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Invasiones Inglesas: las mujeres en primera línea por la Patria

Muchas mujeres encendieron la resistencia y combatieron de igual a igual con los británicos. Otras, fueron cómplices de los invasores. Manuela Pedraza y Águeda Tejerina, ambas tucumanas, ambas heroínas.

La historia social reciente produjo un cambio notable en cómo comprender el pasado. Uno fue dimensionar el preponderante rol de las mujeres en las guerras de la Independencia, desde Juana Azurduy a Macacha Güemes y María Remedios del Valle, que había sido ignorado, al igual que las intervenciones determinantes de los negros esclavos y gauchos.  No solamente debemos la Patria a los San Martín y Belgrano sino a las mujeres que acompañaron a sus hombres a la campaña, o que dieron la vida por su tierra, tal cual quedó demostrado en Buenos Aires, en la Reconquista de 1806, y la Defensa de 1807. Y no solamente hirviendo el agua y la grasa para arrojar a los espantados británicos desde las azoteas. El Cabildo porteño en agosto de 1806 dejaba para la posteridad el valor de las criollas, “-en las jornadas bélicas ocurrió- una metamorfosis prodigiosa en la que el sexo débil sustituyó al dulce poder insinuante de Venus  el furor terrible de Marte”, un temprano reconocimiento a que fueron también mujeres que disparaban, con lo que tenían a mano, contra el Regimiento 71 de Beresford. De aquellos días hubo heroínas que empiezan a formar el panteón de la identidad nacional.

Para principios del siglo XIX la sociedad virreinal estaba cambiando a ritmo de las nuevas ideas de la Revolución francesa, y en el caldo de cultivo de una liberal Buenos Aires, que estaba alejada de los perimidos dominios de la Inquisición de la corona española. Varios son los casos de mujeres que desean autonomía de los mandatos patriarcales, y reclaman a los magistrados coloniales, entre ellos el famoso juicio de Mariquita Sánchez para casarse con Martín Thompson, o los reclamos de las hijas al padre de Bernardino Rivadavia. Por eso no es de extrañar que estuvieran de la mano de sus maridos, e hijos, apenas comenzaron los planes para expulsar a los colorados, en julio de 1806, que habían izado la bandera imperial británica en el Fuerte para el resentimiento en aumento, de toda la población, “en esos mismos días, la disposición de la ciudad comenzó a asumir una apariencia más que sospechosa, tornándose difícil conseguir víveres y artículos de cualquier clase”, anotaba un preocupado Beresford, en ese momento gobernador militar del Río de la Plata en nombre del Rey Jorge III. Y más después del relato de Alexander Gillespie, un oficial inglés que solía cenar en la posada de los Tres Reyes, y que le informó que la noche anterior la muchacha que los atendía a ellos, y varios militares criollos y españoles, estaba de muy mala cara. Y muy enfadada se dirigió a los comensales porteños, “Desearía, caballeros, que nos hubieran informado más pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos hubiéramos levantado unánimemente y rechazado a pedradas a los ingleses” Más de uno, en uniforme y pistolas, se debe haber atragantado con el osobuco.

Pedro Cerviño, del Tercio de los Gallegos, en un informe al virrey Liniers en 1808, señalaba que en el momento salir a pelear por la liberación, “nunca se presentará un campo más extenso del poderío del bello sexo que el que ofrecieron los tristes momentos de aquellas despedidas…las heroínas del Río de la Plata, impresionadas de la justicia de la causa…mujer hubo cuyo postrer adiós, fue decir a su marido: “no creo que te mostrarás cobarde, pero si por desgracia huyeses, busca otra casa donde te reciban””, remataba al pie del caballo del soldado.  Pero no solamente se quedarían en sus casas esperando a sus maridos, y tomaron las calles resueltas, muchas de ellas acompañando a los hombres en la marcha de la Reconquista, en agosto de 1806, o empujando las piezas de artillería y municiones. O simplemente arrojando piedras desde las casas y esquinas, detrás de improvisadas barricadas, en las escenas de violencia extrema que se repitieron en julio de 1807, con un invasor más numeroso

