¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónLos vidrios del Hotel Español estaban por estallar. Policías y botones hacían una doble fila para contener a los cientos de enfermos, venidos de todos los rincones, millonarios y pobres, y que dejen almorzar tranquilo al nuevo Mesías. “¡Viva el Dios de la Humanidad!”, vociferaban, y el vasco Fernando Asuero, sonría, engullía, eructaba. Había arribado con la milagrosa Asueroterapia, que prometía bajar de peso y curar la ceguera. En el medio, lo que quisieran creer las familias desesperadas. Repudiado por la comunidad médica internacional desde antes de pisar el Río de la Plata, a bordo del célebre transatlántico Cap Arcona, los sucesivos fracasos de la supuesta cura, y los miles de pesos que embolsaba, motivaron un pronto proceso judicial, con entrevista al presidente Yrigoyen en el medio, y una indeclinable invitación a dejar Argentina, a poco más de tres meses “Asuero fue un yrigoyenista más”, titulaba el diario Crítica, echando leña al fuego del golpe del 6 de septiembre. Y un vil estafador, jugando con la salud y la fe de los pacientes, colaboró inesperadamente en el primer atento a la República en 1930.
Durante meses el diario de Natalio Botana, y otros más, estuvo publicitando la cura de Asuero, que consistía en hurgar narices con afilados estiletes hacia el nervio trigémino; que podía causar algún alivio transitorio a los doloridos pacientes pero jamás la cura de afecciones severas, ni mucho menos. Los asueristas, como se empezaron a conocer a médicos asociados con el español, abrieron infinidad de clínicas en las principales ciudades, la más conocida en Azcuénaga al 100 de Buenos Aires. Inmediatamente tuvieron en lista de espera a 10 mil pacientes. Tardaría casi una semana en atender el hispano, un pariente, Luis Fourvel, no se supo bien de qué, y con el plato al lado del jamón serrano y un vermouth, gritó “¡Ya estás curado!”, con unas gotitas de sangre en la cara del incauto, aún morado “¡Setenta mil pacientes me esperan! ¡Y tengo una entrevista con el presidente Yrigoyen, le traje un bastón del rey!”, repetía a los periodistas, que empezaban a dudar del doctor Asuero al enterarse de que el obsequio se conseguía en cualquier local de baratijas de Madrid.
En boca del ministro Elpidio González, que se hospedaba en el mismo hotel que Asuero, como mucha de la cúpula radical en avenida de Mayo al 900, el diario Crítica empieza burlarse de la “trigeminomanía”, “Doctor Asuero, por favor, hacía/tiempo que a usted se lo esperaba/…pero no habrá que perder el ánimo, /el presidente acepta la cosa,/Venga con esa pinza misteriosa/a tocarle el magnánimo trigémino” Y mientras se acumulan las pruebas, y testimonios, de enfermos que nada mejoran, o empeoran directamente, cerrando una clínica asuerista en Rosario, o revelando que Don Fernando sólo atiende personalmente billeteras abultadas, se suceden sketches en los teatros. En el Sarmiento se presenta “La Asueroterapia en Buenos Aires” y el popular Florencio Parravicini tendría un éxito imparable con “Nena…tócame el trigémino” Radio Belgrano emitía “La Hora de la Asueroterapia”, con la orquesta de Antonio Sureda, y los guiones de un debutante, con los años imprescindible de la radio y la tevé, Abel Santa Cruz. Y hasta tuvo el doctor su éxito tanguero en disco de pasta, “Operate el trigémino” de Manuel Colominas, orquesta de Minotto di Cicco, “Seguí mi consejo/Lo que vos tenés/es que tu trigémino/se puso el revés” Las olas estaban por romperse en una realidad que golpeaba cuarteles.
Había nacido en San Sebastián, en la región vasca de España, en 1886. Hijo de una familia de galenos notables, en su juventud lo describían las amistades, “hombre jovial, siempre de buen humor, que habla a voces, anda a saltos y ríe siempre”. A principios de siglo fue arquero del Athletic Club, de allí un sobrenombre que no le agradaba, Pitón. Nadie pudo corroborar el título de médico de Fernando Asuero, como tampoco nadie dudaba de la afinidad con el dictador Primo Rivera, en el poder desde 1923. A partir de ese momento, este oscuro personaje, adepto al espiritualismo al igual que el inspirador del falangismo, ascendió meteóricamente como el “Curatodo” a través de peligrosas intervenciones en las mucosas, vagamente inspiradas en los estudios de reflejoterapia del francés Pierre Bonier, ya ampliamente cuestionados a principios del veinte. Los primeros supuestamente curados, empezando por el proto fascista dictador español, dieron un crédito enorme a Asuero, que la prensa no hizo más que azuzar, como harían sus colegas argentinos unos años después. En aquellos tiempos Asuero ocupó el Hotel Príncipe de San Sebastián a fin de transformarlo en clínica y hospedaje. Resultó una empresa formidable, mientras duró en el poder su amigo dictador, sin turnos libres por meses, y habitaciones a precios exorbitantes a nacionales y extranjeros, a veces con semanas que el doctor no manipulaba sus mágicos estiletes.
“La vergüenza de la ciencia española” advertían las asociaciones profesionales compatriotas. Poco importaba esto a los comerciantes de la zona que incrementaban exponencialmente los alicaídos ingresos, de una Europa retrasada, y defendían el asuerismo, el imán del “turismo medicinal” (sic). El 30 de mayo de 1929 con motivo de su cumpleaños más de 30.000 personas se agolparon en el hotel.
