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Islas Malvinas: prohibido olvidar

Documentos que sintetizan la historia del archipiélago argentino y que Gran Bretaña retiene por la fuerza desde 1833. La Cuestión Malvinas es la Cuestión de Todos. Y no solamente cada 2 de abril.

Las islas Malvinas son el archipiélago más conocido del mundo. El conjunto de 200 islas que lo constituyen estuvieron en la boca de Reyes, Lores, cónsules y presidentes desde el siglo XVIII, incluso bosquejada por plumas inspiradas, el inglés Samuel Johnson dijo que por siempre serían “inútiles para la Corona…refugios de bucaneros”; “unas islas demasiado famosas”, en los versos del último Borges. Por ella, a pesar de los trece mil kilómetros de distancia, pusieron sus pensamientos el divino rey Luis XV, y su amante Madame du Barry, y el ideólogo del imperialismo británico, Lord Palmerston. Hasta San Martín, a través de Antonio Beruti, pensaba en aquellas “soledades yermas y tristes” como un gran presidio de desertores y españoles renegados.  Y más notoriedad alcanzaron partir de la usurpación británica del 2 de enero de 1833, y el reclamo sostenido argentino, que incluyen a las islas Georgias del Sur y Sándwich del Sur.  Con aciertos y errores, desde Manuel Moreno, hermano de Mariano, y pasando por Alfredo Palacios, fundamental en concientizar a los argentinos gracias a su prédica antiimperialista infatigable, los representantes de la Nación nunca cejaron en la restitución la “hermanita perdida”, y en honor a los caídos, desde los gauchos que se rebelaron a la ocupación,  a los 650 compatriotas que defendieron la soberanía en 1982. Como concluía el estudio de Paul Groussac que Palacios hizo distribuir en cada escuela,  y biblioteca del país, en 1936, “para los argentinos, la cuestión de las Malvinas es la cuestión pendiente”

Un recorrido en los documentos, y testimonios, de los distintas épocas permite recomponer los argumentos de ambos lados. Y posibilita comprender las diferencias entre los europeos que divisaron “a 150 millas náuticas del Estrecho de Magallanes”, para algunos, primero Américo Vespucio en 1502, a cuenta del Rey de Portugal -por lo que sería,  con el Tratado de Tordesillas, reconocido al imperio español. Otros, en cambio, aseguran que fue el inglés John Davis, en 1592 -y antes Francis Drake en 1577, y no Richard Hawkins en 1593, por años el argumento de los ingleses, éste último que en sus memorias describía en las Malvinas “ríos de aguas dulces, fogatas y clima templado similar a Inglaterra (sic)”.

“Tuvimos una fuerte tormenta, de modo que nos vimos obligados a navegar, ya que nuestras velas no debían inducir ninguna fuerza”, escribía Davis, un pirata desertor que pillaba en el Pacífico pero que viajaba a la deriva por los costas patagónicas, “el 14 fuimos conducidos entre ciertas islas nunca antes descubiertas por ningún conocido”, cerraba en su informe a Isabel de Inglaterra. En esa misma época los marinos españoles y portugueses ya la conocían como la Isla de los Lobos -y empezaban una descontrolada depredación internacional que extinguió especies enteras, por ejemplo el único cuadrúpedo, el warrah, un zorro nunca más visto desde 1897.

Los historiadores coinciden que el primer avistamiento corresponde a un marino holandés, Sebald de Wert,  y que hizo que en los mapas figurasen como las islas Sebald- o Sebaldinas- en el siglo XVII. Estas cartografías holandesas activan alarmas de la diplomacia española,  que sostiene férrea sus derechos frente al expansionismo marítimo inglés que empezaba a vislumbrarse, con la lluvia de patentes a piratas que saqueaban buques de todas las banderas -especialmente hispanos.  Entre las tantas compañías comerciales que surcaban los mares estaba la Mar del Sur, y que partía de uno de los más poderosos puertos del momento, Saint Malo, al norte de Francia. Varias veces se llegaban a las Sebaldinas estos marinos, y tal vez desembarcaron para cazar en búsqueda de cueros y sebo. Estos “malouines”, que castellanización mediante, reemplazo “ou” por “v”, darían su gentilicio al archipiélago.

