“Tal es el motivo que ha inspirado escribir esta biografía, ¡ah! ¡Que no muera su memoria del todo ni tan pronto! Murió en la demanda de prolongarla” ponía punto final Sarmiento a la biografía de su hijo, aún se discute si natural o adoptivo, Domingo Fidel Castro. O Dominguito Sarmiento, que se inmolaría en el desastre de Curapayty, en la impericia del general Mitre. Plena Guerra del Paraguay, 1866, aquel 22 de septiembre tenía en su cartera una carta a la madre Benita, que llegaría postmortem a Buenos Aires en manos del doctor Guillermo Rawson. Aquellas misivas serían la inspiración de la versión definitiva de “La Vida de Dominguito”, que en 1886 un prócer sanjuanino en retirada, en el ostracismo de su estrella, enmarcaría en un texto olvidado por sus críticos, entre las memorias, el manual y la didáctica. Uno tan relevante como “Recuerdos de Provincia” El último libro en vida del autor del “Facundo” sería el testamento político de un país que se asentaba en la educación pero también, en el desconsuelo del Maestro de América, en la necesidad de liderazgo fuertes detentados en el garrote. Un neo caudillismo, un Zorro al acecho, un Mi General a futuro, que proyectarán su larga sombra.
Oficialmente no es hijo de Sarmiento. Domingo Fidel Castro nació en Santiago de Chile, el 17 de abril de 1845, en momentos que Benita Martínez Pastoriza estaba casada con el anciano y acaudalado Domingo Castro y Calvo. Pero según los contemporáneos el parecido era notable con el cuyano alborotador y a nadie sorprendió, una vez fallecido el otro Domingo, la unión de Benita con el exiliado argentino en Chile. Y la adopción del nuevo apellido por el niño, que a los 4 años sabía leer apoyado por el “nuevo” padre, y su paso por selectos colegios de Santiago de Chile y Buenos Aires, en donde haría amigos como los Alsina o Leandro N. Alem, aunque con mala conducta y flojo desempeño académico. Esto enorgullecía, sin embargo, a Sarmiento que veía en adolescente los rasgos de un líder nato, rebelde a los mandatos y la autoridad. En momentos de la batalla de Pavón de 1861, Sarmiento auditor de guerra de los bonaerenses secesionistas de Mitre enfrentados a los nacionales del general Urquiza, envía esta sentida carta a su hijo, recientemente descubierta por un coleccionista privado, en cita de Diego Lo Tártaro de infobae.com, “Nunca menos ahora hubiera querido estar lejos de ti. La época que atraviesas es un mal trozo de camino en la vida. Por darse mucha prisa para ser persona o parecer hombre, los jóvenes de tu edad se pierden, arruinando su salud y su bolsillo y disipando el tiempo. Son plantas que se florecen en el almácigo sin dar nunca fruto, o se marchitan e inutilizan por exceso de vida. Cuídate de caer en tales extravíos. Vivimos una época en que es preciso ser hombres desde la infancia, por el estudio de su tiempo y la preparación para mejores días”, cierra con un cariño paternal, no exento de celo de censor moral, que se irían resintiendo con los escandalosos amoríos de Domingo padre, en tiempos de la gobernación de San Juan, y que los alejarían. Al punto de no verse en los últimos cinco años del joven.
“Con los años aquella movible fisonomía del púber de diecisiete años debió tomar los lineamientos del hombre adulto, hasta el retrato del Capitán con su pelo cortado a la “malcontent”, pero la imagen grabada en la memoria paterna era la del suave, la del tierno, la del alegre niño apenas adolescente que vio en San Juan;y cada vez que el dolor quería presentarle la imagen del capitán muerto en el campo de batalla, acaso mal o intempestivamente asistido por el escaso cuerpo médico, presentábasele la cara sonriente del festivo galán, echando hacia atrás por un movimiento de brioso corcel la espesa melena de cabellos que con el agacharse a fuerza de reír quería venírsele sobre los ojos. En el silencio de la noche, en las largas horas de insomnio, a veces creía oír la inextinguible risa del joven travieso, como desde el bufete la oía todos los días, en la pieza donde las niñas se reunían antes de comer, y les contaba las anécdotas del baile, las bromas y los dichos que amenazaban los salones o las reuniones públicas”, en el retrato dolido y melancólico de “La Vida de Dominguito”.
La larga marcha de la Guerra: “Que la chaquetilla de brín sea marrón”
En Buenos Aires, Dominguito era una figura de la bohemia, participando en clubes literarios, centros estudiantiles y colaborando con la prensa. A pesar de su irregular formación primaba el peso del apellido. Mimado de la élite porteña quedó atrapado por el fervor patriótico del llamado del presidente Mitre contra el “salvaje” Francisco Solano López y se alistó sin más. Apenas tenía algunas escaramuzas en la escolta del gobernador de San Juan contra los gauchos de Chacho Peñaloza, que le valieron el grado de capitán. Partió a pelear contra los aguerridos paraguayos como el grueso de la aristocracia y la juventud bonaerense. Benita y Domingo padre se opusieron vanamente y solicitaron a sus amigos militares, Lucio V. Mansilla y Mitre, que cuiden al “nene” Como parte del Batallón 12 de Infantería de las Guardias Nacionales lo cierto es que intervino en varios choques y recibió tres condecoraciones. Poco aperece del fragor de esas batalla en sus relatos, distinto a las trágicas cartas de Carlos Pellegrini o Alem, y mucho de un muchacho algo distanciado de la violencia del entorno.
