¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Lunes 27 De Marzo
Mar del Plata es un símbolo de la Argentina en muchos aspectos. Empezó siendo refugio de piratas y conquistadores, luego los jesuitas intentaron imponer su cultura a los indios tehuelches, y finalmente unos emprendedores inmigrantes soñaron el puerto franco para la exportación agropecuaria, en manos de una pocas familias terratenientes que dominaban millones de hectáreas. Que fueron las que pergeniaron la Belle Époque de ramblas y galas imperiales insufladas de brisa marina en Mar del Plata, las consabidas cincuenta familias de los viejos hacendados, y que se pavoneaban en el Ocean Club, o el Corral de las Finas para Josué Quesada, un impiadoso cronista del novecientos. Y luego se horrorizarían en las bellas mansiones cuando el asfalto batió al riel en los treinta y la clase media posó las sentaderas en la arena de la Bristol. Y la heladerita y el hacinamiento, enmarcados por los lobos marinos pétreos, se imprimirían en postales de La Feliz, el sueño sin clases de generaciones de argentinos desde la Puna a la Patagonia “No se necesita ser profeta para anunciar que Mar del Plata, con su aire vivificante y sus baños, está destinada a ser un Sanatorium de la República Argentina”, en el diario La Nación, 9 de diciembre de 1886.
Durante siglos y siglos la costa bonaerense fue vista como un área inútil. En los fondos de las estancias inmensas, que avanzaban a paso decidido en el siglo XIX, quedaban dunas y lagunas, sin comunicaciones, y de algún mínimo interés como puerto natural. Fernando de Magallanes en 1519 se acercó a Punta de Arenas Gordas, o Punta Mogotes, “galanas costas” definió a estas tierras del Atlántico luego Juan de Garay, y el pirata inglés Francis Drake navegó en sus aguas y agregó un sobrenombre que aún simboliza a la ciudad, Cape Lobos, por la cantidad de éstos mamíferos acuáticos vistos aún en Mar del Plata. A ninguno se le ocurría hacer pie. Recién en 1746 tres curas jesuitas (Matías Stobel, Tomás Falkner y José Caridien) decidieron construir un pequeño poblado, a trece kilómetros de la actual Mar del Plata, pero encontraron la resistencia de los tehuelches liderados por el cacique Cangapol. La misión religiosa duró poco, unos seis años, aunque quedaría el nombre para la laguna que eligieron, Laguna de los Padres. Así estaban las cosas, tranquila existencia de los pueblos nómades costeros, sin mayores presencia de blancos salvo las amenazantes partidas del gobernador Rosas, o algunos gauchos aislados, hasta que el poderoso terrateniente José Gregorio Lezama usurpó la zona -por la amistad con Rosas se quedó a precio vil con las propiedades de Ladislao Martínez Castro, conspirador de los Libres del Sur en 1839, y dueño de la estancia de “Laguna de los Padres” - y dividió la tierra en tres estancias, uno de los hombres más ricos del siglo XIX. Al poco tiempo vendió esas mismas tierras al Cónsul de Portugal, José Coehlo de Meyrelles. El lusitano decidió instalar allí un saladero que permitiese mantener la carne argentina para enviarla a Brasil. Entonces a mediados de 1860 entrarían en escena dos personajes particulares que fundan Mar del Plata: Patricio Peralta Ramos y Pedro Luro.
Estos dos tipos audaces significaban el cruce de la vieja Argentina y la nueva Argentina. Patricio Peralta Ramos nació el 17 de mayo de 1814, hijo de una familia tradicional ligada el comercio y el campo, y muy joven se destacó en el manejo de estancias en el partido Rojas. Vivió la época de gloria con el rosismo, siendo el principal proveedor del Estado. Además integró la Sociedad Popular Restauradora, brazo político de Don Juan Manuel, y sostén de la temible Mazorca. Participó de la defensa de Buenos Aires en los saqueos posteriores a la Batalla de Caseros en 1852 y, sospechoso, perdió todas sus propiedades y emigró al sur de Buenos Aires. El 20 de septiembre de 1860 adquiere unos campos a de Meyrelles para constituir un saladero, futuros terrenos de la ciudad de Mar del Plata, y vive en las actuales Pedro Luro y Entre Ríos. En 1873 ya había comprado casi todas las hectáreas cercanas a la Laguna de los Padres y solicita al gobernador Mariano Acosta autorización para fundar una ciudad, ofreciendo que edificaría oficinas públicas. Para ese entonces funcionaba, además del saladero (estaba ubicado en lo que hoy es Avenida Luro, entre Santiago del Estero y Santa Fe, e incluía un muelle de hierro cercano a Punta Iglesia), una escuela elemental, un molino de agua, una iglesia de piedra y cal (Santa Catalina, construída en honor a su esposa difunta, y que sirvió de punto de partida para la urbanización. Una de sus hijas, Cecilia, fue la primera bañista en La Feliz en 1868), botica, panadería, zapatería, en un poco más de 20 casas de piedra, madera y ranchos.
