¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEl Manco Paz fue un rara avis en el primer medio siglo de la Argentina. Hijo de criollos, espíritu cultivado, genial estratega, comparable a San Martín aunque Paz aprendió en el campo de batalla y no en academias europeas, héroe de la Independencia y la Guerra contra Brasil, fue un fanático del orden, ahora equiparable a Rosas, pero sin el terror mazorquero, Paz adalid de la paz y administración que concretaría Roca. Celebrado por los unitarios de cualquier pelaje, vivan en Buenos Aires o en Córdoba, se enfrentó al centralismo económico de cualquier palo, y mantuvo vínculos con caudillos y gobernadores provinciales. Evitó en la medida de sus posibilidades las matanzas entre hermanos, en los mil combates que nunca perdió, juzgando severamente aliados y enemigos que degollaban en la victoria sin ton ni son, montoneros y civilizados. Bregó en guerra civil por garantizar la forma republicana y federal, consagrada en una Constitución, y desistió de los cargos fatuos y las vanidades mundanas, el ilustrado Manco vivió una existencia sumamente austera, algo que sorprendía a los afrancesados Sarmiento y Mitre. Y sus Memorias son una pieza mayor de las letras argentinas, crónicas, ensayos y literatura, que describen el drama nacional con una lucidez y actualidad escalofriantes. Empezando por el propio drama de Paz, “ –refería el general imbatible, que en la vejez defendería a Buenos Aires, una ciudad que enfrentó durante treinta años- para explicar los actos de mi dilatada vida pública, en que se me ha visto para marchar por el sendero que me tracé en los primeros años…en este espíritu de orden…no tengo el menor embarazo de confesar mi incapacidad de caudillo…que en mi opinión nos conducía no a salvar la Patria, sino a sumirla en el abismo”
José María Paz nació en Córdoba, el 9 de septiembre de 1791, en el seno de una familia patricia. Durante los primeros años estudia con los franciscanos, luego en la universidad serrana, una formación enteramente en estas tierras, y aprende filosofía, teología, artes, leyes y matemáticas. No por nada Manuel Gálvez dirá de Paz que era un “matemático…que combatía las lanzas con el álgebra” Empleado de correo cuando estalla la Revolución de Mayo, el gobernador Juan Martín de Pueyrredón lo nombre jefe de las milicias, los primeros ejércitos patrios, y establece un lazo que hará de Paz un hombre de confianza en el teatro del Alto Perú. Cornelio Saavedra, viendo el compromiso del veinteañero con la causa americana, lo pone al frente de una división de artillería, en donde contiene una sublevación de provincianos frente a los porteños, una grieta que sufriría seguido, y se incorpora a la Plana Mayor. En la batalla de Tucumán de 1812 recibe el escudo a “los defensores de la Patria”, tras el combate de Salta (1813) el Triunvirato lo asciende a capitán, e ingresa al círculo íntimo del general Belgrano, el prócer que mantendrá por Paz un sincero aprecio y respeto. Ambos compartían anhelos de unidad y orden. En 1815, en el combate de Venta y Media, comandando sus temidos Dragones del Perú, recibe un balazo en el brazo derecho, inutilizándolo de por vida; y que dificultaría su paso a caballo, por lo que muchos críticos dirán “el único general de la Independencia que no sabía andar a caballo” Paz prefería andar a pie, con chaqueta oscura y no brillantes uniformes, en los tiempos que hasta a misa se entraba arriba de un equino.
