¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 31 De Mayo
La historia de las naciones pocas veces posee un intelectual de la excepcionalidad de Juan Bautista Alberdi. Un hombre que puede arrogarse la organización política de un país, varias veces habló de su Constitución, y extender su pensamiento a las generaciones venideras. Todo gobierno argentino siguiente tuvo en la hoja de ruta “gobernar es poblar” o la disputa entre Buenos Aires e Interior, o industria nacional y comercio extranjero, claves del pensamiento alberdiano. Ni Bolívar, ni Washington, tal vez Napoleón, continúan siendo bases y puntos de partida del futuro que se está por escribir; en parte porque el mismo Alberdi propugnaba sus ideas no tanto en el presente sino en un sendero por caminar. Por eso sus palabras, sin fechas de vencimiento, reaparecen una y otra vez en Argentina en un fenómeno curioso, esa voz nacional que vivió casi toda su existencia en el extranjero “En los pueblos de América Latina, sólo es profeta en su país el que está fuera de su suelo…Sólo de fuera se puede servir a la unidad nacional. La Patria necesita algunos centinelas avanzados o destacados, lanzados en el extranjero, para que le avisen y adviertan de sus peligros”, sentenciaba Alberdi a bordo del velero a motor Cotopaxi, regresando con honores a Buenos Aires en 1879, cuarenta años después que se alejara en un destartalado bote para “defender la libertad”, entre gallos y medianoches. Alberdi, vuelve.
“Yo he nacido con la Revolución; me he criado con ella; sus intereses se ligan a los recuerdos de mi niñez y del país de mi nacimiento; sus dogmas y principios, a los estudios de mi juventud; sus perspectivas, a las quimeras doradas de la vida”, relataba Alberdi de sus primeros años, consustanciándose con los orígenes de la Patria; el tucumano recordaría gratamente los juegos en las faldas de Manuel Belgrano. Nacido el 29 de agosto de 1810, Día del Abogado en la Argentina, era hijo de una dama criolla tradicional de Tucumán, de la familia de los Aráoz, aficionada a la música, y de un vizcaíno con ideas revolucionarias, Salvador de Alberdi, que optó por la nacionalidad de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en el mismo recinto de la declaración de la Independencia, en julio de 1816 “Más que de la tierra que hemos nacido; más de la sociedad que nos ha formado, somos por nuestra naturaleza física y moral los hijos, la nueva edificación de nuestros padres”, sintetizaría Alberdi, huérfano de madre ya desde el nacimiento, y de padre a los doce. Comienza sus estudios de las primeras letras precisamente en las escuelas instituidas con las donaciones de Belgrano. Rivadavia, otra figura histórica de influencia en el pensamiento de Alberdi –la enfiteusis fue un esbozo fallido de las políticas inmigratorias alberdianas-, había establecido un sistema de becas para estudiar en el flamante Colegio de Ciencias Morales, antecedente del Nacional Buenos Aires, y hacía allí parte el niño modesto, de una contextura frágil, pero con una inteligencia y un habla, superlativos. Sin embargo la Perla del Plata parece no sentar bien al principio Alberdi, que enferma gravemente, hasta que el “Dr. Owghan me recomienda que no abra ningún libro –había entrado en una fatiga “depresiva” leyendo obras de Volney y Rousseau, prestadas por su amigo incondicional Miguel Cané (padre)-, pase mucho al aire libre y vaya a los bailes…se convirtió casi en un vicio, mi afición a la vida de salones y fiestas. Ese fue el origen de mi vida frívola en Buenos Aires que me hizo pasar por un estudiante desaplicado”, en los más de diez años que transcurrió protegido por las damas porteñas, entre ellas Mariquita Sánchez de Thompson; quien financió tanto su partida al Uruguay en 1838, como su escape a Europa de la Montevideo sitiada por los federales argentinos y uruguayos, en 1843.
