El relato conocido es que la Argentina declaró la guerra cuando ardían Berlín y Tokio. Por un lado la leyenda negra habla de las simpatías con el Eje de los gobiernos golpistas de Farrell y Ramírez, con un “monstruo” Juan Domingo Perón en las sombras. Otra interpretación defiende una postura argentina que retomaba el principio de autodeterminación americano de los gobiernos conservadores, y radicales, ante la Gran Guerra. “Yrigoyen salvó con la neutralidad el nuevo sentido americano de la vida entre 1916 y 1918”, decía uno de sus más grandes detractores, Carlos Sánchez Viamonte, en “El último caudillo”. Más de veinte años después fue la decidida acción de Perón que promovió el 26 de enero de 1944 romper relaciones con el Eje y, así, contuvo el avance de los nacionalistas fascistas y franquistas en el gobierno golpista de Ramírez. Y en simultáneo ordenaba la clausura del “Pampero”, un órgano de difusión nazi sostenido decían desde la embajada alemana, y restituía cargos universitarios que su mismo gobierno militar había dejado cesante por firmar una solicitada contraria el golpe de 1943. Regía el estado de sitio impuesto por el –fraudulento- presidente constitucional Ortiz. Un año más tarde, ya como vicepresidente de la Nación de facto, Perón con Juan Cooke, entonces ministro de relaciones exteriores, destraba el aislamiento y guerra comercial con los cuales los Estados Unidos de Norteamérica habían sometido al país por no declarar la guerra. Tal revelación surge de los memorandos de los funcionarios de Departamento de Estado expuestos por el historiador norteamericano Harold F. Peterson. Y tras ello, los mismos representantes de Roosevelt propiciaron la entrada del país a la conferencia Chapultepec, un paso previo a la de San Francisco que creaba las Naciones Unidas el 24 de octubre de 1945.
Una primera aproximación a la aún hoy discutida postura argentina durante la Segunda Guerra Mundial podría pensar en una neutralidad activa, que defendían tanto sectores nacionalistas como liberales. Una que ya habían sostenido los conservadores y radicales pese a que los alemanes habían ejecutado un vicecónsul argentino en Bélgica y sus submarinos hundieron un par de barcos mercantes en la Primera Guerra Mundial. Dos veces Yrigoyen recurrió a su potestad constitucional para ignorar los pedidos del Congreso a fin de romper relaciones y tuvo el apoyo popular. Por supuesto que en los cuarenta la situación era distinta con un débil presidente Ortiz y las pujas entre los militares, varios de orientación nacionalista, y los conservadores; con un ex presidente Justo que pugnaba por retornar al sillón de Rivadavia. Un clima mucho más enrarecido cuando una comisión investigadora de actividades anti argentinas del Congreso denunciaba un complot de grupos de derecha comandados por el admirador del fascismo Manuel Fresco, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Nuevo ataque a la República: golpe de 1943
Tras el breve paso del general Rawson, el presidente de facto Ramírez prosigue la postura neutralista argentina, en una suerte de pacifismo del menor esfuerzo, pero que además permitía una actitud equidistante que económicamente pretendía estar bien con dios y el diablo. Y que era sostenida por los empresarios británicos más pragmáticos que aseguraban preferir “ la carne vacuna argentina a la carne de cerdo yanqui”, para abastecer a un gigantesco ejército multinacional. Desde el otro rincón, en palabras del subsecretario norteamericano Summer Welles el manejo de la relación entre dos históricos enemigos íntimos, Argentina y Estados Unidos, era de “suma torpeza”. En la revista Times del 20 de septiembre de 1943 se filtra un carta del entonces ministro de relaciones exteriores argentino, el pro Aliado Segundo Storni, que defiende la histórica posición argentina de neutralidad -y solicita material bélico para unas fuerzas armadas argentinas que en esos años triplicaron hombres y pertrechos.
Fue ridiculizado directamente por el norteamericano secretario de Estado Cordell Hull en letras de molde. A continuación difundía una misión diplomática argentina a Berlín del cónsul Óscar Alberto Hallmuth, de vinculaciones con la policía nazi, y el apoyo de militares argentinos al golpe “nazi” en Bolivia. Storni renunció a los pocos días de la filtración y el gobierno se llenó de nacionalistas reaccionarios que denunciaban “injerencia norteamericana”. Con el correr de las semanas se toman medidas antiliberales como la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en clase, o inéditamente totalitarias, y así las primeras manifestaciones del Terrorismo de Estado.
Sin relaciones carnales entre Argentina y Estados Unidos
A principio de 1943 Argentina estaba aislada del resto de los países americanos por la política coercitiva norteamericana que imponía graves restricciones. Solamente escaparon a la rigurosa reglamentación los materiales destinados a operar y mantener los frigoríficos, varios de ellos norteamericanos, y el tungsteno y berilio, carne y minerales esenciales en la maquinaria de guerra
La guerra mundial cambiada de vientos hacia el incontenible triunfo de los Aliados, y la derrota del nazismo, “el mundo del mañana” se asomaba esperanzador, en palabra del socialista Enrique Dickmann, pero argentinos y norteamericanos se empeñaron en discutir obtusas interpretaciones de las doctrinas sobre principio de autodeterminación que ambos países habían rubricado en el siglo XIX. Destrabar este entuerto diplomático era vital para la Argentina que tenía congelados más de 400 millones de dólares en oro en el extranjero. Además ningún barco Aliado tocaba las costas argentinas.