Cuando a fines de 1817 Belgrano recibe la orden del Director Supremo Pueyrredón de bajar a Santa Fe con el ejército patrio, y poner en caja las belicosas montoneras de Estanislao López, el general Paz se involucra con los generales Juan Bautista Bustos y Alejandro Heredia “Esta Constitución y la forma de gobierno no es la forma que conviene al país, pero la obedeceré y haré obedecerla”, escucha Paz de un enfermo Belgrano en 1819, meses antes del motín de Arequito, e inicio del descalabro de las promesas republicanas de Tucumán, “no me gusta ese gorro y la lanza en nuestro escudo…prefería un cetro entre esas manos, que son el símbolo de la unión de las provincias”, cerraba Don Manuel que soñaba con una monarquía incaica. Sin embargo Paz apoyaría, en algo que se arrepentiría de por vida, la revuelta de enero de 1820 y marcharía con Bustos a Córdoba, que en vez de convocar la unidad nacional, se preocupó en erigirse gobernador y expropiar caudales. Temiendo la influencia de Paz entre los soldados, que exigían volver a la lucha contra los realistas, y azuzado por el intrigante chileno José Miguel Carrera, Bustos lo separa del mando. Luego es acogido por el caudillo santiagueño Felipe Ibarra y pasa tranquilos años hasta que los acontecimientos previos a la Guerra contra el Brasil lo llaman de nuevo al servicio activo, organizando batallones en Catamarca, Santiago del Estero y Salta con el grado de coronel. Allí organizaría el histórico Regimiento 2 de Caballería, la mayoría salteños discípulos de Martín Miguel de Güemes, que tendría su hora de gloria en la batalla de Ituzaingó del 20 de febrero de 1827, aplastando caballería e infantería de experimentados soldados brasileños y alemanes, y asegurando la victoria argentina; ante la incomodidad del general Alvear que quiso juzgarlo por desobediencia. Regresaría Paz a Buenos Aires el 1 de enero de 1829, con los jalones del general victorioso comandando a los veteranos de la Independencia, otra vez luchando triunfantes por la libertad en Juncal y Camacuá, amargado por el deshonroso tratado firmado con los imperiales, la pérdida de la Banda Oriental, y la conducta indiferente de los caudillos federales cuando la Patria los reclamaba. Regresaría con el lúgubre clima instaurado por el motín del 1 de diciembre pasado, y el fusilamiento del gobernador Dorrego en manos del general Lavalle.
Lo que los unitarios de Buenos Aires intentaron realizar con Lavalle, un crimen que se convirtió en fracaso, lo llevaría adelante Paz con un sabor amargo para ellos, “nunca dejé de ser un provinciano para los porteños” Por eso terminaron hacia 1831 aliados de las pretensiones de los federales Rosas, Facundo Quiroga y López en destruir el poder que el cordobés concentró en las sucesivas victorias sobre Bustos, en San Roque, y sobre el Tigre de los Llanos en los dos encarnizados combates de La Tablada –a las afueras de la ciudad de Córdoba, hoy se levanta allí el primer monumento a Paz que se inauguró en 1887-, y la definitoria en Oncativo del 25 de febrero de 1830, “El Manco me ha derrotado con figuras de contradanza”, acotaría un resignado Quiroga a Rosas, ambos reconociendo el genio militar de su adversario. Sin embargo, Don Facundo pretendía lo mismo que Paz, armonía entre las provincias y una Constitución que organice una nación, una carta magna que Rosas prometía en el famoso tratado cuadrilátero de las provincias del Litoral en enero de 1831, pero que negaría hasta la derrota en febrero de 1852 “Rosas y sus federales, en la necesidad de decirme algo, sólo me imputaron que quería constituir el país a balazos, pero no me decían que ellos querían mantenerlo inconstituído –para su beneficio material-“, se defendía en las Memorias. Muchos caudillos federales empiezan a considerar al Manco el hombre y la espada de la organización nacional, y Paz el 31 de agosto de 1830 se convierte en el Supremo Poder Militar de nueve de las catorce provincias. Cerca de Santa Rosa de Río Primero el 10 de mayo de 1831, en una audaz misión suya de reconocimiento y delatados por el grito de alerta de un baqueano traidor, una boleadora furtiva derribó al general Paz. Y una alternativa de país.
Aquel vuelco inesperado fue una catástrofe tanto para la causa de las provincias, “el coronel La Madrid, que queda a la cabeza de la fuerza de tres ejércitos, es incapaz”, acotaría Paz a sus captores según Adolfo Saldías, como para los destinos del país, que en esos momentos temía una agresión de los españoles reaccionarios quienes propugnaban reconquistar América, convulsionado por guerras civiles interminables. Fue Paz traslado a la Aduana de Santa Fe, en condiciones miserables le robaron sus pocas pertenencias, y pasó cuatro oscuros años matizados con las esporádicas visitas de su madre, y la futura esposa, su sobrina Margarita Weild. A la pregunta de por qué no fue ajusticiado, entre otras cosas porque los federales lo acusaban de las matanzas de sus subalternos La Madrid y Plaza en el Norte, queda el ardid de López de reservar un as en la manga frente a Quiroga y Rosas. El Restaurador de las Leyes solicitaba repetidamente al Patriarca de la Federación que Paz sea fusilado. Con el asesinato del Tigre de los Llanos en 1835, López finalmente entrega a su valioso prisionero, y entonces, cautivo en Luján, es Rosas