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Julieta Lanteri. Nadie nos regalará nada

La doctora Lanteri recién sería comprendida y, sus ideas retomadas, en el nuevo milenio. Escenas de una luchadora de los derechos humanos que batalló contra hombres y no pocas mujeres.

Era una tarde de Flores en 1919. Martes 18 de marzo. Una norteamericana camina presurosa hacia la plaza frente a la Basílica. Iba a presenciar el primer mitín en la calle de las sufragistas argentinas. Ella, Katherine S. Dreier, que se había parado sobre un cajón en la vereda del Madison Square Garden en 1907, y doce años después,  las mujeres votaban en New York. Impresionada por los hechos de la reciente Semana Trágica y los congresos organizados por mujeres contra la Trata de Blancas, Buenos Aires el burdel de Sudamérica, deseaba volver a escuchar a la oradora que la deslumbró en el lanzamiento del Partido Feminista Nacional, unos días antes, en un salón de la calle Sarmiento. Recordaba, “me encontraba completamente sorprendida de ver que unas dos mil personas –de diversas clases- se habían detenido a escuchar el discurso de la doctora Julieta Lanteri-Renshaw” Un discurso revolucionario que astillaba el techo de cristal del derecho al voto o las tenues reformas sociales, impulsadas por sus compañeras socialistas y aristocráticas, y planteaba una novedosa equiparación de los sexos,  aparejada a una denuncia de las desigualdades sociales. “Arden fogatas de emancipación femenina, venciendo rancios prejuicios y dejando de implorar sus derechos. Éstos no se mendigan, se conquistan”, arengaba.  Fallecería Lanteri por las graves lesiones de un accidente en pleno centro, parada en una esquina en 1932, atropellada por un miembro de las legiones fascistas de “Patria, Familia, Propiedad”. Sus palabras y acciones, siguen ardiendo.    

“Nadie nos regalará nada”, una de las frases favoritas de Julieta Lanteri en reuniones con las camaradas de lucha, o ante una prensa que la burlaba: se llegaron a vender córset “dedicados a la Doctora Lanteri” para enconsertar, anudar, a las mujeres, literalmente. Pocos hombres, Alfredo Palacios, Lisandro de la Torre y el radicalismo de Hipólito Yrigoyen, escuchaban sin menosprecio a la infatigable Lanteri, que se erigió en un personaje –incómodo- de la arena pública durante dos décadas.  La inmortal fotografía que retrata a Julieta, siempre de puro blanco, ingeniosa táctica de marketing político, con la mirada sobradora de los grises hombres  en 1919, momentos en que consultaba por los votos de su partido debutante, resulta elocuente de una discriminación sexual que no se restringía al derecho a votar. De eso mucho sabía esta italiana nacida el 22 de marzo de 1873, venida al país de niña, viviendo en las actuales Santa Fe y Cerrito, y mudada a La Plata, recibiéndose de bachiller para maestra. Pero Julieta deseaba ocupar los mismos espacios que los varones, inspirada en la incendiaria prédica de las sufragistas inglesas, y en las dificultades de Cecilia Grierson para convertirse en la primera médica argentina.  Así que no le quedó otra que rendir libre los tres primeros años del Colegio Nacional de La Plata, siendo la primera mujer recibida en 1895, y así tener el imprescindible (sic) latín para ingresar a los estudios superiores.  Recordemos que para la ley argentina del novecientos, como en otras latitudes, las mujeres eran consideradas incapaces y necesitadas de la tutela masculina para trabajar, estudiar o, simplemente, disponer de su patrimonio.

Con grandes esfuerzos consigue graduarse en Farmacia y Medicina, siendo la tercera en farmacia y la sexta médica y la primera italiana, aunque es rechazada en el área de su interés, las enfermedades mentales, y debe ocuparse de las campañas de vacunación,  a mediados de la primera década de la nueva centuria. Lanteri describe su trabajo en “La Semana Médica”, una de las tantas publicaciones donde difundiría sus trabajos científicos y reflexiones;  “Muerde el freno el pueblo criollo para ir a vacunarse, para recibir gratis el homenaje de la ciencia; patea y vocifera e insulta a la infeliz mujer, al generoso joven, que por un miserable sEsmeralda Escalanteueldo trabajan seis horas consecutivas al día, pobres practicantes de vacuna, que esperan nerviosos y sumisos que el niño deje de llorar y que la madre tienda el brazo al lancetazo rabioso”, en rescate de Araceli Bellota.

