Poco se sabe del cordobés Santiago Derqui. Apenas unos renglones en los libros de historia secundaria, o algún cuadro desteñido en museos presidenciales, con errores históricos porque usaba la banda confederada. A pesar de que resultó el segundo presidente de los argentinos, Bernardino Rivadavia fue primer magistrado de Buenos Aires nada más, y que sus contemporáneos respetaran enormemente su vuelo intelectual y su patriotismo. Las razones pueden sintetizarse en jugarse, con convicción y lealtad, a las causas perdidas. Secretario unitario del ejército del general José María Paz, derrotado por el rosismo, funcionario de los gobiernos liberales de Corrientes y constituyente en Santa Fe, opuestos al centralismo porteño, y sostenedor eficiente del ejecutivo del presidente Justo José de Urquiza, que lo traicionaría en la batalla de Pavón, ascenso por los armas al poder de la oligarquía terrateniente, su nombre deambula signo y víctima de las guerras civiles del siglo XIX. Poco para un hombre honesto y valiente, que visto que sus antiguos camaradas unitarios de exilio montevideano se abrazaban con los hacendados rosistas, Urquiza negociaba en barcos ingleses, y que el Brigadier Bartolomé Mitre se alzaba contra la Confederación Argentina, haciendo uso de un jalón del ejército nacional que el mismo presidente Derqui había dispuesto, “He llegado a convencerme de que mi presencia al frente de la Administración Nacional se toma como un obstáculo para el arreglo de la actual situación de la República, tan dañosa ya al honor y a los intereses de ella”. Y marchó Derqui al exilio en Uruguay, marchó al Oblivion argentino, al igual que cualquier unitario o liberal sin pastos ni vacas ni ríos del Siglo XIX. Si no, pregunten a Rivadavia.
Y de la escasa información que se narra surge el impactante “murió en la pobreza el 5 de septiembre de 1867 en Corrientes y su cuerpo permaneció insepulto tres días por falta de dinero” Sin embargo las cartas de la familia Mansilla Derqui, rescatadas en 1968 por Isidro J. Ruiz Moreno en la revista Todo es Historia, contraponen la versión distinta. Y un panorama muy diferente del cordobés nacido el 19 de junio de 1809, en ese año de mortandad uno de los personajes relevantes de la sociedad correntina; en parte por sus exitosa labor profesional de abogado, con excelentes vínculos con paraguayos y brasileños -aunque tampoco sufrió la cárcel durante la invasión del General Solano López a Corrientes, en los albores de la Guerra contra el Paraguay, como suele decirse-, en parte por pertenecer, por el lado de su esposa Modesta, a una ilustre familia provincial que hundía raíces en la familias que lucharon por la Independencia.
¿Cómo puede vivir mendigo Derqui que en 1866 recibía en su estancia de Santa Catalina al almirante de la escuadra imperial del Brasil, el controvertido Tamandaré, y al ministro plenipotenciario del emperador Pedro II que firmó el Tratado de la Triple Alianza, Almeida Rosa? Y, pese a otras versiones, tampoco Derqui apoyó a los invasores paraguayos, que mal confiaron en la rebelión de los federales argentinos, mal confiaron en Urquiza. Y se mantuvo el ex presidente en un postura neutral, aunque también denotan las cartas a los hijos, alguno llegaría a mano derecha de Carlos Pellegrini, Manuel Derqui; a un Don Santiago con una aguda interpretación del conflicto entre pueblos hermanos y las razones de una campaña interminable y aniquiladora.
Periodista y abogado fundamental de la Organización Nacional
El futuro presidente de los argentinos comienza su estrella política muy temprano, egresado de la docta cordobesa, y en los tiempos convulsionados de los hermanos Reinafé -sindicados asesinos de Facundo Quiroga-, bajo el fuego de la prensa partidaria. A cargo de la primera cátedra de Derecho Público de la universidad mediterránea en 1834, un par de años luego sufrirá la cárcel por la oposición al rosismo desde las páginas de su diario “El Cordobés”.
