Ser Argentino. Todo sobre Argentina

Lisandro de la Torre. Todo lo he sacrificado.

El Fiscal de la República que denunció la corrupción de la Década Infame y se le fue la vida defendiendo el sueño de un país honesto y justo.

La parábola de Lisandro de la Torre es excepcional en la política argentina. De revolucionario de 1890 a carta de los conservadores frente al movimiento popular yrigoyenista, de cianuro alternativo terrateniente al fraude de la presidencia de Justo a esperanza de los trabajadores y pequeños chacareros. Durante los últimos años, asqueado del “Congreso de la Decadencia”, la humilde casa de la calle Esmeralda 22 recibió a los viejos compañeros de la aristocracia latifundista y militantes del partido por él fundado, el Demócrata Progresista, más sindicalistas combativos, comunistas y estudiantes enrolados en la radical FORJA. Una síntesis que le tomó una vida a Don Lisandro, comprender las profundas injusticias y desigualdades de la política criolla, hoy presentes en cualquier tendencia, que derivan en “una impunidad sin límites. Confunde -este gobierno de 1935, reemplace con el año que se imagine- la responsabilidad ante el país con la solidaridad a una efímera mayoría legislativa. Y la opinión de un país vale más que la opinión de una efímera mayoría” Gritan al senador de la Torre desde la barra, pagada por la Sociedad Rural y el Ministerio de Hacienda, preparando un tiro letal que tardó cuatro años en atravesar su corazón, “Todo lo he sacrificado”, responde con la mirada en el piso de madera, murmurando. La República sigue sangrando.

Tenía entonces el senador de la Torre 67 años. Estaba en la última coda de los vaivenes de una vida dedicada el fragor electoral que lo asemejaba más a un profesor europeo, atildado y sobrio, que a un político sudamericano de barricada. Que detestaba. Al igual que esas muchedumbres que se le acercaban a medida que demolía el régimen fraudulento denunciando las elecciones manipulados, las persecuciones a los opositores y, finalmente, el gran negociado de las carnes que beneficiaban a unos pocos y ratificaba el Estatuto del Coloniaje, que bramaban Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. Este aristócrata miembro del Jockey Club, un bon vivant de alma, era la voz del radicalismo de izquierda proscripto, una brote de populismo yrigoyenista; movimiento que había enfrentado duramente por treinta años, incluso batiéndose a duelo con el mismísimo Hipólito Yrigoyen. Maniático del orden y la prolijidad, a de la Torre no se le conocieron parejas, un asceta que, en cambio, en el trato con las amistades demostraba cordialidad, humor y solidaridad sin prejuicios. Una doble cara protectora. Algo que quizá se explica en la trayectoria personal, de permanentes derrotas y fracasos.

Nacido el 6 de diciembre de 1868 en Rosario, el párroco se negó a bautizarlo con el primer nombre, Lisandro, en honor al padre, porque no figuraba en el martirologio católico -de allí tal vez el profundo ateísmo del político similar a otro estadista santafesino, Nicasio Oroño; o fundado quizá cuando comprobó los amoríos de un padre Jiménez con la amiga de su madre- El mitrismo del padre, liberal convencido como Lisandro, perjudicó a la familia, perdieron su fortuna, y el joven parte a Buenos Aires para participar de las fracasadas revoluciones radicales de 1890 y 1893. Desanimado se refugia en las migajas de la herencia, un campo en Barrancas, Santa Fe, trabaja de sol a sol y se erige en presidente de la Sociedad Rural de Rosario en 1907, fundado la Liga del Sur, un partido conservador de la clase media agraria que es batido una y otra vez por al arrollador ascenso de los radicales en el país. Es usado por los conservadores como cuña para restar votos a Yrigoyen en 1916, primera alarma en la mente de Lisandro del barro de la política criolla, al igual que lo sería en las fraudulentas elecciones de 1931, donde para desprestigiarlo sus antiguos amigos lo llamaron integrante de la fórmula del cianuro -la otra parte era el socialista Nicolás Repetto, un partido que tampoco era de su agrado, “las hormiguitas prácticas”, colaboracionistas para él de la Década Infame- . Quiso volver a las tareas de chacarero el “Gato Amarillo”, como lo llamaban los rivales por sus zarpazos e inteligencia suprema en los debates, en la estancia agrícola “Las Pinas”, un desolado paraje entre Córdoba y La Rioja, pero las deudas se acumulaban y una sequía impiadosa serán el punto final del único amor conocido. Y se refugiaría ahora en un escaño de senador para defender los ideales liberales de la Constitución y denunciar con pruebas y hechos la corrupción de un modelo podrido. Sin carpetazos ni videos en primetime ni trolls, ayer barras y periodistas comprados. Solo el senador de la Torre y su deber republicano.