“¿Por qué la mujer se detiene?”

Integró la Asociación de Universitarias Argentinas, fundada en 1904 junto a Sara Justo, Elvira Rawson y Raquel Camaña, quien propone el Congreso Femenino Internacional para el Centenario, con la doctora como secretaria.  Lanteri venía consolidando su pensamiento en el Primer Centro Feminista de Libre Pensamiento (1905), “El hombre piensa, estudia y trabaja y jamás siente saciedad del saber ¿por qué la mujer se detiene? … De ninguna manera se debe admitir esto y la prueba está en que un despertar placentero se manifiesta en la vida de las mujeres en general, y las hace entrar de lleno en la evolución y el progreso", sostuvo la intelectual.  Junto a Camaña, una destacada pedagoga, funda la Liga Pro Derechos de la Mujer y el Niño y organiza el Congreso Internacional de Niño (1913) Un interés común de estas científicas era la educación sexual, contraria a la moralina e hipocresía imperantes, y Lanteri formaría a modernas maestras en Ciencias Naturales, en la Escuela Normal Nro. 3.

El 16 de julio de 1911, en ocasión de las elecciones municipales, fue a inscribirse al padrón electoral de la ciudad. Tal como establecía la flamante ley de 1907,  Lanteri enseñó la carta de ciudadanía –obtenida recientemente  por el casamiento con  un ignoto norteamericano, Renshaw, mucho menor que ella, a fin de postularse a unas cátedras universitarias, que no le otorgarían-, junto a una copia de la legislación electoral. Allí indicaba, entre otras cosas, las condiciones para inscribirse en el registro, ser ciudadano mayor de edad, saber leer y escribir, presentarse personalmente, haber pagado impuestos o ejercer alguna profesión liberal dentro del municipio. Nadie le pudo negar la inscripción y el 26 de noviembre, cuando todavía faltaban 36 años para la sanción del voto femenino, Lanteri votaría en la Iglesia de San Juan, convirtiéndose en la primera mujer en sufragar en Buenos aires. En la mesa estaba el historiador Adolfo Saldías, quien felicitó a la “primera sufragista sudamericana” –en realidad, las sanjuaninas votaban desde 1856 en elecciones municipales, gobierno de Francisco Díaz, antes de la asunción de Sarmiento como gobernador. Pero la Ley Sáenz Peña (1912) cerró definitivamente esa puerta estableciendo que el empadronamiento civil tomaría de base el militar. Obviamente que las muchachas feministas, con Lanteri a la cabeza, quisieron alistarse y, por supuesto, serían rechazadas con sorna y violencia. Como lo fue Julieta cuando gritó en la Cámara por los derechos  civiles y políticos de las mujeres desde la “popu”.    

Hubo que esperar Lanteri casi una década, con éxitos parciales a través de la influencia en políticos varones, la ley contra la prostitución, Ley Palacios (1913), o las legislaciones a favor de la niñez y las mujeres trabajadoras presentadas por socialistas y radicales de los diez, para dar otro golpe en los comicios, el gran objetivo de las primeras feministas en faz sufragistas. Se presentaría Julieta como candidata de diputada por el Partido Feminista Nacional. No podían votar pero nada decía la ley en 1919 sobre presentarse como candidatas. “Es una afirmación de mi conciencia que me dice que cumplo con mi deber, una afirmación de mi independencia que satisface mi espíritu y no se somete a falsas cadenas de esclavitud moral e intelectual, y una afirmación de mi sexo, del cual estoy orgullosa y para el cual quiero luchar” sostendría Lanteri en el discurso que deslumbró a la feminista norteamericana Dreier.

Después de tres meses de campaña, y empapelar las ciudad con la leyenda “En el Congreso una banca me espera, llevadme a ella”, obtendría 1303 votos la doctora, todos de varones, y entre ellos el del escritor Manuel Gálvez, que en “Recuerdos de la vida literaria” señaló que “como no quería votar por los conservadores ni por los radicales”, lo hizo por “la intrépida doctora Lanteri”. Esa elección la ganaron los socialistas con 54 mil votos, muchos cuyas mujeres apoyaron en la campaña a Lanteri, incluyendo a Alicia Moreau. Pero varios de estos hombres progresistas, que diez años antes suscribían los petitorios de las esposas, empezaron a preocuparle el extremismo de Lanteri, que “despertaba una guerra que no tenemos…-además- que las mujeres no están capacitadas para votar por la naturaleza –reaccionaria- de su sexo”, sentenciaba Ernesto Quesada, uno de lo que apoyó en el novecientos al “simpático” sufragismo.  Lanteri planteaba, además del derecho al voto, una serie de reformas económicas y políticas que equiparaban sexos y clases. Además exigía la separación del Estado y la Iglesia. Es conocido que se adelantó en los derechos de los hijos fuera del matrimonio, la legislación del divorcio y a la consideración de que la crianza de los niños es un trabajo.