“Este pueblo posee un puerto natural sobre el Atlántico, que lo pone en comunicación directa con el extranjero”, aseguró Peralta Ramos al gobernador Acosta, que el 10 de febrero de 1874 autoriza un nuevo pueblo costero, antecedente inmediato de Miramar y Necochea. Para que sea ciudad habría que esperar a la institución de un nuevo partido en 1879, “Artículo. 3.°- El otro partido llevará el nombre de General Pueyrredón y tendrá los siguientes límites: Al sudeste, el Atlántico, principiando en el límite de los terrenos de Pedro Cornet y Lorenzo Torres, hasta la embocadura en el mar del arroyo Choan. Desde este punto tendrá por límite en su costado sudoeste, el curso del mencionado arroyo, hasta su intersección con el terreno de Pedro Sáenz Valiente; desde este punto su límite al noroeste, quedará entre las propiedades de la Sociedad Rural Argentina, de Juan Vivot, de Quiroga, Ramos, J. Cruz Méndez, José M. Islas y Martín Lobo, comprendidos dentro del partido y los linderos de Pedro Sáenz Valiente, Esteban Suárez y Roque Suárez del partido lindero. Desde este último punto, lo limitarán por el costado noreste las propiedades de Martín Lobo, Rudecindo Barragán, Patricio Ramos y Pedro Gómez comprendidas dentro del partido y los linderos de Bernal Hermanos y Lorenzo Torres, del partido de Mar Chiquita”, en el Ley 1306 firmada por el gobernador Tejedor, delimitando miles de leguas con nombres propios de terratenientes. Algunas de las cincuentas familias que se burlaba Quesada. Peralta Ramos moriría en 1887 convencido que sería un puerto comercial, nomás.
Aquí entra quién dio la fisonomía actual a Mardel, Pedro Luro. Nacido el 10 de marzo de 1820 en una pobre aldea vascofrancesa, con apenas 17 años decide probar suerte en Buenos Aires. Un pionero el transporte público en los estertores de rosismo con su servicio de Monserrat a Barracas, hizo un increíble negocio plantando árboles en Dolores, lo que le reportó, tras un juicio turbio, 5000 hectáreas. Luego de también otro exitoso negocio de mensajería y transporte en la provincia de Buenos Aires, hacia 1863 desarrolló una exitosa colonización del Valle del Río Colorado -adoptando el plan de Rosas de 1833- No era un desconocido de Peralta Ramos porque administraba y poseía una cantidad increíble de estancias en toda la costa bonaerense, asimismo los más importantes saladeros en Ajó. Así que no resultó inusual que financie un enorme saladero asociado a Peralta Ramos, ni tampoco que adquiera la mitad de las acciones de Jorge Barreiro, antiguo socio de Patricio. En 1880 la ciudad era de los dos tipos audaces, Luro y Peralta Ramos, en veranos que los pioneros se congregaban en la loma de Stella Maris. Solitarios. Cuando murió Luro en 1890, enloquecido en Cannes, Francia, poseía 375 mil hectáreas, casi el diez por ciento de la rica provincia de Buenos Aires. En la costa europea Don Pedro encontró las ideas para adosar al puerto un balneario, quizá parecidos a los juegos marinos de su perdida infancia en Biarritz y San Sebastián. Además compaginaba con la ideología higienista de la época, mente sana en cuerpo sano más exclusión social, y el recuerdo trágico de la Fiebre Amarilla.
