"Aquí yacen los restos de mi caballo Malacara, que me salvó la vida en el Ataque de los indios en el Valle de los Mártires 03/04/1884 (NdeR: la fecha está escrita mes/día/año) al regresarme de la cordillera", reza la tumba del equino que, con un intrépido salto, huyó de una emboscada de un grupo de guerreros que respondían al cacique Foyel, salvando así a su jinete, John Daniel Evans.
¿Quién fue John Daniel Evans? fue miembro de la colonia galesa que se instaló en Chubut. Con apenas tres años llegó en el velero "Mimosa" a las costas de lo que hoy se conoce como Puerto Madryn.
Con 20 años, en 1883, Evans emprendió una expedición hacia el oeste del territorio chubutense en busca de tierras fértiles y oro. Allí los siguió un cuantioso grupo de colonos. En el camino hacia la cordillera, el grupo se cruzó con un contingente militar que –en el marco de la llamada campaña del desierto– llevaba hacia Valcheta, en la provincia de Río Negro, a un grupo de prisioneros tehuelches.
Fue en ese momento que el grupo se dividió entre quienes decidieron volver hacia lo que se conoce como el Valle Inferior del Río Chubut, y quienes decidieron continuar la travesía. Uno de los que continuó fue Evans, junto a Richard B. Davies, John Parry y John Hughes.
Cuenta la historia que, en febrero del año siguiente, los cuatro colonos se encontraron con miembros de la tribu de Foyel –uno de los últimos caciques que resistió el asedio del Ejército argentino–. Allí algunas versiones difieren sobre si hubo entredichos entre los galeses y los indígenas o si estos los confundieron con militares.
Lo que sí está claro es que Evans, Davies, Parry y Hughes emprendieron el precipitado regreso hacia el este chubutense, distante a más de 600 kilómetros de distancia. Los guerreros de Foyel fueron tras ellos.
El cuatro de marzo de 1884 es señalado en el mapa como el día de la tragedia. Los indígenas los emboscaron en plena meseta, en lo que hoy se conoce como el Valle de los Mártires a los cuatro colonos. La historia dice que los encerraron y los atacaron a lanzazos. Parry, Hughes y Davies fueron asesinados allí.
John Daniel Evans, montado en su caballo Malacara, emprendió el escape que incluyó el intrépido salto de un barranco pronunciado de unos cuatro metros que lo alejó de los aborígenes, que decidieron no imitar la maniobra. Evans, gracias al Malacara, llegó con vida al valle.
Retorno a la cordillera
En octubre de 1885, John Daniel Evans –como jinete del caballo que un año y medio antes le salvó la vida– volvió a emprender una exploración hacia los Andes. En esta ocasión, acompañando al gobernador del entonces Territorio Nacional de Chubut, Luis Jorge Fontana, en la expedición que se conoció como el viaje de Los Rifleros.
En noviembre, luego de haber recorrido distintos puntos del territorio chubutense, llegaron a la cordillera donde posteriormente se fundó la Colonia 16 de Octubre, que actualmente se conoce como Trevelin. La expedición continuó hacia el sudoeste y, al final del recorrido, se logró realizar el primer mapa oficial de Chubut, que fue entregado a las autoridades nacionales.
John Daniel Evans se afincó en la colonia, de la que se convirtió uno de los referentes y jugó un papel importante en el plebiscito de 1902 en el que lo que hoy conocemos como Trevelin eligieron ser argentinos y no chilenos, ante el conflicto con el país trasandino por los límites jurisdiccionales. Eso será motivo de lectura en otra ocasión, dado que en esta ocasión el protagonista es el Malacara.
El caballo que salvó la vida de Evans vivió varios años luego de su heroico salto y de la expedición de los rifleros. Fue en 1909 que el animal falleció con 31 años. En su honor, el colono lo enterró en su propiedad, con la leyenda citada al inicio. 111 años después, el lugar donde los restos del Malacara yacen, puede visitarse y es uno de los atractivos turísticos de Trevelin.
Licenciado en Comunicación Social. Nacido y criado en Chubut, actualmente alejado del pago. Siempre que puedo, hablo de la Patagonia. Tengo buena memoria –para cosas bastante intrascendentes, pero buena memoria en fin–. Le meto ganas a lo que hago, porque sin pasión no vale la pena.