“Clínica del doctor Asuero, Hotel Príncipe, San Sebastián. Muy señor nuestro: Pida turno para dentro de veinte días. Atte. Asuero” eran los miles de volantes que circulaban en el Viejo Continente, y que estaban respaldados por noticias increíbles de paralíticos que volvían a caminar o sordos que atendían teléfonos “¡Miren, curé otro paralítico! ¡Miren las muletas!”, gritaba Asuero desde la puerta del hotel, cada tanto. Sin embargo en los primeros meses de 1930 el interés en su método, y los clientes, caían en picada. Ortega y Gasset le espetaba un “charlatán irresponsable” y los científicos españoles despachaban un “curandero medieval” Sin embargo el golpe letal es la caída de la dictadura de Primo Rivera, su protector. Asuero intenta una tardía defensa científica, sin prédica, en el libelo “Ahora hablo yo” Escapa a Italia pero el parlamento increpa al gobierno fascista de Mussolini y Asuero raudo parte a nuestro país. Poco estaría entre nosotros, y con algunas visitas cuestionadas en Latinoamérica, vuelve a su San Sebastián, donde fallecería aún envuelto en la polémica en 1942 “Mi método posee un factor personal difícil de definir que contribuye a la formación de un estado psíquico”, justificaba críptico Asuero, y toca que toca el trigémino; la mayoría de la veces con resultados desastrosos para los pacientes porque dejaban las indicaciones médicas.
Cuando los primeros muertos son noticia, no tanto por el método asuerista, sino porque las enfermedades reales necesitaban reales tratamientos urgentes, el mundo médico nacional reacciona con enjundia. Con el recuerdo del fraude de Otto Neumeyer de 1928, que también prometía curas milagrosas y terminó arrestado en Mendoza, los profesionales acusan por al igual al español como al presidente Yrigoyen. Faltan menos de 60 días para el golpe militar y los sectores bien pensantes mezclan el sombrío estafado, también “Llamamos la atención a las autoridades policiales y sanitarias sobre la flagrante violación de la legislación argentina realizada a diario por dicho facultativo, hace notar que en esta clase de asuntos la prédica deliberada hecho por los órganos periodísticos, favorece la reiteración de los actos de curanderismo y charlatanerismo”, en una declaración de la Asociación de Medicina Legal y Toxicología, 4 de junio de 1930. Seis días después el Departamento Nacional de Higiene pide el procesamiento de Asuero por ejercicio ilegal de la medicina -el doctor hispano no había tampoco revalidado el título- “El país ha sido colocado en el último tramo de las naciones civilizadas…el presidente Yrigoyen seguramente se ha hecho tocar el trigémino -con un delincuente- y como quiere el mal a su pueblo, nos hace pasar este trance…nos ruboriza a todos”, editorializaba Botana en su diario Crítica. Asuero sería citado a Tribunales el 14 de junio a las 16.30 pero antes debía atender un asuntillo. El presidente Yrigoyen esperaba en la Casa Rosada a las 15.
Llegó impuntual, venía de bailar y beber en La Boca, “¡Que viva el cachoteo!”, gritaba el doctor Asuero, medio cuerpo fuera del auto, a quienes se cruzaran por Paseo Colón. La reunión con Yrigoyen dura unos cincuenta minutos a puertas cerradas. La multitud acostumbrada esperaba al Curatodo en el Palacio Judicial y, finalmente, lo vitorean a las 17.25. Desde presidencia llega un funcionario de segunda línea, pide las disculpas del caso (sic), y afirma que dieron un plazo de tres días al español para que deje el país. El juez Ortega arranca así una de las requisitorias más delirantes de la justicia argentina, “¿Usted tiene título para ejercer la medicina en este país o alguna autorización?” y Asuero, “¡Ninguna! Trato a los enfermos porque me lo ordena mi sentimiento. Debo aclarar que si en este mismo despacho encuentro a alguien que sufriera, lo curaría… Y es que tiene gracia llamarme a mí, curandero. A mí, que voy a suprimir todas las farmacias del mundo. Arrasar con ellas. Esta campaña que se me hace no es otra cosa que la campaña de siempre. Los grandes capitalistas de productos químicos que me temen y me odian… en esta Capital llevo nueve casos de haberle dicho a los familiares del paciente: éste se muere. Y con mirarle a los ojos, ya lo sé”
Al juez no dejó otro recurso, además Asuero visiblemente exaltado, que dictar la prisión preventiva, aunque a la hora quedó en libertad “Ya sé, chicos, Yrigoyen me quiere” Permaneció escondido dos semanas en el Hotel Español, liquidando las cuentas de las clínicas asueristas, y, el último día, temeroso que la justicia argentina lo detenga, vivió en el lujoso vapor Asturias. Una multitud despidió al doctor y la trigeminomanía en el puerto, un 29 de junio de 1930, con la figura bonachona de Asuero que repartía “¡Viva la Argentina!” Proa a Cuba donde Miguel Matamoros lo esperaba con el son “Andá que te opere Asuero”.
“Porque si el asuerismo fue un burdo negociado reprochable, significó para la oligarquía y sus secuaces ávidos de reconquistar el poder, la síntesis acabada de lo que ellos entendían por radicalismo”, reflexionaba Ernesto Goldar, “la chusma radical, proclive a las expresiones degradantes de la milagrería y ocultismo necesita de la lección moral de los ilustrados para ponerla donde corresponde y sacarla de la Casa de Gobierno para volverla al arrabal” La dictadura uriburista, los hacedores de la Décade Infame, hurgarían pronto las narices de la democracia y las instituciones.
Fuentes: Goldar, E. Asuero: Trigémico y política. Los excéntricos. Buenos Aires: Editorial Todo es Historia. 1977; Canaletti, R. Crímenes sorprendentes de la Historia Argentina. Buenos Aires: Penguin Random House.De Bolsillo. 2021; Elpensante.com
Imágenes: TN
Fecha de Publicación: 28/12/2021
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