Cada ciudadano era un soldado y cada soldado, un héroe”, un poema recopilado por Josefina Raffo y Pedro Barcia, fue una realidad con mujeres –y niños, los grandes olvidados también de las guerras de la Independencia salvo el ficticio Tamborcito de Tacuarí- que en ventanas, azoteas y puertas arrojaban todo los que tenían a mano, piedras y mobiliario, empezando por agua y grasa hirviendo –no aceite, que era de lujo en aquellos tiempos. Mujeres y niños combatieron en pie de igualdad a los hombres contra un usurpador que no se esperaba semejante resistencia popular, “yo he visto al tierno niño despreciar los entretenimientos inocentes de su edad y ofrecer con alborozo sus servicios al lado del intrépido guerrero. Yo he visto al sexo devil (sic)… al diligente empeño de tomar las armas para el sostén de las glorias de su Patria”, en el suelto “El observador de Buenos Ayres a sus compatriotas”, rescatado por Ismael Pozzi Albornoz.

“Pero, mientras llegamos a la Reconquista, quiero contar algo de curioso”, señala Mariquita en sus “Recuerdos del Buenos Aires virreinal” sobre los días con los herejes, como se decía a los casacas rojas o colorados –y otro factor olvidado que explica el fervor de los porteños, la confrontación religiosa que preocupó a Beresford apenas inició la usurpación, que nunca pudo desactivar, y que tuvo a los religiosos entre los más aguerridos combatientes, en los púlpitos y en las casas. Al igual del rumor de que los ingleses venían a instalar una monarquía inca-, volviendo a una de las mujeres argentinas notables del siglo XIX, “Sí, este pueblo quedó sorprendido de la toma de los ingleses; de ver una ejército que entonces nadie había visto…una escuadra de buques grandes…de ver los géneros, los muebles ingleses y mil objetos de agrado y comodidad que no conocían”, pintando el agrado de las mujeres patricias con los conquistadores, con quienes se paseaban del brazo bajo la Alameda, las Escalada, las Sarretea, las Anchorena, las Martínez de Hoz, en fin –una de las imprevistas consecuencias de las invasiones británicas de acuerdo a Félix Luna, y el posterior buen trato a los prisioneros de 1806, fue un lazo de amistad con el Reino Unido que tendría consecuencias en el futuro, empréstitos del Baring Brothers, ferrocarriles y carnes, ponchos Made in England, y más. Para ser justos con Doña Mariquita, reflexiona a raíz de la Defensa de 1807, “ya este Pueblo conoció lo que podía hacer y pensó por sí mismo”. 

 

Manuela Pedraza, la Tucumanesa, fusil en mano

Una calle la recuerda en los barrios porteños de Belgrano y Núñez. Poco se sabe de la vida de Manuela Hurtado y Pedraza salvo su actuación destacada en la Reconquista de 1806. Se presume que arribó a Buenos Aires desde su Tucumán natal a fines del siglo XIX, a través del comercio de mieles y ponchos. Otros sostienen que arribó de incógnito, madre soltera. También que figuraba casada con el cabo blandengue José Miranda, asturiano, y que vivía en las actuales Reconquista y avenida Corrientes.  Y que alcanzó estatura de heroína en los días de dominio inglés, agitando a las masas a la rebelión, “se la ve en el atrio de Santo Domingo durante las jornadas penosas y trágicas; más tarde aparece en las turbas de la calle que hoy se llama Reconquista, bravía y descompuesta como una de aquellas leonas parisienses del barrio Saint-Antoine que ayudaron a tomar la Bastilla”, retrata Héctor Blomberg.

De las jornadas gloriosas se registra de Manuela su asedio a la Plaza Mayor, pese a la metralla inglesa, cuando iba al frente del regimiento de Patricios, el 11 de agosto de 1806, vestida de varón, morocha con sus pelos al viento, recuerdan algunas fuentes –algo que no sería inusual porque muchas mujeres que compartían la vida con soldados destinados a la campaña, aprendían del arte de la guerra, y vestían ropas masculinas; en algo que asombraba a los europeos visitantes. Al día siguiente su marido cae muerto a su lado, Pedraza toma el fusil, y mata al soldado inglés responsable, y emprende carrera bayoneta en mano, abriendo el ansiado camino al Fuerte. Cuenta la leyenda que cuando Liniers se acercaba a la puerta del último bastión invasor, a la espera de la salida de un derrotado Beresford, se detuvo ante una mujer que le ofrecía el fusil enemigo, ante el silencio del pueblo criollo. Era Manuela.

