¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Lunes 27 De Marzo
“Tengo que decir la absoluta verdad. Yo puedo contar una historia de ángeles, pero no sería la verdadera historia. La mía es de diablos mezclada con ángeles y un poco de mezquindad. Hay que tener algo de todo para seguir adelante en la vida”, confesaba Astor Piazzolla en 1990, unas semanas antes de la coda trágica. Cuando la vida parecía sonreírle, por fin, no le gritaban “asesino del Tango”, y los músicos del mundo ejecutaban su música, uno de los mayores compositores del siglo XX, Piazzolla representaba toda la genealogía cultural argentina. De Gardel a Ginastera, de Borges a Ferrer, Piazzolla es Argentina en cualquier escenario de la galaxia. Con Astor no hay confusión de identidad y su música es sinónimo de bandoneón, tango, lunfardo, el mundo porteño y todo lo típico nacional. Polémico, desafiante, innovador, incluso en sus marchas y contramarchas, el magistral bandoneonista siempre tuvo en claro que su corazón miraba el Sur, “estoy harto de que todo el mundo diga que lo mío no es tango. Yo -como estoy cansado- les digo que bueno, que lo mío si quieren es música de Buenos Aires. Pero la música de Buenos Aires, ¿cómo se llama?: tango. Entonces, lo mío es tango” remataba en 1960, en la cresta de su Nuevo Tango, el equivalente en el Río de la Plata a la revolución musical de un Miles Davis, Jimi Hendrix o Caetano Veloso. Desde hace más de medio siglo toda la música porteña cabe en Piazzolla.
Astor Pantaleón Piazzolla nació en Mar del Plata el 11 de marzo de 1921, hijo de inmigrantes italianos Vicente y Asunta, Nonino y Nonina para la eternidad. “Llevo New York muy dentro de mí. Estoy seguro de que me impartió coraje. Gracias a ella aprendí a hacerme duro en la vida, a cuidar de mi mismo”, admitía en 1987 Piazzolla en un retorno triunfal a la ciudad norteamericana que le enseñó los primeros acordes de bandoneón, “era espantosamente malo”, recordaría, y a defenderse con uñas y dientes. Más bien a los golpes entre bandas, gangs, y patotas violentas de la Calle 9, entre ellos un futuro campeón de peso pesados, Rocky Graziano -con los años, Astor sería fanático de la saga de Sylvester Stallone.
Un breve regreso a Mar del Plata, y nuevamente en la Gran Manzana, donde en 1932 se lo presentaba como “la maravilla infantil del bandoneón” en la “Noche Argentina”. La otra maravilla nacional estaba llegando desde París y se llamaba Carlos Gardel. Su exprofesor Terig Tucci dirigía la orquesta de las nuevas producciones del Zorzal Criollo, en su fase de conquista internacional, y Astor se autoproclama la mascota del grupete del músico, acompañándolo a comprar camisas, o tocando en los ensayos (el dúo Gardel-Piazzolla, mamita) “El papel de reo está justo para un reo como vos” dijo Gardel en el rol de Piazzolla, un canillita en “El día que me quieras”, la primera colaboración con el cine del músico que se extendió con las cuarenta bandas de sonidos que compuso hasta “El exilio de Gardel” (sic).
Pese a las insistencias del Mudo, que quería llevarlo de gira pese a que “tocás bien pibe el fuelle, pero pareces un gallego”, el oído absoluto del Morocho del Abasto que percibía al clasismo barroco mezclado con Gershwin en Piazzolla, Nonino se opuso, “tiene apenas catorce años…por suerte, en vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa”, acotaba risueño Astor. Piazzolla hubiese sido un pasajero más, al lado de Gardel, en el avión que se estrelló en Medellín el 24 de junio de 1935.
