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Buenos Aires - - Lunes 25 De Septiembre

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Fiebre amarilla 1871: Buenos Aires, nunca tan cerca del infierno

500 muertos por día, setenta mil personas huyendo de sus casas, las memorias de la peor pandemia que sufrieron los porteños hace 150 años.

Historia
Fiebre amarilla 1871

El terrible azote del vómito negro se ensañó sobre Buenos Aires un agobiante verano de 1871, con 14 mil víctimas. Ahora bien, la suma de todos los horrores no era difícil de estimar. Corrientes perdería unos meses antes casi un cuarto de su población con el mismo virus, que venía bajando desde la Asunción hambreada y el Río de Janeiro imperial. Sin embargo en Buenos Aires las autoridades permitían el ingreso irrestricto pese a las advertencias de los médicos, por ejemplo el doctor Argerich, en buena medida, por las presiones de los comerciantes y los navieros. El gobierno del presidente Sarmiento, y el presidente del consejo municipal Martínez de Hoz, negaban la fiebre amarilla, es una “ictericia”, al tiempo de que Rosario cerraba pronto su puerto con los rosarinos en las calles, “Con la salud no se negocia” Asi que cuando llegó el primer caso confirmado en San Telmo, y que se intentó en vano ocultar a la prensa, el desastre era un hecho. Una ciudad en crecimiento descontrolado de 100 a 180 mil habitantes en pocos meses, de escasa planificación edilicia y sin agua potable, sin avenidas ni espacios verdes, con las obras demoradas de los ingleses Coghlan y Bateman, solo un trecho del ferrocarril del Oeste tenía agua filtrada para “limpiar los vapores”, se convirtió en el nacimiento oficial del “sálvese quien pueda”, o “Huye el que puede”, decía el sobreviviente Mardoqueo Navarro en su diario, recogido por Vicente Cutolo.

Buenos Aires había combatido la viruela en 1792/1794, con firmeza desde la vacuna antivariólica de Jenner en 1812, y resistió las epidemias de cólera de 1867/1868, y que eran importadas del frente de la Guerra contra el Paraguay, con un saldo luctuoso de 5 mil muertos. En aquel entonces los médicos protosanitaristas denodadamente insistían en la instalación de aguas corrientes que suplanten la toma de líquido de un ya putrefacto Riachuelo, y cloacas que reemplacen los pozos ciegos que enturbiaban los aljibes.  Eran tiempos de puja entre los médicos y las autoridades, que llegaron a conformar por ley de 1867 un oficial Consejo de Higiene para que lleve adelante propuestas y mejoras sanitarias. Buenos Aires tenía menos de un médico cada mil habitantes, en parte por una política exclusivista del gremio médico, y las autoridades nacionales, que impedían engrosar camadas de nuevos profesionales a riesgo de perder antiguos privilegios. Uno de los que batallaban frente a esta situación era Eduardo Wilde, de los primeros sanitaristas argentinos, y héroe de San Telmo y Monserrat. En 1871 no dejaría ninguna persona atrás, tal era el ejemplo que Paul Groussac, futuro director de la Biblioteca Nacional,  decidió ser voluntario observando al joven codo a codo con los enfermos, y Jorge Luis Borges todavía veía el fantasma de Wilde socorriendo en la calle México, en “El idioma de los argentinos”

eduardo wilde

Algo huele mal en San Telmo

“Ya saben nuestros lectores que no somos alarmistas”, aparecía en el diario “La Tribuna” el día siguiente al 27 de enero de 1871,  fecha de inicio de la Fiebre Amarilla en Buenos Aires, “Sin embargo tampoco podemos asumir la responsibilidad del silencio cuando creemos que la salud del pueblo está amenazada. En la Parroquia de San Telmo existe la Fiebre Amarilla”. Estos primeros casos se produjeron en Bolívar 392, hoy 1262, en un antigua mansión reconvertida en conventillo de pobres e inmigrantes. Murieron el italiano Ángel Bignollo y su nuera Colomba. La cuadra de Cochabamba, Perú, San Juan y Bolívar comenzó la escalada de la terrible enfermedad, que recién diez años después se sabría era trasmitida por el mosquito Aedes aegypti, y que se reproducía sin reparos en las condiciones deplorables de vida en los barrios del Sur. El doctor Guillermo Rawson estuvo a punto de descubrir este vector, ya que anotó que los porteños que huían a las afueras pero volvían se contiagaban cerca de zonas húmedas -ámbito de reproducción del mosquito- Pero lamentablemente para la población no pudo resolver el dilema.

