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José Rivera Indarte. Capítulos de la intolerancia argentina y sus protagonistas

Escritor y periodista, pluma planfletaria del siglo XIX, el cordobés fue exaltado rosista, y luego, fanático antirrosista. Cualquier semejanza con los políticos actuales no es mera coincidencia.

Historia
José Rivera Indarte

En tiempos eleccionarios, con el armado de listas, viene a cuenta el sambenito del panquequismo de nuestros dirigentes. Y las maldiciones a la política criolla, en palabras de Juan B. Justo. Sin embargo la historia nacional arroja ejemplos y ejemplos desde sus inicios en 1810. Uno de las casos más notables de los primeros años de la Independencia es sin dudas José Rivera Indarte. En sus escasos treinta y uno años pasó de la adulación extrema a la figura del Hombre Fuerte, Juan Manuel de Rosas,  al odio desmedido, instigando el magnicidio contra el Tirano Rosas. Incluso se animó con una Máquina Infernal en 1841. Con su afán, e intolerancia, la misma que Juan B. Alberdi o Florencio Varela, llegó a preferir que flamee la enseña francesa sobre la celeste y blanca, antes que la barbarie rosista. Para ellos, San Martín escribiría “viles traidores”. Y sin embargo hasta hace no mucho el principal teatro de Córdoba llevaba su nombre, un calle porteña y cordobesa aún lo conmemoran, al igual que un barrio en la Docta. Mientras que ninguna en Buenos Aires lleva a Facundo Quiroga, quien bregó por una Constitución federal mucho antes de 1853, ni a Juan Bautista Bustos, héroe de las Invasiones Británicas, quien se negó a usar los ejércitos criollos en las guerras civiles, en 1820. Pequeños/Grandes errores/horrores de la vida argentina.

Hijo de Manuel Rivera, militar y armero, destacado en las Invasiones Británicas por Liniers, y que dirigió las fábrica de armas blancas en Caroya, una que abastecería al Ejército del Norte y confeccionaría los sables a Miguel Soler y José Artigas,  José Rivera Indarte nació el 18 de agosto de 1814 en Córdoba (algunos historiadores datan el 13 de agosto) Desde pequeño se instaló en Buenos Aires, ingresando a la Universidad. Vicente Fidel López, eminente historiador y pionero industrialista, acotaba en su autobiografía, “canalla, ratero, bajo huzmeante y humilde en apariencia, como ratón de cueva que nadie sabía…un alma de lo más vil que pueda imaginarse”, aunque le reconoce algún talento literario. Lo cierto que los primeros años, sostenido por el mismo Rivera Indarte en “Rosas y sus opositores”, fue expulsado de sus estudios jurídicos por robo de libros y bravucón, luego readmitido por sus lazos con la Iglesia -y su hispanofilia, del agrado del clero- y, nuevamente marginado, por robo de libros, sustracción de una corona de virgen en la Iglesia de la Merced, y falsificación de firma y tentativa de estafa a Pablo Zufriategui, para que apoye el golpe del general Lavalleja contra el gobierno constitucional de Rivera, en Uruguay. Rivera Indarte tendrá prontuario en Buenos Aires y Montevideo.

Se lo condenó al servicios de armas pero fue dado de baja por sus deficientes cualidades, y se le conmutó la pena por el destierro. Instalado en Uruguay, Rivera Indarte tomó partido por Fructuoso Rivera, y con el padrinazgo Santiago Vázquez, ministro de aquel y decidido protector de los unitarios argentinos, pudo ejercer el periodismo y formó una comisión censora de teatro. Malquistado con el gobierno uruguayo en 1834 por unos pagos adeudados, se alía con Manuel Oribe, el rival de aquellos, y regresa a Buenos Aires en misión diplomática. Retorna a sus estudios universitarios en leyes aunque se le niega rendir los exámenes, aún pesaban los procesos por los libros robados a la biblioteca, y se vuelca fervorosamente al periodismo, “su certero espíritu de análisis, de su don para emplear los voces en sentido recto y genuino. El apodo pintoresco, el sarcasmo, la imprecación violenta, se atropellan en sus artículos, como si correría una loca carrera para llegar todos juntos a la imaginación del lector, conmoviéndola, encendiéndola”, bosqueja Bartolomé Mitre, en una temprana biografía de 1853. Otro relevante figura del liberalismo de la Generación del 80, José María Ramos Mejía, anota que “la frase peculiarísima de sus escritos, a la veces corta y tronadora, suenan en el oído en la vibración fulgurante de un látigo de acero” Para aquella generación fundacional de la Argentina Moderna, Rivera Indarte será un mártir y patriota. Curiosamente, una de las firmas que usaban los antirrosistas en las cartas que preparaban la invasión brasileña en 1852, y la batalla de Caseros, una continuación de las invasiones portuguesas virreinales, y que derivaría en la cesión final de las Misiones Orientales al Imperio de Brasil por el presidente Urquiza, era Organización Nacional.