 

Las dos invasiones británicas a Malvinas – y la colonia francesa

La primera invasión inglesa a la islas Malvinas fue el 27 de enero de 1690. Ese día desembarca John Strong en la isla occidental, “a inspeccionar algas, pinguinos y gansos (sic)” En su paso entre las dos islas denomina al canal Estrecho de Falkland, en homenaje a su almirante protector, y que acabó en denominar al conjunto, sin bien en un principio sólo refería a la isla occidental para distinguirla de la oriental “española” (sic) Strong es para los británicos el primero que podría arrojarse haber plantado bandera. Aunque hay pruebas irrefutables, en unos escritos custodiados en la Biblioteca de París, que fueron en verdad los hombres de Magallanes, bajo la corona española, y casi un siglo antes, los primeros del Viejo Continente. Incluso se menciona pisando la turba malvinera a los nombres de Jerónimo Guerra y Esteban Gomes -que participó en la primera fundación de Buenos Aires junto a Pedro de Mendoza, según Arnaldo Canclini.

“El lunes 27 de enero vimos la tierra de Hawkins (sic)…enviamos un bote a la playa…martes 28, vimos una roca apartada a unas cuatro o cinco leguas de la gran isla…a las ocho de la noche del miércoles anclamos, sin desembarcar…el jueves bajamos en busca de agua y leña, que sigue sin aparecer” aparece en el diario de Strong, que nunca se ha publicado completo según E.M.S. Danero, “el jueves salimos del puerto -natural- con viento O.S.O…el sábado primero de febrero nos alistamos y enviamos al bote grande para que fuera adelante sondeando” y al día siguiente el “Welfare” de Strong había abondonado las Malvinas rumbo a Magallanes. Una semana duró el descubrimiento, y presencia, inglesa.

Durante 70 años ningun europeo volvió a pisar las islas, ni a contradecir la soberanía española. Sin embargo casi hubo guerra por ellas en 1740 entre España e Inglaterra, cuando se fletó una poderosa flota desde Londres con el fin de explorar las islas pero “sin ninguna intención de asentarse” (sic), sin éxito debido a que no pudo llegar por el escorbuto que mató a casi todos los marinos ingleses -y a los españoles que se habían alistado para detenerlos. Sin embargo dejó un precedente en la recomendación del inglés capitán Anson de obtener las islas como una base de operaciones militares. O sea se preparaba la segunda invasión inglesa. Con ese fin partió en secreto el capitán Byron y el 15 de enero de 1765 fundó Puerto Egmont en la Malvina Occidental, en homenaje ahora el primer lord del almirantazgo. Dejaron una pequeña guarnición en esas tierras reclamadas para el Rey Jorge III y partieron hacia el Cabo de Hornos. Si el abuelo del poeta Byron, que destacaba que en la bahía podía reunirse “toda la flota de su Majestad”, hubiese investigado un poco más se sorprendería que hacía un año ya existía otra colonia imperialista en las Malvinas. Una francesa.

El 3 de febrero de 1764 se fundaba Port Louis por obra del emprendedor noble francés Bougainville, que había invertido su fortuna, y semi convencido a la corte del último Rey Sol francés, Luis XVI, para llevar el primer proyecto colonizador a las Malvinas, en un ambicioso plan de agricultura y pesca. El sucesor de Byron, McBride, que llevaba la orden de desalojar a cualquiera que no reconociera a su Majestad, se llevó una sorpresa mayúscula cuando a sólo 80 millas de su fuerte se encontró con una serie de casas y fortificaciones que superaban las 250,  y unas abundantes huertas con  matarifes. Quiso intimar a los franceses que se retiren pero ellos intimaron vehementente a los ingleses a que abandonen de inmediato el escuálido Puerto Egmont, “el sitio más horroroso que he visto en mi vida”, describía un marino inglés. MacBride partió a Inglaterra, dejando una docena de hombres,  con el fin de comunicar el fracaso de la misión invasora en enero de 1767, otra vez fracaso porque Francia, que deseaba de aliado a España contra Inglaterra, había decidido la venta de la colonia por 250 mil libras.

“Y mediante estos pagos…me obligo en toda forma a entregar a la Corte de España aquellos establecimientos con sus familias, casa, obras, maderas, embarcaciones allí construídas y empladas en la expedición”, firmaba  Bougainville al primer gobernador español Felipe Ruiz Puente, respaldado por el gobernador de Buenos Aires Francisco Bucareli, el 25 de abril de 1767, “y finalmente todo lo que perteneciese a la Compañía de Saint Maló”, en un reconocimiento señero de los derechos de la Corona española sobre las Islas. Este significó el principio jurídico de soberanía que consolidó la posición hispana ante el mundo,  y el 10 de junio de 1770  desalojó a los británicos de Puerto Egmont, y aunque volvieron en 1771, a los tres años abandonaron la fortificación en cumplimiento de un pacto “secreto” que pretendía salvar el honor inglés, y, al mismo tiempo, admitía la usurpación contra tierras españolas. En la Crónica Naval británica se refieren a la evacuación de Puerto Egmont, “estas islas pertinazmente pretendidas por los ingleses, fueron cedidas a España”, según Adolfo Saldías.

