“Pues señor: bajó, en efecto, Rondeau a Salta. Entró en ella sin efusión de sangre, y según se dice hoy, ya está por abandonarla, o está en camino para esta. Güemes se retiró a la campaña, y desde allí la hace una desastrosa guerra de recursos. También de cuando en cuando cae como el halcón con vuelo rápido, sobre una ú otra partida, que sale con el obgeto de buscar que comer, y hace presa de ellas”, escribía abatido el primer presidente del Congreso de Tucumán, Pedro Medrano, a un amigo en Buenos Aires, el 25 de marzo de 1816. Mientras se preparaba una fabulosa reacción en Europa que pretendía recuperar sus colonias ultramar, Bolívar se refugiaba en Jamaica, el ejército patriota había sido despedazado en Sipe-Sipe, los chilenos caídos en desgracia por sus propias diferencias en Rancagua, y las Provincias Unidas del Río de la Plata como único faro revolucionario en el mundo, los futuros argentinos se embarraban en la “anarquía” odiada por Belgrano y San Martín.
La guerra facciosa y civil dejaba un reguero de muertos de Córdoba a Santa Fe y, los directatoriales porteños que reemplazaron a Alvear con el puño de Pueyrredón, buscaban afanosamente recuperar su influencia con la sombra de Artigas y su Liga de los Pueblos Libres, que ya había tenido un congreso independentista el año anterior. El mismo poeta Medrano, porteñista, federal y rosista, a quien debemos el fundamental agregado en el Acta de Independencia del 9 de julio de 1816, “y de toda otra dominación extranjera”, sufriría los vaivenes políticos que nacieron en parte, cual madre de tantos males y dolores, divisiones y exilios, en la Casa de San Miguel de Tucumán.
En un artículo anterior desarrollamos la tesis, contra la escolarmente regurgitada, acotando que no siempre Buenos Aires quiso elevarse de mandamás de los “trece ranchos”, como los “Cívicos” de Alvear y Rivadavia pensaban a las provincias en 1815, y que el federalismo porteño de Dorrego o Rosas, con sus limitaciones, intentaría un -fracasado- camino alternativo. Estanciero, por supuesto, pero más Artigas, proteccionista y confederado; menos Woodbine Parish, liberal y centralista - el cónsul comerciante fue esencial para que Inglaterra reconozca la independencia nacional, por demás- Porque además del conflicto que la carta de Medrano pone en evidencia, con el desplazado y despechado José Rondeau bajando con lo que quedaba del Ejército Auxiliar del Alto Perú, derrotado en el trasfondo por las peleas ideológicas entre “abajeños” y “arribeños”, y reprimiendo al gobernador salteño Güemes en antiguos enconos personales, se sumaban un torbellino político y centrifugador que envolvía a las Provincias Unidas en su totalidad.
“La multiplicidad de nuestros enemigos”
Cuando en marzo de 1816 Medrano ofrece el discurso inaugural del Congreso de Tucumán, con un plataforma independentista y soberana, la mente de los diputados iba en otra dirección. Nada más lejano a la solemne y homogénea imagen de los congresales de la estampa clásica de Francisco Fortuny; que hicieron más bien lo que pudieron en medio de un verdadero caos. Porque la agenda era casi interminable, y además de la Independencia y decenas de cuestiones a resolver (¡sueldos a oficiales sin tropas!, denunciaba Domingo French), estaba reptando la iniciativa del poder central en recuperar el gobierno dirigido desde el Río de la Plata. Detrás de esta maniobra política, movida por San Martín, Belgrano y Pueyrredón, más tarde Güemes, con los diputados de Cuyo, Buenos Aires, Tucumán, Santiago del Estero, y las jurisdicciones del Alto Perú -bajo dominio español-, se enfrentaban quienes sostenían al coronel Moldes, los diputados de Salta y Córdoba.
Con ellos venían detrás la voluntad de los Pueblos Libres del Sur de Artigas, las provincias del Litoral y Misiones que no enviaron diputados traicionados por el incumplimiento del Pacto de Santo Tomé, pueblos además que estaban resistiendo como podían las agresión imperialista esclavista del Brasil sobre la Banda Oriental. De alguna forma, para decirlo elegante, el Congreso de Tucumán de los argentinos dio la espalda a los orientales, futuros uruguayos, y solamente tres días antes de nuestra Independencia, el Padre de los Pobres Artigas, en el Cabildo Abierto de Montevideo, gritaría mirando al río, “la multiplicidad de nuestros enemigos sólo servirá para redoblar nuestras glorias si queremos ser libres. Los orientales sabemos desafiar los peligros”. Cuando una década más tarde, Rivadavia y Dorrego ceden la actual República Oriental del Uruguay a las apetencias brasileñas e inglesas, el daño estaba hecho.
