¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Lunes 27 De Marzo
La figura de Cornelio de Saavedra no supera las estampas escolares, no enciende fervores, con su gesto adusto y una mirada pétrea. Poco se explica cómo llega a la presidencia de la Primera Junta, un comerciante devenido en militar. Que de no estar allí Don Cornelio era improbable la Revolución de Mayo. No era de la muchachada revoltosa de los cafés de los Moreno y Castelli, tampoco de la aristocracia terrateniente de los Pueyrredón y Rosas, sino de la incipiente burocracia rioplatense. Y de la plebe, la chusma en armas, ese actor fundamental de los sucesos de la Independencia, el que no aparece en los cuadros oficiales, tantas veces olvidado o negado. Quizá algo de eso ocurre con Saavedra, que recién tendría un primer homenaje en forma de monumento pero no por Argentina sino por Bolivia, terruño natal. En palabras de Fermín Chávez, “en cuanto a Saavedra, fue ante todo el soporte indispensable del primer gobierno argentino, y algo más que eso: simpatizó con el país del Interior y con figuras de Buenos Aires que esbozaron, en los primeros tiempos de la Revolución, un movimiento de representación popular sin compromisos con la minoría portuaria” En el destino de Saavedra, federales y unitarios, antes de federales y unitarios.
El linaje de Cornelio se hunde en los fundadores de ciudades y pueblos de Litoral y Río de la Plata, quinta generación del primer gobernador criollo, Hernandarias. Nace en la ciudad de la madre María Teresa, la rica Potosí, actual Bolivia, el 15 de septiembre de 1759. Su padre porteño, Santiago Felipe, era un comerciante menor con buenos vínculos con la administración colonial, y su hijo sería de la primera camada del Real Colegio de San Carlos, antecedente del Nacional Buenos Aires. Casado en 1778 con su prima segunda, Francisca, con quien tendría dos hijos, inicia una carrera burocrática y en 1799, nombrado síndico procurador de Buenos Aires. Ese año dictó sentencia abogando la libertad de trabajo contra los gremios que rechazaban contratar extranjeros y negros. Fue sucesivamente juez de menores, con un resonante caso donde apresó a un pedófilo, cónsul segundo y en 1806 se hallaba de administrador de granos cuando ocurre la primera invasión británica a Buenos Aires “Había disfrutado de los españoles de una consideración que rara vez alcanzan los naturales del país”, recordaba el peninsular Ignacio Núñez. Por eso no extrañó que por sus capacidades administrativas, más que las nulas condiciones militares, se encargue de la organización de las milicias que reconquistaron Buenos Aires al mando de Santiago de Liniers “Este fue el origen de mi carrera militar: el inminente peligro de la Patria, el riesgo que amenazaba a nuestras vidas y propiedades, y la honrosa distinción que me habían hecho los hijos de Buenos Aires, prefiriéndome a otros muchos muy beneméritos paisanos suyos para jefe y comandante”, anotaba en sus Memorias de 1829 de un instante que encendió la chispa revolucionaria de 1810. Porque se conjugó un pueblo en armas, 8 mil de los 50 mil habitantes de la aldea rioplatense, y un sueldo fijo para los soldados surgidos de hambreada plebe, y una creciente politización con tintes democráticos en todos los frentes. Saavedra es elegido por voto de sus milicianos, al frente del primer regimiento argentino, el Cuerpo de los Patricios. Definitivamente se iba a quebrar el orden colonial, la sociedad de castas, con este nuevo actor, al cual temían Belgrano y Moreno por su odio a cualquier “mandón”, sea realista o americano. Los sucesos posteriores nos harían otra cosa que reafirmar la tendencia inexorable a romper con la metrópoli, exitosa Defensa de la invasión británica en 1807, y contrarresto del intento de destituir a Liniers. Morenos, Pardos, Patricios y Húsares, arribeños y abajeños, apuntaron insólitamente contra los españoles aquel enero de 1809.