Desterrado de su provincia, se aliaría con el uruguayo Fructuoso Rivera en Corrientes, y más tarde con el general Paz, buscando siempre el “modo de combatir a Rosas” Esos años de penurias y privaciones, donde es representante unitario ante Asunción y Río de Janeiro, acompañando con un proyecto liberal nacional con varios personajes que formarían el estado separatista de Buenos Aires a partir de 1852, acaban con la reunión del Congreso Constituyente que dictaría la Constitución el 1 de mayo de 1853. Al cerrar las sesiones en 1854,a Derqui, en su rol de presidente del cuerpo, “flemático” brinda un notable Manifiesto a los representantes de las provincias -Buenos Aires, ausente- a favor de la integración y la concordia de los pueblos. Urquiza, impresionado por sus habilidades de probo funcionario y sus ideales federales, lo transformó en sus seis años de gestión en el Ejecutivo (1854-1860) en un auténtico -y el primer- súper ministro. Derqui, a excepción de Guerra y Marina, manejó con solvencia y talento todas las carteras de una Confederación pauperizada.
La grave situación del gobierno de Paraná era originada por la contienda no resuelta con Buenos Aires, sentada sobre el puerto y los ricos dividendos de las estancias bonaerenses y litoraleñas, pese a que ambos bandos, Confederación Argentina y Estado porteño (sic), compartían idéntico proyecto liberal y agroexportador. Muchos de los compañeros de lucha de Derqui, como Sarmiento, demolían cualquier intento de unidad constitucional, o financiamiento autónomo, que no pasará por los escritorios y puertos a la vera del Río de la Plata. Tal es la situación río arriba, que ni oficinas confederadas ni reservas existen, “tres monedas y una falsa en el banco nacional”, la capital Paraná languidece a fin del mandato de Urquiza, y se accede lastimosamente a un antecedente de coparticipación de un millón y medio de pesos; tras la batalla de Cepeda (1859), y las condiciones que logran imponer los porteños vencidos que negocian -con la garantía del paraguayo Francisco Solano López- el Pacto de San José de Flores.
El fatídico 1860
Derqui sufre del Año Fatídico 1860, como los revolucionarios de Mayo padecerían del Año de la Anarquía 1820, con Manuel Belgrano muriendo con el “Ay, Patria mía”. Luego de la firma del pacto, una vez más que Urquiza decidió no incendiar Buenos Aires como en 1852 tal cual rogaban los federales duros, al fin al cabo el entrerriano era también un próspero estanciero, empiezan las maniobras para silenciar los intentos del federalismo. Los primeros meses de 1860 se juegan con los promesas de reelección de Urquiza -el fundador de querer cambiar la constitución por la re, apoyado por Juan Bautista Alberdi desde París- y la previa a las reformas constitucionales con la entrada de Buenos Aires, que se asegura, claro, que Don Justo no vuelva al Ejecutivo. “Es la Constitución de 1853 pero complementada y perfeccionada por la Revolución de Septiembre de 1852 (sic)”, alababa Mitre en 1860, y la comparaba con la constitución unitaria de 1825. O sea que se retrocedió 35 años de sangre y fuego, que no cesaba con el asesinato en San Juan del enemigo de Sarmiento, el gobernador federal José Virasoro -según Jorge Abelardo Ramos existen documentos del Maestro de América que corroboran que destinó un millón y medio de pesos a “motivar” el homicidio-
Dos años antes el correntino Virasoro había reemplazado al gobernador Benavídez, también dudosamente asesinado, y eso había motivado que la sucesión presidencial recaiga en Derqui en marzo de 1860, ya que se sospechaba que los porteños financiaron el crimen. Además del dedazo de Urquiza a Derqui, que promueve a su leal ladero en la administración de la “pobreza”, antes que al intrigante porteñista vice Salvador María del Carril. Dos meses después asume Mitre la gobernación de Buenos Aires y crecen las tensiones, no mediando que el presidente Derqui nombra a los ultra unitarios Norberto de la Riestra y Francisco Pico a pedido de Don Bartolo, ganándose de inmediato el odio de los federales radicales como los hermanos Rafael y José Hernández -el futuro poeta del “Martín Fierro-.