Cuando en enero 1883 visita la ciudad el gobernador Dardo Rocha exclama que de conocer antes estos parajes, la capital provincial hubiese sido Mar del Plata. Tan importante como esta declaración fue en 1886 la extensión ferroviaria de Maipú a Mar del Plata, que posibilitaron con el Ferrocarril de Sud el arribo de 1400 pasajeros a la manera europea -aunque debieran recorrer varios kilómetros desde la estación en caminos inexistentes. En 1887 Paul Groussac relata las primeras sensaciones del encuentro con la playa, que se confunde con la pampa, “algunas casillas de bañistas señalan como jalones la línea límite de la pleamar. A uno y otro extremo de la rambla natural, que sea hueca medialuna, se alza las barrancas de arenisca donde las olas vienen a romper… hay en este espectáculo siempre igual y siempre nuevo… una suerte de fascinación irresistible… aletargada el alma por la influencia de esa vaga e infinita vida elemental”, comentaba el erudito francés, cuando la casilla de baño, la carpa de hoy, era móvil, tirada a caballo. Y los intrépidos bañistas se cambiaban en la carreta, en movimiento. Poco tiempo duraría esto porque se construyó el primer puente, protorambla que partía del Hotel Bristol -fundado hotel y casino en 1888- hacia casillas fijas, y que volaría en 1890 por una sudestada. Sería el presidente Pellegrini que ordena construir la primera rambla oficial de madera debido a que había elegido Mar del Plata como lugar de veraneo, en vez de la residencia de Flores -no sería la primera ni la última que el Régimen Conservador se ocupó de embellecer la aristocrática ciudad balnearia. En 1891 el periódico El Diario de los Láinez, otra de las cincuenta familias, publica, “la construcción de casillas particulares para el baño en la Rambla de Mar del Plata ha dado lugar a una verdadera competencia del dinero y el buen gusto, entre algunos asiduos frecuentadores de la elegante playa. Lo que antes era una excepción, hoy es la regla general: la casilla propia, lujosa, con todas las instalaciones de confort, y donde su dueño está para recibir visitas, atenderles y obsequiarles, llenan la playa de Mar del Plata”. La Rambla Pellegrini se incendió en 1905 y fue sustituída por la actual, tomando el nombre del principal empresario del casino. Nuevos tiempos, mercantilizados, lejanos a la inauguración del Hotel Bristol donde asistieron Mitre, Pellegrini y las máximas autoridades de la Generación del 80.
“Ningún balneario del mundo puedo ofrecer como Mar del Plata una sociabilidad tan exquisita” remarcada una revista del Centenario, cuando brillaban el Rambla Bristol, el club Mar del Plata, el Ocean Club y el club Pueyrredón. A diferencia de Europa, donde existía una aristocracia añeja, en estas pampas hubo que construirla de cero y Mar del Plata, con sus estrictos códigos de sociabilidad, fue el escenario de la realeza vernácula finesecular. Que cada temporada tenía su fiesta paquetísima que montaba la comedia de la vida. La más famosa fue el “Cotillón”, una danza-juego, al ritmo de un vals o polca, y que armada y desarmada parejas, uniones de fortunas. Pocos momentos de relajo sexual porque en la playa, más aún desde el Reglamento de Baños de 1888, se aplicaba un rigor victoriano, más orden incluso que en Inglaterra, y se exigía que los cuerpos se cubran del cuello a las rodillas y que los hombres estén separados de la mujer, al menos 30 metros. Y nada de llevar binoculares para deleitarse con tobillos.
Los extranjeros, en particular los circunspectos ingleses, curiosamente, empujarían a los criollos: los argentinos ni siquiera se atrevían a nadar en el mar. También ellos introducirían la pasión marplatense por el golf y un deporte estrella en Ostende o Montecarlo: el Tiro a la Paloma. Una a una se liberan cinco jaulas, a veinte pasos del tirador, quien dispara una descarga de perdigones sobre los indefensos animales. Mucho dinero corría entre los treinta tiradores, extendiendo las maneras de socializar y divertirse de las clases altas argentinas, que construyeron La Perla del Atlántico a su imagen y semejanza durante medio siglo. Luego vino la democratización del ocio, que empieza mucho antes del peronismo, “éxodo de las familias más tradicionales de nuestra sociedad”, alertaba el diario La Prensa en 1935. De ahora en más, sí, popular, La Feliz.
Fuentes: Pastoriza, E. La conquista de las vacaciones. Breve historia del turismo en la Argentina. Buenos Aires: Edhasa. 2011; Troncoso, O. Veraneos en los que no se tomaba sol y la gente se bañaba vestida en Diario Íntimo de un País. La Nación. 100 años de Vida Cotidiana. Buenos Aires. 1999; Torre, J. C. Mar del Plata, una utopía argentina en revista Punto de Vista nro. 51. Buenos Aires. 1995; Concejomdp.gov.ar
Imágenes: Mar del Plata.gob / Ministerio de Cultura
Fecha de Publicación: 10/02/2022
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