¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“Estaba el gaucho en su pago/ con toda siguridá:/pero aura... ¡barbaridá!/ la cosa anda tan fruncida,/ que gasta el pobre la vida/ en juir de la autoridá” en el segundo canto de la Ida de Martín Fierro. Quizá uno de los más conocidos versos eleva la figura rebelde y matrera del gaucho, el culto al coraje, un proto anarquismo, que tanto deploraba el mayor Jorge Luis Borges, uno que gustaba al joven Georgie, Jorge Luis criollista e yrigoyenista. Sin embargo unas sextillas más arriba aparece una clave que contradice la idílica libertad del gaucho, “Aquello no era trabajo,/más bien era una junción,/y después de un güen tirón/en que uno se daba maña, /pa darle un trago de caña/solía llamarlo el patrón”, el personaje fantasmal que permite que el gauchaje viva en su chacrita con mujer e hijos, siempre y cuando sea un buen peón del patroncito. Hernández hace renegado a Martín Fierro contra el Estado Argentino, y su errada política de enganche de la milicia, en los tiempos de los fortines, y no contra quienes empezaban a cercar la inmensidad de los pampas. Y reforzará esta tesitura en la Vuelta del Martín Fierro, un clavo más sobre el criollaje que empezaba a ser un recuerdo, tal cual clamaba la Sociedad Rural. No es novedad en su pensamiento porque José Hernández desde sus comienzos en el periodismo y la política estaba enfrentado al centralismo porteño, mercantilista, pero no al proyecto liberal-terrateniente, ambos decididos a no economizar sangre de gaucho, unos en el degüello, otros en las tareas de campo “Los hermanos se organicen/y estén siempre vigilantes…/nadie sabe en qué rincón/se oculta el que es su enemigo”, el consejo de “Fierro” a sus hijos en el film de Pino Solanas de 1975, una de las miles de transposiciones en el arte nacional del Poema Argentino por mérito propio y apasionadas lecturas ajenas, ¿cuál enemigo?
Sabido es que Hernández, hijo de Buenos Aires como le gustaba definirse en Paraná o Montevideo, durante largos años participó de los intentos de la Confederación Argentina de integrar a la rebelde provincia, sentada en el barril de oro de la Aduana, el campo y el negocio extranjero. Fue un chupandino contra los atropellos del pandillerismo del mitrismo porteño, se horrorizó del sitio a la heroica Paysandú en el primer estertor de la Guerra contra el Paraguay, se alió con el caudillo López Jordán, denunciando al “traidor” Urquiza, su antiguo empleador, y sufrió la persecución –aunque no tanta parece, ya que iba y venía de sus propiedades bonaerenses en la actual San Martín -, y lanzó ese atronador panfleto político que hoy conocemos como el “La Ida del Martín Fierro”, en un lujoso hotel frente a la Casa de Gobierno. Menos es la pertenencia a la clase terrateniente bonaerense que buscaba un programa político en los agitados tiempos previos a la federalización de la Capital. Uno que se enfrentara el ciego mercantilismo centralista pero que no cuestionaba las máximas de Sarmiento y Alberdi, durante la presidencia del Maestro de América, en tanto transformar el país en una gigantesca factoría de materias primas. Para ello un retornado Hernández a la Reina del Plata, tras una década de ausencia, participa en 1868 de un diario que trae una novedad, en palabras de Noe Jitrik, la opción de convertirse a un órgano de difusión programático de un partido político, digamos ruralismo terrateniente, y que incluye una clave posterior para la comprensión del Martín Fierro, “abolición del contingente de frontera y elegibilidad de las autoridades municipales –elegir justicia, policía y educación hasta la curia, luego el reclamo de “escuela, derechos e iglesia” del poema argentino- José Hernández, director del diario Río de la Plata.
