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La Casa de la Independencia: entre el piquete y la memoria

Sigamos la sinuosa reconstrucción de los cimientos de nuestra Independencia y recordemos una carta de unos porteños monárquicos.

Historia
Tucumán

En 1903 se demolió la histórica Casita de Tucumán. El sagrado recinto de la Independencia fue barrido por la topadora del progreso liberal, unida a la política de negar las raíces coloniales. Una piqueta que hacía estragos en la memoria nacional y, en los albores del siglo pasado, desaparecieron los cabildos de Corrientes -otra cuna del liberalismo argentino-, Santa Fe – fuente del federalismo- y Catamarca. Tal viento de cola llegó hasta principios de los treinta, con la derrumbe del libertario de Humahuaca,  y las miles de modificaciones sin anestesia en el Cabildo porteño, que había perdido varios cuerpos y ni tenía torre. San Miguel de Tucumán ya había desechado su colonial primera casa de civilidad en 1908. Cambiaron los tiempos, cambiaron hombres e ideas, mandaba el nacionalismo restaurador de finales de la Década Infame, y el 9 de octubre de 1941 se dispuso la reconstrucción fidedigna. La dirección fue de la flamante Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos capitaneada por los historiadores Ricardo Levene y José Luis Busaniche. Todavía faltaba la declaración de la Casa como Monumento Histórico Nacional pero el emblemático solar, tanto para argentinos como latinoamericanos, quedaba a resguardado para las futuras generaciones.

La casa original fue construída por el próspero comerciante español Diego Bazán y Figueroa para su hija Francisca y su yerno Miguel Laguna, a mediados del siglo XVIII, en la calle Matriz -hoy Congreso 151. Era una típica casa señorial, aunque sin demasiados ornamentos salvo las columnas salomónicas de la entrada, con su zaguán de entrada a un patio y habitaciones alrededor, y que conectaba a un segundo patio y las dependencias para el personal doméstico. El matrimonio tuvo una vasta descendencia, entre ellos Gertrudis, quien había alquilado la casa como cuartel de los oficiales de Manuel Belgrano durante la batalla de Tucumán (1812) Cuatro años después seguía siendo una de las más grandes tucumanas y podía albergar a muchos de los 29 congresales que venían desde Buenos Aires a Charcas -actual Bolivia- También poseía una gran sala de 15 metros de largo por 5 metros de ancho, especialmente acondicionada un 24 de marzo de 1816 (sic), y un amplio corredor. Allí se declararía solemnemente la Independencia argentina el 9 de Julio, con versiones en quechua y aymará, ambas encargadas al diputado de Charcas, José Mariano Serrano. Cuando el 17 de enero de 1817 los últimos congresales abandonaron la casa, llevando en sus alforjas la proclama con destino continental, el deterioro y abandono fue la constante del edificio colonial, acelerado tras el fallecimiento en 1838 del tres veces gobernador provincial, y dueño de la casa, Nicolás Laguna Bazán.

Santuario olvidado por la Nación

Gertrudis pide en 1861 la ayuda provincial para conservar un “santuario que yace olvidado por la Nación” La respuesta llega en forma de compra del edificio como Oficina de Correos y Telégrafos una década más tarde, con la firma del presidente Sarmiento. Mitre preguntaba en el Congreso si la compra no debió haber sido formulada para un monumento y no una oficina estatal. Nadie escuchó. Hacia la década de 1880 comienza a ser punto de peregrinación cívica, y las primeros desfiles conmemorativos de estudiantes del país. Sin embargo, puertas adentro, “la sala de las históricas sesiones permanece cerrada y vacía y cuando los viajeros llegan a visitarla con reverencia el guardián de sus llaves, ciudadano Borja Espejo, muestra una habitación blanqueada, huméda y cubierta de polvo”, en palabras del entonces director de Correos y Telégrafos, Estanislao Zeballos, y recuperadas por Mario Tesler de la Biblioteca Nacional.  Fue entonces que el presidente Pellegrini decide retirar las oficinas públicas, cuyos jefes habían realizado severas modificaciones incluso con una fachada neoclásica (sic), y encarga informe para mejoras a Tiburcio Padilla, el primero que se ocupó de la suerte de la casa en 1868, y Ángel Carranza.El presidente siguiente, general Roca, desconoció un primer informe que recomendaba la restauración y ordenó la completa demolición menos la Sala de la Jura, que quedó aprisionada dentro de un pabellón de arquitectura afrancesada. Delante había un atrio con palmeras, diseñado por Carlos Thays, y una gran reja con paredes laterales y relieves de Lola Mora - actualmente en el Patio de los Homenajes de la Casa de Tucumán. Con grandes fanfarrias el presidente lo inaugura el 24 de septiembre de 1903, fecha de la Batalla de Tucumán, con la curiosidad que en los relieves de bronce de la escultora aparece un congresal de 1816 con el rostro de Roca.  

