¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Jueves 01 De Junio
No estamos hablando de Súperman, sino de otro mayor por ser de carne y hueso, un hombre que hizo realidad los gritos de libertad de criollos, mestizos e indígenas. José de San Martín realizó proezas militares que superan las campañas de Napoleón en Egipto, o el cruce de George Washington del río Delaware, aquella que significó un movimiento crucial para la Independencia norteamericana. Justamente algunos cercanos del Libertador afirman que tenía estampas de ambos en su escritorio. Pero nada se compara con el Cruce de Los Andes realizado junto con más de cinco mil guerreros, no solo desde los aspectos tácticos militares, sino desde la misma organización y entrenamiento que lo hacían único en el mundo de 1817. Y eso lo logró San Martín en los tres años de la Gobernación de Cuyo donde debía comer parado casi a diario para evitar la acidez o el asma, o se despertaba a las cuatro de la mañana por la úlcera.
San Martín es uno de los próceres del que más se sabe de su salud por la sencilla razón que fue atendido por los padres de la medicina argentina, como Cosme Argerich después de la batalla de San Lorenzo, o la correspondencia familiar, tal como queda relatada su lucha contra el cólera en Francia. Incluso en sus propias cartas hay varios pasajes en que San Martín narra sus dolencias crónicas, y a pocos años antes de morir escribe: "Yo me hallaba batallando con mi periódico dolor de estómago". Muchos estudiosos hablan de las graves heridas recibidas en un asalto en 1801, mientras era teniente del ejército español, que con una perforación en el tórax pueden explicar sus recurrentes vómitos de sangre que aparecieron en el norte argentino. En aquel 1814 estaba al frente de un problemático ejército en desbandada, con los realistas que eran inexpugnables por los pasos del Alto Perú y amenazaban avanzar, y Carlos María de Alvear, algunos afirman su medio hermano, deseoso de extinguir su estrella a toda costa. Por eso algunos médicos historiadores se inclinan a pensar que las afecciones eran también una respuesta agravada por la situación nerviosa. Sea como sea, San Martín en ese año ideó la Campaña de Los Andes, postrado, afiebrado, en vómitos, y en una estancia de Saldán de Córdoba.
Y allí no terminaron sus males, la “tremenda” como él decía. La histórica gesta de enero/febrero de 1817 la hizo media a mula, media en camilla, ante la atenta mirada de sus granaderos y su leal médico José Isidro Zapata, “un peón, en las alforjas, conducía remedios y otras provisiones para el jefe, casi siempre enfermo", escribe Ricardo Rojas. Fueron ellos quienes lo llevaron hasta las puertas mismas de la batalla de Chacabuco, en la que a duras penas pudo participar por un fuerte reumatismo. Al finalizar la contienda con el primer triunfo americano en suelo chileno, Zapata le escribía preocupado a Tomás Guido, entonces el edecán del Libertador: “Preveo muy próximo el término de la vida apacible de nuestro general –San Martín–, si no se le distrae de la atenciones que diariamente le agitan; a lo menos por el tiempo necesario para reparar su quebrantada salud, atacada ya el sistema nervioso”. Ese reuma, y posiblemente la gota, casi lo liquidan un par de años después y retrasaron la marcha a Perú. Pero otra vez surge la idea de que los momentos más críticos fueron los que más hicieron mella en la salud del Libertador. Recordemos que en 1819 desobedeció al Gobierno porteño para continuar su plan libertario. O sea, pasó a ser oficialmente un desertor. En Buenos Aires lo requerían para acabar con los flamantes caudillos contrarios a la Constitución unitaria, con los cuales mantenía un fuerte vínculo epistolar, José Artigas de la Banda Oriental y Estanislao López del Litoral eran los más conocidos. Gracias al santafesino, pudo regresar a Chile a tiempo porque este apresó a su reemplazo enviado desde la ciudad porteña. ¿Casualidad?
Pero las dolencias, a las que se agrega una fiebre tifoidea que casi lo mata en Santiago de Chile, una vez que regresó de Lima en 1822, no estaban lejanas a las enfermedades de la época. Incluso la periódica tos con sangre se especuló como síntoma de tuberculosis, la letal pandemia del siglo XIX, aunque se reconoce generalmente que sea en él un síntoma más de la crónica úlcera. Y sus únicas heridas de guerra fueron dos, nada más, una en la batalla de Albuera en 1811, cerca de Badajoz, como oficial español, y en la ya citada de San Lorenzo. La última le otorgó una característica cicatriz en la mejilla que suele quedar olvidada en las representaciones más famosas. Nada mal para alguien que peleó en ambos lados del Atlántico desde los trece años.
Los últimos años fueron aquellos de los problemas de visión y un recrudecimiento de las afecciones estomacales. Algunos especulan que fue un cáncer de estómago la causa del deceso, aunque es de notar que un poco menos de la mitad de su vida vivió en el retiro europeo rodeado del afecto de su familia. Quizá sea esa la causa de que supere los setenta años pese a los pronósticos reservados. Y oportunidades no le faltaron de volver a calzarse la chaqueta desde el desembarco frustrado a Buenos Aires en 1829, por no desear ser partícipe indirecto en las recurrentes guerras civiles argentinas, y donde estaban varios militares héroes de la Independencia como su apreciado Juan Lavalle, hasta la comandancia de las tropas belgas que pretendían independizarse de Holanda.
Contar la historia clínica de San Martín no es un morbo, ni un vicio chimentero, sino que ejemplifica la grandeza de un mortal como nosotros. Cuenta sobre las dolencias humanas de un hombre que, pudiendo ser un destacado oficial europeo, a los 34 años, decide volver a una Patria de la cual había partido a los cinco años. Una Patria que ayudó a forjar no desde el bronce, sino con dolores y penas. Ahora el turno es nuestro.
Fuente: Ramos, J. A. Las masas y las lanzas. Buenos Aires: Plus Ultra. 1974.
Fecha de Publicación: 17/08/2020
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