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Buenos Aires - - Lunes 27 De Marzo

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Juárez Celman ¿Responsable o perejil del primer default argentino en 1890?

De izquierda a derecha se suele condenar al presidente cordobés por el desastre de 1890, la primera gran crisis económica y social comparable al 2001 ¿O fue un nuevo capítulo Buenos Aires versus Interior?

Historia
Juárez Celman

Que los inmigrantes se volvían como venían, hartos de las estafas en el campo, y apiñados en ciudades inmundas. Que en Londres y París cortaban el chorro de crédito al gobierno nacional, uno que soñaba obras faraónicas, y las construía, pese a que los expertos las consideraban ruinosas para la Nación. Que los gobernadores y presidentes labraban pagarés a sus amigos, a cobrar del Banco Nacional, sin garantía de retorno, sin contar, claro, sus bolsillos. Que se ofrecían millones de hectáreas a los financistas extranjeros, “quieren  hacer una pequeña Irlanda” denunciaba Carlos Pellegrini. Que las provincias emitían cuasimonedas y se depreciaban apenas salían de la imprenta. Que los obreros tomaban las calles, hambreados con sueldos que en seis meses perdían el 50% del valor. Que la Bolsa era una fiesta, con grandes jugadores que preferían depositar los beneficios de una economía desquiciada, subsidiados por el Estado Argentino,  en Uruguay.  Que el presidente y el vicepresidente apenas se hablaban. Que los ministros, en componenda con la oposición y la prensa, conjuraban una revolución a doscientos metros de la Casa Rosada. Esto que puede parecerle familiar a un argentino de 2021  ocurrió en 1890. Y para los historiadores de amplio pelaje es responsabilidad de uno solo, el presidente Miguel Juárez Celman, originadas en su “política soberbia”, en palabras de Carlos Floria y César García Belsunce, y “la fiebre privatizadora”, ahora Jorge Lanata. Uno que cuando lo “renunciaron” dijo “me voy al campo porque en el gobierno se crían cuervos” Nunca más participaría de la política, y moriría en soledad de la estancia La Elisa, callado como una tumba ¿Qué vio Don Miguel?

“La Exposición de París de 1889 puso a la moda en Europa a la República Argentina: tantas riquezas exhibió en hermosísimo palacio, levantado a fuerza de millones por los mejores artistas de la ostentosa ciudad francesa”, comentaba el gobernador bonaerense Carlos D´ Amico, un viejo alsinista que no podía dejar de reconocer la prosperidad, y el pujanza, en casi una década de gobierno del Partido Autonomista Nacional, apoyado en los gobernadores provinciales. En el sillón de Rivadavia estaba el cordobés Miguel Ángel Juárez Celman, un abogado mediterráneo que representaba una nueva generación de políticos, sentados en las mieles del modelo agroexportador y las semillas de la pampa gringa, y que se diferenciaba de su cuñado, Julio Argentino Roca, hijo de las viejas guerras civiles desde la Patagonia al Paraguay. Había sido ungido por el presidente Roca, en compañía del contrapeso porteño, el vicepresidente Pellegrini, y era apoyado por una amplia opinión pública del Interior. Pero además entre parientes las diferencias llegaban a la interpretación del rumbo económico. influenciado por el avance del colonialismo económico y una simplificación del liberalismo, Juárez Celman defendió pionero que el Estado era “mal administrador”  Roca, por su lado, sostenía una explotación privada que pueda ser regulada por el Estado, “Gracias a Dios que no tiene que pasar –el agua- por las manos del pulpero”, decía con sorna El Zorro a los legisladores, en el debate de privatización de Obras de Salubridad, de 1887 –que finalmente ocurrió y, a los años, el Estado tuvo que volver a hacerse cargo del servicio por la desinversión y las deudas de los capitalistas extranjeros. 

