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Y se hizo la luz: historia del láser argentino

Desde el supermercado a la sala quirúrgica, el láser es y será fundamental. Una historia argentina con un pionero mendocino mundial.

Historia
historia del láser

Pensar que el láser tiene nomás sesenta años. Y no hay porción de la vida actual en que no aparezca la “Amplificación de luz por emisión estimulada de la radiación”, o en sus conocidas siglas “Láser”, algo que Albert Einstein había predicho en 1916. Usos civiles, comerciales y militares, desde controles aéreos a reproductores de audio y video, pasando por los sistemas teledirigidos misilísticos, aprovechan los desarrollos pioneros del alemán Rudolf Ladenburg y el soviético Valentín Fabrikant de los treinta, y que recién se harían concretos con el primer aparato patentado por Theodore Maiman, en los Laboratorios de Hughes Research, California, en 1960.   En nuestro país arranca ese mismo año con los informes del profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA), José F. Westerkamp, a la Asociación Física Argentina (AFA) donde se hablaba de las posibilidades de las radiaciones tanto en microondas como en luz. Ya en esa época se había formado un grupo de avanzada en el departamento de Física de la Casa de Altos Estudios porteña con Westerkamp, Jorge Trench y alumnos de la carrera. Trabajaban en la universidad del rector Risieri Frondizi (1957-1962), hermano del entonces presidente Frondizi, que impulsó la investigación, la difusión y la excelencia académica de un ámbito que aún hoy es la más importante de Latinoamérica. Y la sinuosa carrera por la domesticación de la luz nacional estaba en marcha.

En agosto de 1963 Westerkamp asiste en Verona, Italia, a un simposio sobre electrónica cuántica y luz coherente. Allí se entusiasma  con el desarrollo de láseres de helio-neón y rubí. Y con trescientos dólares de su bolsillo compra una barrita de rubí, la pieza clave para el inicio del láser argentino, y la única que no era de fabricación nacional en el aparato que recién se iba a terminar a principios de 1965. En simultáneo, uno de los colaboradores de Westerkamp, Néstor Gaggioli,  construyó el primer láser de helio-neón en el Continente y experimentó con trasmisiones de audio y televisión. Fue un adelantado de lo que hoy conocemos como comunicaciones ópticas.

Demás está decir – relata Westerkamp a Hugo Scarone- que ambos casos –se probaban los dos láseres a la vez- la obtención del rayo láser produjo un gran revuelo en el laboratorio y que aún hoy -1976- se recuerda cómo el haz continuo de color rojo de helio-neón fue sacado mediante espejos a lo largo del extenso  corredor del Pabellón Nro. 1 de la Ciudad Universitaria, festejándose el éxito con las más variadas exteriorizaciones”, comentaba con un halo romántico ese momento,  que se vio respaldado por los avances firmes  que se verificaban en la Universidad de La Plata, Bahía Blanca y en la Facultad de Ingeniería de la UBA.

Mario Garavaglia constituye un año después, anota Gabriel Bilmes,  junto a Mario Gallardo, el Laboratorio de Espectroscopía, Óptica y Láser (LEOL) en el Departamento de Física de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). La actividad en el LEOL avanzó en el desarrollo y construcción de láseres gaseosos, principalmente de nitrógeno, mercurio y gases nobles. Allí realizaron sus tesis doctorales en láser, y espectroscopía,  investigadores que luego continuarían sus carreras en el extranjero. Uno de ellos, Héctor F. Ranea Sandoval, recordaba cuál era la diaria de nuestros científicos, “las condiciones de trabajo eran bastante precarias. Dos por tres se cerraba la universidad por problemas políticos y por problemas en las cloacas y en el sistema de desagüe. Literalmente se nos inundaban los laboratorios cada vez que había una lluvia fuerte. Hubo una gran inundación que dejo inutilizado el subsuelo del laboratorio donde se encontraba la parte de holografía y el desarrollo de un láser…Quedó todo bajo 90 cm de agua y deterioró la mayoría del poco equipo con que contábamos. Una vez recibí una descarga de alta tensión porque estaba trabajando casi a oscuras, empezó a llover y el laboratorio comenzó a inundarse sin que me diera cuenta”, rememora los mediados de los sesenta, con menos romanticismo. Hacia fines de la década, la nefasta “Noche de los Bastones Largos” (1966) bajo el presidente de facto Onganía, con el éxodo de las mejores mentes y el desmantelamiento de laboratorios,  y la errática intervención de los militares, a través de la Fuerza Área con el Grupo Láser del Centro de Investigaciones Científicas y Técnicas de las Fuerzas Armadas (CITEFA), derivó en mayores dificultades para las investigadores,  y el desarrollo del láser argentino, hasta bien entrados  los dos mil. Y apenas sobrevivieron en los noventa cuando un ministro de economía argentino “mandó a lavar los platos” a los científicos, lo que ocasionó la segunda gran fuga de cerebros del siglo pasado.

