¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“Traiga el año 1906 risueña esperanza y evite el dolor de 1905 y, sobre todo, aparezcan en el alma de la gente un poco de amor y de concordia” era el deseo del editorialista el diario La Razón pasado un convulsionado fin de año, aún con las postales de cientos de levantamientos civiles en todo el mundo, huelgas y atentados por doquier y represión. Y si en Rusia se iniciaba el proceso que culminaría con la revolución comunista de 1917, en Argentina los radicales de Hipólito Yrigoyen marcaban el arribo de nuevos actores al escenario político, refrendados con la Ley Electoral Sáenz Peña de 1912. Que fue consecuencia de la revolución del 4 de febrero de 1905, una que conmocionó un país entero y sacudió los cimientos el régimen oligárquico y terrateniente en el poder desde 1880. Otra resultante fue el ascenso de Yrigoyen como símbolo de un movimiento popular nacido en la primera generación de inmigrantes y criollos de clase media. Con Don Hipólito, la Nación entraría al siglo XX, dejando atrás el esquema excluyente instaurado tras la Batalla de Caseros de 1852.
“Debemos perfeccionar las leyes de procedimientos a fin de proteger las estipulaciones de los contratos y los derechos consagrados…. evitar ciertos excesos del proteccionismo aduanero…otorgar franquicias a las industrias de otras naciones” leía el 12 de octubre de 1904 en la asunción el presidente Quintana. Una continuidad con la presidencia Roca, que no solamente le había delegado el Ejecutivo, enfrentado al ala reformista que proponía tímidas medidas de transparentar las elecciones o estipular normativas laborales, sino que el Zorro se proponía gobernar en las sombras. Manuel Quintana, mitrista y abogado de los intereses británicos, vestido a la moda de Londres con la infaltable levita, era satirizado por la revista Caras y Caretas,“Doctor, usted es el único mandatario argentino a quién no le sentara el bastón presidencial. Porque es ordinario, de madera del país y con borlas de muy mal gusto” Durante los primeros meses, en medio del agotamiento económico y social de un modelo que podía exhibir una mentirosa renta per cápita sideral, concentrada en los pocos que tiraban manteca al techo en París, se suceden innumerables huelgas obreras y disturbios, en particular, la cruenta represión en noviembre contra los trabajadores de Rosario. Quintana establece el triste antecedente de enviar a la Marina para sustituir a los trabajadores huelguistas. En diciembre se paralizó la vida industrial y comercial de Buenos Aires y Rosario, en un inédito llamado conjunto de anarquistas y socialistas, y derivó, obviamente, en violentas detenciones y expulsiones bajo la inconstitucional Ley de Residencia.
“Sabía seducirlos: empleada en la creciente extensión de su dominio, cualidades envolventes. Les hablaba sibilinamente, suavemente, con cortesía familiar y pomposa la vez… con ambiente crepuscular en que flotaba una bruma de enigma. Y de su casa, en que la austeridad se manifestaba en signos de desprecio ascético, volvían a la urbe, a la aldea de donde procedían, con el mensaje, con el augurio de que la reparación se avecinaba, de que el estallido germinaba ya”, en un retrato del diario La Nación sobre el hombre, el conspirador antes que revolucionario, que pacientemente había tejido los hilos de un partido disperso desde la abstención de 1897. Derrotado en 1890, 1893 y 1895, en revueltas que no eran las suyas, Hipólito Yrigoyen por primera vez estaba al comando y su voz, casi mesiánica, era la promesa de nuevos vientos. Hacia cinco años, en la oscuridad de la casa de la calle Brasil, que reorganizaba los restos del radicalismo intransigente, sólidamente a través de las fuerzas de la provincia de Buenos Aires nucleadas en los comités, a los cuales poco se acercaba el Peludo. Los rumores de sedición crecen a lo largo de 1904, el año que Roca delega el mando a Quintana, y el patotero Marcelino Ugarte, gobernador de la provincia de Buenos Aires -e inventor de los barones del conurbano-, y Roque Sáenz Peña, se acercan al líder radical, a quien todo el mundo respeta pero casi nadie conoce. Y en el selecto Club del Progreso, Sáenz Peña, futuro impulsor de la ley de voto secreto, universal y obligatorio, se pone a disposición de Yrigoyen para voltear al gobierno, al igual que Pellegrini, pero recibe de repuesta: “advierta ustedes que son la razón de nosotros”. “Una de las policías de cosaco disolvía a latigazos los grupos de ciudadanos que se congregaban en nuestras calles públicas”, recordaría Yrigoyen la movilizaciones de ese año que conmemoraban la Revolución de Julio de 1890, en pleno estado de ebullición.
