¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónAquella mañana domingo iban a colisionar dos Argentinas en la esquina de Callao y Quintana. Una que venía desde la Generación del 80 y la autodenominada Conquista del Desierto, representada en el coronel Ramón L. Falcón, y que solamente escuchaba las detonaciones de las bolsas internacionales, el mugido de las vacas y las copas del Jockey Club. Del otro lado, Simón Radowitzky, un joven inmigrante ruso, viviendo miserablemente y con sueldos de hambre, y que vió con sus propios ojos cómo eran masacrados obreros, niños y ancianos, en la marcha del Primero de Mayo de 1909. Por orden directa de Falcón, en obediencia debida al ministro Nicolás Avellaneda (h) y el presidente Figueroa Alcorta, en consecuencia el terrorismo estatal que era sostenido por sus propios planes violentos de erradicar el anarquismo. En aquel domingo de noviembre un bombazo de realidad iba a estallar en la cara de la oligarquía, en un camino de apertura democrática que alzaría la primera presidencia de todos los argentinos con Yrigoyen, como de los influyentes sectores anarquistas, y amplios colectivos obreros, que comprobarían con sangre y persecuciones que la acción directa era una carta de suicidio.
El coronel Falcón no era cualquier personaje de las clases dominantes. Era LA figura llamada a perpetuar los privilegios de un modelo de pocos, con signos de agotamiento al cambiar el siglo, arrastrados de la crisis de 1890. Por ello el atentado también se transformó en un símbolo de resistencia obrera, y a la vez, de que era urgente un cambio en la manera de tratar la problemática social. No bastaban con apelar a inconstitucionales leyes de residencia o defensa social. Podríamos incluso decir que la suerte posterior de su matador, Radowitzky, que no es fusilado inmediatamente en la calle, como bramaban en Barrio Norte o los diarios La Prensa y La Nación, encarcelado bajo el amparo de la Ley, y el posterior indulto del presidente Yrigoyen en 1930, prometido en la campaña de 1916 a los anarquistas que lo votaron, son síntomas de un cambio institucional notable, de una sociedad que respeta los derechos de sus ciudadanos. Y que tendrá un serio retroceso en el golpe militar del 6 de septiembre de 1930 porque los militares, entre otras infamias, cargan contra el presidente Yrigoyen por la libertad del anarquista.
No podían aparecer más distintas las biografías de los protagonistas del cruento atentado. Egresado de la primera camada del Colegio Militar, Falcón inició su carrera militar en la batalla de Santa Rosa en 1874, Mendoza, una de las últimas para disciplinar a los caudillos. Luego de participar en el choque de Barracas, durante la federalización de Buenos Aires en 1880, y reprimir el alzamiento radical de 1893, tuvo un opaca diputación, lo que derivó un viaje por Europa para estudiar el “problema del anarquismo” Recordemos que en el novecientos recrudecía el conflicto obrero en las principales ciudades, con sindicatos en manos anarquistas, y las huelgas violentas y el atentado contra reyes y mandatarios estaban al orden del día – de hecho, la Gran Guerra de 1914 se inicia con un atentado anarquista como excusa, realizado por un joven de una edad cercana a Radowitzky.
En 1906, a pedido del presidente Figueroa Alcorta, Falcón retorna al país y suma los méritos durante los crueles desalojos en la Huelga de los Inquilinos de 1907, sables y fusiles contra piedras y agua hirviendo, en manos de mujeres, y la inexplicable represión del Primero de Mayo de 1909, con cinco muertos y 44 heridos.Festejada la matanza a la noche en los salones de la Casa Rosada y el Jockey Club, los opositores socialistas y radicales exigen la inmediata renuncia del jefe de policía y hasta algunos conservadores del gobierno, que negociarían con los representantes obreros y atienden ciertos reclamos laborales, asustados en las gigantescas muestras de dolor y descontento popular, se suman al rechazo. En verdad explicable la represión, ya que a cada manifestación anarquista reciente, como la referida en la Plaza Lorea, se aparecía el coronel Falcón y, en un momento de aglomeración máxima, bajaba el bastón montado en vistoso caballo. Y los policías abrían fuego invariablemente sobre la multitud, con la caballería a los sablazos. Entre los papeles que vuelan por el aire el fatídico 14 de noviembre de 1909, que discutía con su secretario Alberto Lartigau, un joven patricio, único hijo varón de una familia de nueve hermanas, puesto de mano de derecha del coronel viudo para que “se haga hombre”, Falcón tenía una propuesta de solución final para las actividades anarquistas.