Justamente Saavedra con el virrey Liniers sostuvieron la necesidad de las milicias criollas, savia madre de la Independencia, enfrentados ambos a los españoles, y no pocos porteños. No por revolucionario Saavedra, podría definirse un conservador fruto del aparato estatal, sino porque la propia dinámica de los acontecimientos derivaban en sus posiciones, cada vez más fuertes, cada vez más cercanas a la Independencia. Quien en la victoria de julio de 1807 había exclamado que los criollos “no son inferiores a los españoles europeos”, a fines de 1808 exigió en cartas a los cabildos de Hispanoamérica, que son vistas como una defensa tempranísima del americanismo, que los Patricios sean los primeros en recibir honores por “el derecho que nos asiste para esta preferencia, por hijos y dueños de esta tierra”, remataba el revolucionario y americano Saavedra.
La oración pertenece a Bartolomé Mitre, que en la historia de Belgrano, albores de la historiografía liberal, y primeros apuntes de la ley del odio que campea en el relato del pasado -¿nada más?- según Joaquín V. González. Mitre a regañadientes acepta el papel decisorio de Don Cornelio. Volvamos a las Memorias, la inopinada llegada del virrey Baltazar Cisneros, y la cumbre de la popularidad de Saavedra, “los hijos de Buenos Aires ya querían la separación del mando de Cisneros, y se reasumiese por los americanos…se quería atropellar con todo. Yo siempre fui opositor a estas ideas…”Paisanos y señores –nótese la diferencia de interlocutores que denota el alcance de su influencia, pueblo y gente bien-, aún no es tiempo…dejen Uds. que la brevas maduren y entonces las comeremos”, enunció Saavedra, mayor que mucho de sus compañeros de insurgencia, y con más experiencia en las cuestiones públicas. Algunos muchachos de los café revolucionarios lo acusarían de pro-realista. Los sucesos demostrarían que su visión era acertada. El 18 de mayo Cisneros no pudo impedir que se sepa que España se reducía a Cádiz y la Isla de León, en el yugo de Napoleón, y Saavedra, en su chacra de San Isidro, parte de la herencia de su segunda esposa, Saturnina, le dice a Juan José Viamonte marchando raudo al Fuerte, actual Casa Rosada, “señores, ahora digo que no sólo es tiempo, sino que no se debe perder ni una sola hora” Y Saavedra sería el brazo armado del primer grito de la libertad criolla –no argentina porque varias poblaciones aborígenes venían rebelándose desde el siglo XVIII.
“Hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos. El que a VE dió autoridad para mandarnos ya no existe; de consiguiente tampoco VE la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella”, le espeta un rebelde Saavedra el 19 de mayo a Cisneros, que derivaría en el famoso Cabildo Abierto del 22 de mayo que solicita la destitución del virrey. Con 164 votos de los cuales 86 respondían a un naciente saavedrismo como fuerza política. Incluso la moción aceptada de que el “pueblo es la que confiere la autoridad o el mando”, figura legal de los patriotas para justificar el asalto al poder, no se hundía tanto en la fuente de Rousseau, sustrato ideológico de los futuros morenistas, la otra fuerza del naciente país, French y Castelli sus voceros, sino en el viejo derecho español católico, a sugerencia de Saavedra, y con eso, ganó el apoyo del influyente aparato eclesiástico. Así que elección sensata del presidente de la Primera Junta del 25 de Mayo recayó en el hombre que de los involucrados tenía mejor preparación en la administración pública; a la cual Saavedra rápidamente se abocó difundiendo en las provincias los ideales independistas consagrados en el cabildo porteño.
“Reinó la armonía y concordia entre nosotros los primeros meses” sigue Cornelio en sus Memorias, sin mucha conciencia parece de las sutilezas políticas que se movían bajos sus pies. El Secretario de Guerra Moreno insuflaba una violencia revolucionaria, más de una vez condenaría Saavedra el Robespierre de Mayo, incluso afirmaba que había querido matarlo Moreno en el mismo Fuerte, y que resultaba totalmente ajena al principista y apacible comandante de los Patricios. Después vino el incidente de la supresión de honores instigado por Moreno, imbuído en el “dulce dogma de la igualdad aunque que la misma Junta había otorgado al presidente” acota Tulio Halperín Donghi, y que intentaba desprestigiar a Saavedra. “Qué bulto se le dio a una bobada”, recordaría el militar del suceso en el cuartel de los Patricios que originó la reacción del morenismo, tras la victoria de Suipacha, y aquella corona de azúcar que un alcoholizado oficial puso en la cabeza de su comandante. A partir de allí la escalada entre las posiciones enfrentadas fue en ascenso, la imposición de Saavedra de ampliar la junta a las provincias, la postura de Moreno de concentrar en Buenos Aires el poder revolucionario, medidas proteccionistas de Saavedra frente al liberalismo de Moreno. Finalmente el 18 de diciembre ocurre la renuncia del secretario, “¿Consiste que los hombres hagan impunemente lo que quieran a su capricho? ¿Consiste la Revolución en llevar el principio de Terror que principia asomar”, se le escuchó a un acérrimo defensor de la legalidad Saavedra, instigado por el Deán Funes, mientras Moreno solicitaba una misión a Europa. Jamás llegaría el fogoso secretario al Viejo Continente y de su muerte también fue acusado Saavedra, para algunos un Judas, Traidor de la Revolución -su segundo nombre era Judas-.
