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Invasiones Inglesas: camino a la Revolución de Mayo

Invasiones que fue una en dos partes, que no fue la primera, que no eran solamente ingleses, y que fue una victoria frente a vencederos de Napoleón, y que inspiró a un Continente.

Historia
Invasiones Inglesas

Aquellos un poco de más de un millar de hijos del Reino Unido, ingleses, galeses, escoceses e irlandeses, que desembarcaron en las costas de Quilmes un 24 de junio de 1806, al mando de William Carr Beresford, desconocían que estaban encendiendo una mecha. La llama de Independencia chispeaba una desapacible mañana virreinal, que había tenido al virrey Sobre Monte despreocupadamente la noche anterior asistiendo al “Sí de las niñas”, la primera obra con argumento nativo. Y que iba a correr como pólvora de Buenos Aires a Caracas, con la definitiva victoria de hombres, mujeres y niños, a partir del 5 de julio de 1807. Los bonaerenses y orientales, unidos, criollos, milicianos y guerrilleros, gauchos de la campaña, muchos más que los españoles, batieron a un ejército profesional que disputaba Europa con Napoleón.  Del otro lado del Atlántico, la monarquía borbona poco comprendió que era el fin de su dominio de tres siglos. El emisario británico Woodbine Parish entendió todo de inmediato, “la representación de Buenos Aires al gobierno español después del primera ataque…-recibió la respuesta- que debían defenderse a sí mismos…-la heroica resistencia- hizo conocer por primera vez la pujanza y la debilidad de la madre patria” ¿qué impedía a los criollos liberarse del yugo de Fernando VII cuando habían resistido a un poderoso cuadro imperial sacrificando vidas, caudales, tierras y hacienda? Seamos libres, que lo demás no importe nada, se empezó a tallar para los argentinos en las calles porteñas, y los alrededores, desde Tigre y la Banda Oriental a Ensenada.

A partir de 1713, con la paz de Utrecht, la hegemonía británica socavaba el imperio español de ultramar, y ponía su mirada en las colonias americanas. A fines de ese siglo, rota la alianza entre España y Francia, los ingleses ya planeaban conquistar desde Buenos Aires a Quito, con la excusa de que apoyaban a los movimientos insurgentes indígenas, y criollos, que empezaban a estallar en el Alto Perú. A estas reuniones asistía el comodoro Home Riggs Popham, que sería el jefe militar de las expediciones al Río de la Plata. También es cierto que contaban con el fervor de americanos como el venezolano Francisco Miranda, quien alentaba a la corona a invadir los colonias españolas en pos de la lucha de la Independencia. Pero el propósito de los británicos era una ofensiva de conquista que haga de puente para el dominio económico y comercial, ya que detrás de cada fragata iba un buque cargado de productos. El plan de Miranda era organizar un estado confederado americano desde el Misisipi al Cabo de Hornos. El plan británico era plantar bandera y reemplazar el monopolio español por el suyo. Por eso los barcos enfilaron a la capital del Virreinato del Río de la Plata, y no a Montevideo, como erradamente pensó Sobre Monte, que envío el grueso de los pocos soldados que tenía del otro lado del río. Popham escribía a Miranda, sin ocultar sus intenciones de conquista, “Estamos en posesión de Buenos Aires, el país más hermoso del mundo”

Se ha discutido mucho la actuación del virrey, “Es la carroza de miedo/con el Virrey Sobre Monte” diría un cielito anónimo, que desestimó la advertencia de su capitán del puerto, Martín Thompson, y que luego aguardó en el Fuerte esperando lo inevitable por una defensa inexistente, “alrededor del mediodía Sobre Monte, por medio de un catalejo, observaba…el avance de las tropas inglesas…a las tres de la tarde…no atinaba -más- que ponerse a salvo…dio la orden de retirada sin disparar un tiro”, surge en el diario del alférez José Fernández Castro, aunque en la lógica de la burocracia virreinal, lo primero era poner a salvo el tesoro -que terminaría en manos inglesas en Luján, llevado a un banco en Inglaterra, y repartido entre los derrotados Beresford y compañía. Diría Mariano Moreno, “yo he visto en la plaza llorar muchos hombres por la infamia con que se les entregaba; y yo mismo he llorado más que otro alguno cuando a la tarde del 27 de junio de 1806 ví entrar 1560 ingleses que, apoderados de mi Patria, se alojaron en el Fuerte y demás cuarteles de la ciudad”, en un momento que la ciudad tenía casi 50 mil habitantes, y que los británicos, en verdad, tenían solamente 70 oficiales ingleses, y el resto eran soldados rasos, en su mayoría de sus colonias. Ese día se iniciaron los 46 días que Buenos Aires, y por extensión las Provincias del Río de la Plata, estuvieron bajo bandera inglesa, que fue jurada por los aristócratas y comerciantes porteños, un Martínez de Hoz fue nombrado administrador de la aduana inglesa, y los religiosos -los bethlamitas fueron los únicos que se negaron a jurar fidelidad al Rey Jorge III. Por supuesto, una de los pocas medidas que pudo tomar Beresford fue una brutal baja de los impuestos aduaneros para los productos ingleses y holandeses. Pocas, porque la reacción criolla se estaba gestando a pasos agigantados lejos del Fuerte, en la campaña de ambas orillas, y comandada por quienes se alejaron de Buenos Aires para planificar la resistencia, entre ellos Manuel Belgrano y Santiago de Liniers. Gauchos y paisanos atacaban las vanguardias inglesas a fin incomunicar las líneas enemigas. Y los españoles planeaban volar la armería y secuestrar a Beresford, entre ellos Martín de Álzaga, futuro contrarrevolucionario fusilado en 1812. Pero no todos los porteños resistían a la invasión.

