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Luis María Drago. Por la Unidad Panamericana, en soberanía

La célebre Doctrina Drago a 120 años de su anunciación es un pilar en las relaciones entre las naciones. Un representante de la “generación de oro del novecientos”, o el último conservadurismo lúcido, Luis María Drago hizo oír nuestra voz de rotas cadenas.

“El acreedor sabe que contrata con una entidad soberana y es condición inherente de toda soberanía que no pueda iniciarse ni cumplirse procedimientos ejecutivos contra ella, ya que ese modo de cobro comprometería su existencia misma, haciendo desaparecer la independencia y la acción del respectivo gobierno” fue la furibunda misiva del ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, Luis María Drago, a la administración norteamericana de Theodore Roosevelt en diciembre de 1902, aún con los cañones humeantes de las potencias extranjeras destruyendo los puertos venezolanos por una deuda impaga. Tomada mayormente por una facción rebelde local al gobierno constitucional, liderada por un banquero aliado a los Estados Unidos. El funcionario del presidente Roca, Drago, uno de los mayores impulsores del panamericanismo en la senda de Monteagudo, San Martín y Bolívar, plantaba bandera soberana a “una tendencia marcada en los publicistas y en las manifestaciones diversas de la opinión europea, que señalan estos países como campo adecuado para las futuras expansiones territoriales”, abriendo puntos suspensivos que apuntaban a Washington y su arrolladora política expansionista. Representando al gobierno argentino, representando a los pueblos libres del sur, Drago estableció una doctrina que 120 años después continúa con más vigencia que nunca, basta escuchar las discusiones actuales sobre deudas externas, legítimas o ilegítimas, y honrar las deudas. A propósito, Drago sostenía, “el capitalista que suministra su dinero a un Estado extranjero tiene siempre en cuenta cuáles son los recursos del país”

 

 

El futuro ideólogo de la Doctrina Drago nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 6 de mayo de 1859, y por línea materna, sus ancestros fueron generales de la Independencia. Ejerció de corrector en el diario La Nación y colaboró con el diario El Censor de Sarmiento, primer acercamiento de las tesis postreras del sanjuanino por la integración americana. Hizo un brillante carrera universitaria graduándose de abogado en 1882 con la tesis “El poder marital”, y rápidamente, ocupó cargos de justicia penal y civil en la provincia de Buenos Aires. Por aquel entonces integra con Francisco Ramos Mejía, siendo Drago fiscal del Estado provincial, la Sociedad de Antropología Jurídica, y publica una serie de renombrados textos de criminalogía positivista. El italiano César Lombroso prologaría la edición europea de uno de ellos, “Los hombres de presa” (1888). “El trabajo del Dr. Drago está lleno de interés y novedad; desearíamos verla ampliada y transformada en un libro especial que sería interesantísimo a la par que revelaría un mundo hasta ahora desconocido”, recomendaba Ramos Mejía en la presentación sobre un extenso vocabulario incluído en el libro, y que era novedad -temida- en esos círculos académicos, el lunfardo. Cuando este argot bonaerense era exclusivo de ladrones y malhechores, mucho antes de su popularización, antes de los cuentos de Fray Mocho o los sainetes de Alberto Vaccarezza, Drago definía “mina”, mujer o querida del lunfardo, según el jurista una contracción de la voz portuguesa menina, que significa muchacha, y es al propio tiempo una expresión de cariño; y “bufoso”, revólver, de bufar, resoplar con violencia; entre decenas de términos.

La intervención de la provincia luego de la Revolución del Parque de 1890 alejan de la política a Drago, dedicándose con éxito a litigar en asuntos comerciales, hasta que en 1902 es convocado a integrar la “lista de oro” del Partido Autonomista Nacional. Aquel intento del roquismo de moderar el inevitable ocaso político, con las mejores mentes de los conservadores como Roque Sáenz Peña, luego el impulsor de la Ley del Voto Democrático en 1912. Drago se destacará en los debates sobre las incompatibilidades de los funcionarios públicos y las reformas a los códigos civiles y penales. Poco duró en la cámara porque en agosto de 1902 el presidente Roca lo convoca al ministerio de Relaciones Exteriores. Una nueva página de las tensas relaciones entre Estados Unidos y Argentina estaba por escribirse.

“La deuda pública no puede dar lugar a la intervención armada”

La grieta entre Estados Unidos y Argentina comenzó casi en el mismo nacimiento de los países, ambos tratando de afirmar el liderazgo continental. Conocida la oposición de Mariano Moreno a cualquier intento de unidad americana, los norteamericanos también orientaron una política separatista, solamemte alterada por la Doctrina Monroe, o sea “América para los americanos” de 1823. En el famoso congreso bolivariano de 1826 en Panamá no participaron Argentina y Estados Unidos. Los gobiernos democrátas anteriores a la Guerra Civil ningunearon las protestas argentinas, violatorias de la Doctrina Monroe, sobre Malvinas y el bloqueo anglofrancés durante el rosismo. El presidente Mitre rechazó a su vez la mediación norteamericana en la Guerra contra el Paraguay. Ambas delegaciones se trenzaron duramente en reuniones de 1881 y 1889, y el presidente Pellegrini atacó duramente la política de “patio trasero”, que concretaba el norteamericano Cleveland. El avance de Estados Unidos a costa de México y Cuba era motivo de debate público en el Río de la Plata. Sin embargo la segunda presidencia de Roca decide atenuar el histórico enfrentamiento, temiendo la alianza brasileña-norteamericana, y en la Conferencia de México moderan los históricos reclamos argentinos aduaneros. Y Argentina se levanta en el mejor ejemplo de una política multilateral panamericana. Pero los estadounidenses con Roosevelt estaban empeñados a avanzar políticamente sobre el mundo, buscar nuevos mercados cautivos, y practicar un internacionalismo hecho a la medida.