La conjura estaba en marcha pues, integrada solamente por radicales, una de las enseñanzas de las anteriores intentonas, y con el llamado que se extendía reguero de pólvora en los cuarteles de Bahía Blanca, Rosario, Córdoba, Mendoza y Tucumán. Se había decidido en la Convención Nacional en Córdoba como fecha el 10 de septiembre de 1904 pero extrañas circunstancias hacen que recule Don Hipólito, algunos señalan que prefería golpear a un presidente puesto por el dedazo de su odiado Mitre. Otros, en cambio, marcan que no se deseaba personalizar en un nombre fuerte y titulero, como Roca, sino que la intención era atacar el Régimen Conservador que impedía necio aquello que se venía reclamando desde la Unión Cívica de la Juventud de 1889, “el libre ejercicio del derecho al sufragio”
“Ante la evidencia de una insólita regresión que, después de 25 años de transgresiones a todas las instituciones morales, políticas y administrativa, amenaza retardar indefinidamente el restablecimiento de la vida nacional… es sagrado deber de patriotismo a ejercitar el supremo recurso de la protesta armada que aquí han recorrido casi todos los pueblos del mundo por la reparación de sus males y el respeto su derechos”, en la proclama de la revolución del 4 de febrero de 1905, firmada por Yrigoyen en nombre de la Unión Cívica Radical, alegando el latiguillo de “reparación” que era el Norte del reformismo moralista yrigoyeneano, y agrega, “el sufragio, condición indispensable de la representación electiva, ha sido falseado primeramente y simulado por fin, con intermitencias de sangrientas imposiciones… la vida comunal… … la primera escuela política social…menoscabada y suprimida”, cerraba denunciando también el despilfarro de los fondos públicos y los atropellos a los obreros, proclama sediciosa “por y para la Patria” No esperando “la regeneración de un país por sí mismo, corrompido” se organiza el movimiento para la noche de 3, madrugada del 4.
“Levantamiento radical. Nuestras informaciones”, se entusiasmaba el diario anarquista La Protesta el domingo 5, cuando la mayoría de los diarios -conservadores- omitían reportes, incluso la proclama radical se conoció varias semanas después, “nos llegan sensacionales noticias siguientes que demuestran que la llamada revolución está haciendo progresos. El pueblo tiene el derecho de saber la verdad… los sublevados han triunfado de modo indiscutible en Córdoba y en Mendoza. En la primera de estas capitales han sido presos el gobernador y el vicepresidente de la República”, éste último Figueroa Alcorta, futuro presidente que intentaría dialogar con los radicales por mayor apertura civil. Lo que no sabían los anarquistas es que el general Roca, de descanso en las sierras, estuvo a punto de caer prisionero de los insurgentes del gobernador doctor Pérez del Viso, y que, entre los radicales revolucionarios, figuró al futuro vicepresidente Elpidio González, de larga familia federal. El Zorro huyó al galope y abordó un tren a Santiago del Estero. El panorama alentador allí para los radicales no era el mismo en el resto del país, donde la revuelta murió casi al nacer porque no se pudo tomar el Arsenal de Guerra, posiblemente una delación de la Policía. Sin armas, grupos de civiles y militares, toman las comisarías porteñas, y a las 4 de la mañana solamente queda el Departamento de Policía en manos de los leales de Quintana, que exigía que bajo su responsabilidad se “fusile a cualquier oficial sublevado, en el lugar”. Bolívar y Caseros, Matheu y Caseros, Bolívar y Cochabamba, en casi todo San Telmo y Monserrat, se arman improvisados cantones, y se resiste hasta el mediodía los cañones y metrallas del ejército nacional.