“Casi todas las tardes, después de oscurecer, uno o más ciudadanos criollos acudían a mi casa para hacer el ofrecimiento voluntario de su obediencia al gobierno británico”, relataba un azorado capitán Gillespie, “era invierno cuando nos apoderamos de Buenos Aires, en esta estación se daban tertulias o bailes, todas las noches… los jefes de familia demostraban su gran bondad hacia nosotros, por sus ofrecimientos de dinero y todas las comodidades”, acotaba el inglés, aunque también refería que con el correr los días el recelo iba en aumento, y que la ciudad respiraba un aire tenso. Se venía la Reconquista.

 

Gentuza que nos había conquistado, bajas y mal hechas”

“Pasado el primer espanto que causó tan inopinada irrupción, los habitantes de Buenos Aires acordaron sacudirse del nuevo yugo que sufrían”, escribía Cornelio Saavedra, futuro presidente de la Primera Junta patria. Una “multitud del pueblo” reunida por Juan Martín de Pueyrredón se reunió en Luján el 28 de julio de 1806, con el apoyo económico del futuro gobernador Martín Rodríguez. Los demás estancieros de Pilar, Morón, Baradero y Luján aportaron 50 mil pesos, y sus peones y esclavos “para que tomen las armas en defensa de la Patria” Pero decenas de gauchos arribaron espontáneamente, y recibieron la bendición del párroco Vicente Montes Carballo. Este cura les entregó dos cintas, una celeste y otra blanca, los colores de la Virgen, y cada uno prendió orgulloso en su poncho, a falta de uniforme. La cobardía del comandante Antonio Olavarría del regimiento de los Blandengues españoles,  a quien delegó el mando Pueyrredón al frente de los Húsares -que creó y financió-, en no presentar batalla en Perdriel, a la espera de las fuerzas de Liniers que estaban llegando desde la Banda Oriental, dejaron al gauchaje librado a su suerte, frente a quinientos soldados profesionales de la Corona. Si bien fue derrota, los británicos quedaron impresionados por las habilidades de los jinetes, y por su táctica de combate, el degüello. Al día siguiente en la ciudad, que empezaba a patrullarse militarmente, circuló un panfleto, “Un argentino de Buenos Aires”, que exaltaba la valentía de los gauchos, “Si vuestra guapeza os hizo ayer valientes, sois para siempre vencedores” Argentinos antes de Argentina.

Pueyrredón reorganizó sus fuerzas para esperar a Liniers el 4 de agosto, que desembarcó en el puerto de Las Conchas -Tigre- Allí se encendieron todas las casas de la costa de San Isidro para guiar a los tropas orientales reunidas por el futuro virrey, contrarrevolucionario fusilado en 1811. Fue vital la colaboración del baqueano Manuel Díaz en el desembarco de algo más de 600 soldados, entre milicianos y veteranos realistas. Por otra parte, puede considerarse una de las operaciones anfibias más exitosas de los americanos, teniendo en cuenta que la flota inglesa patrullaba la costa. Flota que sería humillada debido a que en una bajante, los guerrilleros, gauchos y la caballería atacaron buques varados, entre ellos el Justinerepleto de mercaderías, y vencieron a los invasores. Uno de esos gauchos había viajado casi 400 kilómetros en 30 horas para defender su Patria. Era Martín Miguel de Güemes. Otros futuros caudillos gauchos que tuvieron una valiente actuación, en los días siguientes, fueron el uruguayo José de Artigas y el cordobés Juan Bustos.