Antes de abandonar las islas, los ingleses dejaron una placa de plomo en la puerta del fortín, “Que sepan todas las naciones que la isla (singular) de Falkland, junto con este fuerte y los almacenes, embarcadero, puerto y bahías y ensenadas que le pertenecen, son de dominio y propiedad única de su Muy Sagrada Propiedad Jorge III” Esta placa fue retirada inmediatamente por los realistas y se cree que se la llevó Beresford, el mariscal de la primera fallida invasión británica a Buenos Aires en 1806, aunque jamás pudo ser hallada. Habría que empezar a contar las invasiones inglesas desde 1690.

 

Gobierno Patrio, crímenes norteamericanos, usurpación inglesa

“Que en adelante se satisfagan por el ministerio de Marina, todos los sueldos, gratificaciones,  jornales, y demás gastos que ocurran en dicho establecimiento -de Malvinas- o pertenezcan a él”, firmaban Cornelio de Saavedra y Juan José Paso el 30 de mayo de 1810, cinco días después de la Revolución de Mayo, con respecto a un pedido de la guarnición en la isla por haberes atrasados desde 1806, “para conservar la unidad en el modo, tan necesario y conveniente en los objetos del real servicio… a la disposición de la Junta Superior”, ratificando los patriotas los derechos sobre el archipiélago, “todos los derechos que tenían antigua metrópoli -España- en la posesión material de las Malvinas y de todas las demás que rodean el Cabo de Hornos, incluso las que se conocen bajo la denominación de Tierra del Fuego, hallándose justificar aquella posesión por el derecho del primera ocupante, por el consentimiento de las principales potencias marítimas de Europa y por la adyacencia de estas islas al continente que formaba el Virreinato de Buenos Aires”, justificaba el gobernador Martín Rodríguez el 10 de junio de 1829 cuando se crea la Comandancia Civil y Militar Islas Malvinas. En este decreto se admite la demora en la formación de un gobierno insular argentino, pese a que en 1820 se había enviado a la “Heroína”, al mando de norteamericano David Jewett, en comisión para que tome posesión en nombre “de las Provincias Unidas a las que pertenecen por ley natural… uno de los principales objetivos de mi cometido es evitar la destrucción desatenta de la fuente de recursos, para los buques de paso, o de recalada forzosa que arriban a las islas” Este corsario al servicio del gobierno de Buenos Aires encontró seis buques ingleses y diez norteamericanos pescando ilegalmente, sin permisos argentinos, y que fueron invitados a retirase sin ningún escándalo, ni protestas de sus respectivos gobiernos. Jewett izó por primera vez la celeste y blanca en las Malvinas -aunque quizá llegó a sus bahías en un viaje del Almirante Brown en 1815.

La llegada del comandante Luis Vernet en 1829 revolucionó la tranquilidad malvinense y sus proyecto ardoroso de convertir las islas en una “gran pesquería nacional”, demostrándo su viabilidad económica, que habían descartado franceses e ingleses por igual, terminó quizá jugando en contra de los intereses de la Nación por su celo excesivo. Lo que no se puede negar es que era un hombre de grandes sueños, éste comerciante de origen francés, nacido en Hamburgo, “el que suscribe comandante político y militar de de las Islas Malvinas, Tierra del Fuego e Isla Adyacentes tuvo el honor de ofrecer a V.E. en nota fecha 26 de diciembre de 1829 un plan para el más pronto fomento esta Colonia”, escribía el gobernador Rosas en 1831, viendo que desde Buenos Aires escaseaba el apoyo mientras él iba quedando sin su patrimonio. Vernet se jugó entero  en esta empresa que llevó a cien colonos del Río de la Plata, entre ellos los primeros gauchos malvinenses, “toda la Islas Malvinas tienen buenos puertos, abundan en pescados, bastantes para el sostén de unas considerables poblaciones… y para la exportación… el suelo es por la mayor parte propio para la agricultura… las islas -adycentes- merecerían un pequeño establecimiento, no más de doce pescadores, para faenar… y vigilar que no faenen los de otras banderas… y evitar un buque de guerra para obligar a los extranjeros a respetar los derechos… cuya protección asimismo sería poco eficaz por tener tantos puntos que guardar… -Y para los pobladores argentinos que quieran habitar Malvinas, además- no pagan arrendamiento, no tienes estrechez de terreno, están libres de contribución de derechos por veinte años, y tiene el mercado para sus productos a la puerta ”