En 1937 regresan los Piazzolla a Mar del Plata y Astor retoma sus estudios de piano y armonía con Néstor Romano. Pasó por algunas orquestas de tango, “imitación del estilo de -Elvino- Vardaro”, el eximio violinista que luego sería parte de su Quinteto que patearía el tablero. Finalmente Miguel Caló invita al ambicioso adolescente Piazzolla a Buenos Aires. Caminando por la ciudad desconocida sin rumbo, por avenida Corrientes, se detiene en el Café Germinal por la melodía de “Comme il faut” de Eduardo Arolas. Era la Orquesta de Aníbal Troilo a punto de entrar en la década dorada de los cuarenta “Troilo actuaba en el Germinal. Todos los santos días, desde que abrían el café hasta la hora de cerrar, un muchacho de unos 18 años…seguía con embeleso a Pichuco y sus músicos. De tanto estar allí terminó por llamar la atención. Uno de los violinistas, Hugo Baralis, se le acercó y entabló conversación, naciendo prontamente una amistad”, cuenta Horacio Ferrer, “El joven se presentó como músico, bandoneonista, con largos años de permanencia en EEUU y una pasión musical a muerte. Dijo llamarse Astor Piazzolla. Un día, inesperadamente, en el momento de empezar faltó el bandoneonista Juan Manuel Rodríguez: un desastre. Baralis, entonces le propuso a Troilo incluir al muchacho estático de la mesa…perdido por perdido y con la mayor desconfianza del mundo, Pichuco aceptó. Y allí fue Astor a sentarse junto a su ídolo ¿Partitura? No hacía falta, se la sabía de memoria. Arrancó el conjunto y al llegar a la variación al joven no se le ocurre mejor cosa que hacerla con la mano izquierda. Desde el piano, Orlando Goñi, lo miraba con los ojos al plato. Al terminar, Troilo decretó en el acto el aumento a cuatro de los tres bandoneones y Piazzolla quedó incorporado en el acto”, cierra el nacimiento de una amistad, el Gordo Troilo y el Gato Piazzolla, el apodo de Pichuco para Astor. Una amistad fuera de discusión, ajena a chisporroteos circunstanciales, que arrancó la misma noche que Vicente, Nonino, voló en su moto a Buenos Aires para pedirle a Pichuco que cuide de su hijo, y Astor pasó el dato de un escolaso(en lunfardo, juego de cartas por dinero) imperdible, en Avellaneda “Sos el diablo, Gato”, dijo el Gordo volviendo sin un peso.
“Párelo a Astor porque me está convirtiendo la orquesta es una orquesta sinfónica”, rezongaba Pichuco a Dedé, la esposa de Piazzolla desde 1942, madre de Diana y Daniel. ¿Quién paraba la máquina de Piazzolla que pasaba de los muchachos del cabaret a las charlas con los músicos del Teatro Colón y las clases de Alberto Ginastera? Arreglador distinto al resto de las bandas de los cuarenta, “Piazzolla nos hizo estudiar a todos”, diría más tarde Osvaldo Pugliese, los contrapuntos y las variaciones atonales, cercanas a Bach y Stravinsky, no comulgaban con el siga, siga el baile. Tampoco su interés por tangueros innovadores, seguidores de Julio de Caro, como el violinista Alfredo Gobbi, de quien retomaría el rubato y la síncopa. Desvinculado de Troilo en 1944 dirige la orquesta de Francisco Florentino y se dedica a instrumentar a directores cercanos a sus sentimientos, Caló, José Basso y Francini-Pontier. Son los días en que el “fuelle se apolilla en el armario” y compone varias piezas orquestales, entre ellas “Sinfonía de Buenos Aires”, que obtiene un premio de Radio del Estado y se ejecuta con escándalo en la Facultad de Derecho UBA porque incluía una sección de bandoneones. Con ese impulso viaja a París en 1954 con una beca del gobierno francés, que rechaza para estudiar con Nadia Boulanger, la maestra de maestros del siglo XX. Después de escuchar su tango “Triunfal”, la pianista y directora dijo que no encontraba a Piazzolla en la música clásica sino en el bandoneón “me hizo ver, que en el fondo, yo era tanguero…y lo que tenía contra el tango se volvió a favor” A su regreso a Buenos Aires reunió el Octeto Buenos Aires, una revolución en la música ciudadana, “El Nuevo Tango se desarrolla a partir del tango tradicionalmente cantado, que se tocaba como música para bailar” -explicaba didáctico Piazzolla en un programa de mano en 1985, en New York, y rescatado por David Butler Cannata- Originado en Buenos Aires en 1955, el Nuevo Tango debe su evolución a los nuevos ritmos, melodías, armonías y dinámicas de los tiempos modernos. Mientras los músicos de tango tradicional empezaban a aburrirse de tocar los mismos tangos, yo disfrutaba tocando y componiendo piezas nuevas –“Tango progresivo” (1956) y “Lo que vendrá” (1957) son dos discos que contienen improvisaciones jazzeras al estilo de Gerry Mulligan, que mucho tiempo después grabaría con Astor, “Reunión cumbre”, y solos de guitarra eléctrica, ambos repudiados por el ambiente tanguero desde el debut del Octeto en la Facultad de Derecho UBA-Diversos críticos y músicos trataron de destruir el Nuevo Tango pero no lo lograron. Ciertos músicos ambiciosos trataron de seguir mi camino musical, pero no contaban con lo fundamental: práctica y talento. La joven generación de argentinos necesitaba un cambio. El cambio llegó en 1955, cuando el Octeto Buenos Aires se presentó por primera vez, y continuó con el Quinteto Buenos Aires -o Quinteto Nuevo Tango, formado luego del fallido regreso en 1958 a New York en busca del jazz tango -, que fue fundado en 1960 y todavía existe”, remataba el compositor con la agrupación que daría los primeros clásicos piazzollianos, en tal vez su década más prolífica, larga porque se extendió hasta 1973. Con “Adiós Nonino” a la cabeza y muchas de los más conocidos emblemas de su repertorio, “Las Estaciones Porteñas”, la Serie del Ángel, la Serie del Diablo, “Revirado”, “Fracanapa”, “Buenos Aires Hora Cero”, “Decarísimo”, “Fugata”, y Tango, el disco con letras de Jorge Luis Borges. Vardaro, Antonio Agri, Horacio Malvicino, Oscar López Ruiz, Kicho Díaz, “el día que no esté Kicho, estoy acabado” repetía Piazzolla, a quien le compuso “Contrabajissimo”, Osvaldo Manzi y Cacho Tirao fueron los músicos de primera línea que acompañarían a Piazzolla en las noches turbulentas de separación de Dedé, miles de amores, y el deslumbramiento para el médium del talentoso tándem creativo que había formado con el poeta uruguayo Horacio Ferrer -se conocían desde los cincuenta y en 1961 estrenaron su primer composición conjunta, “El tango del alba” Fue la hora de Amelita Baltar en el ojo del huracán Piazzolla.