Lo cierto que los primeros meses de 1811 no fueron nada fáciles para el presidente Saavedra, que debía lidiar ante la Sociedad Patriótica que agitaba medidas extremas contra los supuestos contrarrevolucionarios, listas y listas, y varios exaltados milicianos, que fueron puestos en la cárcel junto a morenistas “La innegable astucia política de Saavedra no ha sido ponderada suficientemente…se lo considera un hombre opaco…señorón…supo capear tormentas”, resaltaría Miguel Ángel Scenna de las dificultades que debió afrontar un eficiente y honrado gestor, en el casi año que estuvo de jefe de Estado criollo. Ocurre entonces la rebelión popular del 5 y 6 de abril de 1811, que algunos historiadores liberales y de izquierda hablan de “contrarrevolución”, en apoyo al presidente de la Junta. Una mil quinientas personas, muchos mestizos, negros y gauchos, varios de las milicias rurales, una multitud para la calma chicha porteña, y que se presentaron como el pueblo, en el sentido más pluralista posible de la época. Y reclamaron una profundización de las tendencias democráticas y revolucionarias, ampliación de la representación de las provincias, y que se aleje definitivamente a los extranjeros de los cargos públicos, incitando al destierro de los españoles solteros que promovía la Junta Grande –hace unos días atrás la escuálida armada nacional había sido destrozada en San Nicolás. Entre los dieciocho puntos elevados a la Junta, incluídos el destierro de los morenistas y el relevo de Belgrano en el mando de las tropas en el Paraguay, se sumaba en el clamor la designación de Saavedra en la comandancia general de armas y “facultades ilimitadas extraordinarias” “Ni en aquel entonces no ahora trato de justificar dicho suceso del 5 y 6 de abril de 1811. Lo cierto es, que fuése cual hubiese sido la intención de los que la hicieron”, recordaba el militar de la revuelta popular que tuvo de caras visibles a Martín Rodríguez y Joaquín Campana, “sus resultados ocasionaron males a la causa de la Patria y a mí la persecución dilatada que sufrí y la ruina de mi familia” Luego parte al Norte tras el Desastre de Huaqui del 20 de junio y sería el principio de su caída. Allí sería apartado del mando por Juan Manuel de Pueyrredón. Saavedra menciona que aquel duro traspié de los patriotas, “que abandonó una multitud de hombres en el Alto Perú que ya estaban comprometidos con nuestra causa”, enfatizaba en 1829, estuvo ocasionado también por los sucesos de abril porque Castelli decide enfrentarse al sanguinario Goyeneche sin autorización, molesto expresa en sus cartas de un gobierno de “opresores” similares a los realistas. Aquella derrota sería el punto final de cualquier aspiración de avance de la Independencia por el Alto Perú. El ascenso de director supremo de Posadas, uno de los desterrados en los sucesos de abril, posterior al último intento de recuperar terreno por el saavedrismo con el Motín de las Trenzas de diciembre de 1811, no significaban las mejores noticias para Saavedra. Ni la familia. Todos resultarían perseguidos políticos por siete años, dejándolos en la ruina.
