Durante la Guerra de Malvinas la discriminación fue moneda corriente en el trato entre oficiales y soldados conscriptos. Los sobrevivientes cuentan terribles historias de hambre y, una vez que los británicos reconquistaron Puerto Argentino, galpones llenos de alimentos a disposición de los superiores. O, en lo peor del combate, tenientes que enviaban a primera línea a soldados con un sola práctica de tiro, solamente por el hecho de ser “cabecitas negras”, santiagueños, correntinos y bonaerenses. Pero hubo un reducido grupo que mereció los flashes mediáticos, una puesta en escena en Comodoro Rivadavia, y que estaba viviendo a oscuras una guerra a dos frentes, “contra los ingleses y contra los militares antisemitas”. Fueron los chicos de la guerra judíos. Este 2 de abril, Día del Veterano y los Caídos en la Guerra de Malvinas, próximo a conmemorar la lucha de un pueblo contra la usurpación extranjera, usurpado este sentimiento a su vez por el gobierno de facto en 1982, pensemos en que esa guerra también mostró una faceta nacional a la cual debemos decir Nunca Más.
Uno de los primeros indicios del maltratado a los argentinos descendientes de hebreos, practiquen o no el judaísmo, quedó rápidamente registrado en el seminal “Los Chicos de la Guerra” de Daniel Kon, publicado unos meses después del desastre militar conducido por los irresponsables mandos de las Fuerzas Armadas. En el epílogo de la edición de agosto de 1982 se podía leer en “Otras historias”, unas pocas líneas para futuros ejercicios de memoria frente al demalvinización que pisaba –y pisa- vidas, “la historia de Jimmy, el chico judío, de formación ortodoxa, castigado por un suboficial por robar comida. Sigue internado en un hospital militar recuperándose de principios de congelamiento en varias partes del cuerpo”. Aunque luego se supo aún más de los inhumanos castigos a la tropa, muchos dejados días sin alimento ni ropas por un demente sentido de la autoridad, pasaron casi treinta años para que un libro se ocupe detenidamente de la situación de los judíos argentinos. Fue con “Los rabinos de Malvinas. La comunidad judía argentina, la Guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo” de Hernán Dobry (2012), una suerte de desprendimiento de su investigación sobre la comunidad israelí durante el proceso militar. Allí surgiría una de las clave de la futura puesta para la prensa en Comodoro Rivadavia con el rabino Baruj Plavnick, quien rodeado de militares y conscriptos oficiaba la ceremonia del Shabat, una tarde de sábado de un 15 de mayo, “me puso nervioso tener a los militares cerca porque para mí eran violadores de los derechos humanos”, recogía Dobry el duro dilema moral Plavnick ¿La clave? Israel era casi el único país que vendía armas a los militares argentinos. Los mismos que en sus campos clandestinos torturaban sádicamente a judíos detenidos-desaparecidos, o recitaban citas de Hitler mientras picaneaban a mujeres de la colectividad. Un tiempo nefasto donde abundaron los dilemas.
No debemos desechar tampoco que se deseaba impresionar a los judíos en el mundo, especialmente a los norteamericanos, con una quimérica idea que influirían en el gobierno de Reagan. Aunque parezca mentira aún persistían en las cabezas de los militares los infames Protocolos de Sion y el Plan Andinia, “financiado por banqueros judíos de Wall Street” Hasta último momento fueron denodados los esfuerzos de los jerarcas argentinos para que las principales comunidades judeoargentinas, la DAIA - Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas - y la AMIA - Asociación Mutual Israelita Argentina-, acompañen misiones diplomáticas a Estados Unidos.
En tanto los máximos responsables apuntaban a congraciarse con el gobierno israelí, y eso sustenta la inédita acción ecuménica de incorporar rabinos al Teatro de Operaciones de Malvinas en el sur argentino, que fueron en total tres, Plavnick, Efraín Dines y Tzví Grunblatt, sus subordinados infringían todo tipo de tropelías a los pocos soldados israelíes en el frente, unas pocas decenas frente a los casi 23 mil movilizados. Algo que no sorprendía las víctimas de la discriminación porque eran escenas habituales de la conscripción, “había un cabo que, cuando hicimos la instrucción, se paseaba canturreando, “Ahí viene Hitler por el paredón, matando judíos para hacer jabón”, recuerda Pablo Kreimer, “Un día me dijo, ¿sabe que Hitler también fue cabo? Y le respondí, No me extraña, no le daría para más, como usted”, cierra de los años de la dictadura, que consideraban a los judíos entre subversivos y espías –por ello varios judeoargentinos no pasaron del continental Teatro de Operaciones del Sur. Pero las cosas empeoraron para quienes estuvieron en Malvinas.