Allí encontraremos la defensa del colectivo perjudicado por el autoritarismo estatal, el gauchaje en vías de extinción, Estado que lo envía injustamente, contra su voluntad, a la mal defendida frontera contra el indio –en el sistema corrupto instaurado por la Colonia y perfeccionado por Rosas. Este órgano “único defensor de la campaña”, de democratización radical y justificación del liberalismo mercantil, “un contratista particular tiene más derechos que el gobierno”, rubricaba el autor del Martín Fierro el 8 de septiembre de 1869, sostiene una denodada campaña por los derechos del gaucho, a fin de que no sean carne de lanza india, a fin de que puedan ser proletarizados, “¿Qué se consigue con el sistema actual de los contingentes? Empieza por introducir una perturbación profunda en el hogar de la campaña, arrebatado de sus labores…¿Qué tributo espantoso es ese que se obliga a pagar al habitante del desierto? (conocida también la postura despectiva del Martín Fierro frente a los pueblos originarios; en Hernández no entran en la agenda, menos después de la autodenominada Campaña del Desierto que apoyó, funcionario de segunda línea del roquismo) ¿Qué privilegio monstruoso es ese que así se quiere acordar a los capitales? Parece que las leyes protectoras no se hubieran hecho para el territorio sino para la ciudad”, y remataba con un pregunta que habrá aterrorizado a más de un niño bien, “¿por qué no se hace extensivo el servicio de frontera a los hijos de la ciudad?”. Con real malicia, pero no sin pionera perspicacia, Milcíades Peña acota que exclusivamente “contra todo esto –la burguesía porteña que descargaba sobre las espaldas del gaucho la defensa de las ciudades, dejando a sus pares terratenientes sin mano de obra- que perjudicaba al gaucho en sus huesos y al estanciero en sus pesos, protesta Hernández”
“La frontera debe ser guarnecida por tropas de líneas” era el reclamo de la Sociedad Rural desde prácticamente 1866, año de fundación; institución que fue entusiastamente saludada en su tercer aniversario por el diario Río de la Plata de José Hernández –los biógrafos aún no concuerdan quien financió la efímera publicación, algunos sostienen que los estancieros litoraleños, influídos por Urquiza que aspiraba a volver a la presidencia; otros que fueron los terratenientes bonaerenses, varios impulsores de la Sociedad Rural, apoyado este análisis en la escasa confrontación con la presidencia Sarmiento, a quien poco años antes había tildado Hernández de loco y salvaje unitario. “Los representantes de la novel Sociedad Rural –aparece en los Anales de la institución en 1870- ya poniendo en juego la valiosa influencia de personas respetables o bien dirigiéndose al Superior Gobierno para exponerles el voto del gremio de los hacendados hacia para que cuanto antes se tomasen medidas que de una vez librasen al pobre habitante nacional de la campaña de tener que abandonar sus hogares y su familia en la miseria para ir a guarnecer las fronteras de una manera inconducente e indefinida”, en una línea editorial que coincidía con la anterior citada de Hernández. Aunque mejor retrataría esta defensa de los intereses estancieros bonaerenses, pero también del litoral, sería en el Martín Fierro.
“Cantando estaba una vez/en una gran diversión;/y aprovechó la ocasión/como quiso el Juez de Paz.../se presentó, y ahí no más/hizo una arriada en montón” en el conflicto originario que llevaría a Fierro a la frontera, “Ansí empezaron mis males/lo mesmo que los de tantos”, gauchaje y estancieros. Como señala Carlos Gamerro, es curioso que nuestro poema supuestamente voz de los sectores populares no cuestione al más obvio antagonista del gaucho, el terrateniente como en Pedro Páramo de Juan Rulfo y varias novelas fundacionales latinoamericanas, sino a los representantes del Estado, los representantes de la Ley. Por el contrario la Ida y la Vuelta están repletas de valoraciones positivas del patrón, un mundo feudal antes que moderno, y que a la vuelta de la página iba a cancelar la ídilica postal de Hernández, “Tuve en mi pago en un tiempo/hijos, hacienda y mujer” Los títulos eran de otros.
Como sostenía Tulio Halperín Donghi, releyendo los trabajos de Peña, aquella primera institución con la dirección de Eduardo Olivera, un gran terrateniente del sur bonaerense y empresario de transportes, que propendía que la aristocracia de la tierra construya sus palacios en las estancias –como lo haría en el actual Parque Avellaneda porteño, un pequeña parte de sus extensas propiedades porteñas; aún se conserva el casco-, “-a sus integrantes les toca- vivir en el campo, mejorar nuestras propiedades, descentralizar nuestra vida urbana, dar a nuestros paisanos el ejemplo del trabajo y pruebas prácticas de nuestros deseos innovadores” En la misma línea de Hernández, que proyectaba a los estancieros impulsando la Argentina pastoril del mañana, la única posible en su razonamiento sarmientino, Olivera también anota que los paisanos deben regirse por las “leyes inmutables de la moral y la familia” y, una ley suprema, “al amor supremo a la propiedad que Dios ha puesto en su corazón” En estos documentos de los Anales de la Sociedad Rural, Olivera adelanta además el “ensanche de la propiedad territorial” en 1870; algo que el avance roquista haría realidad a fin de siglo, con millones de hectáreas en pocas manos, destruyendo uno de los fracasos más exitosos argentinos, la colonización agrícola. Por otra parte, señalaba a Gran Bretaña como el “natural” mercado a colocar la producción de nuestros campos, el trabajo de aquellos gauchos/peones, tal como definía en el diario Río de la Plata de Hernández, “el nudo de unión de pueblos destinados a comprenderse y apreciarse –unidos en el destino desde la Revolución de Mayo-…-revindicadas en las actuales- gestiones acerca de la libre navegación de los ríos...adhesión prestada -por los ingleses-“
Una síntesis de la ideología estancieril de Hernández, idéntica a la que defendían Olivera, Senillosa y Martínez de Hoz desde los salones lujosos de Buenos Aires, aparece en una carta dirigida a los editores de la octava edición del Martín Fierro, “Antes no se admitía la idea de un pueblo civilizado sino cuando había recorrido los tres estadios de pastor, agricultor y fabril…en nuestra época, un país cuya riqueza tenga por base la ganadería, como en la provincia de Buenos Aires, puede no obstante ser tan respetable y civilizado como el que es rico por la agricultura o el que lo es por las minas abundantes, o por la perfección de sus fábricas…la ganadería puede constituir la principal y más abundante riqueza de una Nación y esa sociedad, sin embargo, puede hallarse dotada de instituciones libres…tener un sistema rentístico debidamente organizado…mientras la ganadería constituya la fuente principal de nuestra riqueza nacional, los hijos del campo, designados por la sociedad con el nombre de gauchos, son un agente indispensable para la industria rural” Unos años más tarde en la “Instrucción del Estanciero. Carácter moderno de la industria pastoril”, editado en 1882, un libro extraño y poco conocido, ya que más que instrucciones prácticas, que debían observar las experiencias extranjeras, Hernández decide asentar las bases ideológicas del ruralismo terrateniente argentino. Para ese momento, con el tremendo best seller de la Ida y la Vuelta del Martín Fierro, miles de ediciones de esta pedagogía del gaucho en tránsito al peón, Hernández “ganaba muchísimo dinero pese a que proliferaban las ediciones clandestinas del poema, que el el autor combatía judicialmente”, enfatizaba Manuel Gálvez, y tiene dos enormes estancias, un campo, mil novillos, dos casas, dos conventillos para inmigrantes en Buenos Aires, dos grandes terrenos en Rosario, aparte de la quinta en Belgrano, en las actuales avenida Cabildo y José Hernández. Ya era el Senador Fierro.