El 26 de octubre de 1812 el gobierno de Buenos Aires ordena su confinamiento en San Juan, y se le inician acciones legales por sus presuntas relaciones con el carlotismo imperial del Brasil. Quien instiga las acusaciones es Bernardo Monteagudo, un neo morenista, en las páginas de la Gazeta de Buenos Ayres. El primer jefe patrio cae en un profundo descrédito, y huye a Chile, debiendo dejar a la familia en San Juan por falta de recursos. La Asamblea del Año XIII oficializa su destierro y Juan José Paso en Santiago de Chile exige que se entregue al “potosino taimado” y conducirlo a una “isla o costa desierta” El gobierno criollo chileno niega el pedido argentino, quien tenía al sedicioso transandino Juan José Carrera bajo la tutela del general Alvear, pero la reacción española hacen que Saavedra diga, “prefiero caer en manos de mis enemigos antes que las españolas” Vuelve a San Juan, refugiándose en un villorio cordillerano, sin medios, a la espera de la decisión de Buenos Aires, y gracias a la gestión de San Martín, logra el veterano revolucionario asentarse en Mendoza. Llamado por el director supremo Alvear en febrero de 1815, una vez en Buenos Aires le señala que “en las revoluciones siempre los autores son las víctimas”, y permite su residencia en la estancia de su hermano Luis, y que prosiga “tranquilo su vida” Saavedra inicia reclamos para que se reconozcan sus servicios a la patria, el primero ante el Congreso de Tucumán en 1816, pero sería Pueyrredón quien en 1818 dictamina los procesos contra él, “nulos, atentados y sin ningún valor los procedimientos” Se lo reincorpora a la plana mayor del ejército en el grado de brigadier y, en un breve lapso de 1819, es nombrado jefe del Estado Mayor. Vive a duras penas en Luján y los sucesos de 1820 lo obligan, Saavedra identificado con el gobierno porteño enfrentado a los santafesinos y entrerrianos, a refugiarse a Montevideo. En 1822 se acoge al retiro militar y desaparece de la vida pública, salvo alguna mención de conspirador contra el ministro Rivadavia en 1823, “esos reformadores que se nos vinieron de Europa y arrastraron a la Provincia de Buenos Aires”, en una pincelada de un resignado jefe político afín a una línea americanista. Fallece Saavedra el 29 de marzo de 1829 y, el año siguiente, el gobernador Rosas decreta honores póstumos y erige un monumento en La Recoleta. En 1961 sería su busto incorporado al Salón de Presidentes de la Casa Rosada. Escuelas, calles y barrios en la Argentina llevan su nombre del militar argentino que arrancaba sus Memorias con una máxima que pervive en los orígenes de nuestras fuerzas armadas, le guste a quien le guste, “la igualdad que se decanta en el democrático”
“Además de ser un militar que gozaba de la mejor reputación en Buenos Aires, era un caudillo urbano que poseía el don de hacerse querer al mismo tiempo por la clase acomodada y la plebe; y, sobre todo, reunía las condiciones de amar a Buenos Aires y haber nacido en el Alto Perú” bosquejaba Saturnino Uteda, en un anticipo de la trayectoria de los federales porteños como Manuel Dorrego. No todos los porteños fueron centralistas, unitarios, y el primer ejemplo es Saavedra “No pocos de los que en los años 10 y sus inmediatos eran fríos espectadores –en Buenos Aires-…de los proyectos de libertad e independencia…cuando vieron que la balanza de se inclinaba a favor de ellos, principiaron en manifestarse patriotas…han conseguido reportar el fruto de nuestro esfuerzo…mientras algunos de mis compañeros…y las familias…sufren como yo no pocas indigencias”, en el punto final de la Memorias de Saavedra, o cómo la Revolución se comió a sus propios héroes.
Fuentes: Levene, R. (comp) Memorias de Cornelio Saavedra.Los sucesos de Mayo contados por sus actores. Buenos Aires: El Ateneo. 1928; Taboada Terán, N. Estandarte de Libertad. Ensayo histórico de las rebeliones de Chayanta, Tungasuca, Madrid, Charcas, La Paz, Quito y Buenos Aires. Buenos Aires: Editorial Punto de Encuentro. 2010; Scenna, M. A. Mariano Moreno ¿si? ¿no? En revista Todo es Historia. Nro. 35. 1970. Buenos Aires.
Imagen: Museo Histórico de Buenos Aires “Cornelio de Saavedra”
Fecha de Publicación: 15/09/2021
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