El primer mes fue un descalabro de las autoridades nacionales y municipales, que huían deseseperados a las afueras, entre ellos diputados, senadores, jueces y hasta los mismísimos Sarmiento y Martínez de Hoz “Durante los carnavales -que se realizaron de todas formas pese a las advertencias de los médicos…difícil no pensar noviembre de Maradona, y diciembre, Ley de Aborto, en el pandémico 2020- Buenos Aires había perdido ya su fisonomía habitual para transformarse en un dédalo de calles donde era posible encontrar las cosas más inesperadas: una cama abandonada frente a la puerta de una casa, un sillón en equilibrio sobre un tejado, vacas y ovejas deambulando en la Plaza de Mayo. Algunos, creyéndose condenados, daban fiestas suntuosas; otros acopio de provisiones y se encerraban en los sótanos, enterrándose en vida y por mano propia. Supe de un hombre que por no salir de la bodega, terminó alimentándose de arañas, lombrices y ratones”, narra Diego Muzzio en “La ruta de la mangosta” (Las esferas invisibles. Editorial Entropía), en base a los relatos de la prensa. Otra vez, difícil no recordar la actualidad.

Wilde, Aurelio French, miembro de la Comisión Popular que se autoformó en marzo después de marchar a la Casa Rosada, 10 mil personas, y que murió el 10 de marzo junto a su esposa, el comisario Lisandro Suárez y las Hermanas de Caridad de San Vicente Paul luchaban con los medios que tenían a mano, especialmente en Monserrat y San Telmo, donde fallecerían 5 mil personas, y contra el curanderismo y los diarios masivos que desestimaban, en un principio, la gravedad del desastre sanitario “He visto…en altas horas de la noche, en medio de aquella pavorosa soledad, a un hombre vestido de negro, caminando por aquellas desiertas calles. Era el sacerdote, que iba a llevar la última palabra de consuelo al moribundo” decían los cronistas de la época, que también destacaban el asilo de niños impulsado por el cura Eduardo O´ Gorman de San Nicola de Bari. Comentario aparte merece el famoso cuadro de Juan Manuel Blanes presente en el Museo de Artes Visuales de Uruguay: en la madrugada del 17 de marzo de 1871, Manuel Domínguez, sereno de la manzana 72, alertó que la puerta de la casa situada en Balcarce 384 estaba abierta.  Al notar que nadie contestaba a su llamado, avanzó en el inquilinato, y encontró el cadáver de una mujer con una criatura mamando de su pecho.  La madre se llamaba Ana Cristina, residía con su marido enfermo en La Boca, del cual había sido conducida en el carro de pobres a esa casa que estaba abandonada. 

El tratamiento médico contemporáneo, en total desconocimiento de la causa, no pasaba de baños de inmersión e hidratación, medidas contra el miasma -malos olores combatidos con humo blanco-,  alguna acción hemeopática, que tratara de contrarrestar los escalofríos, diarrea, arritmias, y ya en los peores casos que terminaban con el deceso, sangrado generalizado, vómitos negros y delirios. Así que poco podían hacer más que confortar a los pacientes e intentar evitar el pillaje y los saqueos, que se sumaban también a testamentos fraudulentos. Un mes de Fiebre Amarilla y Buenos Aires era un camposanto asolado por bandidos, en abandono alentado por sus dirigentes en la primera vez en la historia, y que no presentaban un plan concreto. Incluso en el seno de la misma Comisión que resistía en la ciudad había divisiones internas, entre Héctor Varela y Lucio V. Mansilla por citar. Disidencias fogoneadas, además, por la -irresponsable- prensa facciosa.