Si la situación era compleja en la cuenca acuífera rioplatense, con el fresco recuerdo del paso devastador del ejército porteño de Viamonte por Santa Fe, que una vez recuperada por sus paisanos en marzo de 1816 “hizo flamear la bandera del coronel Artigas, como en los buenos tiempos”, comenta el federal chacarero Díaz de Andino, las otras regiones no vivían precisamente días tranquilos con el alza de los federalistas en ciernes. En La Rioja un pelea de la elite local hizo que el Regimiento de Dragones del Alto Perú, al mando de Alejandro Heredia, restituya a los sablazos al gobernador depuesto, afín al directorio. El apoyo autonomista venía de Córdoba, que con el gobernador Javier Díaz trazaba líneas con el proyecto político confederal de Artigas; con el resultado que fue la única provincia argentina que tuvo representantes en los dos Congresos de la Independencia, Arroyo de la China 1815 y Tucumán 1816.
A todo esto en Santiago del Estero, un golpe de los autonomistas al mando de Juan Francisco Borges destituye al teniente gobernador, que sería repuesto con la ejecución de los cabecillas separatistas, por orden de Manuel Belgrano. En San Luis, el Cabildo rechazaba que su representante fuese el porteño Juan Martín de Pueyrredón. Hasta en la misma Buenos Aires, el grupo de Dorrego, Soler, Pasos y Agrelo, el federalismo base del posterior “lomo negro” rosista, manifestaría “que el Pueblo de Buenos Aires quiere y desea, pública y notoriamente, reducirse a una provincia como todas las demás, que rehúsa ser Capital y quiere, como todas han querido y quieren, reducirse a una sola provincia para gobernarse como tal”, en un documento que el director interino Balcarce veía con simpatía. Sin embargo, disidencias en este mismo grupo, que no se decidía entre llamar a un cabildo abierto o a elecciones libres, hizo que Pueyrredón -y los logistas Lautaro- retomarán el control de Buenos Aires -Ciudad- sobre las demás.
¿Buenos Aires quiere ser autónomo?
La llegada de Álvarez Thomas, que traicionó los acuerdos con el artiguismo que lo llevaron a ser director supremo, comenzó la recuperación de los centralistas. Y elevó a Pueyrredón al cargo de mandatario criollo que ostentaría inéditamente durante tres años, esenciales para sostener el proyecto sanmartiniano contra viento y marea; incluso contra la oposición de Belgrano que siguió insistiendo en la vía libertadora por el Alto Perú durante todo 1816 -apoyado en los levantamientos indígenas y la exitosa guerra gaucha, por algo el famoso Rey Inca propuesto por éste prócer unos días antes del 9 de Julio. Frente a un Pueyrredón aún por dimensionar, con aciertos y errores, se encontraba la esperanza de los autonomistas, el acaudalado coronel José Moldes.
Salteño, patriota de la primera hora, héroe del Alto Perú, y principal financista de la guerra gaucha que sostuvo la emancipación latinoamericana, pero de una personalidad difícil, Moldes fue uno de los primeros furibundos antiporteños que bregó con que “no se organizará la Nación hasta que desaparezca Buenos Aires” -curiosamente, la ciudad le dio un calle en Colegiales. Quien se dice moriría envenenado en ¡Buenos Aires! en 1824, preso de Belgrano y San Martín, tenía todos los números cuando se discutió en Tucumán quién sería el nuevo Director Supremo. Belgrano y San Martín fuera de escena, ocupados uno en reorganizar el ejército argentino, y el otro en crearlo, quedaba su amigo Güemes en la otra esquina. Y su compañero salteño, la figura más popular en el paisanaje, como Artigas, en una reunión con el diputado Castro Barros, enviado por los logistas, y con la promesa centralista de que se iban a encargar de su enemigo personal Rondeau, entonces, digamos, que Don Martín invirtió la taba. Y el destino de los argentinos.
Con Moldes afuera, a quien ni siquiera dejaron asumir como diputado inventándole un falso proceso por “traición a la Patria”, podía arrancar tranquilo el Congreso de Tucumán el 24 de marzo de 1816, un paso más a la concentración política -unitaria. Entre las primeras medidas del director Pueyrredón, haciendo escuela, y con el apoyo irrestricto de Belgrano, estuvo la utilización de los ejércitos nacionales a fin de acabar con la “anarquía” que discutía a quiénes estaban sentados en el Puerto y la Aduana.
