¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Lunes 27 De Marzo
El 16 de junio de 1945, 319 entidades patronales encabezadas por la Bolsa de Comercio dan a conocer el “Manifiesto de las Fuerzas Vivas” oponiéndose a la política social del régimen militar. Y pedían una cabeza, la del secretario de Trabajo y Previsión, coronel Juan Perón. En días sucesivos una de las corrientes de la Confederación General del Trabajo comienza a organizar pronunciamientos de todas las federaciones, uniones y gremios del país, en “defensa de las mejoras obtenidas por los trabajadores por intermedio de la Secretaría de Trabajo y Previsión” Hubo un mitín el 12 de julio organizado por la Comisión de Unidad Sindical, una mesa de enlace de las dos CGT, USA –Unión Sindical Argentina- y los gremios comunistas, con el un principal orador, el futuro ministro del Interior de Perón, el sindicalista Ángel Borlenghi, “no estamos conformes en que se hable en nuestro nombre -¿Perón?-; vamos a hablar por nosotros mismos. Y nosotros mismos hemos resuelto que el movimiento sindical argentino, colocándose a la altura de los más adelantados el mundo, gravite en la solución de los problemas políticos, económicos e institucionales de la República y va a gravitar con absoluta independencia” El gremialista de comercio, uno de los más fuertes de la CGT Nro. 2, cuando los trabajadores estaban divididos entre aquellos cercanos a las estructuras partidarias y otros que mantenían distancia, expresaba a todo un sindicalismo que a mediados de los cuarenta tenía un inédito poderío en la arena política. Algo que se iba a acelerar a principios de octubre con la Ley 23852, que otorga herramientas legales a las asociaciones profesionales, y establece el “derecho de las organizaciones gremiales a participar circunstancialmente en actividades políticas, siempre que así lo resuelva una asamblea general o congreso. Sólo en caso de que la asociación profesional decidiera una participación permanente y continuada en la actividad política, deberá ajustarse además a las leyes, decretos y reglamentaciones que rijan a los partidos político” El camino al 17 de octubre de 1945, y el futuro Partido Laborista que llevaría a Perón a la Casa Rosada, estaba pavimentado.
La alianza que establecen viejos y nuevos sindicalistas, más viejos que venían del socialismo, o del viejo sindicalismo de los treinta, resulta el substrato ideológico desde donde brota el nacionalismo corporativo del Estado justicialista (1946-1955) Si bien Perón tenía en mente al corporativismo como una salida posible a la crisis de los posguerra, en un combo volátil con la doctrina de justicia social de la Iglesia, las ideologías autoritarias de los treinta y las tendencias estatistas como el New Deal norteamericano, sería virtualmente inexplicable su posterior victoria sin las bases que estaban tejidas entre las organizaciones de trabajadores, al menos, a partir de los veinte. El hacer de los sindicalistas adquiría relevancia en un proceso de repunte económico, que en el sector industrial había pasado en una década de 38.456 establecimientos a 86.440, casi plena ocupación, muchos trabajadores del Interior empleados en los cordones industriales, hacia1947 habían arribado 1.348.000 de distintos rincones del país, y, enfrente, nulas mejoras salariales, o en las condiciones laborales. Fracaso sucesivo de radicales, militares, socialistas y conservadores, una muestra: una encuesta en 1940 arrojaba que el 60 por ciento de la clase obrera vivía en una sola pieza, toda la familia. Un salario de un trabajador promedio rondaba los cien pesos, incluso menos, mismo valor nominal desde 1930 a 1943, y un litro de aceite costaba 8.50 pesos.
No es entonces de extrañar que los sindicalistas estuvieran cansados de “que durante años y años hubieran engañado el hambre atrasada con canciones sobre la libertad”, diría un dirigente textil, y que pasaran a la acción directa. La Dirección Nacional del Trabajo, un organismo decorativo e iniciado aún en los mandatos del novecientos, la ideología del obrero como “subversivo rojo” (sic) –cuando la influencia de los anarquistas de la FORA se había acallado hace veinte años-, y durante la presidencia de Castillo, denunciaba la “escandalosa situación de los trabajadores”, en un eco del Bialet Massé de 1904. Perón no era el primero que miraba desde arriba a los trabajadores pero fue el primero que aunó todos los discursos de los derechos olvidados, y las caras agobiadas, en una sola matriz, la matriz social. Vital también esta cuestión simbólica desplegada en relato, y que reforzada con hechos concretos como una novedosa participación del salario de un 50% en la renta nacional entre 1946-1952 –y que fue ajustado en el segundo periodo hacia la baja-, porque el peronismo conformó identidades más en las plazas y movilizaciones que en las fábricas. Y dejó el santo grial que explicaría su reinado en la política argentina hasta hoy. Continuará.