Con estos documentos parece compleja la construcción de un Hernández paladín de los pobres de la campaña, que fue una construcción de sectores de izquierda durante casi todo el siglo XX, desde anarquistas y marxistas a peronistas de los setenta. Quizá quienes mejor comprendieron la letra chica detrás estos “males que conocen todos/pero naides contó” fueron los sectores de la derecha, no la reaccionaria –que intentó rescatar el gaucho violento y anticosmopolita, tacuara en mano-, sino aquella ilustrada, desde Leopoldo Lugones y Ricardo Güiraldes a la denominada vanguardia artística de Martín Fierro, liderada por Borges y Oliverio Girondo. Como acota Martín Kohan en “La Vanguardia permanente” (Planeta.2021), retomando a Beatriz Sarlo, si existe una característica de la alegre muchachada de Florida en los veinte, es el reformismo y la moderación, idéntica actitud que Hernández sostuvo desde sus inicios en la política con los federales porteños. Ninguna ruptura con el orden establecido. Y sería “Don Segundo Sombra” del estanciero Güiraldes, otro martinfierrista, la culminación del proyecto hernandiano, en el suave pero firme lazo del patrón “La ley se hace para todos,/más sólo al pobre le rige…no la tema el hombre rico,/nunca la tema el que mande”, en la payada con el moreno Picardía, en la Vuelta del Martín Fierro, cuando algunas cuestiones empezaban a cambiar, se fortalecía la oligarquía en poder hasta 1916, y era hora de ponerse a arrear ganado en la estancias, de sol a sol, recientemente alambradas, “Bien lo pasa hasta entre las pampas/el que respeta a la gente/el hombre ha de ser prudente (lo dice el mismo Martín Fierro que siete años prometía “ser más malo que la fiera” ¿Qué cambió? Roca había pacificado el “desierto” y había 20 mil leguas para trabajar)/ para librarse de enojos;/cauteloso entre los flojos;/moderado entre los valientes”
Entonces no es lo mismo José Hernández, de un coherente pensamiento estancieril que fue incumbando de joven arriero en la Laguna de los Padres a veterano senador bonaerense que defiende los intereses de los latifundistas, que el Martín Fierro, de miles de aristas, incluso anarquistas, impensadas por el mismo reformista autor. Entonces es también entender que la defensa de los derechos al gaucho, el gran tema del Martín Fierro, era la clave para los intereses del ruralismo terrateniente y del proyecto agroexportador de la Argentina, granero del mundo; de allí la revalorización de la generación del Centenario cuando empezaba a caer el poema hernandiano en el olvidoy se resentía el modelo hegemónico económico. Aún debemos ubicar al imponente José Hernández, un intelectual descomunal, un brillante poeta, en el contexto social y los intereses históricos. Porque, por ejemplo, el archicitado de “los hermanos sean unidos”, que en la época de la escritura original podría aludir a una impronta anti inmigratoria, racismo larvado, ¿unidos a quién? ¿Y cómo? ¿seremos al fin hermanos? Por algo el Martín Fierro es un clásico, porque sigue siendo una máquina de pensar/nos, “con su cuchillo pa´ seguir”
Fuentes: Jitrik, N. José Hernández. Buenos Aires: Centro de América Latina. 1971; Peña, M. De Mitre a Roca. Consolidación de la oligarquía anglocriolla. Buenos Aires: Ediciones Ficha. 1975; Feinmann, J. P. Filosofía y Nación. Buenos Aires: Legasa. 1982; Hernández, J. El Gaucho Martín Fierro. La Vuelta de Martín Fierro. Buenos Aires: Editorial Policial. 2004.
Imágenes: Argentina.gob / Cultura.gob
Fecha de Publicación: 10/11/2021
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