En las postrimerías del siglo XIX, aquellas facciones que aún se asociaban a la lucha interminable entre unitarios y federales, estaban atravesadas por otros sectores. El intento conservador de crear un partido único, no logró evitar que las ideas de vanguardia aportaran nuevos condimentos. La existencia de un intenso contacto con la inmigración europea abriría el camino a ciertas tendencias innovadoras, que tenían su base en las corrientes sociales de más allá del Atlántico. Hasta los anarquistas terminaron por tener un espacio entre las opciones de la moderna Argentina.
Sin advertirlo, los postulados laicos a los que adhería el propio Julio Argentino Roca, abrieron poco a poco el paso a un nuevo tipo de pensamiento que él mismo no compartía. Esto se haría notorio desde 1890. Las vanguardias se identificarían más con los primeros movimientos obreros que con las clases acomodadas. Entonces, oponiéndose a la hegemonía representada por el Partido Autonomista Nacional de Roca, Leandro N. Alem fundó en 1891 el Partido Radical y Juan B. Justo en 1896 el Partido Socialista.
La afinidad entre ambas corrientes, sin entrar en detalles, no parecía tan extraña. Los seguidores de Roca pronto comenzaron a confundir a unos y otros. A pesar de que el radicalismo era desde sus bases federal y socialdemócrata, en épocas posteriores y de manera despectiva, los conservadores se referirían a los radicales como parte de una muy citada “coalición socialista”.
Marcela García Sebastiani, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, expresa en “Radicales y socialistas en la Argentina peronista”:
“Hacia 1936, y a la luz de la experiencia de los Frentes Populares en el escenario europeo, se había formado una conjunción opositora al gobierno de la que formaron parte la UCR, el PS, el Partido Demócrata Progresista y el Partido Comunista”. Con la descripción de tal contexto, concluye explicando que “el entonces llamado Frente Popular despertó las más exacerbadas críticas por parte de los conservadores en el poder”.
Esta asociación entre radicales y socialistas, no obstante, se vio minada en distintas épocas por sus intensas diferencias. La situación puede verse claramente representada a la hora de hablar de la inflexible oposición del socialista Alfredo Palacios al gobierno radical de Hipólito Yrigoyen.
Pese a este alejamiento al que su propia evolución los precipitó, la lucha de ambos bloques históricos, fue fundamental para el desarrollo intelectual de la última década del siglo XIX. David Rock en “El radicalismo argentino” (Ediciones Amorrortu - Buenos Aires, 1977), describe detalladamente los Levantamientos Radicales de 1890. La oposición a las políticas aplicadas por los conservadores a la hora de resolver los problemas internos del país, fue muy decidida. Sin embargo no hicieron más que endurecer el enfoque del gobierno. El presidente ignoraba por completo a la oposición tratándola con desprecio. Cuando no, recurriendo a la fuerza.
Julio Argentino Roca fue el representante más acabado de la famosa Generación del Ochenta. Su concepción de la Argentina pasaba entonces por la modernización de Buenos Aires, a la que se le dio un aspecto arquitectónico europeo clásico. El objetivo habría sido quitarle la impronta colonial a una ciudad más abierta al Viejo Mundo que al interior. Por otra parte, el desarrollo de la Patagonia ocupó también la mente de Roca. Inauguró un nuevo sistema de comunicaciones que conectó el Estrecho de Magallanes al Río de la Plata. Con tales acciones quedaba claro que la Conquista del Desierto no había quedado atrás. Sería aún su gran gesta y estaba incluida en su ideario. Aunque ocupando un segundo lugar respecto al desarrollo de la capital, no abandonaba la posibilidad de anexar el sur a Buenos Aires. Claro está que tal forma de pensar, llevaría a nuevos conflictos. Muchos de ellos aún siguen abiertos en nuestros días.
La Ley de Residencia de Extranjeros propuesta por Miguel Cané, aprobada en 1902, terminó causando graves incidentes durante muchas décadas, hasta su derogación. Daba al Estado la posibilidad de detener a cualquier extranjero sospechoso de alterar el orden público, sin la intervención de un juez.
Muchos de aquellos socialistas y anarquistas llegados de la Europa Revolucionaria, terminaron siendo expulsados del país. Es verdad que la misma ley permitió el ingreso de los colonos patagónicos y los inmigrantes de la Primera Ola, pero hay que decir también que aquel fue un escenario de grandes restricciones ideológicas.
Pese a todo, la historiografía actual admite que los episodios de la Patagonia Trágica acaecidos en 1920 y 1921, tienen su origen en esta circunstancia. La huelga de los trabajadores en Santa Cruz no se pudo evitar, debido a las malas condiciones que la Conquista del Desierto había propiciado. Faltaba todo y el territorio era inmenso. En esa época gobernaba Yrigoyen, que cedió a los pedidos de distintos sectores interesados en desactivar rápidamente el problema. Como consecuencia, se terminaron disolviendo muchos de los acuerdos tácitos entre los nuevos movimientos políticos del siglo XX. La idea era, ante todo, no contagiarse de la Revolución Rusa.
Pero el sur del país seguía siendo un desierto. La conquista se hacía muy compleja y no se lograba solucionar. Antes aquellas tierras eran el dominio de caciques y espíritus indómitos de innombrables ancestros. Ahora el frío era el testigo impiadoso de las mismas batallas ideológicas que se libraban en Buenos Aires.
Julio Argentino Roca fue presidente por dos períodos. Su partido político dominó al país desde 1873 a 1916 (si bien él murió en 1904). La Conquista del Desierto sería su gran gesta, pero los resultados fueron muy cuestionables. Treinta años después de aquellos hechos, sus consecuencias aún eran imposibles de sostener. Fue cuando tuvo lugar el famoso episodio de la Patagonia Trágica.
Leandro N. Alem, fundador del Partido Radical en 1891.
Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista en 1896.
Luis Brandoni, Héctor Alterio y Pepe Soriano, entre otros, protagonizaron el film “La Patagonia rebelde” (escena). Con dirección de Héctor Olivera y producción de Fernando Ayala y él mismo, se estrenó en 1974. Narraba los episodios que tuvieron lugar durante la huelga de Santa Cruz en los años veinte.
“El radicalismo argentino” (David Rock, Ediciones Amorrortu - Buenos Aires, 1977) y la obra de Marcela García Sebastiani, “Radicales y socialistas en la Argentina peronista (1946 – 1945)”, publicada para Madrid, Frankfurt e Iberoamérica por Vervuert, 2006, representan dos ejemplos de historia de una misma fuerza en el contexto del naciente siglo pasado.
Sergio es un autor e historiador argentino que revisa los movimientos segregacionistas a través de la historia. Ha publicado entre otros libros, Los Escribas de Dios, Los Músicos de Dios, Breve Historia del Mundo y Mitos a Medias. Actualmente es docente de Pensamiento del Siglo XX en la Dirección de Cultura de la Universidad de Belgrano y escribe para Ediciones Fortnel.