Denle el cargo al loco de Perón
Parece que dijo el presidente de facto Ramírez a tres meses del golpe de 1943. En 45 días yo no era más la inoperante Dirección Nacional del Trabajo sino que se transformó con Perón en la poderosísima Secretaría del Trabajo y Previsión que abarcaba desde la Caja Nacional de Ahorro Postal a la Comisión Honoraria de Reducción de Indios (sic); iba desde la salud y el bienestar de los trabajadores hasta muchas áreas financieras del Estado. Perón creó un súper ministerio orientado a lo social, tal vez el primero que conocían los argentinos, mucho antes que los superministros de economía. El futuro líder justicialista allí se rodeó de lo mejor del pensamiento laboral, “dotado de una receptividad mental poco común –diría el ministro de la Suprema Corte, Carlos Fayt, en 1967- comprendía inmediatamente lo que le explican sus asesores y tuvo el tino de dejar hacer, firmando los decretos que éstos elaboraban y que tenían como base –por lo común- peticiones gremiales concretas. Durante ese periodo, de importancia capital para el desarrollo de la legislación social y clave en la captación del movimiento obrero, Perón siguió poco menos que al pie de la letra las sugerencias de sus asesores, repitiendo los conceptos e ideas que éstos le proporcionaban en sus discursos ante las delegaciones que lo visitaban, o en los actos a los que asistía”, transcribía Carlos Piñeiro Iñíguez. El catalán José Figuerola, quien desde la Dirección de Estadística haría los primeros relevamientos integrales de la cuestión social e industrial, el dirigente ferroviario Juan Bramuglia, de orígenes socialistas y anarquistas, un verdadero padre de la legislación social argentina y excepcional ministro del Exterior, otro socialista, el doctor Eduardo Stafforini, quien inventó el término “justicialista”, el mencionado Borlenghi, entre otros hombres de izquierdas y sindicalistas nacidos entre 1898 y 1918, son las múltiples cabezas que convergían en el Consejo Nacional de la Posguerra, el think tank que ideó la Argentina peronista –y que aún late. Y en este panorama obrerista emergía sin estridencias José María Freire (1901-1962), un dirigente que de niño trabajó soplando vidrios en el Conurbano. Orígenes pobres, sacrificados, que nunca olvidaría como funcionario y que harían que Perón le cedería el espacio que lo catapultó –con el aval de Evita. Y fue el dirigente sindical que más lo acompañó durante sus dos históricas presidencias. Ni más ni menos.
Así definía Perón a este luchador que provenía de una familia numerosa del Sur de Buenos Aires y que organizó el Sindicato Obrero de la Industria del Vidrio y Afines (SOIVA) tejiendo alianzas con la vieja guardia sindical, los socialistas y, mucho más tarde, el coronel Perón. Cuando asume el súper Secretaria tenía una sólida formación en la lucha social obtenida en las fábricas y en las calles “He pensado siempre, que cuando el Excelentísimo Señor Presidente de la Nación me confirió el cargo de secretario de Trabajo y Previsión, no lo hizo tomando en cuenta mis condiciones, que son modestas, sino que eligió a un obrero que durante toda su actuación gremial, no sólo planteaba el conflicto, sino que al mismo tiempo traía la solución de manera pacífica y tranquila”, cita María Paula Luciani, y amplía con otro discurso a los panaderos del funcionario nacional, “en el movimiento obrero, no hace falta tanto las grandes inteligencias, sino honestidad y la rectitud en los procedimientos” Desde el ámbito estatal del bienestar y seguridad del mundo del trabajo, elevado a ministerio por la constitución justicialista de 1949, Freire representa en su figura mejor que nadie la “mística social”, e intenta dar carnadura a la progresista legislación social. Miles de horas de discursos y giras en delegaciones del país donde decía “debo confesar que si no hubiera llegado el general Perón al escenario político de nuestro país, yo no hubiera alcanzado la posición que actualmente ocupo ni los trabajadores hubieran gozado del bienestar que hoy gozan, a pesar de todo lo contrario que se quiera decir”, enfatizaba en un momento que el gobierno peronista empezaba a cerrar líneas en 1951. Objetivamente de todos modos era muy cierto, tanto él como los trabajadores habían mejorado, en la democratización del bienestar.
“He llegado a ministro por circunstancias de la vida pero soy siempre un obrero. Vivo en la misma casita, no me he mareado y quisiera que todos los hombres que llegan a un puesto, cumplan con su deber…me han ofrecido algunos negocios, instalar fábricas con otros, etc. Pero no he aceptado porque los trabajadores podrían decir que soy un nuevo burgués…vivo con el mismo régimen doméstico que cuando era obrero del vidrio. He querido dar un ejemplo a los trabajadores para que todos luchen”, cerraba el ministro Freire, en uno de los pocos discursos que se conservan en archivos debido a las des-peronización salvaje de la autodenominada Revolución Argentina, que no distinguía buenos o malos. Un mismo régimen que se vanagloriaba de la llegada de tecnócratas al Estado. Y que desechaba los saberes de los obreros para legislar sus propias vidas. En la historia grande quedará José María Freire que capacitaba personalmente a sus empleados, “diariamente es preciso afrontar situaciones difíciles creadas por la novedad del problema presentado, del conflicto inminente, de la desinteligencia de partes…la capacitación del personal que entiende todos estos asuntos se forja en la medida de la intensidad con que suceden los cosas que deben atender. Así, en el Ministerio de Trabajo se iba con método en la acción”, concluía proyectando un Estado moderno dinámico, eficiente, simple y directo, de rostro humano, que los argentinos alguna vez parece tuvimos. Y que perdimos.
Fuentes: Luciani, M. José María Freire, de secretario a ministro: un funcionario obrero en el área de Trabajo y Previsión en Lobato, M. Z. – Suriano, J. Las instituciones laborales en la Argentina (1900-1955). Buenos Aires: Edhasa. 2014; Piñeiro Iñíguez, C. Perón: La construcción de un ideario. Buenos Aires: Siglo XXI. 2010; Murnis, M.-Portantiero, J.C. Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires: Siglo XXI. 2011
Fecha de Publicación: 20/10/2020
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