Sin embargo un hecho significativo de esta historia, la caída de la Confederación Argentina, y del federalismo de cuño librecambista no porteño, fueron las mutuas visitas de Urquiza y Mitre en julio de 1860. Ambos masones. Algo se cocinó en esas tenidas secretas porque desde la fecha la transferencia del poder de los “trece ranchos” a Buenos Aires fue irreversible. Acentuada tras la reunión en el vapor inglés Oberon entre Mitre, Urquiza, un disminuido Derqui y los diplomáticos británicos. Y el mismo Derqui sería arrastrado en esta marea incontenible que explicaría el retiro del general Urquiza con la victoria a la mano en Pavón, 17 de noviembre de 1861.
La caballería litoraleña había arrollado una vez más a los porteños dirigidos por Mitre, que “no sabía lo que hacer en batalla”, decían maliciosos sus adversarios sin conocer aún el desastre de Curupayty de 1866, y Don Justo decide retirarse por unas, algunos señalan, “tremendas hemorroides”. Aquello fue un golpe bajo a la causa federal y hundió la escuálida presidencia de Derqui, que vestía a sus soldados con felpa dorada porque ni botones tenían, quien renunciaría el 5 de noviembre de 1862 ante los pedidos desesperados al hombre que había sostenido en la presidencia. Traición. Prefirió Urquiza, o fue obligado en cumplimientos de pactos secretos, a retirarse al Palacio San José y mirar pasar el tiempo. El de Don Justo acabaría a puñaladas en 1870.
“Aquí estamos predicando concordia y no la hacemos”
Un poco antes fallecía su leal Derqui en Corrientes. Había sobrevivido de mala manera en el destierro en Montevideo en 1863 y fue la gestión de uno de sus enemigos de otrora, el porteño Rufino de Elizalde, que intercede ante el presidente Mitre para que se le permita reencontrarse con la familia correntina, “aquí estamos predicando concordia y no la hacemos”, remata observando triste a un presidente argentino juntando limosnas de un tabernero montevideano.
A su regreso a Corrientes en 1864 pudo restablecer su trabajo profesional y regenteaba una próspera hacienda. Y una vez fallecido Derqui ocurre la anécdota del cuerpo insepulto. Que no radica en la pobreza, de hecho a una misiva al hijo habla de una suma de “700 onzas de oro” que pagan por sus servicios poco antes, sino a una vieja causa de juventud, cuando defendió en 1834 al estado cordobés ante los atropellos eclesiásticos y, en un juicio legal, se decidió el destierro de monseñor Lascano. Prelado que lo excomulgaría y que, 33 años después, sacaría a relucir esta decisión personal para no permitir la sepultura cristiana de Derqui. Sería un compañero jurista cordobés, José Funes, que tramitó el levantamiento de tamaña ofensa post mortem, a lo que demoró los remanidos tres días. Y así descansan los restos de Santiago Derqui en la Iglesia de la Santa Cruz de los Milagros de Corrientes, en un urna de rica madera argentina tallada con el escudo nacional. Idéntica madera de Santiago Derqui, que fue un hombre de su presente que nos sigue llegando, bajando amarronado y caliente por el Paraná y el Uruguay.
Fuentes: Ruiz Moreno, I.J. Últimos días del presidente olvidado en revista Todo es Historia. Año II Nro. 13. Mayo 1968. Buenos Aires; Chávez, F. Historia de los argentinos. Buenos Aires: Theoria. 1977; López Mato, J. Derqui, el presidente traicionado por un “dolor hemorroidal” de Urquiza que terminó abandonado y en la pobreza en infobae.com
Imagen: Archivo general Entre Ríos
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.