¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Martes 21 De Marzo
El 17 de octubre de 1951 no era un día cualquiera. El sexto aniversario de la jornada que inició la política contemporánea, la larga marcha de los descamisados reclamando por Juan Perón, prometía la novedad de la reaparición de Eva Perón en público. En la gravedad de su enfermedad, la Abanderada de los Humildes tenía un sueño. Al igual que Jaime Yankelevich, el poderoso empresario de Radio Belgrano. Que los argentinos disfrutaran del medio de comunicación que maravillaba al mundo: la televisión. Argentina no contaba aún con esas lustrosas cajas de madera en los hogares, ni tampoco con las altas antenas que aguijoneaban los cielos. Eso se remediaría a partir de ese día con la cobertura del discurso de la pareja gobernante, una epopeya de un pequeño grupo de técnicos y locutores que trabajaba en algo que desconocían completamente “A mí me habló -Miguel de- Calasanz y me dijo: “Vení conmigo a aprender televisión”. “Pero no sé nada de eso”, le contesté. “No te preocupés, vamos a aprender todos en base a equivocarnos”, fue su respuesta”, recordaba Osvaldo Miranda, conductor del primer éxito televisivo, “Tropicana Club”, el ShowMatch de 1952. Y así nació la TV argentina, a prueba y error, con talentos que vendrían de la radio, el cine y el teatro, haciéndose al aire.
El camino catódico estaba jalonado con ensayos previos, el último una sonada demostración de un “piloto” en agosto de 1950 en el Congreso Internacional de Cirugía, que contó con la presencia del presidente Perón, y el soporte técnico de la Standard General Electric. En este acto inaugural confluían ya actores fundacionales en la TV local como los capitales tecnológicos norteamericanos y las agencias de publicidad. Pero faltaba la decisión empresarial y política. Cuenta la leyenda que para la primera sería primordial el ímpetu de Yankelevich, el zar de la radio y el ramo eléctrico, en cumplir el deseo de su hijo Miguel, enfermo de cáncer terminal, que insistía, “papá, muchos países civilizados ya la tienen o van en camino de contar con la televisión. Tenés que traerla, papá” Al morir Miguel en 1949, Don Jaime reunió a sus gerentes de LR3 Radio Belgrano, que tenía la mayor cadena nacional, y convino, “Señores, voy a traer la televisión” Alguno de sus directivos desconfiaron, por la competencia que podría sumar la radio, y el empresario firme, “ya es algo decidido por mí, no les estoy consultando. Además, no saben lo maravilloso que es”, cerraba quien tendría una aliada inesperada, la pata política, Eva Perón.
Inesperada porque había sido el peronismo que se había apropiado de su broadcasting aunque seguía detentando Jaime la gerencia artística y comercial -ayer compraban o expropiaban canales, hoy es la pauta oficial, aún no conocemos medios masivos privados los argentinos, en cualquier soporte. Tal vez por la insistencia del ministro de comunicación Oscar Nicolini, que veía la poderosa arma de persuasión, o sus amigos artistas, los pocos que intuían el potencial como Miguel de Molina, Evita sentía que podría convertirse la TV en otro de los grandes legados de la Refundación de la República, en el molde peronista. No casualmente en los días previos al lanzamiento, Eva dice a Yankelevich, un poco ansiosa, “sí, sí, todo es muy lindo pero yo quiero que televisen el próxima acto del 17 de octubre, ¿entendiste?”, de acuerdo a la reconstrucción de la revista Primera Plana en 1967. A Don Jaime no le quedó otra que apresurar los tiempos, aún las brevas no estaban maduras, y se realizaron decenas de informes técnicos y frecuencias, de la cuales surgía una elegida, el canal 7.
Pero ya venía trabajando el equipo comandado por Yankelevich, y el ingeniero Max Koable, a destajo varios meses atrás. Desde que viajaron un frío invierno neoyorkino de 1950 a comprar el transmisor de 5 kilowatios, que estuvo en funcionamiento casi treinta años en Canal 7, al igual que las cámaras provistas por la General Electric. Aquí aún se discute si era un rezago, o un equipo experimental, porque durante décadas la imagen del 7 fue defectuosa. También se compró un lote de 50 mil aparatos de marcas Raytheon, Capheart y Dumont-el Museo de la Televisión Pública posee uno de esta última marca, en exhibición en la sede de la calle avenida Figueroa Alcorta y Tagle. A esta versión se deben confrontar la de Samuel Yankelevich, que habla de 400 nomás de General Electric, que fueron a confiterías, comercios y unidades básicas, con un costo de 8000 mil pesos cada uno (un muy buen sueldo rondaba los 1500 pesos, el cambio del dólar era a 22 pesos), y la de Julio Bringuer Ayala, uno de los locutores de la transmisión inaugural, que habla de menos aún, 200 aparatos repartidos entre funcionarios y empresarios. Samuel personalmente con Don Jaime viajaron en el carguero que traía el Invento, y él tramitó la autorización del Banco Central para girar los dólares a Estados Unidos, los 26 millones que todavía no se sabe bien de dónde salieron, si de las ganancias de Radio Belgrano, o del pesado canon que cobraba el Estado a las radios comerciales a fin de subvencionar la “competencia”
Mientras se avanzaba con los estudios en el Alvear Palace Hotel, el auditorio coqueto de Radio Belgrano en Ayacucho y Posadas, en solamente quince días se instaló la antena fabricación argentina de 50 metros en los techos del Ministerio de Obras Públicas. Las primeras pruebas ocurrieron el 20 de septiembre de 1951, en el último piso del edificio de la avenida 9 de Julio, con Adolfo “Fito” Salinas leyendo el diario, o cualquiera que hiciera morisquetas delante de la cámara. Total, además del receptor Diamond de monitoreo, solamente tres personas en Buenos Aires tenían el electrodoméstico que a final de ese siglo poseían el 99% de los argentinos.