La unión personal y creativa con La Baltar, una cantante de folklore de éxito, la mitad de la edad de Piazzolla, y con un estilo contemporáneo de canto, sensualidad y carisma, duró siete años. Desde la operita “María de Buenos Aires” en 1968, una cantata con la magia y la profundidad para darle aura y misterio a una ciudad eterna, a la despedida de “Piazzolla y Amelita Baltar” de 1974, en el medio “La bicicleta blanca” y “Libertango”, la explosión creativa del compositor talla clásicos y clásicos, “Balada para un loco”, “Balada para mi muerte”, “Chiquilín de Bachín", “La última Grela”, y muchos más de su cancionero, que se expandía desde el tango al jazz y la música de cámara (allí “Muralla china” o “Pulsación”, obras alejadas del sonido típico tanguero), e infectaba con fogonazos a las nuevas generaciones del rock, el folklore y las artes en general. Rito del Tango que renace, carnaval con una lágrima en el ojal, y hereje como María que vuelve en Niña María, Piazzolla rebautiza Buenos Aires con el mismo espíritu moderno del Instituto Di Tella y el primer disco de Almendra.
La prolongada estadía en Italia, luego de un ataque al corazón en 1973, sería un giro radical de su música, apenas disimulado por la magna Suite Troilana, compuesta en 1975 por el fallecimiento de su adorado Pichuco. Después de su trabajo con Mulligan, el Octeto Electrónico, donde participa su hijo Daniel en sintetizadores, significa el ingreso definitivo del compositor en los terrenos del jazz progresivo, con muchos toques de rock, tal como se escucha en el registro en vivo en el Olympia de París de 1977 – de hecho varios músicos venían o iban al rock, el guitarrista Tomás Gubitsch formaría Invisible de Luis Alberto Spinetta. Disconforme con el resultado, aunque Daniel Piazzolla aseguró en exclusiva paraserargentino.com que el único casete que había en su último auto era la grabación del recital del 77, Piazzolla pediría un “poco de paz sonora”, en palabras de su nueva pareja, Laura Escalada. Son los vientos buenos de cosecha para Piazzolla al mando de una nueva versión del Quinteto con Malvicino, Fernando Suárez Paz, Héctor Console y Pablo Ziegler, músicos que daban un pizca de cool jazz al sonido tanguero del anterior Quinteto “Biyuya” y, especialmente, “Tangazo” y “Tres tangos para bandoneón y orquesta”, son momentos altos del renovado interés de Piazzolla por la música sinfónica.
La década del ochenta redundó en el reconocimiento a escala global, grabaciones con Milva, Gary Burton, Kronos Quartet y recitales en su añorado Central Park -Piazzolla nunca cejó en triunfar en la calles de su infancia-, y cada vez más espaciadas visitas a Buenos Aires, matizadas por su recordada actuación en el Teatro Colón en 1983, o los innumerables teatros aplaudido por una nueva generación de rockeros, entre ellos Fito Páez, que colaboraría con un tema en la banda de sonido de “Sur” de Pino Solanas, en su mayoría obra de Piazzolla -el cine daría otro de sus clásicos, “Oblivion” en la película “Henry IV” del italiano Marco Bellocchio. Con una rutina de más de cien recitales en 1986, y la brillante actuación en el Festival de Jazz de Montreux, un nuevo problema cardíaco en 1988 retrasan los cientos de pedidos del Quinteto desde Tokio a Toronto. Su hija Diana lo encontró “deprimido, triste, triste”, recoge María Susana Azzi, tras someterse a un cuádruple bypass, tal vez porque supo que nunca más iba a volver a su deporte favorito, la pesca de tiburón.