A los dieciséis años había arribado Simón Radowitzky al puerto de Buenos Aires. Venía de Kiev, Rusia, y había sufrido de los sables de los cosacos zaristas en la Revolución de 1905. Y de las terribles cárceles rusas con doce años por anarquista. Sin mucho dominio del castellano consigue trabajos de oficial herrero, la profesión que declara un entusiasta lector de Gorki, Víctor Hugo y del intelectual ácrata Petroff. Trabaja brevemente en ferrocarriles, en Buenos Aires y Rosario, y finalmente obtiene un empleo a destajo en los porteños talleres Zamboni, cercano al arroyo Maldonado de Palermo. Allí se entera de la pensión de los rusos, de la calle Andes 394 -actual Uriburu-, donde planeará en soledad el atentado luego de presenciar la masacre instrumentada por Falcón en mayo de 1909, sin decirle a sus escasos cercanos una palabra de la dinamita y los pedazos de metal que recogía del taller -algunos historiadores sostienen que tuvo un cómplice que hizo de campana, algo que nunca se comprobó con los testigos, y que el perpretador negó en los inhumanos interrogatorios para disgusto de las fuerzas policiales, que de todas maneras en los dos semanas siguientes del atentando se dedicaron a la caza del anarquista y el ruso/judío.
Radowitzky había estudiado desde hace meses los movimientos de Falcón y sabía que el coronel prefería no utilizar guardia ni escolta. Confiaba el jefe de policía de que “¡Soy el Coronel Falcón, carajo!” sería un rayo divino que detendría cualquier atentado anarquista. No temía pese a que poco antes sucedió uno fallido contra el presidente Figueroa Alcorta por el ácrata Francisco Solano Regis. Pasó que esta vez el ataque vino desde la espalda para desgracia del soberbio Falcón. Y de una manera no planeada por el terrorista porque el militar había salido temprano de la mansión de Callao y Santa Fe, propiedad de su hermano, hacia el funeral de Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría Nacional, en el cementerio de La Recoleta. Entonces el joven ruso compró el diario La Argentina, enfundado en un saco azul marino que ocultaba pistolas y abundantes municiones, dejó el chambergo en la mesa de un café de Callao, y se puso tranquilamente a esperar con un café con leche, sin apoyar un paquete envuelto en diarios.
Pasado el mediodía partió presuroso Falcón y Lartigau de la Iglesia del Pilar y, mal agüero, se encontraba descompuesto al automóvil, así que se suben a un milord, conducidos los caballos por el italiano Isidro Ferrari. Toman por la calle Guido hacia Quintana, mientras Falcón espera que los ministros confirmen una entrevista por su plan para erradicar la subversión y, que increíblemente, advertía que los anarquistas se instruían en cómo construir bombas en las bibliotecas de izquierda, una de ellas a la cual concurría Radowitzky en Andes (Uriburu) y Lavalle.
Al llegar a la esquina de Callao, Ferrari aminora la marcha para doblar y atrás se pega el coche a motor de José Fornes, otro inmigrante que venía de dejar un pasajero a unas cuadras. Un momento de zozobra en Radowitzky, parado en la esquina, que pensaba al coronel en un automóvil, pero que se disipa cuando divisa el inconfundible perfil, bigotes en punta, tantas veces venerado en las tapas de los diarios tradicionales. Así que el anarquista empieza una carrera al trote detrás del carruaje ante la mirada extrañada de Fornes y, en la misma cuadra, del ordenanza del Ministerio de Guerra, Zoilo Agüero. Cuando llega a una posición oblicua arroja un paquete que hace una perfecta parábola y cae dentro de la cabina, rompe el techo, entre las piernas del coronel y el joven aristócrata. Medio segundo después la explosión es terrible, clavos, tuercas, pedazos de chapa parten en mil sentidos. El asesino inicia una frenética carrera por avenida Alvear, con Fornés y Zoilo Agüero que reaccionaron con rapidez, al igual que los agentes Benigno Guzmán y Enrique Müller. Demasiado peso llevaba Radowitzky y pretende esconderse en una obra en construcción, aunque accidentalmente se dispara en una tetilla y cae redondo en la acera. Enseguida lo patean en el piso los perseguidores, entre ellos un Martínez de Hoz “Ruso de porquería”, “ya vas a ver lo que te va a pasar”, le gritan vecinos y policías, mientras el terrorista exclama, “Viva el anarquismo” y “Hay una bomba destinada a cada uno de ustedes” Antes que lo linchen o fusilen, daba igual, llega el subcomisario Mariano Vila, y ordena que se lo cure en el Hospital Fernández, y sea trasladado incomunicado a la comisaría 15. No toda la policía era lo mismo en el Centenario.
En tanto son inútiles las medidas para salvar las vidas de Falcón y Lartigau, que con la explosión cayeron piernas hechas trizas a los adoquines. El coronel en un colchón está más preocupado por el joven secretario, o de gritar “asesinos, asesinos”, que por su vida y fallece a los pocas horas en el Hospital San Roque, con los ojos abiertos. Lartigau resiste un poco más pero la cantidad de sangre perdida es terminal y muere por la noche. Para Osvaldo Bayer resulta curioso que el chofer del carruaje y los caballos no sufrieron mayores lesiones.