Este es el panorama cuando en Venezuela se dirime una más de las interminables guerras civiles finiseculares en la región, ahora de Manuel Antonio Matos contra el presidente Cipriano Reyes. El banquero Matos, con el apoyo de la Compañía Francesa de Cables Telegráficos, la Orinoco Steamship Company y la New York & Bermúdez Company, más la banca alemana, norteamericana y española, lucharía dos largos años para derrocar el gobierno, contrayendo fuertes deudas a nombre del Estado. Asimismo Castro, por los esfuerzos bélicos, reducía drásticamente los pagos internacionales. Alemania, Inglaterra, Francia, Países Bajos, Bélgica, Estados Unidos y España, a partir del 9 de diciembre de 1902, aplican la Diplomacia de las Cañoneras reclamando el pago, y destruyen la flota venezolana y varios de sus puertos. “¡La planta insolente del Extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria!”, exclama Castro en Caracas. En Buenos Aires, la Patria Grande renace con Drago. El argentino envío una protesta enérgica a través de los canales diplomáticos a Washington, que seguía escudado en lo que se llamó el “Corolario Roosevelt”, una caprichosa interpretación de la Doctrina Monroe, sólo opuesto a las anexiones. “Lo único que la República Argentina sostiene y lo que vería con gran satisfacción consagrado con motivo de los sucesos de Venezuela, por una nación que, como los Estados Unidos, goza de tan grande autoridad y poderío, es el principio ya aceptado de que no puede haber expansión territorial europea en América, ni opresión de los pueblos de este continente, porque una desgraciada situación financiera pudiese llevar a alguno de ellos a diferir el cumplimiento de sus compromisos. En una palabra, el principio que quisiera ver reconocido, es el de que la deuda pública no puede dar lugar a la intervención armada, ni menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas por una potencia europea”, remarcaba en otros de los párrafos Drago, y teniendo el ejemplo cercano de sus propias deudas, Argentina deudor internacional desde 1824, “El desprestigio y el descrédito de los Estados que dejan de satisfacer los derechos de sus legítimos acreedores trae consigo dificultades de tal magnitud que no hay necesidad de que la intervención extranjera agrave con la opresión las calamidades transitorias de la insolvencia. La República Argentina podría citar su propio ejemplo para demostrar lo innecesario de las intervenciones armadas en estos casos”, chan chan.

“Apoyándose las unas en las otras”

“Largo es, quizás, el camino que todavía deberán recorrer las naciones sudamericanas. Pero tienen fe bastante y la suficiente energía y virtud para llegar a su desenvolvimiento pleno, apoyándose las unas en las otras”, esperanzado Drago en una deuda pendiente aún, con mercados y alianzas en danza, y afirmaba, “Y es por ese sentimiento de confraternidad continental y por la fuerza que siempre deriva del apoyo moral de todo un pueblo, que me dirijo al señor Ministro, cumpliendo instrucciones del excelentísimo señor Presidente de la República, para que transmita al gobierno de los Estados Unidos nuestra manera de considerar los sucesos en cuyo desenvolvimiento ulterior va a tomar una parte tan importante, a fin de que se sirva tenerla como la expresión sincera de los sentimientos de una nación que tiene fe en su destino y la tiene en los de todo este continente, a cuya cabeza marchan los Estados Unidos, actualizando ideales y suministrando ejemplos”, acabando los argentinos humildemente con un siglo de desencuentros. Estados Unidos, y el imperialista Destino Manifiesto, estaban en otra sintonía.

Finalmente a Roosevelt no le quedó otra que respetar el espíritu de la Doctrina Monroe, que los venezolanos invocaron junto a la que el mundo empezó a llamar Doctrina Drago, y el 13 de enero de 1903 se firmó en Washington un acuerdo que posibilitó el retiro de los buques de guerra europeos. Fue el comienzo de una era dorada de la diplomacia argentina, respetada en cualquier estrado, y con una plaza de honor en el recién creado Tribunal Internacional de La Haya. Obviamente ocupada por el doctor Luis María Drago en 1907. Más tarde, Drago sería también autor de la "Doctrina de las Bahías Interiores", también llamadas "Históricas", que da el control de las mismas a los estados ribereños, elaborada a partir del pedido de Canadá para los pesqueros estadounidenses no depreden sus costas.

Volvió casi en silencio Drago a Buenos Aires en 1912 a ocupar una banca en el Congreso Nacional, participando en la reforma del código penal, y ejercer como profesor de derecho civil en la Universidad de Buenos Aires. Casado con Amelia Pennano tuvo una descendencia numerosa y vivió en condiciones austeras, luego de que había escrito algunos de los tratados de derecho internacional más relevantes de la centuria. Falleció en Buenos Aires el 9 de junio de 1921 y los restos descansan en Recoleta. A metros del mausoleo de Sarmiento, el doctor Drago sueña una América unida y soberana de Alaska a Tierra del Fuego.

 

Fuentes: Saavedra Lamas, C. Luis María Drago. Su obra, proyecciones, trascendencia. Buenos Aires: Anales de la Academia  Nacional de Derecho y Ciencias Sociales. 1943; Peterson, H. F. La Argentina y los Estados Unidos. 1810-1914. Buenos Aires: Hyspamerica. 1985; A 115 años de la Doctrina Drago, hoy reconocida a nivel mundial en laprensa.com.ar; Luis María Drago y las deudas soberanas en elhistoriador.com.ar

Imagen: La Vidriera

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