“Ya están instalados en el Banco Hipotecario y otros lugares estratégicos de la Plaza de Mayo los equipos transmisores de Radio Belgrano, que describirán con vivísimas imágenes -más elocuentes que la verba más florida y acelerada de los locutores- toda la imponencia y trascendencia de una nueva reafirmación justicialista del pueblo argentino”, exaltaba el diario oficialista Crítica el 16 de octubre de 1951, expropiado por el régimen a la familia Botana, y auguraba en esta cita recuperada por Mirta Varela, “el verdadero estado de espíritu de las multitudes argentinas, hablará mañana por sí solo: todos los panegíricos verbales resultarán vanos. Las imágenes y los rumores dirán de la permanencia en la historia de aquella gesta del 17 de octubre de 1945” Esta impresión de asistir a un hecho trascendental fue más bien rara, y la mayoría de los medios escuetamente adelantaba la “televisación” del acto, más centrados en la relevancia política de la aparición de la esposa de Perón, y de las fuertes lluvias anunciadas al mediodía siguiente, con la baja de temperatura en plena primavera. Así que pocos argentinos, que concurrieron por miles a la Plaza, estaban anoticiados de que además de un discurso histórico de Eva Perón, “yo no valgo por lo que hice; yo no valgo por lo que soy ni por lo que tenga. Yo tengo una sola cosa que vale, la llevo en mi corazón, me duele en la carne y arde en mis nervios : el amor por este pueblo y por Perón ¡La vida por Perón!”, estas frases reproducidas mil veces fuera de contexto, a pocos días de una asonada golpista, eran decorado de las cámaras que apuntaban desde los balcones de la secretaría del Banco Nación. Actores involuntarios del nacimiento de la televisión argentina. Los pesados equipos, tres cámaras, consolas, switcher y fuentes, habían sido trasladadas desde el improvisado estudio de Ministerio de Obras Públicas. Una cámara quedó allí para los locutores. Más no había.
Lo que puede considerarse el primer programa de la televisión argentina, un acto oficial, tiene también un incierto horario de transmisión. La versión oficial habla de una cobertura que arrancó a las 14.24 con las palabras de Iván Grondona desde los estudios del Ministerio. Sin embargo otras hablan de que empezó mucho antes, a los 8 de la mañana, con Julio Bringuer Ayala, Salinas y Daniel Luro, los locutores estrellas de Radio Belgrano -a quien no se les pagaba extra por este trabajo, una práctica que Yankelevich y compañía extendieron mientras fue LR3 Radio Belgrano TV- hablando horas y horas sobre la historia de los edificios, o las palomas de la plaza. Isabel Marconi menciona que se recordó hasta de los árboles porteños notables pero Bringuer Ayala negaba que haya trabajado ese día. Incluso existe una versión que cuenta que cuando arrancaron los discursos a las 16, la cobertura en directo había cesado, y que hubo que contentarse con observar la figura fija de Eva y Perón, con el audio de Radio del Estado.