El “Yo acuso” Argentino   

“La industria más genuina del suelo argentino, la ganadería, se encuentra en ruinas por obra de dos factores principales: la acción extorsiva de monopolio extranjero y la complicidad del gobierno que una vez le deja hacer y otras lo protege directamente. Las protestas de la víctimas vienen de mucho tiempo atrás y mi pedido investigación una de las tantas manifestaciones de un viejo anhelo público: poner remedio a una situación desesperada” tronaba una tarde del 18 de junio de 1935 el senador de la Torre, en un documento a la altura del Martín Fierro de José Hernández, la denuncia a un régimen y sistema corrupto. Lisandro sabía muy bien de qué estaba hablando porque en 1923 había propuesto la nacionalización de las exportaciones y el comercio de las carnes -por ello el desaparecido Frigorífico Municipal de Mataderos llevaría su nombre, hoy un vago dato en la avenida porteña del barrio que pasa por lo que era la puerta del establecimiento- Este monopolio extranjero, inglés, no sólo no había cambiado sino empeorado una década más tarde con el deshonroso pacto Roca-Runciman, uno que convertía en penosa realidad lo expresado en Londres por el vicepresidente argentino Roca, “la República Argentina es una parte del Imperio Británico”, con sutilezas como la creación de un banco central en manos inglesas y la exclusividad de la explotación de los transportes. de la Torre desde su banca con semejantes “sapos crudos” pidió, al principio tímidamente, una comisión investigadora que sepa cuáles son las ganancias de los frigoríficos, el 1 de septiembre de 1934. Diez meses después se descubría una madeja que implicaba ganancias sin declarar de los frigoríficos ingleses, la Anglo declaraba 4 millones al fisco mientras los libros ocultos en un barco arrojaban 5500 millones de pesos, y, de paso, cañazo, el favorecimiento a varios terratenientes en el trato preferencial de ventas de ganado en pie, muchos de la Sociedad Rural, varios en el gobierno, como el ministro Luis Duhau. En todo esto cabe recordar al valiente contador Samuel Yasky, perito estatal, simple empleado del Frigorífico Municipal, que a costa de su trabajo y la familia, reveló la letra chica. Y reveló cómo, una vez más, el Estado es tomado como lata sin fondo de pocos.

El 23 de julio de 1935 el clima se iba caldeando en el Congreso Nacional. Casi un mes de debates encabezados por el senador de la Torre convirtieron la sala en un olla de presión, con el ministro Federico Pinedo pidiendo a los niños bien que pongan en orden a los “mulatos” que apoyaban al cada vez más popular Lisandro, y amedrentando a los legisladores que pretendían apoyar al Fiscal de la República.  A los diputados opositores impidieron el ingreso al recinto pero el que entraría sin chistar fue el matador del compañero de banca del senador de la Torre, Enzo Bordabehere. Allí estaba Ramón Valdéz Cora, quien fue policía de los conservadores y ganaderos en la provincia de Buenos Aires, echado por violento y corrupto, ahora matón a sueldo. Así resume Enrique Silberstein el asesinato en el Senado de la Nación, que inspiraría la película de Juan José Jusid de 1984, “el 23 de julio de 1935 el ministro de Agricultura de la Nación se cayó al suelo y queda atontado, un Senador de la Nación cayó al suelo suavemente, un Ministro de Hacienda se dedicó minuciosamente a cargar a un Senador de la Nación y un visitante le pegó, de atrás, tres tiros a otro senador de la Nación”, en lo que parece una comedia de situaciones sino fuera una tragedia argentina.

