le concedería un crédito comercial de intentar solicitarlo. Lo triste de ese agradecimiento, es que por directa responsabilidad de impresentables directivos latinos con una falsa excusa de tono sanitario, una empresa como esa hoy tenga las persianas bajas, siga con una tarea de home office que no le aporta lo mismo, mientras todo el resto del país regresa a la vieja normalidad de una buena y maldita vez. Encandilados por el gran fenómeno trap, ese que ya tiene amplio espacio reservado en varios memoriales de paz en poco lapso temporal, el proceso actual de gestación de “Lebón y Compañía 2”emerge en espasmos sin la llegada apropiada, un álbum que dejará testimonio de un cantautor tan talentoso y conmovedor, fruto de una persona que trasluce su inconmensurable sensibilidad, en cada segundo de una extraordinaria obra artística tan descomunal como infinita.
01 Cuanto tiempo más llevará (Serú Girán )
02 Dejá de jugar
03 Sin vos voy a estallar
04 Encuentro supremo
05 Esperando nacer (Serú Girán)
06 No llores por mí reina
07 Parado en el medio de la vida (con Kevin Johansen) (Serú Girán)
08 El tiempo es veloz
09 San Francisco y el lobo (Serú Girán)
10 Credulidad (Daniel Ferrón lead vocal)
11 Treinta y dos macetas
12 No confíes en tu suerte
13 Noche de perros (Palmo Addario guitarra invitada) (Serú Girán)
14 Mundo Agradable (Palmo Addario guitarra invitada) (Serú Girán)
15 Hola dulce viento
16 Ahora que estoy acá (Leandro Bulacio solo piano)
17 Tiempos sin sueños
18 Creo que puedo sentirlo
19 Copado por el diablo
20 Seminare (Serú Girán)
21 Nos veremos otra vez (Serú Girán)
Daniel Columbres (batería)
Daniel Ferrón (guitarra y coros)
Roberto Seitz (bajo y coros)
Gustavo Lozano (guitarra-teclado)
Leandro Bulacio (teclado y coros)
Imagenes shows David Lebón en vivo: Rodrigo Alonso y Gabriel Anchorena Uriburu // IG David Lebón
Fecha de Publicación: 02/12/2021
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