¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 02 De Junio
La moneda nacional es objeto de grandes discursos desde los tiempos de Belgrano y Rivadavia. La necesidad de un activo poderoso que defina una política económica soberana, así como una identidad independiente, tal como el dólar o la libra. Sin embargo desde la Independencia, los diferentes mandatarios patrios conjuraron, por intereses propios o presiones externas, papeles al viento, pagarés sin respaldo. Rivadavia dándole a la maquinita, un precursor. O cuando las condiciones hicieron que se estabilizaran los precios internos y externos, con un peso fuerte, vino raudo Pellegrini con la Caja de Conversión en 1899, la convertibilidad decimonónica. “La valorización de la moneda es una de las causas más seguras de las crisis económica”, repetía sin ruborizarse el ex presidente de la Nación. Al menos, los dirigentes de esa época hablaban sin eufemismos. Recorriendo la primera centuria argentina el desplome fue de un 2500%, que no tiene nada que envidiar a la segunda que solamente hasta 1970 había sido devaluado en un ¡20000%!, ahora siendo generosos al no contar el Plan Austral ni la Convertibilidad, que afeitaron un par de ceros más al querido peso. Un loca, loca, historia de la moneda con la cual vive y sufre un pueblo, la cual nació quimera sin fondos, antes hubo prestamistas que papeles para prestar, y, que cada vez que se exportaban menos vaquitas o soja, hubo que liquidar.
Como en tantas otras cuestiones, se tardó 43 años desde 1810 en contar con una Constitución o 70 años en decidir la Capital o 135 años en elecciones para toda la ciudadanía, Argentina un work in progress, la moneda, el peso argentino, recién fue realidad el 5 de noviembre de 1881. Sin contar un intento fallido en 1875; y así, también como tantas otras tradiciones, cada administración nacional funda lo que ya está fundado, invariablemente. Correspondió a la progresista Asamblea del Año XIII la creación de una moneda propia con el sello y el emblema de la nueva nación. En la sesión del 13 de julio de 1813 se aprueba la moción del diputado Pedro Agrelo, adelantado economista, que recogía la vieja prédica de Mariano Moreno y Manuel Belgrano, que un país independiente necesitaba un entidad económica propia, diferente a los doblones y duros españoles, “ordenar que la Casa de la Moneda de Potosí -aún gran parte del territorio boliviano era integrante del territorio de la Provincias Unidas del Río de la Plata; es más, hubo diputados potosinos legislando en Buenos Aires- …abran y esculpan -monedas de oro y plata-… tendrá por una parte el sello de la Asamblea General, quitando el sol que lo encabeza, y un letrero alrededor que diga, Provincias del Río de la Plata; por el reverso el Sol que ocupe todo el centro y alrededor la inscripción siguiente: En Unión y Libertad“, que aún se discute por qué se cambió este orden, algo comprobable en las monedas de dos pesos actuales; quizás un capricho masón del Segundo Triunvirato. Todo muy bien pero la difícil actualidad de la guerra de la Independencia, con los caminos cortados hacia el Norte y los preparativos bélicos de la gesta sanmartiniana, motivaron que los gobiernos nacionales soliciten los primeros empréstitos, solventados por comerciantes ingleses y criollos, y comience a imprimir pesos, que más bien eran pagarés a convertir en el banco por monedas de oro y plata. O sea que primero fueron los bancos antes de tener una moneda propia (sic), el endeudamiento viene mucho antes de Rivadavia, y el peso argentino nace de la ficción del crédito sin respaldo propio y genuino. El Congreso de Tucumán en 1816 reforzó esta tendencia a la toma de empréstitos, pagados con documentos públicos incobrables, y que continuó la depreciación del circulante local, hasta que el 15 de enero 1822 se crea el Banco de Descuentos o de la Provincia de Buenos Aires, el primer banco argentino, con la presencia de los más ricos comerciantes criollos e ingleses y terratenientes ganaderos. Era una institución privada sobre la base financiera del Estado -otra tradición nacional- cuya función consistía en la emisión de moneda, entre otras misiones de política económica federal. Al poco tiempo sin independizó del control de la Sala de Representantes -otra tradición nacional- y empezó la indiscriminada emisión de billetes, “se empapeló Buenos Aires”, y el préstamo de los mismos, que no solamente sirvieron para enriquecer a los banqueros sino para la compra de las tierras liberadas por la enfiteusis.