El 30 de julio de 1831 Vernet arrestó a dos goletas norteamericanas que cazaban ilegalmente focas en aguas argentinas, y regresó a Buenos Aires en una de ellas, para que se juzguen a los extranjeros -mientras vendió el botín confiscado. Aquí entran los acusados en contacto con el cónsul de Estados Unidos, quien autoriza a la fragata de guerra “Lexington”, en Montevideo, a tomar represalias en el mismo Puerto de la Soledad -anterior Puerto Luis- contra los argentinos. El último día de 1832 los marinos norteamericanos prácticamente arrasan la población y saquean a mansalva, luego de conseguir desembarcar engañando con una bandera neutral, y obligan a los colonos una huída desesperada al interior de la isla “La explosión unánime de indignación que ha producido en vosotros este odioso ultraje está plenamente justificada, y sin duda participarán del mismo sentimiento los hombres de honor de cualquier parte del mundo en que se escuche” clamaba el gobernador Balcarce el 14 de febrero de 1832, en tanto su ministro Maza entablaba una ardua discusión con los representantes norteamericanos, que empiezan a negar potestad argentina sobre las islas con endebles argumentos -en sintonía al cónsul inglés Parish que ya en 1829 se había opuesto a la creación de una comandancia argentina en las islas…Una de las más funestas consecuencias del atropello norteamericano, que jamás fue resarcido por el país de la Ley Monroe, América para los americanos, es que el criminal comandante Duncan aseguraba que luego de sus fechorías las “islas quedaban libres de todo gobierno”

Solamente un año después la corbeta de su Majestad “Clío”, al mando de James Onslow, entraba detrás del promontorio de Puerto de la Soledad, en medio de un desorden civil causado por la rebelión, con la siguiente orden, “debe informarle a usted que recibido órdenes del SE el comandante en jefe de la Fuerzas Navales de SMB, estacionadas en Sudamérica,  para llegar efecto el derecho soberanía sobre estas islas en nombre de SMB. Es mi intención izar mañana el pabellón nacional de la Gran Bretaña en tierra, donde pido usted, se sirva arriar el suyo, y retirar sus fuerzas, llevando consigo todos los efectos pertenecientes a su gobierno”, finalizaba un 2 de enero de 1833. El comandante argentino José María Pinedo de la goleta Sarandí protestó enérgicamente pero no contaba con los hombres suficientes para resistir, la mayoría de su tripulación ingleses además, y partió a Buenos Aires. Lo que sí, Pinedo se rehusó arriar nuestra bandera, y tuvo que ser retirada por los mismos usurpadores. Los ingleses no tuvieron más que un par de días, en un palo improvisado izaron su bandera, y dejaron a un sólo hombre a cargo de la tierra usurpada, el despensero William Dickson. Durante ocho años las Malvinas fueron caos, desorden y depredación. Recién en 1841 con la llegada de Richard Moody, el fundador de Port Stanley/Puerto Argentino, Gran Bretaña se ocupó de administrar las islas, en momentos en que la política exterior del rosismo mancomunaba un renovado americanismo.

No esperamos convencer el gobierno inglés del valor de nuestras razones”, decía Groussac en 1910, un intelectual francés tan argentino, director de la Biblioteca Nacional, con palabras que nos son contemporáneas, “ni aún de la conveniencia de todo género que aconseja la solución definitiva de esta enervante e inacabable cuestión de las Malvinas. No hemos escrito pues, para él, sino para los hombres de buena voluntad que tal vez sólo esperan conocer la causa de la verdad y de la  justicia”

 

Fuentes: Saldías, A. Historia de la Confederación Argentina.Buenos Aires: Hyspamerica. 1987; AGN, Hitos Documentales. Islas Malvinas. Buenos Aires: Fundación Konex. 1982; Danero, EMS Toda la historia de las Malvinas. Buenos Aires: Tor. 1946; Groussac, P. Las Islas Malvinas. Buenos Aires: Ministerio de Educación. 2015

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