Ser Argentino. Todo sobre Argentina

Turismo nacional: argentinos, a descansar

Breve historia del turismo nacional desde los sombreros de gala, en la rambla hasta la heladerita. Mar del Pata y Córdoba, primeros paisajes del respiro argentino.

La relación de los argentinos con el turismo vino desde arriba hacia abajo. Primero las familias aristocráticas promovieron costumbres de salubridad europeas, estadías costeras de reyes inauguradas en la Inglaterra del siglo XVIII, con el aditamento local de las Fiebre Amarilla de 1871. La terrible peste expulsó a los pudientes a las primeras casonas y palacios de verano, especialmente en la zona Norte de Buenos Aires. El Sur de la provincia era otra historia, aún sin límites, y en contienda con los pueblos originarios y los criollos. Y, en el resto del país,  las Sierras y Cuyo todavía no tenían la fama de los beneficios para la salud aunque las familias tradicionales del Interior comenzaban en silencio a construir sus residencias de veraneo. A diferencia de otros países, que arrancaron tempranamente sus políticas turísticas de largo alcance, Uruguay y Brasil, la Argentina recién durante la presidencia de Frondizi contó con la articulación de una Dirección Nacional de Turismo en conjunto con Parques Nacionales. Habían pasado casi cien años desde que los Luro y Peralta Ramos empezaron a soñar con un balneario en un naciente partido de General Pueyrredón, alentados por el gobernador Dardo Rocha y el diputado José Hernández. Estaban soñando con Mar del Plata, mojón cero del turismo argentino.

La historia de Mar del Plata puede ser dividida en cuatro: “la exclusiva” en 1880 con Peralta Ramos, Carlos Pellegrini y los suyos; “la clasemediera” en 1938 con la llegada de los autos y los empleados, y pequeños comerciantes, bonaerenses; “la popular” en 1950 con un país llegando de a millones; y, finalmente, “la urbe costera”, a partir de los dos mil, con el antecedente de las reformas durante la última dictadura, una megaciudad con vista al mar. Estas capas geológicas de arquitecturas, proyectos y sentimientos conviven en los barrios exclusivos a la rambla, en las avenidas Colón y Luro a los museos Castagnino y MAR. En un comentario del embajador de Estados Unidos en 1949, un punto de quiebre social en el balneario, uno que dejaba de ser exclusivo y/o clasemediero a masivo,  aparece, “en Mar del Plata, un argentino moderno –aristócrata- va a la playa a las 11 am, nunca con menos de dos criados para ocuparse de los hijos y accesorios (sic) Se sienta tranquilo en una silla o hamaca, nunca en la arena hasta las 1 pm, nunca más tarde. Los vendedores de Playa Grande que venden empanadas y alfajores, los identifican como la “duquesa”, la “princesa”, la “reina”. Los precios reflejan el grado de realeza (sic) Entre los argentinos mayores evitar un bronceado es un proceso elaborado…estos argentinos consideran a la gente de piel oscura inferior…los jóvenes han empezado a mostrar insatisfacción con este aspecto anticuado…compran tantas lociones y cremas como los norteamericanos para logar un tostado que impresione a los menos afortunados que se quedaron en casa…”, cierra el diplomático extranjero en una lúcida mirada de las imaginarios de clase, en una recuperación de la investigadora Elisa Pastoriza. Juan D´ Arienzo respondería en las milongas de los “menos afortunados” a esos jóvenes encremados en “Che, fulano” del mismo año, letra y música de Félix Lima, “A dónde vas Che, Fulano/con tu vida artificial” Al año siguiente, el gobierno peronista inauguraría el Complejo Chapadmalal, en tierras expropiadas a los latifundistas Martínez de Hoz, modelo “pabellonal” que se replicaría en centros turísticos estatales. Chau blanca palidez de las duquesas, princesas, reinas en las playas marplatenses.  Bienvenidos a los “menos afortunados” Y, hola, punto de partida para las vacaciones de las clases altas, y medias altas, en Uruguay, principalmente Punta del Este, y Chile, en Viña del Mar.    