“Allí mismo se reunía nuestra gente de aquí en el número de mil quinientos que con impaciencia esperaban con todo lo necesario de municiones de guerra, caballos, carretas para conducir la municiones y demás necesario, y provisiones de comida y bebida para todos ejército”, señalaba Juan Manuel Beruti, hermano del patriota de Mayo, Antonio. No fue la única vez que “la multitud del pueblo” intervino activamente en la marcha de los reconquistadores,  debido a que el mal clima hacia que la artillería quedara hundida en el fango. Y fueron lo más humildes del pueblo quienes sacaban adelante a los pesados cañones, vitales para la captura de Retiro, primer paso de la liberación. Fue tan fuerte la sudestada, que provocaba bajas en ambos bandos, y que recién el domingo 10 de agosto alcanzó Liniers los corrales de Miserere -actual Plaza Once-,  con alrededor de dos mil hombres. Pasaron dos días que Liniers, seguro con el apoyo popular, intimaba a Beresford, que había cometido el mismo error de Sobre Monte, dejar avanzar al rival a la ciudad. El inglés respondía que lucharía “hasta que lo dictaminara la prudencia” Lejos estaba de imaginarse las escenas de las calles cercanas al Fuerte, con criollos lanzados al galope contra los experimentados británicos del Regimiento 71 -Pueyrredón arrancaría la gaita bastonera, en la carga, como trofeo-, o “el avance incontenible de ese ejército de demonios, irregular, hirsuto y desgrañado…el capitán Pococke los ha visto avanzar al grito “a cuchillo”, al “degüello””, reconstruía Alberto Salas una jornada que parecía “el Juicio Final”

Con miedo al combate cuerpo a cuerpo, los británicos retrocedieron al Fuerte -actual Casa Rosada-, acorralados por los libertadores que avanzaban por las actuales Florida, Sarmiento, San Martín, Rivadavia y Reconquista, por donde venía Liniers. Una multitud reunida en la Plaza Mayor parecía querer derribar las muros, sin miedo al fuego cruzado, que provenía de diestros tiradores españoles que anulaban la poderosa artillería británica. Un emperifollado Beresford  salió a rendirse a Liniers un 12 de agosto de 1806, que no aceptó su sable, y ante “filas de los nuestros, negros, sucios, descalzos y emponchados” Habían muerto 180 españoles y criollos pero se habían arrestado a mil doscientos enemigos -detenidos en Buenos Aires y el Interior, algunos partieron a Mendoza e iniciaron la industria vitivinícola-, matado a 400, y capturado 1600 fusiles y veintiséis cañones. 

 

Se va la segunda -perdón, la tercera-

Porque la primera fue la invasión británica a las Islas Malvinas en 1690. Y, sin contar, el ataque repelido a Colonia de Sacramento, en al actual Uruguay, cuando aún pertenecíamos al Virreinato del Perú, en 1763. De todos modos recalcamos que en verdad fue una única invasión dividida en dos fases, cada vez peores para el honor, y el “buen nombre”, del ejército británico. Veamos. Una vez que el Cabildo de Buenos Aires, cada vez más autónomo del poder central, respaldado por la victoria militar de la que hablaba toda América, desplazó a Sobre Monte en febrero de 1807 por el héroe de la Reconquista, Liniers, ambos cuerpos, legislativo y ejecutivo, se abocaron a la tarea de militarizar el Río de la Plata -que a la postre sería el brazo armado de Independencia, y simiente de las guerras civiles. Patricios, Arribeños, los Patriotas de la Unión, los Indios -cabe señalar que no eran precisamente pertenecientes a los pueblos originarios, eran más bien un cuerpo de mezcla de razas, pese a que los pampas y tehuelches ofrecieron 20 mil hombres para la defensa en 1806, de todas las tribus, algo que fue declinado por los porteños tres veces-, Pardos y Morenos, los Húsares, el Escuadrón de Carabineros de Carlos IV, el de Migueletes, el de Maestranza de Artillería, el Cuerpo de Quinteros, el de Esclavos -a los cuales se les ofrecía la libertad, por sorteo…aunque debían seguir siendo soldados de por vida-, los Granaderos de Infantería y el Batallón de Marina. Serían verdaderas milicias populares, convencidas de su destino americano, y que rondaban casi el 15% de la población, sumado a los cuerpos de españoles.

