Había un anciano general sudamericano que dictaba una suerte de memorias a un joven abogado francés en Boulogne-sur-Mer, en 1849. Suerte porque aparecerían en un diario galo, a modo de extensa necrológica, tras su fallecimiento el 17 de agosto de 1850. En ellas recordaba los juegos con los guaraníes, a la sombra de la higuera de Yapeyú, en la antiguas Misiones, con apenas tres años. “Mis amigos de las Reducciones”, nombre dado a las obra jesuitas, se sonría José de San Martín, con una memoria prodigiosa, o inspirado en un comentario posterior de la madre Gregoria. No importa. En ambos casos el alma americana quedó indeleble en este guerrero que volvería a los 33 años para liberar medio Continente. Poca queda de aquella maravillosa ciudad que los jesuitas hicieron brillar con 8 mil habitantes, destruída por los brasileños, recuperada en parte por los colonos franceses, y que el Libertador vivió con sus padres y los cuatro hermanos. Lo que podemos disfrutar hoy en el Templete, y alrededores, resultó un largo trabajo de los correntinos, primero, y luego un país, interesados en conservar la cuna del Padre de la Patria. Todo iniciado cuando casi centenaria la guaraní Rosa Guarú marcó los límites de la casa del General San Martín en 1859. La nodriza que tuvo en los brazos al hombre, que con virtudes y defectos, mejor encarna el sueño de Independencia y Soberanía.
En una nota anterior sobre el gurí de Yapeyú mencionamos que fue el quinto, y último, hijo del matrimonio de españoles Gregoria y Juan. Ellos de una historia de amor impactante, ya que pese a conocerse en Paredes de Cueva, España, se terminaron casando en Buenos Aires, en ausencia del esposo que estaba en Las Vacas, actual Uruguay. Debemos recordar que en esos momentos la Corona estaba expropiando las misiones jesuíticas, verdaderas y temibles ciudades con poderío económico y militar, y al mayor San Martín, destacado combatiente en África, lo designan teniente gobernador en estas lejanías. Primero en la Banda Oriental, luego, a fines de 1774, en la Reducción de Nuestra Señora de los Tres Reyes Magos de Yapeyú. Era el encargado de administrar dieciocho estancias y veinticinco puestos, en los márgenes del Río Uruguay, que tenían la fenomenal capacidad de criar 60 mil vacas, 13 mil caballos y miles más de animales de corral; y cultivar 4 mil plantas de yerba mate, el oro verde. Yapeyú no era un mísero pueblo, era una ciudad poderosa en cuarenta cuadras organizadas según oficios y milicia, y custodiada por la imagen gigante de la Virgen María en piedra en la plaza central, con cuatro cruces en cada esquina -que no es la actual plaza, antes usada como plaza de armas-.
No iba a la saga la capilla, de columnas salomónicas, y capacidad para 7 mil personas. Edificada por los jesuitas e indígenas, y contigua al colegio de 46 aposentos y amplio patio- hoy se halla en ese terreno el Museo Histórico de Yapeyú-, se encontraba el baptisterio, “bien alto, edificado con piedra de la región, rojizas, amarillentas, anaranjadas; su tejado pardo a dos aguas, adosado a la Iglesia…bajando hasta el piso baldosado de ladrillos rojos, envuelven a la pila bautismal, finamente tallada en piedra blanca”. El Padre José Cardiel en 1747 escribe que el espacio sacro poseía “un especial adorno, las paredes todas pintadas; el techo con la paloma del Espíritu Santo y muchas labores, todo pintado y dorado…los vasos del ministerio de plata”. Esta escenario recibió el bebé Francisco José de San Martín, nacido el 25 de febrero de 1778, seguramente el primer domingo de marzo, día de las celebraciones, acota Héctor Picciniali. Quien efectuó el rito católico fue el correntino Francisco de la Pera, párroco dominicano de Yapeyú y amigo de la familia (los San Martín y el propio General de profundas vinculaciones con la Orden de Santo Domingo, llegada al país en 1549, de acuerdo a Fray Rubén González). No existe documentación del nacimiento ni acta de bautismo debido a los terribles saqueos de los brasileños en 1817, y el deterioro de la misma capilla, construída con piedras arcillosas, y que no resistieron el paso de los siglos.
La casita de Yapeyú
Una de las polémicas para los historiadores y comentadores por una centuria, entre ellos Mitre y Sarmiento, fue el lugar preciso de nacimiento y hogar del prócer. Para ambos resultaba más plausible que Juan de San Martín por rango ocupe el colegio, casa de gobierno colonial de Yapeyú, antiguo hogar de los jesuitas. Pero la documentación histórica vino a demostrar lo que los antiguos pobladores, y sobre todo la humilde guaraní Rosa Gaurú, una y otra vez repetían apuntando a la manzana 45, hoy donde se resguardan los restos de los muros: “Aquí nació y vivió el General San Martín” O el desprecio a los moradores de los pueblos originarios, simplemente por pertenecer a una raza esclavizada, desconociendo que el mismo San Martín mandó a llamarlos especialmente a ellos para los Granaderos en 1812, y que de los 300 que partieron de Yapeyú y alrededores, solamente volvieron cinco, con América liberada en su gloria.
Asimismo olvidando que pese a las agresiones brasileñas, y el descuido de los gobernantes provinciales y nacionales, la ciudad jamás estuvo despoblada como lo atestigua que el caudillo Francisco Ramírez la sume en la República Entrerriana de 1820. O que en 1859, el mismo año que el gobernador Pujol se llega a conversar con los lugareños para revindicar la figura de San Martín, una comisión de vecinos exige a Buenos Aires la inmediata reintegración a la Confederación. Existen censos de 1833 y 1841 del departamento de La Cruz que incluyen la abundante población nativa de Yapeyú. O sea que cuando llegaron las quince familias francesas en 1864, y aún se vislumbraban los murallones del Colegio, varios de los vecinos originarios transmitieron el orgullo de compartir la cuna de un Héroe de la Independencia a nivel mundial. Entre ellos, Rosa Guarú.