“Soy afiliado a la democracia liberal y progresista”

“Hubiera sido más explicable que me dirigiera los tres tiros a mí”, pronunciaba en la sesión del 10 de septiembre de 1935 un abatido de la Torre, recordando que estaba en las últimas palabras de una denuncia que explotaba en los aires la Argentina de las mieses -y también su fe liberal en el proyecto de la Generación del 80, muchos de sus hijos en las bancas contiguas, apoyando el vasallaje. Aún estaba el temblor del tiro a su amigo Enzo en el aire, y la bala que pasó al lado de su cabeza, en el duelo con el ministro Pinedo del día siguiente al entierro de Bordabehere, producido porque el funcionario del ejecutivo escuchó un “cornudo” de boca del senador, aunque Pinedo no se inmutó cuando lo acusaron de entregar el patrimonio nacional. El viejo luchador había apuntado al aire, suicida.

El senador de la Torre en aquella sesión demostró que el asesino visitó la mansión de Recoleta del ministro Duhau y que se vieron minutos antes, funcionario y asesino, el fatídico 23 de julio. Valdéz Cora sería condenado a 20 años y jamás señaló al autor material. Duhau siguió engordando ganado ajeno, libre, sin comparecer a la Justicia, y comerciando con los ingleses. El presidente Justo intervino enseguida Santa Fe, expulsando al aliado Luciano Molinas. La investigación de las carnes, y la trama de la corrupción mafiosa, terminó cajoneada.

“Nada sería el daño que ha sufrido el prestigio del gobierno, si en adelante pudiera evitarse que continúe el otro daño, que hiere a la fuente de riqueza más importante de la Nación, enfeudada conscientemente al interés del capitalismo extranjero. Nada más”. Nada más dijo Lisandro ese día de septiembre y unos meses después renunció, derrotado una vez más, entristecido, no sin antes defender a los comunistas, “se agarran del anticomunismo los que saben que no pueden contar con las fuerzas populares…yo soy afiliado a la democracia liberal y progresista, que se propone disminuir las injusticias sociales”. Nada más dijo el político gigantesco pese a su corta estatura, una pena que la Nación no haya contado sus servicios en un cargo ejecutivo. En cambio, los servicios a la Patria fueron enormes de Don Lisandro.

En diciembre de 1938 cumplió 70 años, solo y endeudado, otra vez. Las muestras de afecto de las masas, las cabezas que rendían honores en sus caminatas por la calle Florida, lo halagaban, lo incomodaban. No estaba preparado para ser un líder popular. Era un aristócrata que creyó en el liberalismo argentino hasta el límite. La noche del 4 de enero de 1939 cenó alegremente con amigos y paseó por la Costanera Sur. Miró al horizonte en una noche oscura.  Al mediodía siguiente termina unas cartas, las mete en una vieja valija, y se pega un tiro. Fin. “Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte…No debe darse importancia excesiva al final de una vida…adiós” El viejo luchador apaga su luz y pasa la antorcha encendida.

 

 

Fuentes: Vigo, J. M. De la Torre contra todos. Historia de un saqueo y una denuncia en revista Todo es Historia. Nro. 13 Mayo de 1968. Buenos Aires; Silberstein, E. De la Torre y los frigoríficos. Buenos Aires: CEAL: 1970; Lanata, J. Argentinos 2. Siglo XX: desde Yrigoyen a la caída de De la Rúa.Buenos Aires: Ediciones B. 2003

Imágenes: Télam / AGN  - Fotografía El senador nacional Lisandro de la Torre momentos antes de batirse a duelo con el Dr. Federico Pinedo.

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