El virrey Liniers no olvidó a Pedraza en el Cabildo Abierto después de la victoria,  "No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa, que combatiendo al lado de su marido con sublime entereza mató un inglés del que me presentó el fusil", e intercedió personalmente para la manutención de una mujer pobre, madre viuda, ante las autoridades españolas. Así llegó desde la corona borbona, “El Rey: por cuanto atendiendo al valor y distinguida acción de doña Manuela La Tucumanesa, combatiendo al lado de su marido, en la Reconquista de Buenos Aires, he venido en concederle, el grado y sueldo de Subteniente de Infantería. Por tanto mando a los Capitanes Generales. Gobernadores de las Armas y demás cabos, mayores y menores, oficiales y soldados de mis ejércitos, la guarden y hagan guardar las honras, gracias, preeminencias y exenciones, que por razón de dicho grado le tocan y deben ser guardadas, bien y cumplidamente. Que así es mi voluntad y que el Ministro de mi Real Hacienda, a quien perteneciere, dé la orden conveniente, para que se tomen razón de este Despacho, en la Contaduría Principal y en ella se formará asiento con el expresado sueldo, del cual ha de gozar, desde el día del cúmplase de este Despacho, sin contribuir cosa alguna, al derecho de media anata. Dado en El Pardo a veinticuatro de febrero de mil ochocientos siete, firmado el Rey; José Caballero; S. M. concede grado y sueldo de Subteniente de Infantería a doña Manuela "La Tucumanesa"” Con su grado militar, la primera mujer argentina, debió participar en la Defensa del julio de 1807 pero no se sabe con certeza, al igual sus últimos años finales, ni la fecha de su muerte, aunque existen documentos de que estuvo en juicio de desalojo, dos veces, por indigencia.

“A estos héroes generosos/una amazona se agrega/que, oculta en varonil traje,/triunfa de la gente inglesa/Manuela tiene por nombre/por Patria, Tucumanesa”, le regalaba los versos el poeta negro Pantaleón Rivarola, y Blomberg agregaría, “queremos creer que las voces de 1810, de 1813, de 1816 llegaron hasta el corazón varonil (sic) de Manuela y le dijeron que el sacrificio de 1806, que sus esfuerzos de 1807, no habían sido estériles”.

 

Águeda Tejerina, la voz del Interior contra los británicos piratas

Tampoco se conoce mucho de esta dama patricia tucumana casada con Don Posse. Pero deja una carta las tucumanas, y los argentinos, sin épocas, fechada el 10 de marzo de 1807 en San Miguel de Tucumán, ante la amenaza de un ataque “de los colorados herejes” desde la ocupada Montevideo,  “Tucumanas: llegó el tiempo en que es preciso manifestar los sentimientos de patriotismo, vasallaje y honor…la honestidad del sexo nos excluye de la comparecencia personal al socorro de Buenos Aires, no por eso se niega otros recursos para demostrar que nuestros deseos se anivelan con los que ha dado a luz los nobles ciudadanos de (ese) Pueblo…hemos visto que aún los niños de diez años concurrieron en tropel a ofrecerse como voluntarios, y que los más infelices han hecho demostraciones de verdaderos compatriotas oblando sumas entre la indigencia…tucumanas nuestro sexo  jamás puede reputarse de menor condición, y es preciso que expiéis vuestros sentimientos –por la Patria- suscribiendo sumas –para la causa americana-; yo me suscribo por la de cincuenta pesos plata”,  una fortuna virreinal,  en el metal de los ricos. Siguiendo la investigación de Pozzi Albornoz, la respuesta fue inmediata en la ciudad que vería victorioso a Manuel Belgrano en 1812, “Josefa Molina de seis años de edad dio cuatro reales” Algunas damas donaron dinero y armas, otras como Bonifacia Díaz se ofreció a coser la ropa de las milicias, y la viuda Ángela Zeballos anotó, “ofrezco un hijo para soldado” La cuna de la Independencia nacional tenía a estas bravas mujeres para alumbrarla.  

 

Fuentes: Pozzi Albornoz, I. Apostillas a las invasiones británicas en revista Todo es Historia Nro. 601 Agosto 2017. Buenos Aires; Blomberg, H.P. Mujeres de la historia americana. Buenos Aires: Librería Anaconda. 1933; Maronese, L. La mujer y la vida cotidiana a comienzos del siglo XIX en Miranda, A. (comp) “Invasión, reconquista y defensa de Buenos Aires 1806-1807”.  Buenos Aires: Comisión para la preservación del patrimonio cultural. 2007.

 

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