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Lucio V. Mansilla. Ni un día sin una línea

Hacedor de la Generación del 80, político, empresario y militar, Mansilla fue de sus mejores plumas. Nunca pasó “ni un día sin una línea” entre las tolderías de los ranqueles, los guisados de la política criolla y las perfumadas cortes europeas.

Historia
Lucio V. Mansilla

Viajero incansable, con miles de aventuras en cuatro continentes, mercader en la India o explorador en la fiebre del oro en el Chaco paraguayo, Lucio Victorio Mansilla vivió la cultura de lo exótico y la aventura del siglo XIX, superior a cualquier latinoamericano. Casi que podría transmutar en un personaje de Emilio Salgari. Pero serían los artículos en la prensa, de donde derivaría el archicitado, poco o mal leído, “Una excursión a los indios ranqueles”, y sus libros, entre ellos, un audaz perfil del tío Juan Manuel de Rosas,  los que terminarían dándole un lugar incómodo en la cultura argentina. Anticipándose a escritores como Beatriz Guido o Adolfo Bioy Casares, y con las limitaciones de la mentalidad de la hegemónica Generación del 80 en pleno triunfo, él mismo su artífice espada en mano, Mansilla comenzó a marcar las fisuras del modelo que excluía o mataba, indios y gauchos, o que endiosaba al progreso y el lucro sin miramientos. Fue el escritor de la caída cuando era inimaginable con la cantidad de manteca en los techos parisinos arrojadas por los compatriotas a principios del siglo XX, a quienes Mansilla detestaba. “Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muerto; y si mañana pueden matarnos a todos, nos matarán. Nos han enseñado a usar ponchos finos, a tomar mate, a fumar, a comer azúcar, a beber vino, a usar bota fuerte. Pero no nos han enseñado a trabajar, ni nos han hecho conocer a su Dios…¿qué servicio le debemos?”, decía el cacique Mariano Rosas, quien  comprendió toda la tragedia nacional venidera en la soledad de la pampa ranquel. Mansilla, visionario molesto del derrumbe de la Argentina Granero del Mundo, hizo “acto de conciencia” y calló.

Hijo de buena cuna federal, sus padres fueron el héroe de la Independencia Lucio Norberto Mansilla y Agustina Ortiz de Rozas, hermana de Don Juan Manuel, las primeras correrías de Lucio ocurrieron en la casona colonial de Tacuarí y Potosí –actual Adolfo Alsina, otro amigo de la infancia-, donde nació el 23 de diciembre de 1831. Correrías porque fue expulsado de varios colegios y, a los 16, quiso fugar a Montevideo con la hija de una modista francesa. Preocupado, Lucio padre, lo envía a una estancia de la familia Rosas, de las muchas, en Chascomús, y a los saladeros propios en Ramallo y San Nicolás. Estas tareas no despiertan el interés del joven Lucio, si las lecturas de libros prohibidos por el Restaurador de las Leyes, y el padre opta preventivamente a fletarlo hacia la India, a fin de abrir nuevos mercados.

 “¿Queréis tener una idea de la eternidad? Pues ir a ver entrase el sol en el desierto”,  escribía Mansilla en 1855 en “De Adén a Suez”, las primeras armas en la escritura que venía desarrollando en la Paraná de la Confederación. Ya había recorrido la India, Turquía,  Egipto y media Europa. Y en la provinciana Paraná, al igual que en la provinciana Buenos Aires, era un toque de atención con sus estrafalarios atuendos y la barba interminable, prefigurando al dandy -y bohemio- porteño. Se hallaba en Paraná desterrado de Buenos Aires por haber insultado y retado a duelo a José Mármol, ya que Mansilla se consideraba agraviado por la representación de su familia en “Amalia” –el fantasma de Rosas, y la relectura filial y desprejuiciada que realiza en varias etapas, es un estela que recorre la vida y obra de Mansilla; generándole antipatías duraderas en Mitre y otros capitostes liberales.