que se abstiene de ultimarlo, “es duro el salvajón”, decía de Paz. El Manco marcaría una diferencia entre Rosas y López, ambos caudillos, “Rosas me mandó libros –en el viejo cabildo bonaerense, mientras fabrica jaulas de pájaros y enmendaba zapatos para subsistir, Paz completó su formación con los clásicos-, el otro ni pensó que podría necesitarlos…uno obra en grandes proporciones, el otro limitado a su esfera –provincial-…uno anda derecho y degolla 80 indios en la plaza, López anda con rodeos y mata a la noche…Rosas quiere el progreso a su modo…López nada quiere, salvo el quietismo” Algo de esta mirada sagaz habrá llegado al dictatorial Rosas, que si bien humilla a Paz una vez que lo libera el 20 de abril de 1839, visitas tediosas donde hace que Manuelita Rosas lo entretenga con banalidades mientras lo espía detrás de las cortinas de la Quinta de Palermo, nombra el Manco en la Plana Mayor de la Federación y restituye el grado de general. Para disgusto de Paz, claro. Arranca con las escritura de sus memorias, incluyendo abundante documentación que atesoraba, entre ella partes de batalla del general Belgrano, y, en simultáneo, se reúne con los antirrosistas. Con ellos planea su fuga a Uruguay el 3 de abril de 1840 y Rosas, que por algo gobernó la “salvaje Confederación Argentina” treinta años, le propone un cargo plenipotenciario, la misma estrategia que hizo de Alvear ministro de Rosas en Estados Unidos. Paz desiste de la propuesta, enviada en manos de su esposa que Rosas mismo se preocupa que llegue sana y salva a Montevideo con su familia, y se reúne con el general Lavalle, quien preparaba un nuevo multinacional ejército “Libertador” Enseguida aparecen diferencias entre ellos, Paz critica a Lavalle que quiera imitar los modelos y tácticas de las montoneras para vencer, “causa lástima y risa recordar a algunos jefes nuestros, nacidos y criados en las ciudades, haciendo una ridícula ostentación de los atavíos y modelos gauchescos”, y con los diferentes “partidos” porteños, que tironean cada uno para sus intereses, y que resultan inútiles en la batalla, casos de José Rivera Indarte y Florencio Varela. Retirado a Corrientes, amparado por el gobernador Ferré que luego recelaría de él, el general se las ingenia casi en soledad en armar un compacto ejército que bate a los federales en Caá-Guazú el 28 de noviembre de 1841, y contiene la ofensiva de rosismo, luego del nuevo fracaso de Lavalle. Paz en todo momento trató de salvar el honor argentino ante el expansionismo avieso del uruguayo Rivera, ocupando Entre Ríos en un memorable ataque anfibio, pero cede ante las intrigas de correntinos y orientales, y se refugia en Montevideo con su familia, en noviembre de 1842. Rápidamente es llamado como “salvador” en la defensa de la capital del otro lado del Río de la Plata, que era asediada por el general Oribe, aliado de Rosas “Una vez decidido el general Paz a encargarse del mando de la plaza, los espíritus se reanimaron, brotaron de todos partes los medios de la defensa…cuando el enemigo triunfante se presentó, la ciudad estaba en trincheras, dispuesta a enfrentarlo”, recordaría Sarmiento, y entrega un ajustada semblanza, “el general Paz está muy distante de hacerse un caudillo o un tirano…tiene con todas sus buenas prendas, la rarísima cualidad de hacerse impopular…para amarlo, es preciso estar lejos de él, sólo sus talentos de soldado, la pureza de miras y costumbres y la perseverancia inaudita, han podido conciliarle la estimación entre sus compatriotas”, acotando esa necesidad criolla de carisma para ganarse la popularidad, no importando los méritos.A Paz le sobraban.
Una vez que se supera el peligro de Oribe, que no desea atacar al general invencible, vuelve el hostigamiento de Rivera, y Paz emigra por poco tiempo a Río de Janeiro, en 1844. A fin de año, el nuevo gobernador correntino, Joaquín Madariaga, decide reiniciar la confrontación con Rosas, aliándose con los uruguayos y los paraguayos, y llama a Paz para que se haga cargo de las fuerzas armadas –el imperio brasileño colabora en su llegada, a fin de que derroque al gobierno argentino, justamente a Paz, que los había derrotado tantas veces…- El Manco en el Campamento de Villanueva otra vez inventa un ejército de la nada, que llegaría a los 5 mil efectivos sólidamente entrenados, y que se sumarían a los 4 mil paraguayos, quienes disponían de moderno armamento. Sin embargo la impericia de los hermanos Madariaga, desobedeciendo la estrategia del general Paz, causa la derrota de Laguna Limpia contra los federales al mando de Urquiza, y enseguida, Rosas permite una taimada alianza con los correntinos que rompa a los opositores. Mientras tanto Urquiza opta por no pelear con el mítico Manco y vuelve a Entre Ríos. Paz termina en el Paraguay, enemistado a los Madariaga, pero más contrariado debido que “para debilitar a Rosas, que se comprende; se pretenda lesionar a la República Argentina anexando Entre Ríos y Corrientes a la Banda Oriental…la nacionalidad argentina es alta en esas provincias y el trabajo mío y del general Lavalle la han fortificado y robustecido”, exclama para horror de los unitarios recalcitrantes, federales resentidos y porteños terratenientes que, con tal de voltear a Rosas, no les interesaba qué bandera flamee en el Fuerte de Buenos Aires.