Rivera Indarte, rosista

“Alza ¡oh, Patria!, tu frente abatida/De esperanza la aurora lució;/tu adalid valeroso ha jurado/Restaurarte a tu antiguo esplendor/ ¡Oh, gran Rosas! tu pueblo quisiera/Mil laurales poner a tus pies…/Del poder la Gran Suma revistes,/A la Patria tu debes salvar;…¡Y ojalá que tu nombre en la historia/Una página ocupe una página inmortal!” era la verba inflamada de Rivera Indarte, “Himno a los Restauradores” (1835), en la cima de su popularidad en Buenos Aires. Participaba en las mejores tertulias, donde se entonaba con música su “Himno Federal”,  y su pluma competía Pedro de Angelis, Manuel de Irigoyen y Nicolás Mariño en la prensa. Respondía políticamente a los saladeristas de Nicolás Anchorena, íntimo de Rosas, y algunos historiadores, señala Vicente Cutolo, lo asocian con la instauración de la Mazorca, el grupo paraestatal del rosismo, precedente del Terrorismo de Estado. Su prédica política se centraba en las publicaciones “La lanza federal”, que tenía de encabezado la frase de Milton, “Venganza, amigos, sin piedad, ¡venganza!”, y “Diario de los anuncios y Publicaciones de Buenos Aires”, del suizo César Bacle, uno de los primeros periódicos ilustrados. En ocasión de la asunción del segundo gobierno de Rosas, en Buenos Aires aparecieron carteles con loas suyas el Restaurador, y un dibujo de una mazorca de maíz, y una inscripción que advertía a los “Unitarios tener cuidado, de ver si este santo, te va por detrás”

Entre la literatura, y la política oficial, brilla la estrella de Rivera Indarte por dos años en el Buenos Aires rojo punzó “La Volkameria”, poesías dedicadas a Agustina Rosas de Mansilla, hermana de Juan Manuel, madre de Lucio V., “Diez años o la vida de una mujer”, una de las dos piezas teatrales que escribió, en el arte; y en los periódicos la crónica del asesinato de Quiroga, que endilga a los unitarios, la acción “gloriosa” del gobierno rosista -que completaría con una laudatoria biografía del caudillo bonaerense- , y, en forma de folleto, “El Voto de América”, un polémico alegato de enviar diplomacia a Madrid sin que reconocieran la independencia; una postura antinacional que motivó la dura réplica de Alberdi. Este folleto sería impreso en la editorial real española, con apoyo de la Reina Cristina, y Argentina recién tendría el reconocimiento de su Independencia por España en 1863.

Todo acabaría en 1836 cuando llegan a oídos de Rosas, por parte de Oribe, que Rivera Indarte estaba trabajando como informante entre los unitarios emigrados en Montevideo, con contactos con Rivadavia incluso, y las logias antirrosistas que empezaba a pulular en una ciudad vigilada. Pasaría algunos meses en prisión, en una primer lapso acusado de espionaje, en donde acentúa sus estudios de la literatura universal y los idiomas extranjeros, y luego, pese a la liberación que consigue su protector uruguayo, Vázquez, vuelve debido a su vínculo con Bacle, quien supuestamente enviaba planos a Bolivia, en momentos en que estaba en guerra con la Confederación Argentina, en un complot entre unitarios argentinos, uruguayos y bolivianos-peruanos (que motivaría la ocupación de tropa bolivianas de Jujuy y Salta hasta 1839, tras la derrota en Montenegro, y comienzo de la secesión de Tarija del territorio nacional, efectiva desde 1889) Escaparía de Buenos Aires rumbo a Estados Unidos, luego de Uruguay y Brasil, el destino de varios emigrados por la persecución rosista, y vinculó con grupos religiosos en Salem. Allí Rivera Indarte pasaría a protegido de Carlos María de Alvear, el primer diplomático argentino ante los Estados Unidos, a quien Rosas había enviado al Norte por formar parte del complot sedicioso con la Confederación Perú-Boliviana. En el país anglosajón leería Rivera Indarte con devoción a Lord Byron, del cual se inspiraría para el poemario “Melodías hebraicas”, de lo más logrado de su producción estética.