La década del sesenta encuentra Mansilla siendo un porteño aliado primero a la Confederación, redactando diarios y en la legislatura confederal, amigo de José Hernández en el efímero Club Socialista Argentino –fundado por terratenientes como ellos en 1859-,  y luego de la Batalla de Pavón, convencional en la Constituyente que terminó doblegando al país ante los intereses de Buenos Aires. Varias veces en la carrera política sería acusado de “veleta” y Mansilla retrucaba que “pobre el hombre que no cambie de opiniones” Se dedicó a traducir clásicos del liberalismo, políglota consumado, mientras ascendía en el escalafón militar, y a la dramaturgia, con dos obras románticas exitosas en el Teatro de la Victoria, “Atar-Gull o La venganza africana” y “La tía”. Crítico a la Guerra contra el Paraguay, el ministro Gelly y Obes lo conmina a ir al frente e interviene en las sangrientas batallas de Tuyutí y Curupaytí, siendo herido en pocos metros del acribillado Dominguito Sarmiento, otro de los grandes amigos. Deja la “insensata guerra” en 1868 y se dedica a escribir artículos contra el enganche forzado de reclutas –gauchos- y modernos manuales militares –copiados del ejército francés-  Solamente la amistad con el presidente Sarmiento evitó el calabozo, luego de abofetear a un corrupto proveedor del ejército, pero Mansilla continuaba incordiando a los altos dirigentes de la Nación y el sanjuanino lo destina al fortín de Río Cuarto, Córdoba, la última línea contigua a la Nación Ranquel del cacique Mariano Rosas, criado por Don Juan Manuel. E impensadamente Mansilla, que a los 40 años sabía de exotismos rusos, turcos o hindués, conocía un nuevo mundo a unas pocas leguas del mangrullo.   

 

 

Una excursión a la fama: “Nuestra pretendida civilización no es muchas veces que más que un estado de barbarie refinada”

Partió Mansilla  el 30 de marzo de 1870 desde el Fuerte Sarmiento (actual Villa Sarmiento) hasta la Laguna Leubucó, en las tierras del cacique ranquel Mariano Rosas. También visitó a los caciques Ramón Cabral y Baigorrita con el fin de cartografiar la miles de leguas en el sur cordobés y asegurar un tratado de paz que venía gestionando con Rosas. Pero el teniente coronel hizo más. Las sesenta y seis cartas que de mayo a septiembre de 1870 publicaría el diario “La Tribuna”, reunidas luego con el título “Una excursión a los indios ranqueles”, premio 1875 en el Congreso Internacional de Geografía en París, fue la primera, y única vez, que la generación de civilización y barbarie otorgó entidad humana a los pueblos originarios.

“Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tantas como aseguran los que se dicen civilizados. La civilización consiste, si yo me hago idea exacta de ella, en varias cosas…En que haya muchos médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres… Nuestra pretendida civilización no es muchas veces más que un estado de barbarie refinada” Mansilla también emprende contra los  que defienden a la cultura gaucha a rajatabla, demostrando que la organización social y la economía de los ranqueles es muy superior al modo de vida menesteroso y errante del gaucho. Y hasta el escritor afecto al lujo europeo pone en la misma balanza una orgía del consejo indígena y un debate en el Congreso Nacional, “la civilización y la barbarie se dan la mano”, y afirma, “estos bárbaros han establecido la ley del Evangelio, hoy por ti, mañana por ti, sin incurrir en la utopías del socialismo…el contrario de los cristianos…el que tiene hambre no come si no tiene con qué” Como señala Carlos Gamerro, la astucia de Mansilla es filtrar con ironía, en la voz hegemónica, las voces de los indígenas argentinos, a una década antes de su exterminio en la autodenominada Conquista del Desierto. Rebelión inútil pero rebelión al fin.