“Me muero cada vez que oigo hablar de la federación”
“¿Cuándo empiezan ustedes a reunirse? Por lo más sagrado, le suplico haga cuántos esfuerzos quepan en lo humano para asegurar nuestra suerte”, enfatizaba un impaciente San Martín en su diputado Tomás Godoy Cruz en enero de 1816, a sabiendas que para sus planes militares y políticos era ridículo liberar medio continente sin a sus espaldas un país independiente, “todas las provincias están en expectación esperando las decisiones de ese congreso: él solo puede cortar las desavenencias que existen en las corporaciones de Buenos Aires”, conocidas en Mendoza los intentos de los federales porteños de “provincializar” Y nada enojaba más el Libertador, demostrando una visión de estadista a largo plazo, que algo que huela a federal, porque entendido a lo criollo es caer en el precipicio de cualquier grieta, “me muero cada vez que oigo hablar de la federación ¿No sería más conveniente trasplantar la Capital a otro punto, cortando por este medio las justas quejas de las provincias? ¡Pero, federación!...amigo mío, si con todas las provincias y sus recursos somos débiles ¿qué nos sucederá aislada cada una de ellas?”, remataba el Gran Jefe. Dicho sea de paso, menos Argentina y Brasil, los demás países latinoamericanos se definen como unitarios aunque “descentralizados” (sic). Y ambas excepciones continentales, convengamos, es un manera de decir, eso de federales.
El Redactor del Congreso atento a las marcha de los debates, que estuvieron casi un mes entero empantanados hasta que se resolvieron cuestiones de formalidad, dejaba en claro qué se conversaba en verdad en abril de 1816, “Una serie de continuas ocurrencias que siguen el curso de las desgracias, y repetidos contrastes, ocupa la atención del Soberano Congreso…pero darán fruto de una Constitución sabía y política -será unitaria en 1819 y 1826-…un Estado libre e independiente”, cerraba el redactor fray Cayetano Rodríguez ¿Imaginaría que solamente dos meses después de la firma del acta, esos mismos diputados, en sesión secreta, pretendieron depender del soberano portugués radicado en suelo brasileño? Como reflexionaba el jefe de la flota inglesa en el Río de la Plata, en Tucumán existió un agenda pública, “para aplacar el entusiasmo revolucionario…declarando la Independencia no solo de España, sino de cualquier potencia”, y otra realpolitik, que intentaba despejar sin miramientos los enemigos políticos, en particular la “chusma” del Litoral de Artigas y sus socios provincianos.
En el sentido que señala Alejandro Morea, apoyado en trabajos críticos a las historias oficiales omuchachistas, y rescatando a José Carlos Chiaramonte, Marcela Tavernasio y Gabriel Di Maglio, entre otros, “-lo acontecido con Moldes y otras discusiones sobre formas de gobierno- son el reflejo de las tendencias existentes -en disputa irreconciliable-...y -en su seno- coexistieron -no- sin contradicción los partidarios de una soberanía unitaria y los de un plural. E incluso desde la elección de Pueyrredón, la tendencia centralista ganó terreno en el Congreso e intentó bloquear las iniciativas de sus rivales en el cuerpo y acorralar a sus rivales en los mismos espacios provinciales”, con un punto final fratricida que volvería a la supremacía a los, ahora sí llamados federales, después de la batalla de Cepeda en 1820. O cuando los caudillos López y Ramírez estuvieron a pocas leguas de cumplir el sueño de Moldes.
“Eh, bien: ya está abierto el Congreso: ya se han cumplido los deseos de los pueblos, ya se ha respondido al grito unísono de todas las Provincias ¿Y qué nos durará? Yo no lo sé, ni puedo calcularlo ¿Y usted? Tampoco ¿A quién le preguntaremos?” Pedro Medrano, 19 de marzo de 1816. ¿A quién?
Fuentes: Morea, A. H. Tensiones políticas en las Provincias Unidas. Federalistas y centralistas en torno al Congreso de Tucumán en 200 años de la Independencia Argentina. Congreso de la Nación. Buenos Aires. 2016; López de Rosas, J. R. Entre la monarquía y la república. Buenos Aires: Ediciones La Bastilla. 1976; O´Donnell, P. Los héroes malditos. La historia argentina que no nos contaron. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. 2004
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Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.