Una vez enterados en septiembre de la Reconquista de Buenos Aires, el rey dio la orden expresa de doblegar a la “salvaje” ciudad,  y fletó un ejército poderoso de 12.500 bajo las órdenes del general John Whitelocke. Primera desembarcaron en Maldonado, Uruguay, y tomaron Montevideo, así cortar al apoyo del gobernador Ruiz Huidobro -otro error estratégico de Sobre Monte que no defendió la ciudad, exiliado en Córdoba, y que lo costaría el cargo, aunque nueve años después sería ascendido a Mariscal de Campo.

Paseando por la ciudad oriental invadida, el general inglés dijo a un lugartaniente, que “nunca expondría a sus tropas a una prueba tan desventajosa como la de luchar en las calles de una gran ciudad como Buenos Aires compuesta enteramente por calles como aquellas” Un verdadero acierto que curiosamente no siguió en estas costas donde optó por combatir casa a casa. Avisados por el estanciero Pedro Duval del desembarco en la Ensenada de Barragán de casi 8000 hombres, 18 piezas de artillería y 206 caballos, un 28 de junio de 1807, el Cabildo con Liniers y Álzaga, a la cabeza, comienzan las tareas de fortificación y defensa de la ciudad y alrededores. Encontraron los invasores extranjeros tierra arrasada, y gauchos que los hostigaban a su paso en pequeñas escaramuzas, mientras avanzaban desde Quilmes hacia el puente Gálvez -actual Puente Pueyrredón. Mientras Liniers esperaba en Avellaneda con 6000 soldados, “la falta de armas impidió que la mayor parte de los vecinos integre el ejército patriótico” Finalmente los defensores los atraían hacia la ciudad; a la cual el grueso de los británicos entraron por el actual Puente de la Noria, y recorrieron por los actuales Villa Lugano y Soldati.

El ataque a la ciudad comenzó el 5 de julio, con los invasores divididos en tres grupos, con la intención de copar el Fuerte, con los duchos regimientos 87 y 38 dirigidos por los generales Gower y Craufurd. Poco pudieron hacer nuevamente estos guerreros de mil batallas contra los miles de piedras, granadas caseras, y agua y grasa hirviendo que arrojaban desde las terrazas las familias porteñas, varias cuadras antes de la Plaza Mayor. Trabajosamente, al final del día siguiente, habían podido los británicos ocupar la plaza de Toros y la Residencia. De este modo, el 7 de julio de 1807, según Walter Scott, el autor del célebre “Ivanhoe”, “Whitelocke pensó que lo mejor era concluir un tratado con el enemigo para recobrar los prisioneros británicos y renunciar así a todo intento posterior en la colonia. Por esta inconducta fue encarcelado por sentencia de la Corte Marcial -aunque fue enterrado con honores 35 años después-“ El oficial Holland describió la rendición de los hombres que habían ocupado el convento de Santo Domingo, “se ordenó que saliésemos sin armas. Fue un amargo deber; todos los sentíamos así, los soldados estaban llorosos. Se nos hizo marchar a través de la ciudad hasta los fuertes. Nada podía ser más mortificante que el paso por las calles entre la gentuza que nos había conquistado, bajas y mal hechas; cubiertas de mantas; armadas con largos mosquetes y algunos con espadas. No había orden ni uniformidad en ellos”, repitiendo la humillación del año anterior, con un ejército invasor cuatro veces más pequeño. El mismo resultado, la misma dura derrota, puso fin a los intentos británicos en el Río de la Plata -al menos, espada en mano.

“Pide el pueblo que en virtud de no haber respuesta alguna de lo que se pidió, que es quitar la Audiencia y ahorcar a cuanto traidor se conozca -cita de Felipe Pigna-, a impedir que ninguno, sea pobre o rico, salga fuera de la ciudad, pedimos que a Sobre Monte se le quite todo mando, que no tenga voz ninguna y que se le dé a Don Santiago de Liniers todo poder para que nos mande y gobierne, y si esto no se ejecuta de aquí al domingo pasaremos a degüello a toda la Audiencia por haberse opuesto. Así lo pide al pueblo”, circulaba en el agitado 1807, en un pueblo porteño camino a la Revolución de Mayo, y que sabía perfectamente de qué se trataba: ser libres y soberanos.

 

Fuentes: Luna, F. (et. al.) 200 Años. Las Invasiones Inglesas. Buenos Aires: Taeda. 2006; Lanata, J. Argentinos. Desde Pedro de Mendoza hasta la Argentina del Centenario. Buenos Aires: Ediciones B. 2002; Elissalde, R. Hombres de campo durante la ocupación británica 1806-1807 y Varela, R. Hitos históricos al Sur del Riachuelo en revista Todo es Historia. Nro. 601 Agosto 2017. Buenos Aires.

 

Fecha de Publicación: 12/08/2021

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