Para la administración de Roosevelt nuestro país era la “fortaleza del fascismo en América”. Y respondía a los puñetazos el presidente de facto Farrell, “el pueblo entero de la República no defiende los intereses de ninguna parte en contra de la otra…sino la grandeza de toda la Nación”. Y en las calles porteñas se celebraba la Liberación de París y se volanteaba denunciando las simpatías nazis de los militares en el poder. Escribía Jorge Luis Borges en la revista Sur un 23 de agosto de 1944, “esa jornada populosa me deparó tres heterogéneos asombros. El grado físico de mi felicidad cuando me dijeron la liberación de París, el descubrimiento de que una emoción colectiva puede no ser innoble, y el enigmático y notorio entusiasmo de muchos partidarios de Hitler. Sé que indagar ese entusiasmo es correr el albur de parecerme a los vanos hidrógrafos que indagaban por qué basta un sólo rubí para detener el curso de un río, muchos me acusarán de investigar un hecho quimérico. Esto, sin embargo ocurrió, y miles de personas en Buenos Aires pueden atestiguarlo”, introduce a una crónica enfervorizada, rara en su inveterada modosidad, donde se mezclaba política exterior e interior.
Un exterior que no resultaba tan lejano como lo demuestra un discurso casi simultáneo, en el mismo mes, del primer ministro Churchill y, que en medio de las victorias aliadas, tiene un momento para posar sus ojos en estas pampas ante la Cámara de los Comunes, “como inglés se me perdone por pensar en este momento en otro país sudamericano con el cual hemos tenido estrechos vínculos de amistad y mutuos intereses desde su nacimiento a la libertad e independencia. Me refiero a la Argentina. Todos sentimos una gran pena, además de ansiedad, como amigos que somos de la Argentina por el hecho de que en estos tiempos de prueba para las naciones no haya percibido la conveniencia de proclamarse de todo corazón, inequívocamente y sin reservas o salvedad alguna, del lado de la libertad, y haya optado por coquetear con el mal, y no solamente con el mal, sino con el lado perdedor…. Las naciones han de ser juzgadas por el papel que desempeñan no solamente las beligerantes sino las neutrales. No es como algunas pequeñas guerras del pasado donde todo podía olvidarse y perdonarse”, cierra el gran estadista británico.
Una historia de nunca acabar pero con año de inicio
En la crónica de Borges que defiende “un único Orden, la cultura de Occidente” un fantasma recorre sus palabras y son las multitudes de “cabecitas negras” que reunía Juan Perón. El estadista argentino bajo el lema “entendimiento y concordia de las clases” imponía además el publicitado concepto de “Nación en armas”, “se debe establecer una verdadera solidaridad social, política y económica para desarrollar en la población un severo sentido de disciplina y responsabilidad individual” De allí la asimilación del fascismo que José Luis Romero y Gino Germani darían lustre académico en los cincuenta. Sin dudas Perón, como varios políticos de la época, estuvo signado por los gobiernos antiliberales y fascistas de los treinta, pero vale recordar que el fundador del peronismo retoma el concepto de justicia social de la Revolución Francesa. Y que los derechos del trabajador peronistas tienen su origen en la doctrina social de la Iglesia. Vale citar a Tomás Eloy Martínez que en “La memoria del General” (1996) refiere un relato del capitán Augusto Maidano, muy amigo de Perón en aquel viaje “negro” a la Italia de Mussolini. Allí recuerda que el futuro tres veces presidente constitucional de los argentinos se “reía de las ridiculeces del fascismo”
Entre 1943 y 1945 se conformará una “resistencia civil”, como la denominaba Alejandro Korn, y que nucleaba la lucha contra la dictadura militar y al frente antifascista de Acción Argentina. Esa será la base de la Unión Democrática que enfrentará a Perón en las elecciones de 1946. Integrada por universitarios, partidos políticos, desde el radicalismo al comunismo y gente de las clases altas y medias, contó con el apoyo explícito del embajador norteamericano Braden. Estos grupos al final de la Segunda Guerra Mundial, el 2 de septiembre de 1945, lamentaban sentir la victoria aliada “como algo lejano” y manifestaban un incontenible revanchismo. Escribe Manuel Ordóñez en el “Antinazi”, “el mundo entero exultaba alegría. Y debió serlo también para nosotros… en cambio las calles han sido de la Policía… una vez más hemos estado contra nuestra voluntad separados del Mundo.. En esta guerra estuvieron en juego los grandes ideales argentinos… pero será nuestra la Victoria final… las campanas con que se anunciaba al mundo la Paz en Roma no se han oído en nuestra ciudad: Buenos Aires está ocupada y en pie de guerra. .. Libertad, Libertad, Libertad” Unos meses después de asumir la presidencia Perón, en la elecciones más limpias conocidas hasta el momento según veedores internacionales, afirma “vivimos una nueva era en la vida de la Nación, una que afirma principios morales de convivencia que habían sido olvidados en perjuicio del Pueblo” Dos veredas que enfrentan los dos mayores problemas irresueltos argentinos, la armonía entre libertad y justicia social. Dos posturas que aún en 2020 repiquetean y agrietan el pensamiento nacional y sufre el ciudadano a pie. Y todo eso comenzó en 1945 cuando nacía un nuevo mundo, el bipolar de la Guerra Fría, y, a la vez, la Argentina del siglo XX.
Fuentes: Peterson, H. La Argentina y los Estados Unidos II. 1914-1960. Buenos Aires: Hyspamerica. 1985; Floria, C.-García Belsunce, C. Historia de los Argentinos. Buenos Aires: Editorial El Ateneo. 2016; Bisso, A. El antifascismo argentino. Buenos Aires: Cedinci.2007; Potash, R. El ejército y la política en la Argentina (I) 1928-1945. De Yrigoyen a Perón. Buenos Aires: Hyspamérica. 1985.
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.