De aquellos momentos porteños, que alterna con desordenados estudios de leyes que recién completaría en Montevideo, emergerían los primeros textos dedicados a la música, Alberdi compositor de valses, cielitos y minués de salón, y “Memoria descriptiva del Tucumán” (1834), que pese a pintar bucólicamente el paisaje y sus habitantes de la provincia natal, contiene el premonitorio, “reprimiereis lo licencioso de las esperanzas ilegales”, equiparable de un Alberdi maduro que sostenía que la leyes de la República, y su observancia extrema, harían a la Nación. Su polémica con José Rivera Indarte, en una postura antihispanista que luego revisaría cuando deba negociar el reconocimiento de la Independencia en 1860, lo transforman en un brillante protagonista de la cultura, y la política ciudadana, dentro del ambiente gris de los Restauradores, sólo eclipsado por el regresado Esteban Echeverría y sus ínfulas de artista romántico. Entre sus condiscípulos ya se habla de “alberdismo” y aplauden en sus intervenciones la muchachada de la Generación del 37, incluídas loas a Juan Manuel de Rosas, en el Salón Literario de Marcos Sastre. Entre los artículos estéticos y de costumbres de la revista La Moda, en donde aparecen tempanas sus opiniones reaccionarias sobre las mujeres que no cambiaría jamás, bajo el seudónimo de Figarillo, Alberdi da a conocer “Fragmento preliminar al estudio del derecho” (1837), el primer escrito original del derecho constitucional rioplatense, “la cuestión no es de monarquía y de república; en América no cabe cuestión sobre este punto. La cuestión es centralización o descentralización, de unidad individual o de unidad múltiple; la cuestión es de forma, en una palabra, no de fondo; constitucional y no social; de organización, no de derecho…la legalidad es el fin, la revolución es el medio”, cerraría aconsejando a los legisladores fijen sus leyes no en su voluntad sino en “la constitución natural y las tradiciones de su pueblo”
También original serían la “Palabra Simbólica”, capítulo final escrito por Alberdi en el “Dogma Socialista” (1838) de Echeverría, y que es realmente lo que lo diferencia de las proclamas europeas, “el pensamiento de Mayo es nuestro –inicio de la famosa Línea de Mayo que tantos políticos conservadores y liberales, muchos antidemocráticos y xenófobos, defenderían hasta la actualidad- …es nuestra herencia, no seremos ingratos ni traidores…en vano la tiranía, la fuerza bruta y las preocupaciones nos harán la guerra…nuestra sangre por la santa justa de la igualdad y de la libertad democrática …trabajar por la emancipación completa y el progreso de nuestra patria”, arengaba.
Alberdi arribaría en agosto de 1838 a Montevideo, reconociendo que ni él ni sus cercanos estaban siendo perseguidos –algo dudoso porque el Dogma Socialista, “especie de programas de trabajos futuros para un joven inteligencia argentina”, y que unía los intereses de unitarios y federales, debió jurarse en secreto por miedo a la Mazorca. Incluso él mismo lo llevaba escondido en el abrigo-, alegando como motivo único “odio a la tiranía” Lo cierto es que detrás de él, en ese gesto pletórico de un romanticismo que no reconocería al darwinista Alberdi europeo, emigraría el grueso de la joven intelligentzia porteña, y viejos unitarios o resentidos federales, a conspirar contra Rosas de cualquier manera, incluso atentando a la soberanía territorial, “si se entrelazara la bandera tricolor de Francia con las banderas de la Repúblicas del Plata”, en una oración infame, alentando el bloqueo extranjero que se extendería hasta 1845, y que le valdría a Alberdi el mote de “antipatria” de por vida “La Patria no es el suelo; la Patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización, organizados en el suelo nativo. Pues bien: esto se nos ha traído de Europa. Europa, pues, nos ha traído la Patria”, en su obra cumbre que inspiró la Constitución Argentina efectivamente apátrida de 1853, “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina” (1852), escrita por un huérfano eterno, Alberdi, y que completaría con otras afirmaciones notables, “Donde están los bienes económicos está la Patria” o “La libertad, como los ferrocarriles, necesita maquinistas ingleses”, todas delicias de los nacionalismos presentes y venideros.