Al acentuarse lo que despectivamente se ha llamado Unicato, parte un red de alianzas con los gobernadores y terratenientes de las provincias que lo sostenía de la ofensiva de los porteños y su mismo partido, un grupo juarista fogoneado por un férreo antiporteño, su hermano caudillesco Marcos; parte un círculo de alcahuetes que parasitaban al presidente Juárez Celman;  las distancias entre el influyente Roca, ahora un opositor legislador, y el sucesor a dedazo presidencial, no hicieron más que agrandarse día a día, agravadas por la crisis económica interna. Allí dos factores fueron detonantes del paso de la euforia al abismo en sólo cuatro años, “crisis de progreso”, para unos, “crisis de corrupción”, para los otros: la ley de bancos garantidos con fondos nacionales en oro, que buscando el autofinanciamiento provincial alentó una emisión descontrolada y una sangría ininterrumpida del metal precioso hacia los bancos prestamistas en Europa (si no poseemos grandes reservas de oro, como tampoco emitimos dólares ¿por qué atarnos a cosas que no tenemos? Un viejo problema),  y la política ferroviaria, con retornos asegurados por el Estado, en el afán de desarrollo, e integración económica del presidente, posibilitó que la explotación quedara en manos privadas, en especial, inglesas.  Para colmo, coincidía con un crisis del capitalismo global iniciada en 1888, con las quiebras en cadena de bancos franceses y norteamericanos, el desfalco descomunal en la construcción  del Canal de Panamá,  que casi hunde el sistema bancario europeo, y que tendrá fuertes repercusiones locales cuando colapse el Baring Brothers de Londres, nuestro fiel prestamista desde 1826, y fuertemente comprometido en la timba financiera local. Que excedía a Juárez Celman, quien además la denunciaba, “el juego y las ganancias fáciles suprimen al trabajo: el contagio se extiende: en Rosario ya tienen bolsa también y se juegan por decenas de millones –en la especulación inmobiliaria- Mendoza y otras provincias: la Administración no encuentra hombres preparados para determinados empleos porque en la Bolsa corredores y clientes ganan más y con más facilidad”, ante un Congreso impávido en la víspera de la Revolución del Parque. La caída. Ese 1890 el 66% del PBI partía a bancos extranjeros y se debía casi 900 millones de pesos oro. Y comenzaba la leyenda negra sobre Juárez Celman para toda la eternidad, la cabeza a cortar para que Argentina “honre sus deudas…cuando no hubiese más, pondré la bandera de remate en la misma Casa de Gobierno”, en un infame discurso de 1890 de Pellegrini, otro de los intrigantes porteños que colaboró en el declive de su compañero de fórmula cordobés. 

 

Quién era Miguel Juárez Celman: “Seré el presidente de la Inmigración”

El presidente elegido en 1886 había nacido en 1844 en la ciudad de Córdoba. Hermano de Marcos Juárez, un caudillo prestigioso y progresista de las Sierras, estudió en el Colegio Monserrat, y se graduó en la Universidad de San Carlos de abogado en 1874. Un producto de la inteligencia aristocrática latifundista ajena a los internas del Río de la Plata, en su estancia de Jesús María traba amistad con Julio Argentino Roca, un joven oficial de fronteras, e introduciría a este tucumano en la alta sociedad del Interior, casándose ambos con hermanas de los ricos Funes. Cercano en un principio a Adolfo Alsina, y los intereses de los bonaerenses, la influencia de la estrella ascendente de Roca consigue que se integre a los gobiernos de Córdoba y a la legislatura provincial –una banca que Alsina impugnaría en su enfrentamiento con el roquismo. Con la llegada a la presidencia de Roca, y prohijado en la estructura del Partido Autonomista, accede Juárez Celman a la gobernación de Córdoba en 1880, con solamente 36 años. Fue un gobernante progresista y liberal, y pese a la enconada resistencia del clero, instauró el primer registro civil del país. Resultan impresionantes los progresos materiales en la provincia, escuelas, caminos y ferrocarriles, regímenes modernos municipales, incluído más tarde el Dique San Roque, todo sostenido por un –buitre- crédito flotante internacional que replicaría luego en la presidencia.  Cuando en 1883 es elegido senador nacional cuenta con un gran apoyo entre sus comprovincianos, algo que aún se percibe hoy cuando se quiere recitar la leyenda negra del presidente Juárez Celman en la Docta. De parlamentario son sus proyectos de escuelas normales para varones, las obras de canalización del Riachuelo y los ajustes a un presupuesto nacional que ya presentaba “anomalías” en los plazos de aprobación –el suyo de 1890 recién fue aprobado en 1907.  