Una nueva moral

Participa del simulacro de marzo de 1920, un hecho simbólico de gran trascendencia pública, promovido por el Comité Pro Sufragio Femenino, debido a que cuatro mil mujeres coparon las calles. Luego, en 1924 obtendría Lanteri 1313 votos, y en las elecciones de concejales de 1926, 684. La doctora, limitada por las instituciones en el ejercicio profesional debido a sus fuertes opiniones, “No admito amos ni quiero ser patrona. Todos somos iguales. No quiero propiedades ni quiero matar para conservarlas. La tierra entera es nuestra patria”,  sobrevivía a duras penas en un consultorio tratando la calvicie. Para sostener el partido solicitaba préstamos y embargos, a los pocos bienes que tuvo como hija de una familia acomodada, ante el frío trato de las compañeras de ruta como las socialistas, que empezaban  a eludir las grandes luchas de las primeras generaciones de feministas.  Como Julieta. “Era una mujer sencilla y sincera, convencida de lo que quería, que no vaciló ante las dificultades, pero no dio el triunfo que hubiéramos querido…Su lucha tenía un carácter demasiado personal...Era Ella”, sentenciaba Moreau de las diferencias que fueron aislando a la más vehemente feministas desde las anarquistas como Virginia Bolten y Juana Rouco.  Mientras tanto influye en diputados como el socialista Mario Bravo, que a fines de los veinte demuestra que la liberal Constitución de 1853 no conculcaba los derechos políticos de las mujeres y, que si así ocurrió, fue obra de los sucesivos poderes –patriarcales-  ejecutivo y legislativo. Se alegraría Julieta de la oportunidad que el cantonismo otorga a las mujeres sanjuaninas en 1927 en elecciones nacionales, después suprimida por los golpistas del treinta, aunque no implicaba autonomía, ya que los cargos de las mujeres los digitaba el caudillo Federico Cantoni.   

Hostigada por las militares y civiles reaccionarios en el poder desde el 6 de septiembre de 1930, Julieta Lanteri intenta rearticular el Partido Feminista Nacional,  a fin de presentarse en las elecciones que impondrían al presidente fraudulento Justo. El 22 de febrero de 1932 contrae un pagaré a favor de Filomena Corrade por 710 pesos moneda nacional. Planeaba financiar nuevos mitines reclamando los derechos políticos y, ahora, los civiles que el régimen quería derogar, como la protección a la maternidad o la jornada laboral de 8 horas. No pasó. El 23 de febrero de 1932, a las tres de la tarde, un auto particular manejado por David Klappenbach, notorio miembro de la fascista Legión Cívica, la atropelló en Diagonal Norte y Suipacha y le fracturó el cráneo. Falleció el 25 de febrero la dirigente feminista argentina que parió el futuro verde.  A nadie se juzgó por el “accidente” y las actas policiales se “borronearon” inmediatamente.

“Seguramente que una nueva moral, no ya religiosa sino nacida de los sentimientos de solidaridad humana reinará entonces, fruto de las modificaciones imprimidas a la educación social individual, bajo las instituciones femeninas –pensamiento de Lanteri en la revista feminista Nuestra Causa, junio de 1919, cita de Rosalía Gallo- El mayor aprecio que el hombre tenga de su propia vida y de la de sus hijos impedirá las guerras destructoras de individuos y si éstas se produjeran todavía, serán más bien luchas de ideas y pensamientos que obligarán al hombre a actividades de un orden más elevado, transformando el espíritu de codicia en el de emulación y mayor conquista espiritual”

 

Fuentes: Bellota, A. Julieta Lanteri, pionera del voto en Carasycaretas.org.ar;    Barrancos, D. Mujeres, entre la casa y la plaza. Buenos Aires: Sudamericana. 2008; Deleis, M. de Titto, R. Arguindeguy, D. Mujeres en la política argentina. Buenos Aires: Aguilar. 2001

Imagen: Ministerio de Cultura / Télam

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