El antisemitismo en las Fuerzas Armadas
Si bien la presencia de los hebreos no había sido un tema para el flamante ejército argentino del siglo XIX, inexistentes a otros ejércitos como el francés con casi un 1% en los tiempos del famoso caso Dreyfus, el nuevo siglo, y en especial el radicalismo, provocaron un estado de alerta en un cuerpo militar que hasta el momento funcionaba montado en un sistema de castas, y derivadas de familias patricias -y terratenientes. Por ejemplo los Alsogaray tuvieron un amplío linaje en el ejército. Pero partir de 1916 comienza a mezclarse los nuevos apellidos de inmigrantes entre los Uriburu y Alvear. Algo que se intensifica en 1928 pese a que la selección para el Colegio Militar era discriminatoria a través de los parámetros socioculturales y, a partir de 1939, de la “fe del bautismo”, o sea que se reservaba exclusivamente a los católicos. Es sugestivo que en ese hiato aparecen algunos oficiales judeoargentinos pero que no logran aprobar la Escuela de Guerra y, de a poco señala Daniel Lvovich, desaparecen apellidos hebreos en los cuadros de mando. Un proceso discriminador que se orienta en el duradero impacto que tuvo el nacionalismo de cuño hispano, y el catolicismo reaccionario, en la sociedad posterior al golpe de 1930. Además, en la profunda reorganización de la Iglesia Católica Argentina de finales de los veinte, uno de los primeros objetivos fue fortalecer –e instruir- a los capellanes de las tres fuerzas armadas. Un largo aliento antisemita queda patente en las palabras de quien fuera secretario general del Gobierno en Malvinas, brigadier Carlos Bloomer Reeve, “Nosotros venimos con una herencia española muy fuerte: el compromiso desde 1810 en donde había una capilla en cada esquina…el judío no tiene espíritu patriótico, por eso no hay muchos en las Fuerzas Armadas. Tiene otro espíritu. No tiene la vocación o no quiere entrar en un lugar que está tan comprometido con la religión”, cita de Dobry.
Esta tendencia de castas queda en suspenso durante el periodo peronista, que abre las puertas del Colegio Militar con becas y cupos para los sectores mediobajos, hijos de ferroviarios y taxistas estudian para suboficiales. Pero la ideología reaccionaria en un país gobernado “por sus generales” seguía reforzando los preceptos de un nacionalismo que odiaba cualquier expresión sospechosa de extranjería, empezando con los “conspiradores judíos” Este cuadro se agravaría con los “cursillos” de los nacionalistas de los sesenta, huevo de la serpiente de la denominada Revolución Argentina –y el Proceso- , que propagarían las fabulaciones de planes judíos para conquistar la Patagonia. Algunos de estos oficiales serían las manos sádicas de la represión después del golpe del 76, y comandarían inhumanamente a los adolescentes soldados en las frías noches de las Malvinas.
“Una persona que tuviera una ideología judía no entraba”, afirmaba un alto oficial de la Fuerza Área revisando las décadas del 60 y 70, y en donde hubo un rebrote de antisemitismo por la extradición del criminal de guerra Adolf Eichmann por agentes israelís, sin aviso al gobierno nacional, “Podían ingresar pero no terminaban, por el simple rechazo. En uno u otra forma se lo iba corriendo despacito y en la Fuerza no había ninguno. Fue, justamente, en el Ejército el que empezó a ser tan selectivo y la Marina, igual. Era preferible de chiquito decirle: Por qué no busca otro lugar, dedíquese a otra cosa, acá no va a tener respaldo. Entonces, no llegaban. Si hubiesen estado adentro, ahí hubiera surgido una lucha antisemitista (sic)” cerraba Héctor Fautario, quien tal vez instruyó a pilotos del “Grupo 6 de Caza” de Tandil, y les enseñó a volar los Dagger israelíes que pelearon en los cielos de Malvinas, y que dañaron seriamente a seis buques de la Armada Real.
El rabino de Malvinas que no fue
En una resolución del 12 de mayo de 1982 del Estado Mayor Conjunto se comunicaba al entonces gobernador de las Islas Malvinas, Mario Menéndez, que Plavnik viajaría a Malvinas, en un avión de la Cruz Roja desde Comodoro Rivadavia. Nunca ocurrió. Los militares dilataron al máximo el viaje, un parte porque no deseaban que miembros internacionales observaran el estado lamentable de las tropas argentinas, aunque también pesó el escaso entusiasmo de varios oficiales argentinos de contar con la presencia de un rabino. Con excusas se fue retrasando la misión humanitaria despechada desde Suiza, que recién tocó las islas el mismo día de la rendición argentina pero desde Montevideo. Para esa fecha era historia la llegada del rabino a Puerto Argentino, una que según Dobry tampoco anoticiada la misma delegación Cruz Roja, que suponía pondría el avión (sic) Finalmente los tres rabinos ofrecieron asistencia a los soldados en continente, que cumplían misiones de vigilancia por un posible ataque a ciudades y enclaves patagónicos, y cumplieron una notable tarea de apoyo moral, y no solamente a los judeoargentinos, hasta el fin de la guerra en Comodoro Rivadavia, Trelew-Rawson y Río Gallegos.