“Yo presenté al General Lavalle ante los agentes franceses, a escondidas del círculo unitario. A pesar de la indignación del General Lavalle, yo sostuve y defendí la coalición francesa hasta que tuve el gusto de verla abrazada por él. Yo redacté la proclama del General Lavalle contra Buenos Aires sin que él me comunicase una sola idea, y haciéndole figura en ella todas las mías”, se jactaría quien se convirtió en primer secretario y propagandista del ejército multinacional comandado por Lavalle en 1840, de trágico destino, y que en 1843 sus restos serían arrinconados en Montevideo por el general Oribe, apoyado por Rosas. Vestido de marino francés o mujer, no hay acuerdo entre los investigadores, Alberdi escapa a Río de Janeiro en compañía de Juan María Gutiérrez –futuro redactor de la Constitución Argentina, íntimo de Alberdi- y Giuseppe Garibaldi –héroe nacional italiano que masacró a pueblos costeros entrerrianos y correntinos-, “él que se llamaba el Jefe de la Joven Argentina, -Alberdi- es el primer joven que huye, cobarde, traidor”, gritaría Rivera Indarte “Contra usted se hace la guerra a muerte”, le escribe Echeverría, que lo consideraba su amigo y discípulo, y anticipa a quienes, en el tiempo, serían sus principales detractores: Sarmiento y Mitre. En Montevideo nacería Manuel, un hijo natural, que mantuvo una conflictiva relación con Alberdi, que lo reconocía o no por épocas, a veces preocupado por su vida, llegó a pedir a Urquiza trabajo en sus ricas estancias para su primogénito, y otras totalmente desinteresado y lo presentaba de “sobrino”, y que mereció que Sarmiento exclamara con malicia, “¡quien escribió Gobernar es Poblar era un furioso soltero!” El mismo Alberdi admitiría que para él “resultaba más fácil fundar un imperio que una familia”.
“Qué suerte la mía. A los 33 años de edad, después de tanto preparativo, de tanto ruido, de tanto negocio; pobre, viniendo de Europa a América, sin saber a qué destino, como uno de los muchos parias que viene a buscar fortuna y colocación. Llegar a Chile, y encontrar un abogado que admite su colaboración” remitía a sus conocidos en su vuelta al Continente, e ingresaría trabajando para empresas norteamericanas dedicadas a la minería. Aquellos diez años en el país transandino serían los de mayor estabilidad de Alberdi, ganando una sólida reputación en la abogacía; refrendó el título con la tesis “Memoria sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano” (1844), que extendió liberalmente las tesis americanistas de Monteagudo y Bolívar, contrario a la estados nacionales, y precursor indiscutible del Mercosur y la liberación de barreras aduaneras. Allí estamparía el profético “Es necesario escapar de la soledad, poblar nuestro solitario mundo”, que redondearía con el “Gobernar es poblar” de las “Bases….”, viendo a la extensión territorial, y su escasa población, un problema –a diferencia de Sarmiento, Alberdi sostenía la necesidad de proteger los saberes gauchos, adaptados perfectamente a la campaña, y fomentar a las poblaciones rurales, en sus tradiciones. El conjunto de su producción chilena, libros y artículos en la prensa, trastoca el idealismo socialista de la Generación del 37, absorbidas las nuevas escuelas economicistas europeas surgidas a partir de Adam Smith, y Alberdi retoma la idea de una ley fundamental, ahora orientada en el materialismo. En este contexto ideológico debe entenderse “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, que Alberdi escribe en un estado de “excitación” tras la victoria del general Urquiza y que envía inmediatamente en una primera edición –que aún no contenía el borrador de Constitución de la segunda- para que guíe “la voluntad republicana de orden, libertad y progreso” de 1853. Esto se cumplió con creces porque ese “decálogo de nuestra generación”, revelaría un resignado Mitre, casi fue transcripto a la carta magna argentina, en su rara mezcla de constitucionalismos norteamericanos y franceses, mezcla de un federalismo atenuado, y democracia ilustrada, con un ejecutivo poderoso. Alberdi entregaba el compendio de su obra jurídica y política de quince años, una filosofía política hecha sistema, como él mismo jurisconsulto lo denominaba, que aspiraba a que los órdenes locales se adecúen a un cuadro mundial, leyes y medios, en una globalización sui generis, “La América mediterránea, interior, debe volverse toda litoral”, abierta al mundo.