Durante su presidencia, que benefició particularmente a Buenos Aires, Juárez Celman instalado en un interminable campo de Arrecifes,  se dispuso la construcción del Palacio de Justicia y el de Obras Sanitarias, los proyectos del nuevo Teatro Colón y el nuevo Congreso Nacional, el edificio de Correos –hoy CCK-, se abrió la Avenida de Mayo, y el puerto de Buenos Aires, todas empresas fuertemente criticadas por corrupción y ampliamente demoradas, agujeros negros de presupuestos, por caso la sede judicial demoró casi medio siglo en finalizarse. Promulgó una resistida la Ley de Matrimonio civil, que afectaba el poder de la curia. También realizó el primer censo municipal e incorporó a Buenos Aires los partidos de Belgrano y San José de Flores. Inauguró los puertos de La Plata y Rosario.

Con enorme endeudamiento, se duplicó la red ferroviaria y la cantidad de inmigrantes, “seré el presidente de la Inmigración”, se ufanaba Juárez Celman comparándose con Alberdi y Sarmiento, superador del ahora rival cuñado Roca, “¿Qué mi administración es mercantilista?....las viejas familias patricias…me combaten porque no me entienden. Acaso les esté salvando el patrimonio a sus nietos. Sus tierras estériles serán por la colonización, por los ferrocarriles, por las obras hidráulicas, por los puentes y las carreteras, predios construcción”, un presidente argentino que preguntaba “qué importa si son sajones los que invierten en nuestras tierras”, un sagaz político que pregonaba contra una nueva raza, “los politiqueros”, que no exhiben principios y buscaban sólo el beneficio propio, y que nacía de los comités, “y que si no nos ponemos en guardia, van a apoderarse de la República” Y eso pasó, no en 1890, sino en lo que vendrá.  

 

Los sospechosos de siempre

A lo largo de sus tres años de gobierno Juárez Celman, con sus actitudes autistas,  soberbias y cierta autonomía de las fuerzas que la catapultaron a la primera magistratura,  había tenido la rara habilidad de recoger las antipatías heredadas de Roca, traducidas en descontento social; los católicos lo atacaban por un supuesto anticlericalismo; los mitristas lo aborrecían desplazados del poder desde 1880 y lo acusaban de subvertir la República con sus intervenciones federales –práctica que los presidentes Mitre y Sarmiento llevaron al paroxismo, al igual que el fraude que se restablecería en 1890-; Roca y su partido cuestionaban las cesiones al capital extranjero, súbitamente proteccionistas; su vice Pellegrini molesto porque le recordaba su papel subordinado a diario; los financistas y terratenientes le echaban la culpa de la crisis, originada internacionalmente; la prensa mayoritaria lo hostigaba con “Celemín”, títere de Roca, o un periódico porteño afirmaba que “En Salta se ha descubierto embutidos de burro. Sin embargo no se ha notado la desaparición de ningún juarista”; y la alegre juventud porteña lo repudiaba por la obsecuencia de sus partidarios, que organizaban banquetes para sobarlo, o simplemente porque era cordobés. Se escuchó en Plaza de Mayo luego de su renuncia del 4 de agosto de 1890, “y ya se fue, ya se fue, el burrito cordobés”, entonada por enardecidos porteños. A diez años de la derrota por la federalización de Buenos Aires, en el aire flotaba el suave aroma de la revancha.

Y la aguja que explotó la burbuja financiera fue la Revolución del Parque fracasada del 26 al 29 julio, con epicentro en la actual Plaza Lavalle y que convirtió a la ciudad en un tembladeral con mil quinientos muertos y centenares de heridos, entre ellos inocentes de un hotel lindero a la Casa Rosada, y que reunió el apoyo de financistas y especuladores, porteños e inmigrantes, agropecuarios, políticos nuevos y viejos, y parte del mismo gobierno.  Una que se encendió un año antes, cuando los precios de las tierras bajaban un 50% y el alza del oro ponía los pelos de punta a los banqueros, con la consolidación de la Unión Cívica de la Juventud,  que congregaba desde mitristas y católicos reaccionarios a un incipiente grupo democrático y popular liderado por Leandro N. Alem. Unas 30 mil personas se congregarían en abril de 1890 en el nacimiento de la Unión Cívica, base del radicalismo, y allí se decidiría pasar a la acción armada, que fracasaría con el contubernio de Pellegrini, Roca y Mitre para impedir la ola de democracia popular, que avizoraban en la figura a destruir, Alem –que sería finalmente lapidado en 1895 por una falsa acusación, una deuda impaga al banco provincial que resultó falsa, instigada por Pellegrini. Alem se suicida al año siguiente.