En el diario La Nación del 5 de Marzo de 1871 aparecía “… la fiebre ha buscado el punto de mayor aglomeración y desaseo y lo ha atacado sin piedad. Inmediatamente que se han hecho cesar las causas de la propagación, la peste ha desaparecido encerrándose de nuevo en su guarida primaria. Sabido es que un nuevo foco de peste se había anunciado en la calle Paraguay, entre Artes y Cerrito.  Averiguando el hecho, resultó que el lugar atacado, teniendo capacidad para cincuenta personas, alojaba trescientas veinte. Pero había algo peor… con un objeto que no es fácil adivinar, el locador o dueño de esa casa no consentía que se sacasen las basuras que se hacían diariamente en ella, que no serían pocas ni de buena calidad (sic)…Allí dio su asalto la fiebre amarilla, atraída sin duda por los inmundos efluvios de aquella atmósfera, y la primera victima que hizo fue el mismo dueño o arrendatario de la casa, en seguida fue atacada su mujer y murió…” Lo que no decía este medio, muy sabido, era que allí vivían en su mayoría nuestros pioneros inmigrantes, lo que justificó apoyado por la Comisión Popular, en palabras del historiador norteamericano Alison William Bunkley, que “…se culpara de la epidemia a los inmigrantes italianos.  Se los expulsó de sus empleos. Recorrían las calles sin trabajo, ni hogar, algunos incluso murieron en el pavimento, donde sus cadáveres quedaban con frecuencia sin recoger durante horas” Casi un 50 por ciento de las víctimas fueron inmigrantes y afrodescendientes, con la discusión aún abierta si tuvo impacto devastador en la comunidad negra. En la actual Ramos Mejía se levantaban improvisadas tiendas a los vecinos que habían sido violentamente desalojados, y sus escasas pertenencias, quemadas. Muchos recién habían bajado del barco.

Mientras fallecía de la peste el mismo presidente de la Comisión, doctor José Roque Pérez, y el valiente padre Antonio Fahy, que iba de casa en casa en San Telmo asistiendo a las víctimas, los cementerios de la ciudad no daban abasto, y se robaban los ataúdes en la noche para usarlos en la mañana. La Comisión decide comprar unas chacras en Chacarita, inaugurando este cementerio porteño, y organiza el “Tren de la Muerte” que va desde al actual Abasto a la Chacarita. Fue en Semana Santa donde parecía la hecatombe definitiva con un promedio de 500 muertes por día, conventillos incendiados con razones o sin, y un decreto presidencial y provincial que declaraba feriado hasta mayo ¡recién en abril! Los fríos del otoño hicieron bajar los casos y en junio ni hubo reportes, por lo que la Comisión Popular se disolvió, y las autoridades de todos los niveles volvieron a sus palacios aunque nunca más allá de la Plaza de Mayo. Como medida posterior instatuyeron la “Cruz de Hierro de Caballeros de la Orden de los Mártires", la primera del país. Wilde se preocuparía  inmediatamente en firmar un tratado regional que alerte el avance de la enfermedad, y como ministro del presidente Roca, impulsaría una política higiniesta que logró erradicar la peste amarilla del país.

El sacrificio del hombre por la humanidad es un deber y una virtud 

Es la frase en homenaje a las víctimas de la peor epidemia que sufrió Buenos Aires, que se encuentra perdida en la inmenso Parque Ameghino de Parque Patricios -antiguo cementerio. Wilde tiene un pequeño busto en un pasillo de la Facultad de Medicina, pase de facturas al también periodista y escritor, por sus posturas laicas, impulsor de la Ley de Educación y Matrimonio Civil, y su férreo antiporteñismo. La ciudad que aspiraba el cetro de la Reina del Plata pasó rápidamente la hoja y comenzó un ambicioso plan de obras cloacales, y primeras medidas de protección ambiental, con la prohibición de los saladeros. Lo que asustaba a los porteños fue su peor rostro, la codicia, la rapiña, el fraude moral, la xenofobia y la incompetencia gubernamental, que fue salvada por la acción de los vecinos y los mismos héroes anónimos de siempre. Comparando la foto de 1871 y 2021, 150 años de por medio, ¿cambiamos?

 

Fuentes: Lobato, M. Z. Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud argentina. Buenos Aires: Biblos. 1996; Scenna, M. A. Cuando Murió Buenos Aires: 1871. Buenos Aires: La Bastilla, 1971; Sanguinetti, M. San Telmo y su pasado histórico. Buenos Aires: Ediciones San Telmo. 1965.

Imagen: Ministerio de Cultura

Fecha de Publicación: 27/01/2021

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