Billetes que perderían raudamente valor con la Guerra contra Brasil en 1825, cierre de las exportaciones, menos para aquellos acaudalados que habían antes adquirido monedas para comprar onzas de oro. Negocio redondo en el primer gran fraude económico amparados por el ahora Banco Nacional. Cuenta Agustín de Vedia, “los oficiales y soldados del ejército, en sus penurias, envolvía sus cigarrillos en billetes del Banco Nacional, a falta de otro papel. Los soldados, acostumbrados a recibir su paga en metálico, lo hacían pedazos o la arrojaban al fuego, lo que demostraría su caso o ningún valor en la circulación”, mientras el Gobierno Nacional obligaba a la población en general a vivir con papelitos, excusa del conflicto igual a pesos inconvertibles, impidiéndoles acceder al oro y plata, el dólar inalcanzable del siglo XIX -otra tradición nacional, los corralitos-
El gobierno de Rosas terminaría con el Banco Nacional una década más tarde, debido fundamentalmente al negociado que se producía con la compra de cobre a Inglaterra para acuñar moneda y, luego, con la acaparación que hacían los especuladores para venderlo nuevamente a Londres. Del otro lado, medidas proteccionistas estuvieron acompañadas por la prohibición de exportar oro y plata, que no hizo más que favorecer a los terratenientes que recibían como él las ganancias del exterior, y también estímulo a la emisión monetaria, más de 135 millones de pesos, “que representaban verdaderos impuestos internos sobre los sueldos y salarios de la población”, acota Rodolfo Puiggrós.
La caída de Rosas produciría un efecto distinto en la Reina del Plata y en la Confederación Argentina, en la sangriente década de un país dividido, previa de la Batalla de Pavón de 1861. Mientras Urquiza administrada la pobreza de las provincias desde Paraná, y decretaba en 1853 un cambio fijo para el oro y el peso, que aseguraba en caso de baja un resguardo con fondos públicos, Buenos Aires hereda de Rosas la maquinita de la Casa de la Moneda, luego organizada como Banco de la Provincia. O sea que tiene la potestad Buenos Aires de imprimir el circulante de todo el país. Con esta herramienta, que luego fabricaría un peso inconvertible, la provincia más rica imponía el rumbo económico. Algo que sería más notable cuando después de Pavón el gobierno nacional, ahora la figura de Mitre, representante de los intereses porteños, exigió a las provincias la delegación de todas la funciones inconveniencia a un gobierno nacional. Y como cuando asume la presidencia Mitre, “en las cajas del gobierno había una onza de oro falsa, un peso de Córdoba, falso también, y un cuarto boliviano tiene necesario decir que también era falso”, sin la existencia de tesorería ni contaduría, se emprende un ambicioso proceso monetario que únicamente podía hacerse realidad en la moneda corriente más fuerte, o sea la moneda corriente bonaerense. El Banco de la Provincia Buenos Aires se convierte de esa manera en el eje de la riqueza pública y privada la República. No existían capitales suficientes en la República para ser empleados en el objeto de que abarcara a toda la nación, con una Buenos Aires atrincherada en su autonomismo económico, no solo político; y eso explica por qué el primer ferrocarril argentino es bonaerense y por qué para que avanzara el proyecto nacional (ferrocarriles, inmigración y un largo etcétera) se debió recurrir a los inversores extranjeros, guste o no guste a los revisionistas de turno “Cada argentino que nace debe su peso en plata”, sentenciaba Sarmiento antes de llegar a la presidencia, un verdad que únicamente cambió con la jerarquización de qué metal precioso hablamos.
Don Bartolo un pésimo militar, comandó los peores desastres del ejército argentino, y un discutible historiador y periodista, sin embargo en materia monetaria tuvo una visión federal, poco reconocida. A los pocos meses de asumir, dándose cuenta del absurdo e impráctico de no emitir el circulante, propone la nacionalización del Banco Provincia. Desde el ministerio de hacienda bonaerense responden, “no se ha de permitir que se lo reduzca”, y que a partir de ese momento, 28 de octubre de 1863, el Ejecutivo se dirija a las autoridades del banco de la provincia como un par. Un Estado dentro de otro Estado. Además se arrogó el derecho en 1867 de ser el único habilitado para cambiar sus propios papelitos por metálico, los pesos que la guerra contra el Paraguay estaban despreciando nuevamente -en los cadáveres argentinos de Curapayty, los paraguayos encontraron pesos bolivianos y pesetas, el pago de la mañana.