Quien se percató enseguida de esta actitud fue Sarmiento, que no solamente dio de baja a Mansilla, un activo colaborador en su campaña presidencial,  sino que lo atacó públicamente, pese a los innumerables agasajos de un sector de la oligarquía, con ínfulas nacionalistas. Mansilla tuvo un heroico desempeño en la lucha contra la Fiebre Amarilla en 1871, perdiendo a mitad de la familia. Volvió a la carga en el periodismo apoyando al presidente Avellaneda, quien lo nombraría gobernador en el Chaco, época de una progresista gestión y un fallido negocio con norteamericanos buscando oro en el Paraguay. Cuando mató en un duelo al director de “El Nacional”, Pantaleón Gómez, un viejo amigo, en 1880, el presidente Roca decidió enviarlo a Europa. Allí empezaría Mansilla a redactar las célebres causeur, o columnas de información general, cercanas más la pericia sociológica que al cotilleo, y que darían un aplauso unánime en los salones porteños –y parisinos. Política, artes, costumbres y tecnología, nada fuera del tintero del inquieto Lucio.

Europa, el hogar del afrancesado Mansilla

Si bien retorna con cargos legislativos en la presidencia de Juárez Celman, a quien primero destruye en la prensa y luego defiende en el Congreso; creyendo Mansilla mismo que el cordobés renunciaría para nombrarlo presidente de la Nación en 1890. Nada esto ocurrió, Mansilla se retira de la política, se le traba el ascenso a teniente coronel, y volvió a abocarse furibundo a las letras y el periodismo, publicando los artículos costumbristas de “Entre-Nos” (toda una declaración de principios, ya que para el escritor  su público eran los camaradas de los clubes y la aristocracia) y  “Retratos y recuerdos”, referidos a los “hombres de Paraná”, y con un prólogo de Roca, a quien unos años antes había duramente objetado por los destierros forzados de los indígenas y la fiebre inmobiliaria en las pampas. El presidente Roca lo nombraría en 1898 ministro plenipotenciario en Austria, Alemania, Hungría y Rusia y en menos de tres años renuncia, cada vez más inclinado a la literatura y las fiestas de las cortes, en los brazos de la segunda –joven- esposa, Mónica Torromé. “Rosas, ensayo histórico-psicológico” (1898) vuelve a traer fantasmas y problemas a Mansilla, en un débil ensayo con aires cientificista, con frases en boca de su tío como “la única manera de gobernar a este pueblo es haciéndolos pelear”

En las últimas notas de corresponsal parisino, el primer verdadero “afrancesado” porteño,  reunidas algunas en “Un país sin ciudadanos” (1907), pone en el tapete la necesidad –de la oligarquía- de comunicarse con el pueblo, erigir instituciones democráticas, y defiende el derecho de huelga y las organizaciones obreras, causando escozor en los viejos conocidos de las tertulias en Barrio Norte. Fallece en París el 8 de octubre de 1913,  y los gobiernos de Francia y Argentina declaran luto al argentino más famoso de su generación, una celebrities del novecientos.   

En octubre de 1893 en la revista “Buenos Aires: Ilustrado”, acompañado por un retrato de Martín Malharro, Mansilla contesta el cuestionario, “Rasgo principal: hay que preguntárselo a alguna mujer que me conozca bien. Cualidad que prefiero en un hombre: la reserva; cualidad que prefiero en una mujer: la discreción. Ocupación que prefiero: las armas. Lo que más detesto: la mentira. Flor que prefiero: la rosa. Animal que prefiero: el caballo. Mis prosistas favoritos: Montesquieu, Bosseut, Cervantes y Goethe. Mis poetas favoritos: Shakespeare, Moliere y Cátulo. Mis políticos preferidos: los que no mientan. Reforma que creo más necesaria: nuestra Constitución. Cómo quisiera morir: repentinamente”, fino escalpelo el de Lucio Victorio Mansilla, en el hígado de la tilinguería criolla.  Si en vez de canonizar el Facundo o el Martín Fierro, los argentinos hubiésemos santificado “Una excursión a los indios ranqueles”, tal vez, quizá, la tragedia nacional sería otra, con menos cadáveres.   

 

Fuentes: Mansilla, L. V. Una excursión a los indios ranqueles. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. 1975 y El excursionista del planeta. Escritos de viaje. Prólogo y selección de Sandra Contreras. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2012; Popolizio,  E. Vida de Lucio V. Mansilla. Buenos Aires: Editorial Pomaire. 1985; Viñas, D. Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.1984. 

Imagen: AGN

Fecha de Publicación: 23/12/2021

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