“Sombras augustas de los mártires de la libertad, ilustres viejos de la Revolución de Mayo”, son las primeras palabras de este libro, que mereció de Urquiza el “es la más importante cooperación para la organización del país en una Constitución…que debemos hacer entre todos”, algo que Buenos Aires rechazaría hasta 1860, cuando con el triunfo del mitrismo, Alberdi diría, “jamás en la historia argentina se ha visto una Asamblea ad hoc más estúpida –habla de la reforma constitucional de 1860- Por acabar con el caudillaje lo ha rehabilitado” Las “Bases…” sostienen a la sociedad civil como principio de las leyes, no a los gobiernos, aunque una sociedad civil “trasplantada” con los conocimientos y hombres de la civilización europea, compartidos sí a los sudamericanos, desde leyes que amparen la inmigración hasta otras que protejan y fomenten el comercio de los extranjeros; y donde antes que ciudadanos sujetos de derechos, existen hombres-productores, en sintonía con el mecanicismo contemporáneo a Darwin y Marx. Y los liberalismo restringidos que nacen del “terror rojo” del ciclo revolucionario de 1848, “gobernar poco, intervenir lo menos, dejar hacer lo más…nuestra prosperidad ha de ser obra espontánea de las cosas, más bien que una creación oficial –la mano invisible de Adam Smith-…la República deja de ser una verdad de hecho en la América del Sur; porque el pueblo no está preparado para regirse por este sistema superior a su capacidad”, remataba con el espanto vivo de las fraudulentas elecciones de campaña que “perpetuaban a Rosas en el voto de la plebe”, una práctica discriminatoria que se extendería en Argentina hasta la Ley Sáenz Peña de 1912.
Después del impacto político de “Bases…”, Alberdi ata su suerte a la Confederación que preside Urquiza. En este marco se inscriben las célebres “Cartas Quillotinas” (1853), que firma en Quillota, Chile, en defensa del presidente de la flamante Argentina constitucional, y que embisten contra Sarmiento, que había sido desplazado en el círculo de confianza de Paraná, nuevamente desterrado el sanjuanino “Los actuales enemigos de América están abrigados dentro de ella misma; son sus desiertos sin rutas, sus ríos esclavizados y no explotados, sus costas despobladas por el veneno de restricciones mezquinas, la anarquía de sus tarifas y aduanas; la ausencia del crédito, es decir, de la riqueza artificial y especulativa, como medio de producir la riqueza positiva y real”, en una de las cartas, que serían llevadas a la práctica desde 1854 cuando el gobierno argentino lo designa encargado de negocios en Inglaterra, a la cual ofrece condiciones sumamente ventajosas para que comercien e instalen sus industrias, sin impuestos, y Francia, en la misma tónica aunque con la competencia de la secesionista Buenos Aires, que ofrece la misma entrega incondicional. Regulariza las relaciones con el Vaticano y consigue el reconocimiento de España de nuestra Independencia –con una rectificación del congreso nacional, dominado por los mitristas, ya que Alberdi ofrecía a los españoles los mismos derechos que los argentinos; algo no muy distinto a lo que pretendía Rivera Indarte en aquel escrito que repudió el joven Alberdi. Apenas asume Mitre en 1862, es despedido de su cargo y reemplazado por su competidor porteño Mariano Balcarce, en eso de ganarse los favores de los europeos, y espeta, “el mitrismo es el rosismo cambiado de traje”
Aislado en París, y sobreviviendo con las magras rentas de un alquiler de un departamento en Chile y los favores de amigos, el gobierno argentino se negaba a pagarle los sueldos atrasados de diplomático, no descansa en una vasta producción, que suma un último capítulo artístico, “Peregrinación de Luz de Día en América” (1871), que se había iniciado con “El gigante Amapolas y sus formidables enemigos, o sea fastos dramáticos de una guerra memorable” (1842) De aquella magna producción quizá sea famoso el opúsculo “El crimen de la guerra” (1870), un alegato antibelicista que se conoció póstumo, y que resumía sus posturas contrarias a la “Guerra de la Triple Infamia”, que harían que el presidente Sarmiento lo acuse de “traidor a la Patria” “¿Será la civilización el interés que lleva a los aliados al Paraguay?...A este respecto sería lícito preguntar si la llevan o van a buscarla…si los nuevos misioneros de la civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc etc no solo no tienen en su hogar esas piezas de civilización (ferrocarriles, máquinas de vapor, astilleros, fundiciones y más que impulsaba el general López en Paraguay), sino que iban a conocerlas por primera vez en ese país salvaje que iban a civilizar”, descargaría el tucumano que aseguraba que el único fin de uruguayos, brasileños y argentinos juntos era “el pillaje y la barbarie” A mediados de la década del setenta en Francia, uno de sus libros preferidos era el Martín Fierro (1872) de José Hernández.