Pepe, no es la biela. Un grotesco bien argentino.

Como bien dice Marcelino Cereijido, un notable fisiólogo y divulgador argentino que se exilió en 1976, lo fatal en nuestras clases dirigentes, tanto gubernamentales como intelectuales de todas las épocas, es el “analfabetismo científico” O sea la poca comprensión de las ciencias básicas y sus aplicaciones, sus reales necesidades y protagonistas, y la inclusión como un recurso estratégico vital en el desarrollo. Un ejemplo de ello resulta el relato de uno de los padres del láser argentinoWesterkamp, cuando cuenta que necesitaban helio extranjero, a mediados de los setenta, para la máquina láser. Y que no podían adquirirlos por trabas del gobierno de facto, y luego peronista, “lo más triste del asunto es que nuestro gas natural tiene casi uno por ciento de helio, según pude enterarme después de múltiples gestiones en YPF –Yacimientos Petrolíferos Fiscales- Esto es una riqueza más que suficiente para instalar una pequeña planta de helio para satisfacer las demandas del mercado de helio”, acota algo que ocurrió recién veinte años después. Y amplía con el detalle de un repuesto para un aparato de aire líquido, también necesario en el funcionamiento del láser que funcionaba en la Facultad de Exactas de la UBA, “que estuvo parado años porque no pudimos comprarlo debido a que solicitamos ayuda a los militares y, eso, hizo que nos sumarien desde el decanato de la Facultad…habría que tener en cuenta que en esa época varios profesores habíamos impugnado concursos impulsados por el decano en cuestión, lo que sugiere que se trataba de una simple represalia, aunque la misma perjudicó enormemente a nuestro laboratorio, el de Bajas Temperaturas y a todos los laboratorios que utilizaban aire líquido”, cierra una historia que recién se pudo destrabar unos años después, al doble del costo original, y con traspapelo burocrático, no tuvo un final feliz: la biela enviada no correspondía al equipo. Recién hacia la década siguiente se pudo restablecer el equipamiento pese a las restricciones en los presupuestos universitarios con el retorno de la democracia. A partir de mediados de los ochentas se instalaron los primeros láser argentinos en hospitales (bisturíes), y  en laboratorios de investigación y equipos militares del país (telémetros).

Tras el abismo científico de los noventa, en el único país hispanoparlante con tres premios Nobel de Ciencias, Bernardo Houssay. Luis F. Leloir y César Milstein, en el nuevo milenio comienza una lenta recuperación en la materia aunque aún no se impone una política universitaria, ni de Estado, que aliente el estudio de una de las fuentes del desarrollo social y económico de la Humanidad, el láser. Bilmes grafica un panorama ralo, “en la actualidad existen en el país una veintena de grupos de investigación y algo más de doscientos profesionales –la mayoría de ellos físicos, químicos e ingenieros– que trabajan con láseres en diversos temas de fotónica (electrónica + óptica), en aplicaciones en óptica, en fisicoquímica, en comunicaciones, física atómica y molecular, en el estudio de materiales, en nanotecnología, en biología y biomedicina, en microscopía y en restauración y caracterización de objetos de valor patrimonial. Se encuentran en las principales Universidades e Institutos de investigación del país. En la Ciudad de Buenos Aires, La Plata, Tandil, Campana, Córdoba, Tucumán, Rosario, Salta, Corrientes y Bariloche. La mayoría de estos grupos desarrolla una importante tarea de formación de recursos humanos, estudiantes y graduados en Física, Química e Ingeniería. Mantienen contactos y convenios regulares con otras Universidades e Institutos de América Latina, Europa y los Estados Unidos y publican regularmente trabajos originales en revistas científicas nacionales e internacionales. En algunos de estos centros se realizan periódicamente cursos especializados para profesionales del país y del exterior”, destaca el investigador, y puntualiza la importancia del láser argentino en los recientemente lanzados satélites locales. Y se hizo la luz argentina en el espacio.

