Ser Argentino. Todo sobre Argentina

Cátulo Castillo. La angustia del suburbio fue tu escuela.

Poeta Mayor del Tango que situó definitivamente la geografía sentimental del género de Buenos Aires. En el recuerdo, la nostalgia y en esa herida absurda que es la Vida.

Cuando Buenos Aires dejaba las ropas humildes de gran aldea, y arrollaba la gran ciudad, Cátulo Castillo vino a recordarle su alma arrabalera. También sus personajes entrañables, sensibles, enamoradizos, nostálgicos. Con sus letras hermanadas a las de Homero Manzi, su compinche en el porteño barrio de Boedo, Castillo no glorificó el pasado, no quiso petrificarlo en farolitos y malvas, sino que lo poetizó de manera contemporánea, valorándolo para futuras generaciones , “¡Revivió! ¡Revivió!/ En las voces dormidas del piano,/ y al conjuro sutil de tu mano/ el faldón del abuelo vendrá.../ ¡Llamalo! ¡Llamalo! / Viviremos el cuento lejano/que en aquel caserón de Belgrano/ venciendo al arcano nos llama mamá”, en su inmortal “Caserón de tejas” (1941), en los versos de un Tango Eterno, destino de Buenos Aires.

 

Clásicos de clásicos como “La última curda” (1956), “María” (1945), “Tinta roja” (1941), “El patio de la morocha” (1951) o “Desencuentro” (1962) llevan la firma de Castillo, nacido el 6 de agosto de 1906 en Buenos Aires “Soy el padre y quiero que mi hijo se llame Descanso Dominical”, dijo el dramaturgo y periodista José González Castillo en la oficina de registro civil, y con la negativa del empleado de oficializar un nombre que trasuntaba anarquismo y socialismo, dejó Ovidio Cátulo, a instancia del poeta Edmundo Montagne, y en homenaje a dos bardos de la Antigüedad. La cultura letrada fue la cuna real de Cátulo, en una casa que era frecuentada por Rubén Darío y Evaristo Carriego. La represión intensificada previa al Centenario obliga a la familia González Castillo a emigrar a Chile, y volverían con la asunción del presidente Yrigoyen en 1916. Más precisamente se instalan en el sur porteño, que describiría uno de los padres del movimiento cultural denominado Grupo Boedo,  Álvaro Yunque, “el suburbio chato y gris, calle de boliches, de cafetines y teatrejos, refugio del dominical cansancio obrero, calle que nunca tuvo poeta suntuoso  que la cantara, calle cosmopolita, ruidosa, de fotbaliers, guaranga, amenazante”; geografía sentimental que fue la educación artística de Cátulo, a la cual evocaría con letra y música. Sin embargo en esos momentos la gran pasión del joven pasaba por los guantes, que siempre sería su sempiterna carta de presentación, además de que “era un ex vendedor de papas y carbón”. A los 14 años subió por primera vez al ring para enfrentar a Alcides Gandolfi Herrero, otra pluma destacada de la poesía porteña. Tras 78 combates conquistó el campeonato argentino de peso pluma y fue incluido en la delegación de boxeo para los Juegos Olímpicos de París, en 1924. La parapsicología y el ocultismo interesan tempranamente a Castillo aunque gana finalmente el Tango. Con 17 años compone la primera parte de “Silbando”, su gran amigo Sebastián Piana la segunda, su padre pone la letra, y Carlos Gardel lo canta. Mejor debut, imposible.

Durante los veinte perfecciona sus conocimientos musicales en el Conservatorio Municipal -actual- Manuel de Falla, del cual llegaría a la dirección creando la cátedra de Bandoneón con Pedro Maffia -compondrían juntos “Se muere de amor” (1942)-, y tendría su propia orquesta con los hermanos Malerba, Miguel Caló y Roberto Maida; con celebradas actuaciones en Europa y África. Hasta el fallecimiento de su padre en 1937, Cátulo continuaría musicalizando versos de otros; aquí la excepcional “Organito de la tarde” (1924), letra de José González Castillo, popularizada por Azucena Maizini. Vuelve a establecerse en Buenos Aires y en Boedo, ya casado con Amanda Pelufo, e inicia una nueva etapa de poeta, sin descuidar la composición musical, tal cual aparece en sus primeras colaboraciones cinematográficas, “Internado” (1935) dirigida por Héctor Basso y Carlos de la Púa. Asimismo renueva los vínculos con el Partido Comunista, y las preocupaciones sociales, ya presentes en su letra y música de  “Caminito del taller” (1925), que entonara el Morocho del Abasto.

