¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Jueves 01 De Junio
Allende el Atlántico, en Cádiz y Londres, los patriotas americanos se reunían en sociedades secretas alentadas por el venezolano Francisco de Miranda. En aquellas tierras entran en contacto la mayoría de los futuros héroes continentales, entre ellos se encontraba un teniente coronel un poco mayor que el resto, pero con el fuego de revolucionar a los flamantes países latinoamericanos. José de San Martín estaba por emprender una de las gestas libertarias más colosales de la Humanidad desde la nada. Porque era un perfecto desconocido cuando pisó el puerto de Buenos Aires en 1812 luego de cincuenta días a bordo del Canning, en un viaje financiado en parte por sus pares masónicos británicos.
Para explicar cómo ese desconocido militar de acento andaluz, que provocaba la desconfianza de los porteños, persistente aún muchos años después en una carta previa al Cruce de Los Andes, “para Buenos Aires siempre seré un sospechoso”, es fundamental su pertenencia a las logias masónicas y, en simultáneo, su papel clave como ideólogo del golpe que destituyó al primer Triunvirato en 1812 y llamó a la Asamblea del Año XIII. ¿San Martín, golpista? Sí, marchó con sus recientemente formados granaderos con la proclama “las tropas no están para sostener gobiernos tiránicos”. Iba contra un gobierno que había abandonado los principios revolucionarios americanos, dejando a su suerte al general Manuel Belgrano en el norte y desentendiéndose de los problemas de la Banda Oriental de José Artigas. Con esta asonada militar, secundada por Carlos María de Alvear desde el plano político, se allanó el camino tanto para la declaración de la Independencia, el paso indispensable para la influyente Logia Lautaro y la radical Sociedad Patriótica, y una Constitución, un objetivo más bien secundario para San Martín pese a sus ideales republicanos.
Tan en sintonía se encuentran Alvear y San Martín, esa primavera de 1812, que en una reunión posterior al citado golpe cívico-militar, y según Juan Canter en Las sociedades secretas y literarias, Alvear sostiene enfáticamente que “los gobiernos nada debían temer de los pueblos, cuando no los tiranizan” –recordemos que un par de años después se transformará en cuasidictador como director supremo–; a la par que plantea el asunto de la independencia. Incluso ambos coincidían en que la declaración de la Independencia debía ser posterior, y no anterior a la Asamblea que proponían convocar, como pugnaban los radicales aliados, a Juan José Paso. El miembro de la Primera Junta intentó llamar a una nueva Asamblea, y sustituir a Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte en el Segundo Triunvirato. San Martín y Alvear unieron fuerzas para desbaratar este nuevo golpe alentado por los más extremistas.
Un párrafo aparte merece esta Asamblea, que fue una profecía de varios problemas que aquejarían a los acuerdos nacionales. Porque, por un lado, tuvo a la presidencia de Alvear en un derrotero de concentración de poder y, al mismo tiempo, puso en cuestión los diferentes modelos de las provincias y Buenos Aires. Asimismo, puede decirse que la realidad apagó el relato, en términos actuales, ya que los postulados de igualdad, soberanía y revolucionarios de la gran mayoría de patriotas terminó en la práctica con una serie de artículos que, si bien no son menores, estaban muy por debajo de las esperanzas que existía en un momento en que parecía que pronto América tendría países libres e igualitarios. Y soberanos. La libertad de vientres para las esclavas y la supresión del tráfico de personas, termino de la esclavitud forzada de los indios, mecanismos de representación política, afianzamiento de los derechos individuales y de la propiedad, nuevo orden jurídico creando la Cámara de Apelaciones, la primera amnistía política de la historia argentina, franquicias de comercio e industria, prohibición de la tortura y quema de las terribles artilugios de la Inquisición en la Plaza Mayor, entre otros logros civiles y republicanos, no son poca cosa para un país que aún no se reconocía como tal ni tenía instituciones firmes. Y mucho menos el respeto a las leyes.
Y, en las bambalinas de todas estas medidas, estaba San Martín sin dejar de poner delante la flema independentista. Y no dudó entonces en ser postulado por la provincia de Catamarca, a sabiendas de que era una especie de candidato testimonial sui generis, con la única intención de reforzar su influencia como Venerable Maestro de la Logia Lautaro en pos de la emancipación americana. En un gran descubrimiento del historiador Pablo Camogli, en el Archivo Histórico de Catamarca, puede leerse de la elección del 1 de diciembre de 1812 en el cabildo catamarqueño: “Eligieron y nombraron para representante de este pueblo al coronel de regimiento número 2 de Patricios Don Francisco Antonio Ortiz de Ocampo quien por legal impedimento podrá sustituir el comandante de granaderos montados Don José de San Martín o en el doctor Pedro Pablo Vidal”. Tanto Ortiz de Ocampo como San Martín declinaron el ofrecimiento por sus tareas militares. Como tampoco Vidal podía ocupar el cargo, ya que había sido designado por Jujuy, finalmente se eligió al presbítero José Fermín Sarmiento.
Mientras en las primeras semana de enero de 1813 llegaban a Buenos Aires los diputados desde el Alto Perú a Cuyo, de la Banda Oriental a La Rioja, para pavimentar el camino a la Independencia con los avances –y retrocesos– de la Asamblea del Año XIII, San Martín marchaba a su bautismo de gloria en San Lorenzo.
Fuentes: Rosa, J. M. Historia Argentina. Buenos Aires: Editorial Oriente, 1978; Camogli; P. Asamblea del Año XIII Historia del Primer Congreso Argentino. Buenos Aires: Aguilar, 2013; Levene, R. Historia de la Nación Argentina (Desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862). Buenos Aires: Academia Nacional de Historia, 1951; https://www.ancmyp.org.ar/user/FILES/03Vanossi13.pdf
Fecha de Publicación: 20/08/2020
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