Con el apodo de "Chiriguana" se conoce a la que fue el primer amor del hidalgo Juan de Garay, quien fundó Buenos Aires por segunda vez el 11 de junio de 1580. No sabemos el verdadero nombre de esta misteriosa mujer, pero sí el de su hijo. Bautizado igual que el conquistador (aunque con el apelativo secundario de “el Mozo”), fue considerado legalmente el primogénito de los Garay según todos los registros conocidos en las Indias hasta 1610. Pese a estas cuestiones legales que sin duda lo favorecían, los rumores sobre su madre lo persiguieron más allá de la muerte. El hijo de Garay y la Chiriguana vivió en Asunción e incluso estuvo junto a los hombres del rey de España durante la refundación porteña. Pero tal vez por vergüenza (o miedo), negó sistemáticamente a quien le dio la vida. La Chiriguana fue borrada de las anotaciones civiles. Las crónicas se refieren a ella de un modo sombrío y despectivo. Por eso la conocemos únicamente como la hija del cacique del por entonces llamado Chaco Boreal, el país de los Chiriguanos.
Pocahontas en Virginia y la Malinche en México serían las mujeres que comunicaron a los conquistadores con sus conquistados. En realidad, no supieron entender a tiempo la tragedia a la que se enfrentaban sus pueblos. Pero la Chiriguana del norte argentino logró cautivar a Garay de un modo diferente: fue elegida por el propio hidalgo entre todas sus hermanas y entregada en matrimonio por su padre, tras llegar a un acuerdo de paz con las tropas españolas que venían de Potosí. ¿Qué más grande patrimonio podía tener un cacique sino su propia hija? Princesa de los suyos, aparentemente era dueña de una belleza que puede adivinarse, quizás, en las descripciones de su descendencia. Años después, la esposa que le tocó en suerte al joven heredero del fundador de Buenos Aires le dio hijos hermosos e inteligentes. María, la primogénita de “el Mozo”, fue dueña de un inexplicable atractivo. Seguramente ahí estaba la luz del rostro de su abuela, la princesa de los Chiriguanos.
Había gran cantidad de poblaciones en esta zona del Nuevo Mundo cuando llegaron los conquistadores. Muchas etnias −y con ellas sus lenguas autóctonas− han desaparecido por completo. Las guerras, las nuevas enfermedades que sorprendían a los indígenas indefensos y el mestizaje, dejaron diezmada a la población prehispánica. Sin embargo, la reconstrucción de la etnia de los Chiriguanos no esquivaría a la filología. Gracias al estudio lingüístico de las poblaciones del norte argentino, podemos deducir hoy que la lengua de los Chiriguanos derivó en una serie de dialectos denominados Ava Guaraní, un grupo relativamente antiguo que habitó una zona muy precisa del sur de Bolivia y el occidente de Paraguay. Hoy sus hablantes integran un complejo conjunto de lenguas sudamericanas a las que se puede denominar “mixtas”. De esto se desprende que la de los Chiriguanos era una etnia surgida del contacto entre las poblaciones orientales y occidentales del continente. Parece que provenían de la fusión entre los Guaraníes y los poderosos Arahuacos.
Estos grupos tenían su propio país, gobernado por leyes muy antiguas. Eran enemigos acérrimos del incanato que hacía poco tiempo estaba en poder de la corona de España. Entendiendo esta circunstancia es sencillo deducir que una vez unida la Chiriguana a Juan de Garay por la ley de su pueblo, concibió al niño del conquistadory lo crió según sus costumbres, compartiendo prácticas y ritos inmemorialescon su “esposo”.
Pero el rey Felipe II de España, sucesor del emperador Carlos I, se enteró de la escandalosa historia de Garay por boca de un espía y le hizo saber su voluntad tanto a él como a los soldados que lo acompañaban en el Chaco Boreal. La carta de puño y letra de Felipe fue entregada en tiempo récord por un vocero. Según especificaba el texto, el hidalgo debía abandonar las costumbres bárbaras que había adquirido junto a la gente de la selva y encargarse de ciertos temas que habían surgido en Asunción del Paraguay, fundada exitosamente en 1537.
Garay marchó entonces más allá del oriente del País de los Chiriguanos y estuvo mucho tiempo encargándose en Asunción de aquellas cuestiones que la carta real especificaba. Tanto fue así que, tras dos años de ignorar la desolación de su esposa, un día decidió volver. Viajó por el río Pilcomayo, aunque en esta oportunidad lo hizo con el fin de adentrarse por última vez en la selva. Cuando la Chiriguana salió a recibirlo, muy probablemente quedó azorada con lo que vio. Una corte completa acompañaba al padre de su hijo. Hombres y mujeres nobles de Castilla y Extremadura se habían trasladado desde la capital paraguaya con un único objetivo: reclamar al niño apodado “el Mozo”. Juan de Garay se había unido cristianamente en matrimonio a Isabel de Becerra y Mendoza. Muy creyente y de cuna noble, Isabel aceptó ante el obispo de Asunción el compromiso de criar al hijo bastardo de su marido como un cristiano. No había mucho para hacer. La Chiriguana vio por última vez al “Mozo” en 1558, cuando lo dejó en manos de la legítima esposa del que alguna vez supo ser su hombre.
Nadie volvió a hablar de la Chiriguana entre los Garay. Ni siquiera le dieron entidad en las crónicas familiares. Nada. Existe una ausencia absoluta de alusiones en los documentos civiles, en los libros de historia e incluso en la arqueología. “El Mozo” tenía tres años cuando dejó de verla. Ya adulto, acompañó a su padre en todas sus conquistas. Fue gobernador y poseyó tierras valiosísimas frente al Río de la Plata. Incluso se le entregaron grandes extensiones en la zona de Luján. Pero nunca se atrevió a recordar que en realidad, por ley materna, era el príncipe de una estirpe condenada al rumor, la segregación y el olvido: el País de los Chiriguanos.