Del otro lado del mar, la noticia de la llegada del rabino levantó enseguida a moral del puñado de judeoargentinos “En el momento en el que fueron los rabinos al sur, yo tenía la noticia porque vino un subteniente y me dijo, ¿Usted es judío? Sí. Vinieron algunos rabinos judíos y mandaron un mensaje que pronto termine y que tengan mucha suerte. Sentí un apoyo moral y me hubiera gustado que se acercaran”, admitía Adrián Haase, aunque seguramente los rabinos, en especial Plavnik, cercano al defensor de los derechos humanos, el rabino Meyer, habrían sido de gran ayuda para mitigar los estragos del antisemitismo de parte de los militares argentinos. Silvio Katz, del Regimiento Mecanizado de la Tablada, confesó que se “me hubiera ayudado el poder decirle a alguno de estos rabinos: atacan al judaísmo y me siento judío. Tenía la necesidad de hablar con alguien que me explicara por qué yo era una mierda para los demás, porque yo no tenía la explicación dentro mío”, concluía.
“Eduardo Sergio Flores Ardoino me castigó todos los días de mi vida en Malvinas por ser judío”, enfatiza Katz, un caso líder en la megacausa por violaciones a los derechos humanos en Malvinas paralizada desde 2019, y que contiene 120 denuncias contra 95 militares, todos los incriminados de baja graduación en 1982, y que releva deleznables prácticas de "estaqueamientos", "enterramientos" o falta de suministro de alimentos, que provocaron la pérdida de entre un 30% y un 40% de la masa corporal de los combatientes llegando, en algunos casos, hasta la muerte, informa perfil.com “Me congelaba -Flores Ardoino- las manos en el agua”, prosigue Katz un relato descarnado, “me tiraba la comida dentro de la mierda y la tenía que buscar con la boca. Me trataba de puto, que todos los judíos éramos cagones y miles de bajezas más. El tipo se regodeaba de lo que me hacía, era feliz viéndome sufrir. Les decía a los demás que les hubiera pasado lo mismo si eran judíos como yo”, detalla Katz, que espera un dictamen judicial desde 2007 aunque la Corte Suprema en 2015 sentenció que esos crímenes no eran de lesa humanidad, y en 2019 el jefe del ejército del presidente Macri manifestó en el día del arma, "ciertas imputaciones pretenden echar sombra sobre el heroísmo y coraje de nuestros combatientes" Claro que hubo héroes en nuestro ejército y, como en cualquier guerra, criminales. Cabe contar, que salvo algunas excepciones, desde las asociaciones judías como DAIA existe un doloroso silencio sobre estos hechos –y olvido a los combatientes judeoargentinos.
Reflexionando aún del inexistente rabinato castrense, a la par del obispado católico, en un país de libertad de cultos, a las trabas en el avance en los casos de antisemitismo en Malvinas, los argentinos recordemos las palabras del enorme Marshall Meyer, una de los pocos voces contra la dictadura, integrante de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) a pedido del presidente Alfonsín, “Los políticos, los estadistas, los maestros tienen el deber ético y moral de impedir el olvido. Alentarlo es condenar a los pueblos a la repetición de su pasado. Me alarma la posibilidad de que se reivindique a las Fuerzas Armadas –decía en 1988 a Ernesto Tenembaum para el diario Pag/12, y con la firma de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final- cuando nunca reconocieron su culpabilidad y se jactan de lo que hicieron. Sería matar a los desaparecidos por segunda vez” Y agregamos con la buena voluntad de justicia y verdad, no olvidemos dos veces a los héroes de Malvinas judeoargentinos.
Fuentes: Dobry, H. Los rabinos de Malvinas. La comunidad judía argentina, la Guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo. Buenos Aires: Vergara. 2012, y “Armas israelíes para la última dictadura” en revista Todo es Historia. Nro. 603 Octubre 2017. Buenos Aires; Rouquié, A. Poder militar y sociedad política en la Argentina II 1943/1973. Buenos Aires: emecé editores. 1998; Rock, D. La Argentina autoritaria. Los nacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública. Buenos Aires: Ariel. 1993
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.