A mediados de 1823 el general José de San Martín sufría de un panorama incierto para la Independencia americana durante su estancia en El Chorrillo, Mendoza. Si en Perú la situación se desangraba con enfrentamientos entre peruanos, una situación parecida a la chilena, en Buenos Aires los nuevos vientos políticos tenían una estrella en el firmamento: Bernardino Rivadavia. El ministro de Martín Rodríguez representaba los intereses de cierta burguesía porteña, ligados al liberalismo inglés, y un estilo de gobierno republicano. En los tres años de gestión, modernizó un país donde todo estaba por hacerse con medidas que iban desde la construcción de un puerto para Buenos Aires, el primero de relevancia que tuvo la Ciudad, a las leyes sobre el derecho de propiedad, seguridad individual, asistencia pública y tierras, y promoción de la inmigración, y varias acciones en la cultura y la educación, cuyo máximo hito fue la fundación de la Universidad de Buenos Aires, próxima a su Bicentenario.
Pero este tipo de nuevas libertades civiles chocaba con un viejo conocido de Rivadavia, quien había tenido una fuerte participación en la Asamblea del Año XIII, y era nada más ni nada menos que San Martín. Rivadavia piensa en 1815 que las “Provincias Unidas y, recientemente Chile, poseen los títulos que se pueden exigir de un nuevo país, digno de tener una constitución actual”. Unos meses después, San Martín, quien le escribía a Godoy Cruz que de estar en Tucumán el 9 de julio hubiese “tirado la casa por la ventana” de la alegría, ponía fuego a su letras, totalmente enervado, “un curso –N. de E. diarrea en las palabras del siglo XIX– me da cada vez que veo estas teorías de libertad, seguridad individual, ídem propiedad, libertad de imprenta, etc etc…estas bellezas sólo están reservadas para los pueblos que tienen cimientos sólidos y no para los que aún ni saben ni leer ni escribir, ni gozan de la tranquilidad que da la observancia de las leyes….si yo no existiese en esta provincia –Cuyo–, ya la hubieran hecho los sanbardos –N. de E. desquicios en las palabras del siglo XIX– que las demás, pues todo el mundo es París”. Proféticas palabras del Libertador y nuestra embobe con Europa.
San Martín y Rivadavia, hermanos por la Independencia
Y, si bien los proyectos de los enormes constructores de Patria fueron antagónicos, el amor a su país, y América, los unía. Recordemos que Rivadavia, una vez que llegaron noticias de la entrada de San Martín a Lima, y pese a las reticencias de los porteños sobre una gesta que sentían extraña –y los había endeudado internacionalmente–, encarga a Esteban de Luca, nuestro poeta militar de la Revolución, un Canto Lírico, y manda a las mejores librerías del mundo. Además, paga a De Luca no solamente una suma de dinero, algo inusual para un trabajo literario, sino que le obsequia las obras completas de poetas universales. Tal respeto tendría en 1823 en San Martín un eco, en la carta dirigida a Tomás Guido: “Usted sabe que Rivadavia no es amigo mío, a pesar de esto, sólo los pícaros consumados no serán capaces de estar satisfechos de su administración, la mejor que ha conocido en América”.
Claro que Rivadavia consideraba que San Martín podría ser “el brazo militar que moviera los pueblos al desorden”, aquel que reclamaban los caudillos contra los principios centralistas –y autoritarios– de Buenos Aires. Pero confiaba en que el Libertador nunca iba a “desenvainar su sable contra sus hermanos americanos” y tampoco inmiscuirse en la refriega política porteña. Y, pese a que estaba al tanto seguramente del hostigamiento que sufrió San Martín tras su regreso del Perú, que no me fue muy diferente al que sufrió en Chile de paso a Mendoza, fue uno de los pocos que se reunió varias veces con el general para discutir el futuro de los países en ciernes. Según afirma el historiador Carlos Segreti, es factible que Rivadavia haya rogado a San Martín que no active gestiones ante las monarquías europeas a fin de ofrecer América a sus protectorados, una idea del Libertador desde siempre, algo que el ministro de Rodríguez consideraba “un desatino de sostener, una teoría abstracta que no tiene ninguna posibilidad de ser llevada a la práctica alguna vez en estos Estados”. Quizá sea hora de reconocer a Rivadavia como uno de los primeros defensores de los principios republicanos a contrapelo de una época que exigía caudillos, sables y sangre. Una edad interminable.
Ya exiliado en 1830, un Rivadavia que sufre por la Argentina desgarrada por las guerras civiles, sin leyes ni instituciones centrales, sean de lado de los unitarios o de los federales, recuerda el encuentro con San Martín en Europa en 1824, donde continúan discutiendo dos modelos, y escribe resignado: “En nuestros pueblos no pueden establecerse monarquías ni príncipes de Europa y menos podría sostenerse sin la Independencia…los trastornos de nuestro país provienen mucho más inmediatamente de la falta de espíritu público y cooperación en el sostén del orden y de las leyes por los hombres del orden, que los ataques de los díscolos, ambiciosos sin mérito ni aptitud, codiciosos sin industria”.
Manos americanas estrechadas
En Estados Unidos post Obama, un hijo de inmigrantes puertorriqueños, Lin-Manuel Miranda, escribió un arrasador musical sobre Hamilton, alabando sus principios centralistas y republicanos en pos de la identidad de una Nación, realzando su cercanía a Washington, y revirtiendo una imagen denostada por años por la izquierda norteamericana. La grieta es mucho menos temible, menos real, si empezamos por todos los medios a estrechar las manos, como hicieron varias noches Rivadavia y San Martín en la casa de Bernardino, un cálido diciembre de 1823.
Fuentes: Segreti, C.S.A. Bernardino Rivadavia. Hombre de Buenos Aires, ciudadano argentino. Buenos Aires: Planeta. 2000; Pasquali, P. San Martín confidencial. Correspondencia personal del Libertador con su amigo Tomás Guido (1816-1849). Buenos Aires: Planeta. 2000; De Marco, M. A. Pioneros, soldados y poetas. Buenos Aires: Editorial El Ateneo. 2014.
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.