¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“¿Lograremos exterminar a los indios?”, se preguntaba Domingo Faustino Sarmiento en 1857 en el diario El Nacional, para quien en su “democracia” no encajaba la “chusma”, indios, gauchos, pobres y criollos, “Lautaro, Rengo y Caupolicán son unos indios piojosos -en ese entonces dominaban casi media pampa fértil, por supuesto-, porque así son todos. Incapaces del progreso. El exterminio de esa canalla es providencial y útil, sublime y grande…Dejarles a los niños (a las madres indígenas) es perpetuar la barbarie. Hay caridad de alejarlos cuánto antes de esa infección…sin siquiera perdonar al pequeño que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”, cerraba esta delicadeza el altar de bronce de la educación pública y gratuita.
Hombre de grandes contradicciones, incluso para sus aduladores, resulta difícil esconder la profunda convicción antipopular y antidemocrática del sanjuanino, que nació en la más dura pobreza. Y si bien no resulta extraño en la época de estos pocos hombres ilustrados, su enemigo político, y padre de la Constitución Nacional, Juan Bautista Alberdi era de la misma idea por la democracia calificada, lo que choca de bruces con la realidad histórica es que Sarmiento sea presentado por la historiografía oficial como “democrático liberal”. No por nada sus contemporáneos decían de Sarmiento, “partidario de la intolerancia política, es un Robespierre -cabeza extremista de la Revolución Francesa, defensor a ultranza del razón, que perdió la suya, claro-: Sarmiento es un civilizador a cañonazos y bayonetazos”.
Si uno revisa con atención a los padres fundadores también observará que sus programas, si queremos asociarlos a la democracia y la libertad, distaban mucho de la concreción efectiva, que habría que esperarlas hasta el radicalismo de Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen. Monárquicos, San Martín y Belgrano, o aristocráticos, Paz, Mitre y Urquiza, salvo los contraejemplos fuera de norma de Artigas y Dorrego, los próceres tuvieron una actitud más bien contraria al gobierno del pueblo. Sarmiento de todos ellos se distinguiría directamente por emprender una campaña demoledora contra cualquier atisbo democrático o de voto popular, en su filosa lengua de polemista periodista -tal vez, su mayor talento junto a la desbordada literatura-
Sarmiento en todo su carrera pública y privada fue un redomado militante del antiliberalismo y antirepublicanismo. Alentó todos los atropellos en la Chile despótica de mediados del siglo XIX, aprobó las atrocidades y barbaries del estado bonaerense y, luego nacional, contra los “trece ranchos”, incluso siendo presidente. Sin contar la masacre al pueblo paraguayo, a quien consideraba “descendientes degenerados de los españoles, que habría que liquidar como perros ignorantes”. Cuando ejercía la mayor magistratura, por demás, impidió cualquier intento de discusión del sufragio universal, que el alsinismo empezaba a esbozar, semilla del radicalismo; y expresaba Don Domingo que ni los negros, ni los indios ni los pobres o analfabetos estaban en condiciones de votar. Como liberal fue tan raro que propugnaba la pena de muerte y, en el diario oficialista -costeado por el erario público- El Nacional, en 1879, defendía el “autoritarismo como principio de buen gobierno”. Y dijo que la “prensa libre” era un amenaza instigada por los comuneros de izquierda del París de 1871.
“Mientras haya chiripá no habrá ciudadanos…De origen salvaje es el poncho, que crea un surco de división entre la sociedad culta y el pueblo (sic). Del salvaje americano nos viene el rancho. Los salvajes han enseñado a los cristianos llevar el chiripá, haciendo que estos se degraden de su condición” metrallaba Sarmiento desde se adorada Norteamérica en 1865, mientras enviaba regularmente los gastos oficiales -en burdeles- a un presidente Mitre, que tenía problemas un poco más importantes por la Guerra contra el Paraguay. Quizá el bueno de Don Domingo desconocía que esas prendas se fabricaban en textiles de -sus otros adorados- ingleses, comienzos de la destrucción de las economías regionales, y el colonialismo británico obsceno. Varios de sus coetáneos, intelectuales como José Hernández a Lucio V. Mansilla, despotricaban contra la “inmensa ignorancia” del Maestro de América.
Y que podía tener incoherente estas palabras para el lapidado Juan Manuel de Rosas, en una cita de Manuel Gálvez de su monumental “Vida de Sarmiento. Un hombre de autoridad” (1945), “Rosas era un republicano" (sic). Era la expresión de la voluntad del pueblo y en verdad que las actas de elección así lo demuestran. El gobernante se inclina ante la soberanía popular representada por la legislatura. Grandes y poderosos ejércitos lo sirvieron, grandes y notables capitalistas lo apoyaron y lo sostuvieron. Abogados de nota tuvo en los profesores patentados en derecho. Verdadero entusiasmo era el de millares que lo proclamaban el Héroe del Desierto y el Gran Americano. Rosas era popular…Rosas es una manifestación social, una fórmula de una manera de ser del pueblo. La suma del poder público le fue otorgada por aclamación y plebiscito, sometiendo el pueblo la cuestión”, cierra el autor del “Facundo”, quien también despreciaba a sus aliados unitarios, “un mito, un espantajo”. Para Alberdi, que visitó a su antiguo enemigo Rosas en Inglaterra y le reconoció los pactos interprovinciales que suscribió en sus tiempos de gobernador punzó como base de la Nación, además de la concepción de unidad republicana; Sarmiento no era muy distinto al Brigadier Gaucho. Eran la misma cara de la moneda. Ambos fanáticos de la autoridad a imponer a cualquier costo, sea degüello a los prisioneros indefensos, sea fusilamiento sin juicio previo.
“Para ganar las elecciones”, de 1857, en la secesionista Buenos Aires nacida el 11 de septiembre de 1852, rubrica Sarmiento a su amigo Domingo Oro, “nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror que, empleados hábilmente, han dado este resultado. Los gauchos que se resistieron a votar por nuestros candidatos fueron puestos en el cepo o enviados a las fronteras con los indios y quemados sus ranchos, perdiendo sus escasos bienes y hasta su mujer -Sí, el Martín Fierro, esa marcha de la bronca hecha poesía nacional eterna, es muy real-. Establecimos en varios puntos depósitos de armas y municiones, pusimos en cada parroquia cantones con gente armada, encarcelamos a los complicados en una supuesta conspiración, y bandas de soldados armados recorrían las calles acuchillando y persiguiendo a los opositores. Tal fue el terror que sembramos entre toda esa gente que el día 29 triunfamos sin oposición. Esta es la palanca con que siempre se gobernará a los porteños, que son unos necios, fatuos y tontos” “No es demócrata quien no ama al pueblo ni anhela que existan menos desigualdades sociales y económicas”, sentenciaba Gálvez en los meses previos al 17 de octubre. De 1945. Sarmiento inmortal, civilización y barbarie, ¿serás el padre de la grieta además del aula?
Fuente: Sarmiento, D.F. Obras Completas. Edición DVD-ROM. Todo es Historia. 2008. Buenos Aires.
Imágenes: Museo Histórico Sarmiento / Ministerio de Cultura
Fecha de Publicación: 03/08/2023
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