En 1989 arma un Sexteto con dos bandoneones con la idea de aligerar su esfuerzo físico, Piazzolla que con ejecutar de pie el bandoneón proyectaba un fuerza animal -y daba un sonido desconocido al instrumento. Uno de los bandoneonistas, Daniel Binelli, quiso rescatar los arreglos de vanguardia de los dos viejos discos “Tango Tradicional”, que iban desde el clásico “El choclo” hasta “Taconeando”, quizá como nunca se escucharon, “Maestro, todos esos arreglos tan lindos de tangos tradicionales, ¿por qué no me los facilita? Que me gustaría tocarlos” Y Astor responde, “No, Binelli, agarrá el lápiz y preocupate. Los rompí” “Mi música podrá gustar o no, pero nadie va a negar su elaboración”, decía a Natalio Gorin en marzo de 1990, en una pausa de las frenéticas giras con el piano de Gerardo Gandini, nuevamente cercano Piazzolla a la música de concierto, y planes para escribir una ópera sobre Gardel, “-mi música- está bien orquestada, es novedosa, de este siglo, y tiene olor a tango” El 3 de julio de 1990 tocó en un teatro cercano a la milenaria Acrópolis de Atenas y cerró con una conmovedora versión de “Adiós Nonino” Fue el último concierto. La mañana del 5 de agosto en París tuvo un derrame cerebral y, luego de una larga agonía, fallece en Buenos Aires el 4 de julio de 1992.
“'Adiós Nonino' es el mejor tema que escribí en mi vida”, dice Piazzolla en “A manera de memorias” sobre el tema que compuso en homenaje a su padre en 1959, “me propuse mil veces hacer uno superior y no pude. Tiene un tono intimista, parece casi fúnebre y sin embargo rompió con todo. El día que lo estrenamos, con el Quinteto, los músicos y yo dijimos que con esto no va pasar un carajo, no le va gustar a nadie, pero toquémoslo, es lindo. Era una época en la que casi todos los temas del repertorio tenía la polenta de “Calambre”, “Los poseídos”, “Lo que vendrá” Y “Adiós Nonino” terminaba al revés, cómo la vida, se iba yendo, se apagaba. A la gente le gustó de entrada. Yo diría porque tiene un misterio especial, la melodía, y en contraste con la melodía la parte rítmica, el cambio de tono y ese glorioso final con un desenlace triste. Quizá gusto por eso, porque era diferente a todo”. Como Astor Piazzolla.
Fuentes: Azzi, M. S. Ástor Piazzolla. Buenos Aires: El Ateneo. 2018; García Brunelli, O. (comp) Estudios sobre la obra de Ástor Piazzolla. Buenos Aires: gourmet Musical. 2014; Gorin, N. Ástor Piazzolla. A manera de memorias. Buenos Aires: Atlántida. 1990; Piazzolla, D. Ástor. Buenos Aires: Emecé. 1987; López Ruiz, O. Piazzolla. Loco, loco, loco. 25 años de laburo y jodas conviviendo con un genio. Buenos Aires: Ediciones La Urraca. 1994
Fecha de Publicación: 11/03/2021
Te sugerimos continuar leyendo las siguientes notas:
Los 5 mejores tangos de Piazzolla
Un homenaje a Astor Piazzolla en la Usina del Arte
Julia Zenko: “Por Buenos Aires en mis oídos suena Piazzolla, mi barrio, mi bar”
Raúl Lavié: “La experiencia de Piazzolla me dio libertad”
Daniel Piazzolla: “En el mundo, quien representa la música de Buenos Aires es Piazzolla”
Amelita Baltar: “Piazzolla no creía en la inspiración, sino en la transpiración”
Brassass: mucho viento, y no es el zonda
El rock argentino clásico, reconsiderado en la TV por cable y el streaming
La canción de Fito Páez que inmortalizó un exorcismo de Villaguay
¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónDurante mucho tiempo fue un bicho raro por ser un adelantado en su época... Hoy un genio indiscutido. Crack Astor.
Comentarios
En la mesa de café de Tandil se citan de los personajes más extraños desde Chaplin a Judas. O no tan...
Con motivo del Centenario el pensador y jurista riojano publica “El Juicio del Siglo”. Un texto fund...
Junto a Beatriz Guido y Silvina Bullrich, Marta Lynch fue una de las escritoras más aclamadas y vend...
La actriz y cantante nacida en Parque Patricios cerró el “Disciplina Tour” ante 50 mil personas, mar...
Suscribite a nuestro newsletter y recibí las últimas novedades