Todo se había iniciado un verano de 1886, la primera temporada en Mar del Plata,  con el arribo del Ferrocarril de Sud. Aristócratas y políticos de primera línea se apiñaban en el Grand Hotel,  a un entorno agreste casi vacío,  que a los pocos años se poblaría de distinguidos clubes, Rambla Bristol, Club Mar del Plata, Ocean Club y, más adelante, el Club Pueyrredón “El mundo social de entonces era un cerco cerrado cuyo símbolo perfecto se encontraba en el Ocean Club, que tenía un cerco de madera entre la arcadas de la Rambla”, comentaba el periodista Josué Quesada en un verano de los veinte “lo que obligaba al público a circular por el lado exterior, bajo el sol o la lluvia, pues los único que podía guarecerse eran los socios del Ocean Club. A él, pertenecían, por supuesto, las consabidas familias de los viejos hacendados, por cuya razón llamé a ese lugar el “corral de las finas”, frase que tuvo gran aceptación” Esta burbuja social se empezó a desinflar en los veinte con el progresivo avance de las rutas,  y los automóviles en manos de clase media, casi medio millón a fin de década. También ayudan los pequeños y medianos comerciantes y hoteleros, que otean un mayor negocio con este público ávido de consumo,  y se adaptan a los nuevos  gustos en consonancia a la intervención estatal de los gobiernos conservadores de los treinta, con el complejo urbano de Playa Grande y el complejo Bristol-Rambla-Casino-Hotel Provincial y adyacencias. El golpe de gracia será la flamante Ruta 2 en 1938. La década siguiente será testigo del turismo aluvional en Playa Grande –y la retirada no sin conflictos de las clases altas hacia barrios cerrados de las playas al Sur de Mar del Plata.

Córdoba de Sarmiento a Sabattini

La recreación como política de estado a partir de la democracia de masas de 1946 merecería un artículo más profundo, una que sume por ejemplo las sucesivas conquistas económicas y sociales alumbradas en los treinta, vacaciones pagas, elevación en retribuciones, sábado inglés, etc. Como acotación al caso de Mar del Plata la llegada del turismo sindical, con varias expropiaciones y compras del gobierno del presidente Perón, tuvo su relevancia tanto como las inversiones de empresarios privados, muchos del mundo del espectáculo, que convirtieron a la ciudad balnearia de pocos en una ciudad turística para muchos “El Turismo Social tendrá como finalidad posibilitar el acceso de la población trabajadora a los lugares de turismo y será organizado, facilitando a los servicios de bienestar y asistencia social de las asociaciones profesionales, la construcción de hoteles y colonias de vacaciones, y las franquicias posibles de los medios de transporte”, anunciaba Perón en Mar del Plata; y daba inicio oficialmente a la industria del turismo argentino. Y a entender al turismo en el mismo paquete de cualquier proyecto modernizador. Si bien hubo que esperar hasta mediados de los sesenta para que estas acciones surtieran efecto, y el derrame en la pirámide social sea ostensible, aquellas primeras generaciones que vieron “por primera vez el mar” asegurarían a futuro las perspectivas de uno de los motores económicos de un país con tantos atractivos al turista y, sobre todo, al argentino “No hay ciudad en el mundo que pueda presentar este milagro….Mar del Plata es el gran nivelador” dirían asombrados periodistas en los setenta. Allí las clases se cruzan las miradas y las pintas, y junto a la exclusiva carpa se apoya la heladerita y la pelota.

Si bien los proyectos sobre Mar del Plata podrían condensar la historia del turismo argentino, “Mar del Plata ha recibido el título del “Balneario Nacional”, exclamaba el diario La Nación en 1936, ampliamos sucintamente el foco en esta síntesis de la historia del turismo nacional. El presidente Sarmiento fue el primero que estimuló el turismo en Córdoba, en “la Suiza argentina”, con fines medicinales y recreativos. En 1887 la llegada del Ferrocarril Central Córdoba consolidó una tendencia de hospitales de salud en Alta Gracia, Cosquín, La Falda y Jesús María. Recién a partir de la década del treinta, y también con las mejoras camineras, la variedad de los paisajes cordobeses se aprecian y se promocionan en los medios. Y los turistas llegan masivamente desde el Litoral y, varios en modernos micros, desde el Norte. Auspiciado por el radicalismo popular del gobernador Amadeo Sabattini (1936-1942), los gremios comienzan su expansión hotelera antes que la costa bonaerense.  El Complejo en Embalse de Río Tercero de los empleados estatales nacionales, inaugurado en 1937, se transformó en el modelo del Turismo Social del peronismo por venir.  Hacia fines de siglo pasado, los convocantes festivales populares, y el imán del espectáculo estival de Villa Carlos Paz, junto con nuevos puntos de atracción como Traslasierras o Villa Calamuchita, cambió la brújula del veraneante argentino hacia la paz de las sierras y arroyos, piedra, cuarteto y fernet.   