Obreros y artesanos de la Dirección Nacional de Arquitectura, bajo la dirección del arquitecto Mario José Buschiazzo, que anteriormente había reconstruído el Cabildo de Buenos Aires (1940), comenzaron en abril de 1942 derribando el pabellón. Los tucumanos lo apodaban “la quesera” Luego se guió  la reconstrucción de las clásicas tomas del fotógrafo italiano Ángel Paganelli de 1868 -foto-, las descripciones de Paul Groussac y los planos que se conservaban de la compra por el Estado casi 70 años antes. Tal precupación de restitución de la casa original significó la búsqueda nacional de tejas, pilares de quebracho con sus zapatas, rejas y puertas de casas demolidas del siglo XVIII. Los minuciosos trabajos históricos y arquitectónicos concluyeron un año después,  y otro 24 de septiembre volvió la Casa de la Independencia. Y todos podemos acompañar hoy en la capital tucumana a los congresales patriotas invistiéndonos -y recordando- “del alto carácter de una nación libre é independiente”

Los monárquicos porteños

Buena parte de la historia oficial repite que los congresales porteños llevaron las primeras ideas republicanas y democráticas al Congreso de Tucumán. Y que fueron los del “partido cordobés”, aliados de José Artigas, quienes desarticulaban tal insigne empresa. Y allí ponen el huevo de la serpiente que dominaría a los futuros argentinos hasta Caseros y más allá. Leamos al diputado Tomás de Anchorena en una misiva a su hermano Juan José, ambos ricos comerciantes y hacendados de  Buenos Aires, “recibo muchas expresiones de Belgrano que llegó á ésta hace días. Ayer -11 de julio de 1816- ha marchado Pueyrredón que debe verse con San Martín en Córdoba. La he dejado a Belgrano el despacho de General pero éste pide la reglas por las cuales ha de mandar y fondos”, dice de un momento crucial en la camino de la libertad latinoamericana, y completa, “ya sabrás que se acordó publicar nuestra independencia en medio de un manifiesto que se ha encargado a Bustamante, Medrano y Serrano. Se trata de una forma de gobierno, y está muy bien recibida en el Congreso y pueblo la Monarquía Constitucional, restituyendo la casa de los Yncas. Las tres ideas han sido sugeridas y agitadas por Belgrano -N. de R.Apoyadas por San Martín-, y los que están impuestos de las relaciones exteriores -N. de R. ¿Rivadavia? ¿Irigoyen?- las consideran muy importantes. Lo que no tiene duda es que, si se realiza el pensamiento, todo el Perú se conmueve, y la grandeza de Lima tomará partido en nuestra causa, libre ya de los temores que le infundía el atolondramiento democrático”, cierra Anchorena, quien varios años después abjuraría tal posición en cartas dirigidas a su primo, Juan Manuel de Rosas.  Tal vez haya sido una postura advenediza al clima general monárquico del Congreso, o el miedo a la represalias del liguismo federal, o “es necesario que todos nos sacrifiquemos en obsequio del orden”. Lo cierto es que un descendiente de la dinastía incaica de los Yupanqui era la posibilidad cierta de unas Provincias Unidas en Sud- América más unidas que nunca. Incluso para los porteños.

 

Fuentes: Independencia. 1816-2016. Buenos Aires: Biblioteca Nacional. 2016; Iniesta, N. 1816. Bicentenario.2016. Catálogo. Buenos Aires; Ibarguren, C. (H) Tomás de Anchorena comenta el Congreso de Tucumán y los sucesos políticas de 1816 en revista Historia nro. 44 Año XI. Buenos Aires. 1966

Fecha de Publicación: 15/10/2020

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