“Desde algunos años, estaba Indarte complicado en la política oscura y personal de los Restauradores: quien conozca esta política no extrañará que cayese aquel (inocente pero horriblemente calumniado) en calabozos y en pontones de donde no pudo salir, a pesar de las recomendaciones de valía -N.d.R:Rivera Indarte buscó apoyo en Lucio V. Mansilla (padre) y De Angelis, sin éxito-, sino por mar, y en rumbo a países extranjeros”, aparece en una compilación de poesía americana de Juan María Gutiérrez en 1846, citado por Adriana Amante. Gutiérrez con quien compartiría redacciones unitarias en Montevideo, el mismo Juan Manuel que sería un brillante rector de la Universidad de Buenos Aires, “Mediante la prisión rehízo Indarte sus estudios, robusteció sus ideas con nuevas y asiduas lecturas y cobró amor a la poesía dándose a versificar al mismo tiempo”, cerraba frases introductorias a un par de “inspirados” versos, aunque Gutiérrez como Mitre admitirían los escasos méritos literarios del escritor cordobés, y pese que aparece en trabajos muy posteriores como una antología de Manuel Mujica Láinez (1943), su nombre es omitido por la mayoría de los estudios de la poesía local, en la actualidad.

Rivera Indarte, antirrosista

“Mis infortunios han sido grandes…yo creo que mi madre en sus miserias habrá vendido toda mi librería “ remite Rivera Indarte a Tomás Guido, el Lancero de San Martín, ahora diplomático de Rosas en Río de Janeiro, y acto seguido solicita libros de derecho a su domicilio. Por entonces el escritor estaba en Brasil, parte de la delegación uruguaya, aunque su carácter explosivo hacen que regrese a Montevideo en 1839 “Después de este viaje -dice Adolfo Saldías-, aparece, no un distinto Rivera Indarte, pero sí el mismo propagandista fogoso; con la diferencia de que en Buenos Aires exaltaba a Rosas y alardeaba de fanático federal, y en Montevideo comenzó a exaltar al partido unitario alardeando de él”, en ocasión que se suma al diario “El Nacional” de Alberdi y Miguel Cané (padre), quienes impulsaban abiertamente la invasión al país para derrocar a Rosas, y que para Mitre fue “un poderoso ariete en la lucha contra la dictadura” Sobre Alberdi vale decir que en sus memorias refiere a que él, y sus compañeros de la Generación del 37, abandonan Buenos Aires sin dificultades, sin quejas al “señor Rosas”, y que opinaba sobre Rivera Indarte, “intrigante, falso, perverso por constitución, malo con inocencia; hace al mal sin remordimiento de conciencia, como el tigre que devora un infeliz lo hace sin cólera y sin sospechar que hace mal”, compartiendo la impresión con Esteban Echeverría. Para el autor del trascendental cuento el “El matadero”, piedra basal de la literatura argentina, Rivera Indarte era el “mashorquero de la literatura del Plata”, profundamente enemistado con éste  por un agria polémica debido a méritos poéticos, en la prensa uruguaya.

Amigos y enemigos lo llaman “Señor Apóstol de Buenos Aires”, por su fervor religioso y su fanatismo, y escribe innumerables poemas contra el régimen rosista, “A tirano Rozas”, ”Caaguazú” -la última gran victoria de los unitarios al mando del General Paz en 1841, Rivera Indarte quiso enrolarse el ejército rebelde pero el propio Paz lo rechazó por sus nulas habilidades guerreras-,  “Una fiesta de Rozas”, “Los recuerdos sangrientos”, “Tal vez entonces se gozaba fiera/En la sangre inocente que corría,/La esposa del tirano y compañera, /Mujer que al vino la razón rendía”, en una que mezclaba a la esposa de Rosas, Encarnación, a quien unos años antes había dedicado una oda. Junto con Gutiérrez funda “El Tirteo”, en recuerdo del célebre poeta espartano que arengaba a los guerreros, y los unitarios pasan a llamar así a Rivera Indarte, entre ellos Mitre que colabora con sus esfuerzos periodísticos.

Aquel 1841 quedaría también en el recuerdo del historial de escritor porque participó, en confesión de su hermano Juan en 1847, antirrosista también que se pasó al bando del rosista Oribe finalmente, en el complot para asesinar a Rosas con la Máquina Infernal, un ingenioso aparato con doce pequeñas pistolas que explotaban esparciendo proyectiles en todas las direcciones. Un mal funcionamiento frustró el plan cuando la caja, enviada aparentemente por la diplomacia francesa  durante el bloqueo al puerto de Buenos Aires,  estaba en el regazo de Manuelita Rosas y sus amistades.