Las cartas de Dominguito abarcan de junio de 1865 en el campamento de Concordia a horas antes del fatídico 22 de septiembre de 1866, a la vera del Río Paraguay. Bien en un tono familiar, lejano al aura de heroicidad que luego Sarmiento pretende darle, contienen pocos comentarios políticos, apenas filtradas algunas alusiones a la retirada de los entrerrianos del general Urquiza, y varias observaciones cotidianas teñidas de la mentalidad de las clases dirigenciales de la Generación del 80, “la amistad con los brasileños es perjudicial”, “tengo el negrito de cocinero en jefe y como mejor que el general”, o en la respuesta de la madre Benita, “el lunes 12 me han robado el reloj…creo ahora que el ladrón es un italiano que blanqueaba el frente” Muchos párrafos, mezclados con mensajes para sus prometidas, están dedicados por Dominguito a exigir cierta vestimenta y estar a la moda de sus amigos de ciudad, que el nudo húngaro o una argelina para el quepi, entre los cadáveres de cuatro naciones; último capítulo de las Guerras de Independencia de un Continente.
“Mis botines de cabritilla y mis zapatillas altas de algo blanco y encubridor; mi zapatero puede hacerlas”, el 29 de julio de 1865, o “Que la chaquetilla de brín sea marrón, según el modelo del 12 que tiene Langlad, y si es cara, una blanca, házmela hacer también. Quedando de verano de esta forma: 1 suava de brin, 1 bombacha idem, 1 suava blanca, 2 bombachas idem, 2 chalecos de brin, 1 blanco, 1 capa blanca. No tengo tiempo, adiós”, en las orillas del Río Corrientes, en la ofensiva aliada de noviembre de 1865. Desde Buenos Aires, la esforzada madre Benita comprometía patrimonio con el gusto de un hijo bien vestido, escaso ya que Sarmiento la había desheredado en vida.
De las pocas cartas que filtran una realidad que afrontó el alto mando argentino en su marcha, además de violaciones a las mujeres correntinas -hay condenatoria referencia de Dominguito-, y que fueron penadas con fusilamiento por orden expresa del general Emilio Mitre, una del 18 de noviembre de 1865 detalla las recurrentes deserciones y cómo se convertía en un espectáculo público aleccionador la condena: “La orden general del día antes anunciaba la ejecución de un sujeto (sic) y un soldado del Batallón Santafecino del Coronel Ávalos -otra curiosidad de estas cartas es que describe los pocos lazos entre naturales de cada una de las provincias argentinas, incluso respondían los batallones solamente a sus coprovincianos- por haber desertado…era un espectáculo extraño. Se veía -desde la barranca del río- el movimiento de los batallones tomando sus puestos. Después del silencio que allí reinaba, podía apreciarse por la inmovilidad de las bayonetas…como saludándolos por última vez….El pelotón se pone en marcha, llega el centro de un costado del cuadrado que ha quedado sin llenar, y se detiene; los dos bultos avanzan unos pasos, se dan vuelta y se arrollidan. Las bayonetas del pelotóm se inclinan…una nubecita de humo envuelve a los reos y se confunden con el piso”, narraba mientras, en las próximas semanas, iría describiendo el paso trabajoso de los aliados a la frontera con el Paraguay “Mientras más cerca estamos de los paraguayos, más lejos estamos de ellos…si los paraguayos no vienen a buscarnos, no los veremos en varios meses”, grafica desilusionado en mayo de 1866. Fatalmente para casi la mitad de los soldados argentinos en el teatro de operaciones unos meses después, no aprendiendo los generales argentinos, brasileños y uruguayos del combate “más reñido y sangriento que he visto”, Tuyutí, 24 de mayo de 1866, se lanzarían impacientes a las fosas de Curupayty.