 

“Te escucho sin que estés”

“La poesía de Cátulo se distingue por el empleo de rimas internas, que aumentan la musicalidad del verso, y ciertos amagos surrealistas que se quedan en amago”, describe el especialista José Gobello de una extensa letrística que alcanza su cenit en la década del cincuenta, fallecidos Manzi y Discépolo, y que serían las últimas glorias del 2x4 antes del declive “María..!/Y es tu voz, pequeña y triste,/la del día en que dijiste: "Ya no hay nada entre los dos.."”, la primera colaboración en 1945 de la extensa relación con Aníbal Troilo, que resultaron veinticinco tangos en total entre Pichuco y Catulín, incluyendo la discepoleana “Desencuentro”, “Amargo desencuentro, porque ves que es al revés.../Creíste en la honradez/y en la moral.../¡qué estupidez!/Por eso en tu total/fracaso de vivir,/ni el tiro del final/te va a salir”, y que haría inmortal Roberto Goyeneche. Estos versos describen el recorrido de la poesía de Castillo, incorporando en los cuarenta las novedades como el bolero, y corriendo a la mujer del tipificado espacio tanguero de la traición, o la santidad, a uno mucho más humanizado e igualitario, y la deriva trágica de los sesenta, en una clima de derrota y desesperanza, aligerando la vena evocativa. Huellas dolientes de la actividad sindical y profesional, años en SADAIC, la Comisión Nacional de Cultura y la docencia, que por sus simpatías peronistas, hicieron de Castillo un paria a partir de 1955, cesanteado violentamente en la actividad pública, y sus tangos censurados. Tampoco el Estado pagaba los derechos de autor que le correspondían por ley. El poeta para sobrevivir vende sus propiedades y se recluye en Paso del Rey, provincia de Buenos Aires, y se dedica a pintar, escribir y a cuidar animales, fundando el Movimiento Argentino de Protección Animal- MAPA. Cátulo tuvo noventa perros, varios gatos y gallinas, y dos corderos, Juan y Domingo.

“Lastima, bandoneón,/mi corazón/tu ronca maldición maleva.../Tu lágrima de ron me lleva/hasta el hondo bajo fondo/donde el barro se subleva./¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!/La vida es una herida absurda,/y es todo tan fugaz/que es una curda, ¡nada más!/Mi confesión”, “La última curda” de 1956, música de Troilo, voz incomparable de Edmundo Rivero, síntomas del ostracismo de Castillo, y nueva lectura del fatalismo tras el vidrio del alcoholismo; y “El último café” (1962) con Héctor Stamponi, “Recuerdo tu desdén,/te evoco sin razón,/te escucho sin que estés./"Lo nuestro terminó",/dijiste en un adiós/de azúcar y de hiel...”, voz suprema de Susana Rinaldi, recuperan la figura de Castillo para la generación que renovará el tango en los sesenta. Vuelva a trabajar en la pelea por los derechos de los músicos, escribe novelas, “El romance de Amalio Reyes”, que llevó al cine Hugo del Carril en 1970, y guiones radiales. Recibe el Gran Premio Anual del Fondo Nacional de las Artes y Ciudadano Ilustre de Buenos Aires en 1974. Al recibir el diploma, Cátulo dibujó una breve fábula: “El águila y el gusano llegaron a la cima de una montaña. El gusano se ufanaba de ello. El águila aclaró: `Vos llegaste trepando, yo volando´¿Pájaros o gusanos? He aquí una pregunta clave” Fallece en Paso del Rey el 20 de octubre de 1975. En pocos meses se van de gira celestial Pichuco y Catulín, ambos que el paso del tiempo no sepultará ni olvidará; “Golondrina perdida en el viento,/por qué calle remota andará,/con un vaso de alcohol y de miedo/tras el vidrio empanado de un bar”

Dice Cátulo Castillo

“La crisis que padecemos, está producida por la hibridación de nuestra cultura popular. Los autores, sin defensa ante la invasión expresiones inferiores, se someten a las exigencias comerciales y bajan la guardia, salvo contadas excepciones. La crisis de la letra del tango es la crisis del teatro, del libro argentino, de la pintura, del cine, de la televisión… una generación nacida y crecida en un medio extranjerizante, no alcanza a sentir en la forma que pudiera desearse, el verdadero mensaje del paisaje argentino… cuando se le entregan obras de autores y compositores verdaderos, creo que habrá un vuelco sensible en la preferencia del pueblo, a quien, antes que nada, hay que saber enseñar” a Noemí Ulloa en Tango, rebelión y nostalgia. Buenos Aires: Editorial Jorge Álvarez. 1967

Dicen de Cátulo Castillo

“Cátulo Castillo recorrió con sus letras los temas que siempre obsesionaron al tango: la dolorosa nostalgia por lo perdido, los sufrimientos del amor y la degradación de la vida (...). La palabra ‘último’ figura en varios de sus títulos, como dando testimonio de ese desfile de adioses que atraviesa sus letras, donde hay siempre compasión por quienes padecen y el frecuente recurso del alcohol como fuga” por Julio Nudler en Pagina12

 

Imágenes: Anses.gob.ar // APU // WAM

 

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