Detrás de esta panorama político estaba la semblanza moral y económica del implacable D´ Amico, un relator en el ojo de la tormenta, “la crisis espantosa puso –a la Argentina- de moda en 1890: tantas riquezas despilfarró, tantos millones de papeles emitió, tanto oro sellado exportó para Europa en  pago de lujos inauditos, tanto se depreciaron los innumerables millones de sus depreciados papeles…que se temió pierda su fuerza cancelatoria…a aquellos himnos de alabanza a la tierra más rica, más generosa, más progresista de este mundo siguieron las críticas más amargas al pueblo menos serio, más gastador y pródigo de las modernas civilizaciones”, firmaba como Carlos Martínez, en un best seller de 1890 , antecedente de “Operación Masacre” o “Robo para la corona”,  cuando aún llameaban los Altos del casco histórico porteño, y quedaban desperdigados los adoquines usados de barricadas. Pero, además, introduce una mirada que, si bien no exculpa a Juárez Celman, “el crimen de las emisiones descontroladas”, pone el foco en las responsabilidades colectivas. Y con nombres y apellidos.

“El pueblo de Buenos Aires ha castigado a Juárez por sus errores”, encontrando el apasionado político, que fue amigo del dictador liberal mexicano Porfirio Díaz, al responsable mayor de la primera renuncia de un presidente argentino, o sea los porteños, otro paralelo con 2001, continúa, “por la ruina de su crédito…por la inmoralidad erigida como sistema de gobierno, por las emisiones fraudulentas…pero el autor de esta crisis, el que echó abajo el Banco de la Provincia, el que empapeló la plaza con 300 millones de cédulas, que ahogó las libertades y usurpó todos los poderes…Máximo Paz –gobernador de la provincia de Buenos Aires, aliado de Juárez, luego de Roca, rico terrateniente; que al frente de la Guardia Nacional fusiló a varios cívicos sublevados en los pueblos de la campaña- se pasea impunemente gozando los placeres que ha comprado con la violación de las leyes y de la moral!” El londinense Bankers Magazine lo publicaría con más claridad el 20 de junio de 1891, en un cita de Jorge Lanata, “hoy en día existen en Buenos Aires decenas de hombres acusados de malas prácticas -en el gobierno-, que en cualquier país civilizado serían  rápidamente condenados…y todavía ninguno ha sido llevado a la justicia…ocupando prominentes puestos en el Parlamento” No, la cuestión de los fueros tampoco es novedad, ni siquiera en la Argentina Dorada para algunos de 1880 a 1916, cuando según un diario italiano la palabra clave de los funcionarios de la oligarquía argentinos era coima.

Y para cerrar esta trama del unicato en la culpa del desastre económico y social de 1890, que hizo un lustro de penurias a un pueblo, y que recayó en las espaldas de Juárez Celman, fallecido olvidado en 1909, valen las palabras del gentleman, escritor y guerrero Lucio V. Mansilla, uno de los más lúcidos analistas de la Generación del 80, “hay un mal crónico, hay una enfermedad nacional que no necesito apuntar pero que no escapará al espíritu trascendental de los que escuchan. Esa enfermedad reside en la metrópoli, que no quiere resignarse a no ejercer la hegemonía política del país…si nosotros aceptamos la renuncia, no seremos más que los últimos derrotados de una revolución que no ha triunfado”, enfatizaba el autor de “Una excursión a la indios ranqueles” ¿de qué revolución hablaba el dandy Mansilla? ¿la reciente de los cívicos Alem, Aristóbulo del Valle e Hipólito Yrigoyen por la democracia popular? ¿o la Revolución de Mayo e Independencia de San Martín y Belgrano por un país unido?

 

Fuentes: Rivero Astengo, A. Juárez Celman 1844-1909. Estudio histórico y documental de una época argentina. Buenos Aires. 1944;  Balestra, J. El Noventa. Buenos Aires. 1954; D´Amico, Buenos Aires, sus hombres, su política 1860-1890. Buenos Aires. 1952

Imagen; HOY Día Córdoba

Fecha de Publicación: 29/09/2021

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