La Guerra y la Paz
“Hemos invadido Paraguay y nos hemos quedado parados…con lo que hay aquí basta para avanzar y batir al enemigo”, insiste Dominguito a su madre en julio, y defenestra la estrategia de primero el bombardeo de la escuadra brasileña a las fortificaciones paraguayas y, luego, avanzar con la infantería. Paradójicamente el sábado 22 de septiembre de 1866, y para su desgracia, acertó el capitán Sarmiento. Un intenso bombardeo naval dejo casi indemne a la plaza de Curupayty y, en una negligencia criminal del general Mitre, falto de todo sapiencia militar Don Bartolo pese a ser general de la República y comandante de tres ejércitos, mandó a la carga ciega a nueve mil argentinos y ocho mil brasileños. En un par de horas murieron diez mil aliados, con sólo 300 bajas guaraníes, y las murallas sin mellas. Uno de los que cayó en el ataque fue Dominguito, quien murió desangrado a causa de una esquirla que le afectó el talón de Aquiles. Mansilla, en cambio, diría que había muerto a causa de un disparo en el pecho cuando su unidad se retiraba del campo de batalla. El día anterior escribía a su madre desde la avanzada de Curuzú, “ten fe en mí y no te anticipes en nada. Pero tú eres incorregible desde que llegué a la Concordia; en año y medio, no haces más que llorarme; tengo la convicción de que hemos de pasar muy buenos días juntos, y nos hemos de reír de las miserias de la vida”, cerraba con un lacónico “Venga calzado, ropa, comestibles”. Unas horas antes de morir, Dominguito redactaba: “"Querida vieja: La guerra es un juego de azar, puede la fortuna sonreír o abandonar al que se expone al plomo enemigo. Si las visiones, que nadie llama y que ellas solas vienen a adormecer las duras fatigas, dan la seguridad en la vida que ellas pintan; si halagadores presentimientos que atraen para más adelante; si la ambición de un destino brillante, que yo me forjo, son bastantes para dar tranquilidad al ánimo serenado por la santa misión de defender a su patria, yo tengo en mí fe firme y perpetua en mi camino. ¿Qué es la fe? No puedo explicármelo, pero me basta. Más si lo que tengo por presentimientos son ilusiones destinadas a desvanecerse ante la metralla de Curupayty o de Humaitá, no sientas mi pérdida hasta el punto de sucumbir bajo la pesadumbre del dolor. Morir por su patria es dar a nuestro nombre un brillo que nada borrará; y nunca jamás fue más digna la mujer que cuando con estoica resignación envía a las batallas al hijo de sus entrañas. Las madres argentinas trasmitirán a las generaciones el legado de la abnegación y del sacrificio. Pero dejemos aquí estas líneas que un exceso de cariño me hace suponer ser letras póstumas que te dirijo. Setiembre 22 de 1866. Son las 10. Las balas de grueso calibre estallan sobre el batallón. ¡Salud, mi madre!".
Sarmiento se enteraría de la muerte de su hijo en Estados Unidos, “incurable descontento”, y entra en una profunda depresión. Allí escribe una primera versión de la “Vida de Dominguito”, íntima y literaria, que queda entre sus papeles por considerarla “una novela extraña”, confiesa a su amiga Mary Mann, aquella educadora que lo ayudaría en el reclutamiento de las maestras norteamericanas. Veinte años después decide reescribirla con otro objetivo, público y patriótico, y que responde a la búsqueda de un legado y de un modelo de ciudadanía para la Argentina moderna, escuela y cuartel. Ya no es un padre afligido, el mismo que en las noches de presidente se escabullía a llorar la tumba del amado en La Recoleta, sino un hombre que anhela el bronce. En 1886, editó “La vida de Dominguito. In Memoriam del valiente y deplorado (sic) capitán Domingo Fidel Sarmiento, muerto en Curupaití a los 20 años de edad” Primero fue publicada como folletín en el diario El Censor a partir del 17 de junio y luego, ese mismo año, apareció como libro. En la introducción, incluyó la frase "Morir por la Patria es vivir". “En “Vida de Dominguito”, la escritura de la vida del hijo se entremezcla con la de la vida del padre, una se extiende en la otra, lo que le confiere un marcado carácter autobiográfico al texto. Se trata de una biografía del hijo en que Sarmiento se lee a sí mismo, entretejiendo al biografiado con el yo del biógrafo. El hijo hereda las glorias del padre y el padre, a su vez, construye su propio legado tomando como punto de partida las hazañas del hijo y la relación paterno-filial”, explica Alejandra Josiowicz. Este libro Sarmiento lo firma como General de División, y lo dedica a sus “compañeros de armas”, enfatizando su grado militar reconocido en su actuación en la Guerra del Paraguay, decreto del presidente Roca. O sea, su legado.
“¿No será disculpable su anciano padre ensordecido ya por el fragor de instituciones que se derrumban, perdida la voz a fuerza de predicar en el desierto sesenta años sin tregua, si quiere recoger todavía, al borde de su propia tumba, los fragmentos del rico vaso a que pensó trasegar su pensamiento, para que continuara la obra otros tantos, y que cayendo de manos del sacerdote que lo presentaba al pueblo ante el altar de la patria se rompió?”, remata Sarmiento un último opus literaria, que mezcla fotografías, cartas y artículos de Dominguito con acotaciones personales de un proyecto que parecía desvanecerse, de una nación guiada por una élite ilustrada, hecha a sí misma a balazos, sin resabios del linaje colonial. El Proyecto Sarmiento que murió con él en Asunción el 11 de septiembre de 1888.
Fuentes: Correspondencia de Dominguito en la Guerra del Paraguay. Buenos Aires: Librería Lorreine. 1974; Sarmiento, D.F. Vida de Dominguito. Buenos Aires: Editorial Tor. 1944; Josiowicz; A. La vida de Dominguito: ciudadanía, paternidad y guerra en Domingo Faustino Sarmiento en ri.conicet.gov.ar ; www.infobae.com/historia-argentina/2019/09/11/carta-de-sarmiento-a-su-hijo-dominguito/
Imagen: Infobae
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.