Durante la sucesivas presidencias de Sarmiento, Avellaneda y Roca fracasan nuevos intentos de nacionalizar el Banco Provincia, que imponía sus términos monetarios, llegando al delirio que el banco bonearense es uno de los fundamentales acreedores del recientemente Banco Nacional, varias veces ahogado financieramente por una institución hermana que manejaba la abundancia de los rentas derivadas de la Aduana. Por otra parte, fue el mismo presidente Roca que salvó a la caja de los ricos en 1880 cuando en los vientos favorables a la federalización, tras la capitalización de Buenos Aires, se propuso un Banco de la Nación como exclusivo emisor de moneda. Dardo Rocha, y varios políticos como José Hernández, ellos mismos estancieros o representantes de poderosos ganaderos, comerciantes y financistas, se opusieron en el Congreso a que su banco, su moneda, la Aduana, pase a la propiedad de todos los argentinos.
Detrás de estas idas y vueltas fulguraba la lucha por el peso único. El 29 de septiembre de 1875, en la pelea del presidente Avellaneda con el Banco Provincia de Buenos Aires, nuevamente se intenta reorganizar el circulante, que incluía la poderosa moneda de Buenos Aires junto a notas y letras de bancos provinciales, que muchas no servían incluso en pueblos limítrofes, billetes del Banco Nacional, y plata boliviana y chilena hasta napoleón francés. Se crean así monedas únicas legales en oro y plata, con equivalencias al peso fuerte, y se denominan Colón, Medio Colón y Doble Colón, y Peso de Plata, respectivamente. Sin embargo pronto faltó este circulante, ya que la emisión nacional era muy inferior al omnipresente peso bonaerense, “sucede que hay absoluta carencia de medio circulante -oficial-, absoluta carencia de moneda de curso legal -Ley 733 de 1875-, al extremo, y esto lo saben algunos señores senadores, que muchas provincias hay necesidad de firmar vales hasta para mandar al mercado”, se quejaba el senador Pérez en el Congreso Nacional. La moneda fuerte era solamente para la provincia de Buenos Aires y para la Capital Federal. Y había que extenderla de La Quiaca a Tierra del Fuego. Y lo hicieron con la ley 1130 de 1881 que establecía que la unidad monetaria de la República Argentina será el peso de oro o plata, apoyado en el papel del Banco de la Provincia de Buenos Aires, y a un cambio de un kilo de oro a $620. El efecto inmediato de la medida fue que los sectores económicos superiores recibieron aún más pesos por sus productos en el mercado interno, produciendo una de las grandes devaluaciones del siglo.
Durante los años posteriores a la Revolución del Parque de 1890, una economía de guerra y de “honrar las deudas” focalizada en el mercado interno, sumada al arribo de millones de inmigrantes -no los queridos sajones- con algún dinerillo para invertir y la condiciones favorables de las cosechas en chacras, produjo una extraordinaria reversión de la tendencia y el peso argentino fue fuerte por primera vez, con todas letras. Y había que bajarlo de un hondazo porque los bancos y dueños de latifundios no recibían los pesos que querían, y la población cada vez podía comprar más con menos, “las industrias… que han tenido su iniciación y desarrollo en épocas que el oro se cotizaba a un precio siempre superior a 250, han sufrido perjuicios incalculables con la rápida valorización del papel -pesos-; y esos perjuicios pasarían a ser indiscutiblemente ruinosos, si por causa de valorizarlo aún más, resultará que las deudas contraídas -por ellos, terratenientes-… deberían ser saldadas con billetes de valor mucho más alto que el que tenían cuando ellas se contrajeron”, en palabras magistrales, esta vez de un gran viñatero mendocino al Congreso Nacional. La muñeca de Carlos Pellegrini haría el resto en 1899 con la Ley de Conversión 3871.
“El objeto esencial era impedir que el oro bajara de 2.2727”, explicaba Juan B. Justo en 1935, con la espada de Damocles de otra devaluación del peso que inventó el mercado negro de dólares como recurso popular de ahorro,”impedir que el peso papel, con que se pagaba los salarios, representara un valor superior a 44 centavos oro, para que los señores miembros de la Sociedad Rural que venden a oro sus novillos y sus capones, sus lanas y sus cueros, conservaran sin ningún esfuerzo un gran margen de utilidades”, mientras señalaba que el sueldo del presidente Roca era de 9200 pesos mensuales contra los 47 de un cartero. Superaríamos el 30 mil por ciento de devaluación de la moneda argentina en los cien años posteriores. No son 9 mil, ni 15 mil, son 30 mil.
Fuentes: Silberstein, E. Vida y milagros de nuestro peso. Buenos Aires: CEAL. 1971; Puiggrós, R. Historia Económica del Río de la Plata. Buenos Aires: Altamira- Retórica Ediciones. 2006; Bader, R. Banco de la Provincia de Buenos Aires: Mucho más que un banco. En revista Todo es Historia. Año IX Nro. 104. Enero 1976. Buenos Aires.
Imágenes: Billetes Argentinos / Freepik
Fecha de Publicación: 02/01/2022
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