Tomás Guido, el lancero de San Martín, representante de Rosas en Brasil, enterado de la llegada del “salvajón” de Paz, se encarga de confinarlo con dureza en Río de Janeiro. Allí vive un destierro mísero viendo cómo se mueren uno a uno sus hijos, y finalmente su esposa, y abre una triste fonda, que básicamente es mantenida por los ricos emigrados porteños, que comen su “intragable potaje de porotos con farina” Retoma la escritura de sus memorias, que él pensaba que no debían trascender la intimidad, “estaba tentado de arrojar al fuego lo escrito”, y que publicadas en 1855 provocaron duras réplicas de los denostados, entre ellos, La Madrid y Tomás Iriarte “Venga el bien de cualquier parte que venga. Dejemos a los que coadyuvaron a la tiranía…el prurito de derrocarla. No seamos tan egoístas”, escribía a su amigo Domingo de Oro en 1851 enterado de la proclama contra Rosas de su antiguo lugarteniente, Urquiza. Paz gestiona ante la Corte de Río de Janeiro los fondos necesarios para que un ejército extranjero invada el país, en contradicción con sus acciones anteriores, que él mismo unos años antes consideraría un “crimen de lesa Patria”
Permanecería expectante en Montevideo hasta septiembre de 1852, y pese a las reticencias de Urquiza, y al clima complejo por la revuelta secesionista del 11 de septiembre, regresa a Buenos Aires. Aquí se le restituye, una vez más, el grado de general, y se le encomienda una misión de conferenciar con las provincias, a lo cual Paz insiste en la necesidad de conformar un Congreso Constituyente Nacional. Nuevamente en conflicto Buenos Aires y la Confederación, el Puerto y el Interior, se le encomienda la defensa de la ciudad el 1 de diciembre, en la última victoria militar del Manco, esta vez contra Hilario Lagos, aunque con un método “repugnante…este es el mayor sacrificio que puedo hacer por la Patria”, diría el Manco entristecido, ya que la ciudad sobornó a la escuadra de la Confederación, que bloqueaba la Aduana al mando del norteamericano Coe, por 76 millones de pesos. En su defensa por los intereses argentinos, digamos que este anciano Paz, ministro de Guerra del gobernador bonaerense Valentín Alsina, se negó a firmar la constitución que convertía a Buenos Aires en Estado independiente, acompañado solamente por Mitre, y sostenía un real federalismo, “la libre navegación de los ríos nada significa si no se nacionalizan las aduanas exteriores y se suprimen las interiores”, sostuvo legislador, frente a los librecambistas porteños que aspiraban halagar el comercio extranjero, en detrimento de las industrias locales.
Fallece el general Paz en Buenos Aires el 22 de octubre de 1854 y su cuerpo fue embalsamado, encontrándose en perfecto estado en la exhumación de 1928 para depositarlo en el Arco de Triunfo de la Recoleta. En 1958 sería trasladado a Córdoba. Grandes avenidas en Buenos Aires y Montevideo recuerdan a este orgulloso provinciano que estuvo sobre las bajezas de federales y unitarios, provincianos y porteños, ansiando una nación organizada, inclusiva, construida con la mirada hacia dentro “Él no pidió el Poder sino los medios para servir a la Patria”, diría Mitre en su funeral, palabras certeras, “él no pidió al corazón de los demás sino la firmeza para preservar la religión austera del Saber”, despedía a Paz, un guerrero que luchó por la Paz.
Fuentes: Paz, J. M. Memorias póstumas Tomo I y II. Buenos Aires: Emecé. 2000; Ramos, J. A. Las masas y las lanzas. Buenos Aires: Hyspamericana. 1986; Carretero, A. La Santa Federación. Buenos Aires: Ediciones La Bastilla. 1975.
Imágen: elhistoriador.com.ar
Fecha de Publicación: 09/09/2021
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