“Fue impresionante la manifestación de duelo tributada a las víctimas en las exequias del martes pasado” informaba Caras y Caretas, multitud que atravesó desde el Departamento de Policía de la calle Moreno a la Recoleta, y que tuvo entre los oradores en el cementerio a varios de futuros golpistas, entre ellos Manuel Carlés, tristemente fundador de la fascista Liga Patriótica. Mientras tanto el presidente Figueroa Alcorta declara estado de sitio y las patotas incendian locales anarquistas, el diario La Protesta y golpean a sindicalistas y judíos en Balvanera, sin la intervención policial “Los planes que él denunciaba todos los días existían efectivamente, y por lo que a su persona se refiere, estaba bien informado que le tenían “dedicada” una bomba…solo contaba en vender cara su vida a los asesinos”, continuaba la revista Caras y Caretas unas semanas después, “Vana esperanza la suya, puestos que los atentados vuelven a consumarse”, aunque lo cierto es que fue el máximo atentado anarquista de la historia argentina, y salvo el posterior en el Teatro Colón en 1910, menor en impacto político, el poder de acción directa de los “Sin dios, ni patria, ni propiedad” irá disminuyendo con el ascenso del sindicalismo de los veinte. Y sí, el Estado encontró otras maneras que el garrote de Falcón para la cuestión obrera.
El dictamen del fiscal Manuel Beltrán es veloz y exige la pena de muerte para un “paria de la casta de ilotas…con la fisonomía de un asesino…bien acentuados todos los estigmas del criminal…solicito la pena extrema a manera de profilaxis social” En la penitenciaria de Las Heras poco habla Radowitzky, salvo por los gritos en las diarias golpizas, aunque jura y perjura en duro castellano que tiene 18 años. O sea que no puede ser sentenciado a la fatal resolución por las leyes argentinas -algunos sostienen que por ello fue elegido para la misión casi suicida pero tampoco se comprobó un grupo detrás, si existió, Simón nunca los delató. Aparece un primo, Moisés, con la documentación que prueba la edad, el juez Jaime Llavallol, decide conmutar el castigo por reclusión perpetua, pese a la presión del gobierno y la prensa, algo también estaba cambiando en la Justicia del Centenario, aunque con la insólita reserva de que lo aislen veinte días a pan y agua, antes de cada aniversario del atentado -y la no escrita de la tunda regular, que se repite los veinte años de presidio en Buenos Aires y Ushuaia. El famoso interno 155. Famoso porque empieza la leyenda del “Santo Anarquista” de la Patagonia, que ayuda a los compañeros en las peores condiciones, soporta los castigos periódicos -se habla incluso de violaciones de los guardiacárceles en la prensa porteña, que son sumariados gracias a ello -, y levanta una biblioteca en pleno penal. Aunque intenta una fallida y celebrada fuga en 1918, la buena conducta -y la proximidad de las elecciones, con un socialismo en alza- es motivo para que el presidente Yrigoyen cumpla su promesa y lo indulte en 1930, meses antes de su derrocamiento. Pero le impiden volver a Buenos Aires, y Radowitzky se radica en Montevideo, permanentemente hostigado por la policía, que lo encarcela dos años sin motivo. Parte a España en 1936 para combatir con los republicanos y pelea valientemente en Madrid hasta que los comunistas empiezan a fusilar anarcosindicalista como él, antes que los franquistas hagan lo mismo con los marxistas. Apenas cruza con vida a Francia en 1939, las secuelas de tantas torturas, aunque no era el mejor momento de afincarse en tierras galas para un judío y anarquista. Así que viaja a México con la ayuda del poeta uruguayo Ángel Falco, y trabajaría en pequeños empleos, sin abandonar la difusión del dogma anarquista bajo el nombre de José Gómez. Muere en 1956 siendo un simple empleado de la industria juguetera sin saber jamás que su nombre Simón sería un símbolo de resistencia. “-Tengo- un fraternal lazo con los compañeros que sufren la injusticia de la sociedad actual…Yo integro la familia proletaria. Mi ideal de redención siempre está latente”, declaraba al diario Crítica en enero de 1930, publicación que con la mano solidaria de Salvadora Medina Onrubia, esposa de Natalio Botana, durante una década apoyó incondicionalmente la liberación del anarquista.
“Mató por idealismo ¡Qué dos contraposiciones!”, reflexionaba con pertinencia Bayer en 1967 de Radowitzky, que aún es invocado como en el fallido atentado de 2018 en el mausoleo de Falcón, “Lo malo y lo bueno, lo cobarde y lo heroico. El brazo artero que es movido por una mente pura y bella. Pero las interpretaciones no valen aquí. Simón Radowitzky fue el producto de una época. Nada más”, remataba el historiador a futuros relatores imberbes de epopeyas anacrónicas e irrepetibles. El mundo, la Argentina, cambió.
Fuentes: Bayer, O. Simón Radowitzky ¿Mártir o asesino? en revista Todo es Historia Año I Nro. 4. 1967. Buenos Aires; Tarruella, R. D. La mecha encendida. Los atentados anarquistas en Argentina. Buenos Aires: Ediciones Lea. 2015; Centenario. Una mirada periodística. Dirección General de Museos. Ministerio de Cultura. Buenos Aires. 2011.
Imagen: Suteba
Fecha de Publicación: 14/11/2021
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