Mar del Plata antes de Mar del Plata

José Coelho de Meyrelles era cónsul de Portugal en Buenos Aires durante el rosismo y, base a sus buenas relaciones con el gobierno argentino y la Sociedad Rural, consigue los permisos para fundar un establecimiento saladeril en lo que hoy conocemos como Mar del Plata. Un consorcio portugués financió en 1856 el saladero,  y un gigantesco corral, que se ubicaba frente al Hotel Royal (hoy demolido), en la actual avenida Luro. También se construyó un muelle de hierro, la primera rambla que tuvo la “Feliz”, y el comercio pionero, el almacén de ramos generales, “La Proveedora” En aquel entonces al pequeño pueblo asentado junto al establecimiento ganadero se lo llamaba el Puerto de la Laguna de los Padres. En 1860 por falta de crecimiento Coelho de Meyrelles decidió vender las cuatro estancias cercanas a la costa, en las cuales había invertido 15 millones de pesos más el primer estudio para un puerto moderno. Patricio Peralta Ramos es el comprador, a quien conocía el portugués de la Sociedad Rural, y de los tiempos de Rosas, porque era uno de los principales proveedores del gobierno punzó.

En 1873 Peralta Ramos presenta un proyecto al gobernador  Mariano Acosta para la fundación de una ciudad, en los actuales terrenos del puerto de Mar del Plata. En los fundamentos aseguraba que era un enclave de importancia para el desarrollo agropecuario provincial con un saladero mediano, un molino de agua, una iglesia de cal y piedra (Santa Cecilia), botica, panadería, herrería y zapatería más veinte casas de piedra, madera y ranchos.  El 10 de febrero de 1874 se funda Mar del Plata con doscientos familias mientras veinte buques anclados disparaban salvas y se entona el himno nacional. Detrás de este proyecto también estaba Pedro Luro, un enriquecido hacendado español con miles de hectáreas en toda la provincia, quien con Juan Barreiro y Peralta Ramos sostienen la expansión agroexportadora propiciada por la generación del ochenta. Hasta allí nada hacía presagiar una ciudad de mallas y sombrillas.  En este punto adquieren relevancia los hermanos Luro, José, Santiago y Pedro Orestes, quienes van tomando las riendas de la sociedad comercial, una aparente insanía del padre Don Pedro,  e imaginan Mar del Plata a semejanza de las ciudades balnearias europeas al estilo Biarritz o Bristol. Mientras José hace lobby en La Plata para que llegue el tendido del ferrocarril,  y coloca a Santiago en al frente del Hotel Bristol, fundado un 8 de enero de 1888, puntapié de la Mardel turística, Pedro conquista inversores con sus relaciones en el mundo financiero, impulsor de la ley de sociedades anónimas, y político, diputado desde 1898 a 1912 cercano a Pellegrini. A Pedro se debe la ley nacional de 1909 que ordena la construcción del Puerto de Mar del Plata,  y completa las comunicaciones de una ciudad que iba a denominarse la Perla del Atlántico,  con sus señoriales palacios adornando la rambla. Finalmente a Pedro también debemos esta descripción de Mar del Plata en 1878, “a las nueve de la noche atravesamos el arroyo del puerto…nos deteníamos a un tiempo y sin darnos una palabra de orden ante la magnitud del océano, iluminado en esos momentos por los reflejos de una luna roja, enorme, que lucía todos los contornos de su disco sobre la línea de las aguas. Nunca había visto el mar y le declaro que, -le cuenta a su amigo Manuel Guerrero, otro rico hacendado- a pesar de la relativa tranquilidad de las olas y del murmullo suave provocado por las que se deshacían blandamente en las arenas de la orilla, no he experimentado jamás una emoción  más intensa ni me ha sentido más pequeño ante la obra de Dios” A 150 años de distancia, la misma emoción se repite en una noche de rambla marplatense.

Fuentes: Pastoriza, E. La conquista de las vacaciones. Breve historia del turismo en la Argentina. Buenos Aires: Edhasa. 2011; Troncoso, O. Buenos Aires se divierte. Buenos Aires: CEAL. 1971; Mar del Plata, una historia urbana. Buenos Aires: Fundación Boston. 1991; Torre, J. C. Mar del Plata, una utopía argentina en revista Punto de Vista nro. 51. Buenos Aires. 1995.   

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