El Chango Spasiuk es un músico diferente. Como Messi en el fútbol, el acordeonista misionero tiene “un no sé qué”. Basta con asistir a uno de sus espectáculos. Entre los ritmos bailables y pegadizos de las polcas, shotis y chamamés, entre danzas y palmas, hay algo más. Se escucha folklore, se ve folklore, pero el cuerpo comienza a sentir algo diferente. El comienzo de un viaje musical bello, sugerente y cuestionador. Ese “no sé qué”.
Como muchas veces el Chango dejó en claro, él crea música para celebrar, no para entretener. En sus manos, los ritmos más sencillos, esos para “mover las patas”, se convierten en un material sensible e inspirador. Es que el misionero es más que un músico. Es un poeta del acordeón. A lo largo del tiempo ha ido construyendo un mundo sonoro propio. Sus melodías atraviezan tradiciones y crean rupturas creativas. El Chango Spasiuk toca folklore, pero se anima con el rock, el tango y hasta con la electrónica.
No se puede crear música diferente y creativa si no hay diálogo. Para conseguir ese efecto especial, el apostoleño siempre cuenta con un ensamble de instrumentos y talentosos ejecutantes. Diego Arolfo en guitarra, Marcos Villalba y Javier Martínez Vallejos en percusión, Eugenia Turovetzky en violoncello, Pablo Farhat en violín y Matías Martino en piano. Con ellos dialoga, juega y celebra cada show.
Misionero y argentino por elección. Profesor de Historia (UBA), aficionado a la astronomía y a la ciencia ficción. Soy docente en el nivel medio y superior, pero antes fui maestro heladero, librero, administrativo, encuestador, mozo y hasta repartidor de películas de VHS. Mi pasión es escribir. Tengo unos cuantos cuentos y unas cuantas historias para contar. Como dicen por mi zona, solo “entre, pase y pregunte”.