“La dificultad no consiste en saber cómo pagar la deuda, sino en cómo no hacer para aumentarla”, disparaba desde París y Londres, en donde visitó a Rosas y se ofreció a escribir su biografía, alabando su papel de “organizador del país”, y en Buenos Aires aumentaba su desprestigio, “cosa curiosa: si yo hubiese vuelto a mi país bajo el tirano Rosas, no hubiera sido recibido sino del mismo modo la amenaza del liberal Sarmiento...el crimen es que Buenos Aires hizo expiar a Rivadavia, desterrándolo y haciéndolo morir en el extranjero; es el haber querido constituir una autoridad nacional argentina; más alta y superior que la autoridad provincial de Buenos Aires, de que estaban armados los díscolos de profesión”, cierra Alberdi, quien retornó al país en 1879, a pedido de varias provincias como diputado, y casi solamente para apoyar la federalización de Buenos Aires, el punto final de las guerras civiles argentinas “La República Argentina consolidada en 1880” (1881) significaría la exaltación de la victoria del roquismo, “disminuir, reducir, limitar ese poder omnímodo –del poder centralista porteño-, es la gran tarea, el gran deber liberal de este país”, agitaba el abogado que en “Bases…” postulaba el centralismo, un panfleto que aparecería en Europa, una vez vuelto Alberdi, quien no asistió tampoco a la votación de la Capitalización de Buenos Aires. Alberdi murió en Neuilly-sur-Seine, suburbio de París, el 19 de junio de 1884, y fue repatriado a Buenos Aires, al cementerio de la Recoleta en 1889, por decreto del presidente Juárez Celman. En 1991 sus restos fueron depositados en la Casa de Gobierno de Tucumán.
“No hay que equivocarse, la división argentina no es personal; está en los intereses”, remitía a Vicente Fidel López en tiempos que las provincias promovían su nombre para suceder a Urquiza en la presidencia, en 1860, “Los intereses están en la guerra, y ellos son lo que ponen a los hombres en la guerra. Los intereses están en guerra porque una parte los tiene absorbidos de su lado; y la otra parte está privada de lo que le pertenece… (y en “Palabras de un ausente en que explica a sus amigos del Plata los motivos de su alejamiento)… desde el extranjero, -este ausente que nunca salió del país- yo ha servido a su país sin servirse de un país para vivir. Otros que no han salido de su suelo pretenden haberlo servido porque se han hecho servir por el país, los sueldos de que han vivido buena vida y a poco precio” Alberdi, vuelve.
Fuentes: Alberdi, J. B. Mi vida privada y otros textos. Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes. 1999 y Cartas Quillotanas. Buenos Aires: Emecé. 2010; Larra, R. Vuelve Alberdi. Buenos Aires: Ediciones Letra Buena. 1991; Canal Feijóo, B. Constitución y Revolución. Dos tomos. Buenos Aires. Hyspamerica. 1986
Imagen: Ministerio Cultura Argentina
Fecha de Publicación: 29/08/2021
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