“Bueno, Mayor, vamos a ponernos los pantalones”, dijo Quintana al jefe de la 8 de Caballería, ex revolucionario del 1890, golpista del 1930, futuro fascista, José Félix Uriburu. Era hora de barrer las tendencias más plebeyas y criollas que Yrigoyen empezaba a aglutinar, algo que presentían muy bien Roca y Pellegrini, quienes pretendieron que el general Riccheri, el más popular de los militares modernos argentinos, se vincule al radicalismo. Que presentían ello por olfatear el viejo alsinismo populista, más el federalismo bonaerense, que representaba el Peludo. Federalismo que podía contar en Rosario con Emilio Arias, que con sus 70 años peleó en las montoneras punzó de Juan Manuel de Rosas. La sociedad nueva de los inmigrantes, la sociedad vieja de los gauchos y marginados, añoraban una patriada que los ponga en la gran mesa nacional.
Sin embargo para las cinco de la tarde el gobierno nacional dominada la situación. La revolución había quedado acorralada en Córdoba y Mendoza, y en la trágica columna de Aníbal Villamayor que se movilizaba en tren de Bahía Blanca a Buenos Aires, al grito “Viva la Unión Cívica Radical”, boina blanca al viento. Trágica porque en la Estación Pirovano el lunes 6 de febrero de 1905 los soldados el ejército argentino, nunca se sabrá si hubo una orden, deciden disparar sobre civiles indefensos y matan a varios. Córdoba y Mendoza caen entre ese día y el miércoles 8, y amparado por el Estado de Sitio que prorroga sin intervención del Congreso, el Ejecutivo lanza una redada impresionante que evita los escapes de los instigadores a los países limítrofes -de paso se persigue a los anarquistas y se cierra el diario La Protesta, por las dudas. Quintana no perdona y en juicios sumarísimos al que no deporta, envía al presidio de Ushuaia en mayo.
Acto que fue celebrado por los socialistas, que en la voz de Juan B. Justo en el diario La Vanguardia, sostiene que “invitamos a la clase trabajadora a mantenerse alejada de estas rencillas partidistas provocadas por la desmedida sed de mando y de mezquinas ambiciones y a negar su contingente moral”, calificándolo de simple motín. De este modo, una vez más, los socialistas volvían la espalda al reclamo popular y nacional por el derecho al sufragio. Del otro lado del arco ideológico, el diario La Nación se congratulaba de que acabó “la ráfaga de anarquía que había azotado la paz de la República”. El editorial se hablaba de los “progresos de la democracia (sic)” y que los insubordinados “no tuvieron la adhesión popular”, cuando en verdad cientos de hombres y mujeres, la Argentina que no se miraba, ganaron las calles por primera vez ese 4 de febrero. A todo esto, Yrigoyen, quizá consciente de qué se trataba más de un golpe simbólico que real, se encuentra refugiado en Buenos Aires, liquidando varias propiedades, tal cual había hecho en las anteriores revueltas radicales, ya que fue el principal financista de armas, transportes y favores.
A mediados de mayo, cuando la mayoría de los principales correligionarios -allí se empieza a usar esta denominación en el partido- estaban a salvo en Uruguay, protegidos por los blancos del caudillo Saravia, Don Hipólito se entrega a la justicia argentina como único responsable de la Revolución de febrero. Y deja palabras que recogería en el triunfo presidencial de 1916, uno que abrió la supuestamente fallida revolución ya que su antiguo camarada alsinista Sáenz Peña discutió con él la próxima ley electoral, asidero de la real democracia que se completaría en 1949 con el voto femenino, “la Providencia fija los destinos de los pueblos y de los hombres, que ella proyecte un rayo de luz en nuestro sendero, mientras nos mantengamos dignos”.
Fuentes: AAVV El radicalismo. Buenos Aires: Carlos Pérez Editor. 1968; Barovero, D. Blanco Muiño. 120 años de historia en sus documentos y aportes doctrinarios al pensamiento argentino. Buenos Aires: Instituto Nacional Yrigoyeneano. 2011; Centenario. Una mirada periodística. 1900-1910. Buenos Aires: DGM-Ministerio de Cultura. 2011.
Imagen: Yrigoyen.com.ar / El Historiador
Fecha de Publicación: 04/02/2022
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