Protegido argentino de Einstein, padre del láser

En 1922 el agrimensor mendocino Enrique Gaviola estudiaba en Berlín y se codeaba con Max Planck, Max Born y Einstein. Nada mal para un muchacho de las pampas. Había sido discípulo en la Universidad de La Plata de Richard Gans, un erudito alemán que formó descollantes físicos como la pionera argentina Margrete Heiberg. Cuando termina la especialización en física, con sobresaliente, Gaviola decide continuar sus trabajos en Baltimore pero es rechazado por “sudamericano” Indignado el premio Nobel (1921) Einstein  intercede ante el  International Education Board, en apoyo de su solicitud, y es el primer becado latinoamericano en ciencias Rockefeller. Allí trabaja en los laboratorios de Robert Wood, el más importante físico experimental del momento. En ese ambiente publica en 1928  “An Experimental Test of Schrödinger’s Theory", sobre la emisión atómica estimulada, y simplemente marca el inicio de la Era del Láser.

Se adelanta a los trabajos de alemanes, norteamericanos y rusos que  desarrollarán mucho después prácticamente la teoría del láser bajo sus principios. Dice el doctor Mario Garavaglia, “finalmente y poniendo de manifiesto que el trabajo del profesor Gaviola había sido ignorado en el tiempo, en los finales de la década del ‘50, los rusos Butayeva y Fabrikant, reportan el descubrimiento de temperatura negativa (amplificación) en una mezcla de vapores de mercurio e hidrógeno, repitiendo en parte la experiencia del investigador argentino del año ‘28, sin nombrarlo”, acota de quien es conocido en los círculos académicos como “el Schindler de los científicos” porque dio refugio y colaboró en el traslado de decenas de científicos perseguidos por el nazismo. Fue Gaviola un recto maestro y consejero de influyentes intelectuales argentinos, entre ellos el epistemólogo Mario Bunge.

Aunque el mismo Gaviola (1900-1989) nunca relacionó los resultados de sus trabajos científicos con el desarrollo del láser, ya que su campo era la astrofísica, pudo tener en vida un merecido reconocimiento,  “Durante la Reunión de la AFA – Asociación Física Argentina- Bariloche 1980, el CIOp - Centro de Investigaciones Ópticas - le otorgó al doctor Enrique Gaviola una medalla al mérito por sus trabajos en el Área de la Óptica. Parte de los presentes, incluido el autor de este relato, -investigadores que habían trabajado más de una década en la Física del Láser- y teniendo frente a ellos al destacado científico, no estaban en ese momento en condiciones de expresar el reconocimiento que hoy sí cabría. Por eso: “Perdón Profesor, no nos dimos cuenta””, remata un emocionado Gallardo en abril de 2020 recordando a un maestro –olvidado- de la ciencia argentina.

Fuentes: Scarone, H. “La ciencia es ancha y ajena. La domesticación de la luz en la Argentina” en revista Crisis Nro. 37 mayo 1976. Buenos Aires; Gallardo, M. – Quel, E. Una nueva historia del láser. http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/99603; Bilmes, G. Historia del láser en la Argentina.  https://www.researchgate.net/profile/G_Bilmes

 

Fecha de Publicación: 09/10/2020

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