Tampoco hay mucho acuerdo de quiénes estaban con Enrique Susini, uno de los Locos de la Azotea que iniciaron la radio en el mundo, quien manejaba personalmente una cámara, dicen, en compañía de Yankelevich. Aseguran algunos testigos que los llantos de Evita se confundían con los de Don Jaime, ambos propulsores por distintos motivos, públicos y privados, de la TV Argentina. Oficialmente la historia narra que estaban Jorge “Toti” Agromayor, Gerardo Noizeaux, Óscar Orzábal Quintana, Koeble, Rosales, Juan José Riva y César Guerrico -socio de Susini en Lumiton, precursores del cine argentino. En la Plaza locutaron Luro, Bringuer Ayala y Salinas. Y en los estudios del Ministerio trabajaban Alejandro Spataro, Isabel Marconi, Ignacio de Soroa, Jaime Más y Juan José Piñeyro. Esta nómina puede variar con el investigador y la fuente, así de complejo resulta reconstruir los inicios del medio preferido de los argentinos. A partir de la reflexión de Samuel Yankelevich de 1998, “es curioso: la televisión argentina no tuvo nunca una inauguración oficial por parte de las autoridades. A día siguiente apareció Don Jaime, diciendo una palabras”, entonces, ¿no sería más apropiado recordar el 19 de octubre? ¿o los últimos días de noviembre de 1951, cuando Yankelevich viendo el “desastre” de la programación, sin pies ni cabeza, anuncia con una grilla en mano, “ahora empieza la televisión argentina”?
En el teatrito íntimo de Alvear y Posadas existía un gran nerviosismo la noche del 17 de octubre de 1951. Los jerarcas de Radio Belgrano se pasean nerviosos en una maraña de cables, poleas y luces, algunas tan improvisadas porque se usaban en náutica, y que mal se mezclaban con la púrpuras sillas de antaño. Y como si fuera poco, una extraña vía de hierro, primitivo Dolly, recorre el pasillo dejando apenas lugar para los desplazamientos de más de un selecto centenar de personas que esperan participar de la llegada del Invento, al menos de televidentes. En Buenos Aires algunos centenares se habían apiñado a la tarde en vidrieras de casas comerciales, bares y unidades básicas, siendo también de los primeros espectadores. Pero los VIP del Alvear deberán esperar dos o tres horas a que lleguen las cámaras y fierros del Banco Nación, que estaban siendo desmontados con la mayor celeridad posible, incluso descolgando del techo el microondas, y que, encima, la masiva asistencia enlentecía el viaje en los fletes, las chatas, ningún camión de exteriores.
“A partir de los ocho de la noche estaba programado un momento musical que había preparado Susini -quien defendía un medio como servicio social y canal de difusión cultural, símil a su proyecto fallido para la radio en los veinte; frente al interés de Yankelevich que propugnaba una veta comercial-, con vestuarios y escenografías prestadas del Teatro Colón”, recordaba a Carlos Ulanovsky la cantante lírica Alicia Arderius, esposa de Susini, “Todo estaba listo, el presentador de Soroa, la orquesta estable de Radio Belgrano dirigida por Juan Martini y el ballet del Colón, y las cámaras tardaron más de dos horas en aparecer. Al final se hizo. Yo, primero, canté “La Marcha de los Granaderos”, de Schetzinger, como si fuera una interpretación libre que la actriz norteamericana Jeanette McDonald había hecho en la película “El desfile del amo”, y después hice “¿Qué te importa que no venga?”, de la zarzuela “Los Claveles”, de José Serrano. El espectáculo estuvo al aire una hora y terminamos muy contentos, pero al día siguiente vino la peor desilusión, porque nadie, nadie nos había visto”, recalcaba de una emisión que arrancó a las 21.30, cuando la gran mayoría seguro había apagado el receptor, cansados de la imagen fija del presidente y la música de la radio. Oficial. Y agrega algo más la artista, quien aportaría el dato que la TV local nació con Contenidos extranjeros, “Esa noche, me acuerdo, mucha gente andaba con papel y lápiz explicando a quien quisiera enterarse cómo funcionaba la televisión. Nadie entendía nada, y en realidad no importaba mucho”, puntualizaba de una conducta sobre el medio que variaría en pocos años, no más con papel en mano, sino con sintonizador y, hoy, con un click. Y nadie quiere explicar en 2021 sino compartir qué serie o plataforma.
Tres días después Enrique Susini recibe una nota de Jaime Yankelevich, “Con verdadera satisfacción cumplo en llevar la felicitación recibida de SE el Señor Ministro de Comunicaciones de la Nación con motivo del éxito obtenido en la inauguración de la Televisión el día 17 del corriente, a cuyo triunfo Ud. ha colaborado en forma tan destacada que justifica plenamente el pláceme que le hace llegar, al cual con íntimo placer agrego el mío. Saludo a Ud. afectuosamente” Intereses privados, Intereses públicos, la mancha natal en la larga marcha de la televisión argentina en sus 70 años.
Fuentes: Ulanovsky, C. Samoilovich, D. 1951-1976. Televisión Argentina 25 años después. Buenos Aires: Hachette. 1976; Nielsen, J. Televisión Argentina. 1951-1975. La Información. Buenos Aires: Ediciones del Jilguero. 2001; Mindez, L. Canal Siete. medio siglo perdido. La historia del Estado Argentino y su estación de televisión. Buenos Aires: Ediciones Ciccus-La Crujía. 2001
Imágenes: Ministerio de Cultura
Fecha de Publicación: 17/10/2021
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