Rivera Indarte después fundamentaría el magnicidio, o tiranicidio, como se prefiera, en una seria de escritos que serían recopilados en “Rosas y sus opositores”, “catecismo político” según Mitre “Es acción Santa Matar a Rosas”, una justificación del atentado que fue aplaudida incluso por sus rivales como Echeverría, y que llegaba a instigar a las mujeres porteñas a que disparen sobre Rosas para salvar “su honor”, y las más citada, “Tablas de Sangre”, que durante décadas ha sido citada como la fuente documental por los críticos de Rosas. Es un hecho que fue escrita por encargo de la casa bancaria londinense Lafond en tiempos que Rosas había prohíbido la exportación de oro y plata, y disuelto el Banco Nacional rivadaviano, duros golpes al colonialismo inglés. A Rivera Indarte le pagaban un penique por muerto e inundó las páginas con más de 22 mil, entre degollados, fusilados y muertos en escaramuzas (sic) Fue publicada en simultáneo en Francia e Inglaterra en 1843, y usada por Florencio Varela para instigar la intervención anglo-francesa en las guerras civiles, inicio de la Segunda Guerra de la Independencia, como diría San Martín desde Grand Bourg -y que trabajó el Libertador activo para disuadir a los franceses de embarcarse en un conflicto interno de los argentinos.

Ambas piezas se adentraban en aspectos “dolorosos y sucios” de Rosas, atentados al pudor, castración de bufones, sacrilegios, parricidio, orgías bebiendo sangre, y el incesto de Manuelita, “la Culpable”, aunque fueron discutidas de inmediato por sus contemporáneos. Lucio V. Mansilla, el gentleman escritor de la Generación del Ochenta, en un perfil sicológico de su tío, acusa a la propaganda unitaria la deformación de las cifras, “atento a la población del país en el momento en que las susodichas Tablas se formulaban, el resultado es inverosímil”, y desestimaba las imágenes dantescas de Palermo, una quinta punzó que conocía desde pequeño. Y en los procesos judiciales iniciados a  los mazorqueros después de 1852, al coronel Cuitiño, el principal de los culpables, se le imputaron sólo ocho; a Leandro Antonio Alem, cinco -padre de Leando N., el fundador del radicalismo, y, para algunos investigadores, injustamente acusado simplemente por simpatía con el rosismo. Además en el proceso tres crímenes no se prueban-, a Troncoso y Badía, quince -en las cuales se incluyen los ocho de Cuitiño-. O sea veinte según la justicia de los vencedores de Caseros. Todos serían ahorcados en la Plaza de Mayo.

Volviendo a Rivera Indarte, que clamaba contra “la horrenda esclavitud, las penas siente”, empeora su salud a causa de la tuberculosis y busca refugio en la casa del hermano del General Paz, Julián, en Santa Catalina, Brasil. Allí fallecería el 19 de agosto de 1845 acompañado por otros emigrados, entre ellos el doctor Juan José Montes de Oca, el primer cirujano rioplatense. El General Paz dictó en Corrientes honores militares, Florencio Varela solicitó que sea enterrado en Córdoba -no ocurrió aún porque sigue en un cementerio cerca de Florianópolis-  y Mitre en “El Nacional” de Montevideo, estamparía, “La tiranía saludó su muerte con un grito bárbaro de triunfo; los ejércitos libertadores vistieron luto por el publicista de su causa, y la prensa, viuda de su más valiente atleta, le llorará por mucho tiempo sobre la arena ensangrentada en que combatió”. Así moría Rivera Indarte, alabado y repudiado, personaje contradictorio, tan argentino, que Echevarría reconoce una vez olvidadas sus competencias literarias, “acusaba al mundo el exterminador de los argentinos…caía al pie de su bandera como un valiente soldado” Cabe preguntar cuál bandera.

“Muerto el perro, se acabó la rabia”, ese fue el criterio aplicado por rosistas y antirrosistas”, reflexionaba Andrés Carretero, y sumándonos en un pensamiento de un artículo que empezó apuntando al panquequismo y deriva en la intolerancia, el deporte nacional, “los argentinos debemos convenir, finalmente, en que Rosas y sus enemigos cometieron excesos sin tasas ni medida y esto lo debemos aceptar como parte de nuestra historia”. Así explicaríamos a los Rivera Indarte.

 

Fuentes: Rivera Indarte, J.  Rosas y sus opositores. Buenos Aires. 1956; Carretero, A. La Santa Federación 1840-1850. Buenos Aires: Ediciones La Bastilla. 1975; Saldías, A. Historia de la Confederación Argentina. Buenos Aires: Hyspanoamerica. 1986; Amante, A. Poética y políticas del destierro. Argentinos en Brasil en la época de Rosas. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2010.

Imagen: todo-argentina.net

Fecha de Publicación: 18/08/2021

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